Gaza - El efecto boomerang

René Naba
Traducido para Rebelión por Caty R.
25/02/09

Como en un efecto boomerang de rara violencia, el organizador de la destrucción de Gaza, Ehud Barak, no ha percibido los dividendos electorales del baño de sangre palestina y el cabo israelí Gilad Shalit permanece en cautividad prisionero de Hamás, el movimiento islamista palestino, el mismo que el ministro israelí de Defensa proyectaba destruir al mismo tiempo que el enclave palestino.

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El autor intelectual de la operación «plomo fundido» ha sido severamente derrotado en las elecciones israelíes del 10 de febrero, y el Partido Laborista, presuntamente socialista, relegado fuera del tablero político a la cuarta posición de los partidos por detrás, incluso, de la extrema derecha xenófoba de Avigor Lieberman.

Su colega de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, claramente ha subido con soltura a la cabeza de la consulta, según las últimas estimaciones, pero su partido Kadima, presuntamente centrista, ha sido derrotado en términos de votos de derecha. Así, la coalición que la ex agente del Mossad estaría encargada de poner en marcha podría revelarse problemática. Ningún centro de prospectiva, por muy perspicaz que sea, ningún médium, si hubieran hecho predicciones, ningún oráculo había previsto un lúgubre epílogo semejante a dos años de una sangrienta prueba de fuerza que se saldó, en su fase final, con una carnicería moralmente abrumadora para el Estado hebreo.

Objetivo emblemático de la expedición punitiva de Gaza (diciembre 2008-enero 2009), Gilad Shalit fue capturado en 2006 mientras estaba en misión de guerra en un territorio considerado ocupado por el Derecho Internacional. Su liberación, por la fuerza si fuese necesaria, constituía el objetivo subyacente de la ofensiva israelí, el deseo secreto de los dirigentes israelíes que se proponían convertirlo en su trofeo de guerra, preludio del triunfo electoral y la coronación política. Mil trescientas (1.300) personas han pagado con su vida esta fijación belicista y más de cinco mil heridas, la mayoría mujeres y niños, sin que por eso los israelíes hayan conseguido satisfacer sus ambiciones ni doblegar a Hamás

Así, la humillación infligida al establishment político y militar israelí ha resonado como una rotunda victoria psicológica del movimiento islamista palestino, propulsándolo al firmamento de la popularidad, igual que al mítico lanzador de zapatos iraquí anti Bush, Montazer Al Zaidy, o al Hezbolá libanés. El KO técnico es indiscutible. Nada ni nadie, ninguna logomaquia por abundante que sea, ningún artificio intelectual por mucho que se retuerza, podrán disfrazar esta realidad: Gilad Shalit sigue siendo prisionero de guerra de Hamás, prisionero de guerra y no «rehén» como pretenden presentarle el «charlatán» Marek Halter y su cohorte de intelectuales falsificadores, compinches del judaísmo institucional francés.

Marek Halter, el charlatán (1)

Aprovechando la emoción levantada por la liberación de Ingrid Betancourt, el 3 de julio de 2008, Marek Halter se lanzó, sin vergüenza, a una operación de mistificación de la opinión pública francesa reclamando desde la tribuna oficial acondicionada en la Plaza del Trocadero de París para recibir a la ex rehén franco-colombiana, el lanzamiento de «la segunda fase de liberación del último rehén del mundo, Gilad Shalit».

Gilad Shalit es un caso ejemplar de la confusión mental, política y jurídica en la que se sumerge un sector de los binacionales franco-israelíes y sus numerosos y ruidosos partidarios. A pesar de que servía en un ejército de ocupación, a Shalit se le presenta, contra cualquier verosimilitud, como un «rehén». Y lo que es peor, su familia invoca la nacionalidad francesa de este militar israelí para solicitar la protección diplomática de Francia, la cual, tragándose la vergüenza, reclama su liberación, no a Egipto, país con quien sin embargo comparte la presidencia de «La Unión por el Mediterráneo»; no a Egipto, el mediador natural entre israelíes y palestinos, además comisionado oficialmente por la Liga Árabe para negociar la reconciliación interpalestina; no a Egipto, sino a Siria, olvidando reclamar a Israel, simultáneamente, la puesta en libertad del binacional franco-palestino Salah Hammouri, un civil residente en Francia encarcelado arbitrariamente por los israelíes, e ignorando el asunto de la colonización rampante de Palestina, el principal foco del incendio.

La protección diplomática de Francia, en principio se estableció uniformemente para todos los ciudadanos franceses con independencia de sus creencias religiosas o de sus orígenes étnicos. Semejante disparidad de comportamiento, ¿augura una renovación del principio republicano de la igualdad ciudadana o, al contrario, sugiere la puesta en marcha de una jerarquía dentro de la nacionalidad francesa en función de las creencias religiosas del ciudadano o del poder del lobby de su país de origen? En todo caso, el asunto Shalit nos devuelve a un precedente materializado por la nominación de un reservista del ejército israelí, Arno Klarsfeld, al puesto de consejero del ministro del Interior de la época, Nicolas Sarkozy, en plena campaña presidencial francesa, en plena guerra de Israel contra Líbano, en julio de 2006. Hasta el punto de que se plantea la cuestión de si recurrir a los reservistas del ejército israelí confirma la carencia de las competencias francesas o si el servicio militar en el ejército israelí ya constituye un trámite obligatorio para la promoción político-administrativa en Francia, sin que dicha nominación, que apesta a demagogia electoralista, haya suscitado la menor pregunta ni entre la clase política ni en la corporación periodística.

Israel pretendería ahora compensar su derrota moral cediendo implícitamente a las exigencias de Hamás; pero, debido a su debilitamiento actual, el movimiento palestino no podría aprovecharse de una liberación de prisioneros palestinos a cambio de Gilad Shalit. Sin embargo, Israel subordinaría el levantamiento del bloqueo de Gaza a la puesta en libertad del prisionero israelí, pero Hamás no lo entiende de la misma forma y considera que Gilad Shalit, prisionero de guerra, debería ser intercambiado por varios cientos de presos palestinos detenidos arbitrariamente. Hamás mantiene intacta su reivindicación. El deseo secreto del movimiento islámico es obtener, en dicha transacción, la liberación de sus diputados, miembros del Parlamento palestino, capturados con total ilegalidad por Israel, e incluso de los responsables políticos como Marwan Barghuti (Fatah) y Ahmed Saadat (FPLP), los presos palestinos más emblemáticos, también encarcelados arbitrariamente por los israelíes. Israel podría sentirse obligado a satisfacer algunas de sus reivindicaciones para atenuar un poco la horrible imagen de su actuación en Gaza. Semejante escenario, si llega a producirse, constituiría la apoteosis de Hamás y la pesadilla de Israel y llevaría a la pulverización de la autoridad del presidente palestino Mahmud Abbas, tanto en Cisjordania como en Fatah, la organización madre de la resistencia palestina.

La historia reciente lo demuestra: ilustración de una política errática o voluntad de desacreditar a la última autoridad legal palestina reconocida internacionalmente, con el fin de privar de su sustancia la representatividad palestina, Israel jamás ha hecho el menor gesto hacia Mahmud Abbas, a pesar de los numerosos abrazos del presidente de la Autoridad Palestina al Primer Ministro interino, Ehud Olmert, dejando la cuestión esencial del intercambio de presos a sus adversarios más resueltos, el Hezbolá libanés, liberador del druso libanés Samir Qantar, decano de los prisioneros árabes, y el Hamás palestino. Este hecho parece haber escapado a la perspicacia de la cohorte «cultureta» parisina, totalmente obnubilada con la celebración cotidiana del genio político y la audacia militar del establishment israelí, sin darse cuenta de la erosión de la imagen de Israel.

II - Sumud, el enraizamiento y el endurecimiento en Palestine, une nation en morceaux (2)

La fuerza de Hamás, y yendo más lejos, del conjunto del pueblo palestino a pesar de sus divisiones y a despecho del trauma que supone la expoliación de su identidad nacional, reside en una palabra: Sumud (resistencia), un rugido bárbaro para los no arabistas, que resume por sí solo el largo calvario palestino y el combate de ese pueblo por la libertad y la dignidad. La síntesis del enraizamiento en la tierra, de la resistencia, de las privaciones y del endurecimiento frente a la ocupación israelí, un testimonio de primera mano, en realidad una descripción precisa que muestra los múltiples aspectos de ese Sumud en una obra que constituye una compilación de crónicas cotidianas sobre el terreno y de los sufrimientos de los palestinos, el corresponsal del diario Le Monde en Ramala, ubicado desde hace seis años en Cisjordania, en la Palestina ocupada, Benjamin Barthe, premio Albert Londres 2008, es un perfecto contraejemplo de los charlatanes y falsificadores.

Agudo observador de un período crucial que va de 2000 a 2008, es decir, de la segunda Intifada al fracaso de los procesos de paz, Barthe analiza los mecanismos profundos de la irresistible ascensión de Hamás, la nueva bestia negra de Occidente, bajo la luz de la asfixia de Gaza y el desmantelamiento de Cisjordania. Palestine, une nation en morceaux (Palestina, una nación en pedazos), está basada en una única consigna afirma el autor, Sumud, un imperativo que mantiene viva la identidad palestina. El imperativo de un pueblo y de «un país sin fronteras ni estado, profundamente arraigado en la historia reciente». Un concepto que deberían asumir los consumistas de la sociedad de la abundancia, los tránsfugas de izquierda, desde André Glucksman, nada incómodo por la desproporción de la ofensiva, a Alexandre Adler, ultrasensible hacia las víctimas israelíes pero impasible ante las palestinas, seguramente menos humanas que sus correligionarios, pasando por el sofista Bernard Henry Lévy, el pregonero de la liberación del pueblo palestino por el ejército de ocupación israelí.

El tiempo histórico no es reducible al tiempo mediático. Durante el primer medio siglo de su independencia (1948-2000), Israel ha sido victorioso en todas sus guerras contra los ejércitos convencionales árabes, pero la tendencia se está invirtiendo desde principios del siglo XXI con la puesta en marcha de la estrategia de la guerra asimétrica. Desde entonces, todos los enfrentamientos militares de Israel con sus adversarios árabes se han saldado con fracasos, tanto en Líbano en 2006, contra el Hezbolá chií libanés, como en 2008 en Gaza, Palestina, contra el Hamás sunní palestino.

Ubicados desde hace mucho tiempo bajo la capa de los Estados árabes, los palestinos han librado en su gueto de Gaza, en diciembre de 2008, su primera guerra independiente de toda tutela. Desastroso en el plano humano para los palestinos, este combate solitario y solidario de todas las formaciones de la guerrilla, incluido el Fatah De Mahmud Abbas y las formaciones marxistas, sin embargo ha suscitado una recuperación del apoyo internacional hacia la reivindicación nacional palestina y ha puesto a la defensiva a los gobernantes árabes. Desastrosa para los israelíes en el plano moral, la expedición punitiva israelí también seguirá produciendo sus efectos corrosivos durante mucho tiempo en los países occidentales que no se plantearon las violaciones israelíes con el pretexto de asegurar «la seguridad de Israel», le suministraron armas sin tener en cuenta la inseguridad que su belicismo desenfrenado genera a su alrededor, no frenaron la colonización rampante de Palestina (3) y además, durante mucho tiempo, siguieron dando pruebas de su mansedumbre con respecto a su gendarme en la región, principal creador de Hamás debido a cuarenta años de ocupación Ilegal y abusiva de la Franja de Gaza, antiguamente bajo soberanía egipcia.

Líbano y Palestina no han sido rentables para los objetivos electorales de los dirigentes israelíes, Simon Peres en 1996 en Qana, y Ehud Barak en Gaza en 2008. La operación «uvas de la ira» precipitó el hundimiento del jefe del Partido Laborista de entonces, el «Premio Nobel de la Paz Simon Peres», a raíz del bombardeo de un centro de los Cascos azules de la ONU en esa localidad del sur de Líbano, el 18 de abril de 1996, y la masacre de 102 niños que estaban refugiados allí. La operación «plomo fundido» ha sido fatal para su sucesor, Ehud Barak, tras el bombardeo de una escuela de la UNWRA, el organismo de las Naciones Unidas de ayuda a los refugiados palestinos, en enero de 2009, en Gaza.

«La única democracia de Oriente Próximo» aparece progresivamente a la vista de sectores cada vez más amplios de la opinión mundial como «el Estado sinvergüenza número 1» de la escena internacional, hasta el punto de que los países europeos, habitualmente favorables a Israel, han desafiado un tabú actuando judicialmente contra los dirigentes israelíes por «crímenes de guerra». Fue el caso de Bélgica en el año 2000 contra Ariel Sharon, ministro de Defensa en la época de los hechos, por las masacres en los campos palestinos de Sabra y Chatila (Beirut 1982). Y es actualmente el caso de España contra Bejamin Ben Eliezer, su sucesor en el ministerio de Defensa, perseguido por «crímenes contra la humanidad» por una masacre de palestinos en Gaza veinte años después, en 2002.

Ciertamente Gaza está destruida, como antes los jefes históricos de Hamás, Cheickh Ahmad Yacine y Abdel Aziz Rantissi, que fueron eliminados por vía «extrajudicial», con un mes de intervalo, en marzo y abril de 2004, pero el artífice de sus asesinatos y de las masacres de los campos palestinos de Sabra y Chatila en el barrio del suroeste de Beirut en septiembre de 1982, Ariel Sharon, se hundió en un estado vegetativo nueve meses después de su crimen convirtiéndose en un «muerto viviente» que a nadie le importa y por quien ninguna personalidad internacional en visita en Israel da un rodeo para preguntar por su estado de salud, totalmente ignorado en las pantallas de la vida.

Pero Hamás ha sobrevivido a Ariel Sharon, a su sucesor Ehud Olmert, al tándem ultra halcón de Ehud Barak (Defensa) y Tzipi Livni (Asuntos Exteriores), y a su padrino común, George Bush. Gilad Shalit es víctima de su propio bando, del celo de sus retóricos impenitentes que sin ningún riesgo instrumentalizan la «comunitarización» de la vida pública francesa, garantía de su supervivencia y de su magisterio mediático. Para que se abrevie su encarcelamiento, debe hacerse lo mismo con el de Marwan Barghuti.

Apostamos a que entre la «intelectualidad» francesa, propicia a todos los arrebatos, ahora muchos van a reclamar la liberación del «rehén» Barghuti para facilitar la liberación de su «rehén» Shalit, trabajar con el fin de que las patologías contraídas en Europa no se transporten a la tierra de Oriente e incitar así a Israel a predicar la lucidez y no la ceguera, la coexistencia no el encerramiento, la convivencia no el emparedamiento, en una palabra, prevenir la transformación de Israel en gueto y de Palestina en bantustán.

El gran precio que deberá pagar Israel por la liberación de Gilad Shalit se ha vuelto más caro debido a las charlatanerías de Marek Halter, un hombre para quien «la verdad estricta no es lo más importante», que afirma «que huyó por las alcantarillas del gueto de Varsovia», conduciendo a «supervivientes e historiadores a rebelarse» contra «la elaboración de testimonios inventados de todo tipo (por añadidura mal inventados ya que no corresponden a la realidad de los acontecimientos) que envenenan claramente la imagen del pasado que es a los investigadores a quienes corresponde», machacado por el desprecio de Michel Borwicz, un historiador judío polaco, que ha condenado sin paliativos los métodos de Marek Halter.

La falsificación de los hechos históricos revela el revisionismo, un asunto severamente sancionado en Francia. Sería lamentable que quienes fueron las víctimas sucumban a su vez. Eso vale para el asunto Gilad Shalit, como para el conjunto de la historia palestina.

Notas:

(1) «Marek Halter, le bonimenteur», Piotr Smolar, Revue XXI (Ed. Les Arènes), 4º trimestre 2008.

2) Palestine, une nation en morceaux, Benjamin Barthe, Ed. Du Cygne, enero 2009.

(3) Según la organización pacifista israelí «Paz ahora», el número de las colonias ha aumentado el 57% en 2008 con respecto a 2007; el 61% de las colonias se han edificado en el perímetro de la «barrera de seguridad» y el 39% en el exterior. El número de colonos ha pasado de 270.000 en 2007 a 285.000 en 2008, es decir, un aumento de 15.000 colonos en un año. Esa cifra no tiene en cuenta las colonias en la periferia de Jerusalén, que cuentan con 200.000 habitantes. Véase «George Mitchell veut consolider la trêve à Gaza», de Michel Bôle-Richard, Le Monde, 29 de enero de 2009.


http://renenaba.blog.fr/2009/02/12/gaza-l-effet-boomerang-5560830/

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