Falsa alarma y alteración del orden, prever y prevenir terremotos y otras calamidades en una Italia contra la ciencia
Gennaro Carotenuto
Giornalismo partecipativo / Rebelión
Traducido para Rebelión por Liliana Piastra
07/04/09
El físico italiano Giampaolo Giuliani había alertado de la inminencia de un gran terremoto. Lo acusaron de alarmismo.
El país que se cae a trozos incluso sin necesidad de ningún terremoto (a veces basta un chaparrón como en Sarno), es el mismo en el que se trata como a un apestado, o se le denuncia por “falsa alarma y alteración el orden”, a un científico que había previsto con exactitud el terremoto en los Abruzos no en un hipotético futuro sino aquí y ahora.
179 muertos, 34 desaparecidos, 1500 heridos, más de 50.000 personas sin casa
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Puede que a Giampaolo Giuliani, que trabaja en el Istituto Nazionale di Fisica Nucleare bajo el Gran Sasso, le den el premio Nobel por un mecanismo que al parecer detecta los terremotos con algunas horas de antelación. O por lo menos habría que escucharle, en lugar de tratarle como a una Casandra. Pero quizás en Italia las cosas no puedan ser de otra forma, si hace menos de una semana, el 31 de marzo, San Guido Bertolaso, un icono de la excelsa eficiencia bi-partisan, insultó "a ese imbécil que se divierte divulgando noticias falsas".
A lo mejor no era realmente posible evacuar la ciudad de l’Aquila como aconsejaba la previsión de Giuliani (el hecho de que haya sido certera no es ninguna culpa). Pero en un país que ha acabado por ser anticientifista siempre y porque sí, pocos saben ya distinguir entre un científico o una científica y una hechicera. En un país cada vez más ignorante, y por consiguiente cada vez más supersticioso, la prevención, preparar a la ciudadanía ante las catástrofes, trabajar no para borrarlas con un milagro, sino para reducir sus consecuencias al mínimo, como se hace en países más sísmicos pero también más civilizados, cada vez está peor vista. Por si fuera poco, impide recoger, es más, no produce esos dividendos de imagen, de favores, de clientelas que las tragedias anunciadas ofrecen a los políticos después que estos ya han especulado con excepciones, prórrogas, regularizaciones, condonaciones. Mejor sacarse la foto (después) para un político, mejor ir a bendecir los restos mortales (después) para un cardenal, mejor construir mal (antes) y reconstruir (después, ¿bien?) para el sector de la construcción, mejor presentar un largo programa en directo de “noticias de última hora” (después) que hacer un aburrido reportaje (antes) para un periodista.
Quizás habría sido mejor que Bertolaso tuviese una charla con Giuliani (antes) en lugar de denunciarle. Este, como cualquier científico honrado planteaba un problema, rompiendo un esquema trasnochado para ofrecer una solución, con vistas a resolver otro mayor. Los terremotos no se pueden prever, dicen. Quién sabe, a lo mejor en un futuro se podrá, como ha pasado con los detectores de fugas de gas, y a lo mejor el mérito será de la tan vituperada investigación científica italiana. Pero prever o no prever es lo que cambia los términos de la cuestión.
El problema no es prever, es prevenir. En otros lugares se pueden hacer, y se hacen, mil cosas, sin embargo nosotros los italianos preferimos reirnos de los japoneses. Pero ¿es mejor gastar dinero, alarmar, para evitar una tragedia, hacer que se respeten, en lugar de derogarlas, las normas antisísmicas antes, o invocar la fatalidad y el destino cínico y fullero después? Contra el SIDA ¿qué es mejor?¿ hacer campañas para enseñar a usar el preservativo o invocar la abstinencia? ¿Es mejor un pecador en el infierno o un santo vivo? Quien ahora quiera hacer uso del decreto de la construcción, el llamado “Piano casa”, para añadirle un piso a su vivienda (dándole gracias al gobierno), hará de ella una vivienda más o menos antisísmica?
En un país donde a estas alturas se considera a todos los estudiosos unos picapleitos, grillos parlantes que hay que espachurrar contra la pared, cuando no se les escarnece tildándoles de vagos y acusándoles a todos de barones (también a los investigadores precarios, vulgo Perotti-Stella), la ciencia, el estudio, es ahora la más descuidada de las disciplinas. Pero por un Giuliani que ha tenido la osadía de predecir un terremoto ¿cuantos consejos que llegan de los estudiosos se ignoran, se toman con suficiencia o incluso se rechazan? Son impopulares, causan gastos, rompen esquemas mentales consolidados, provocan problemas con los poderes fuertes. ¿Cuántos constitucionalistas (científicos de la Constitución) habían avisado que la ley sobre la fecundación asistida, tal como se había concebido, era inconstitucional? Los políticos siguieron adelante para luego rasgarse las vestiduras ante el atentado del Tribunal Constitucional (sic) contra la centralidad del Parlamento. Como si, reemplazando las reglas civilizadas con la voluntad de Oltretevere, fuera suficiente sacar en procesión al santo patrono para detener los terremotos o las erupciones volcánicas.
Por otra parte ¿para qué sirve la investigación científica (ese es el mensaje) sino para crear pelmazos, casandras, ecologistas fundamentalistas, reglas, controles, impuestos, es decir, las cosas que peor les caen a los ciudadanos del país del “menos mal que está Silvio”. Puede que a veces los científicos se equivoquen, pero sería cuestión de hablar, de darles una oportunidad a quienes querrían tomar precauciones en cuanto a esas radiaciones, a esos pesticidas, a los polvos sutiles que cruzan nuestras vidas, por las incipientes centrales nucleares en un país sísmico como Italia, donde si ves un panel solar te entran ganas de fotografiarlos como una extravagancia. Por el oportunismo a corto plazo y la mezquindad del poder político y económico, estamos retrocediendo al Sílabo de Pío IX.
Puede que la denuncia de Giuliani no pudiera tomarse en cuenta, pero en el país en el que, cada año que Dios pone en esta tierra, gobiernos de derechas y de izquierdas aprueban un “decreto mil prórrogas” (sic) por el que se aplazan, con frecuencia a nunca jamás, vencimientos importantísimos, como los plazos de aplicación de las normas antisísmicas, es mil veces mejor evacuar l’Aquila de vacío porque un científico se equivoca (antes) que la procesión de políticos y depredadores listos para lucrarse con la reconstrucción (después).
A lo mejor tampoco es cuestión de prever (los terremotos, las inundaciones, las fugas de gas, las catástrofes nucleares) sino de estar preparados, de mantener el territorio en condiciones de seguridad, de ser un pueblo capaz de afrontar su destino con racionalidad y no con fatalismo. Más que ángeles del barro y héroes que salvan vidas excavando con las manos desnudas entre las piedras lo que necesitamos (antes) es una mercancía ya muy difícil de encontrar: progreso, progreso científico, progreso social, progreso cultural.
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