El año en que vivimos peligrosamente - Parte 2

Manuel Valenzuela
Valenzuela’s Veritas
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
13/02/08

[Parte I]


Ausencia de Voluntad


Bajo constantes manipulaciones, mentiras y propaganda, una nación de valientes se ha convertido en una nación de cobardes. Una nación que una vez cuestionó a sus dirigentes camina ahora ciegamente detrás de ellos al ritmo que les marcan, en pos de la criminalidad y la corrupción. Una nación que una vez se levantó y protestó, hizo huelgas, organizó marchas, sentadas, desafió al gobierno y trató de pedirle cuentas por sus hechos, prefiere ahora quedarse sentado confortablemente en sus sillas y divanes, observando el mundo pasar desde sus aparatos de televisión y ordenadores, convirtiéndose algunos en activistas de brazo de sillón, mientras la mayoría desperdicia sencillamente su vida, prefiriendo una vida de tele-adicto, ignorando pasivamente la destrucción de derechos y libertades, silenciosamente aquiescentes ante la inmensidad de crímenes contra la humanidad, yendo obedientemente de compras, comprando y consumiendo según los dictados del mundo corporativo, con su nuevo dios, el todopoderoso dólar, pidiéndoles que se congreguen en las Catedrales del Consumismo, en los Centros Comerciales del Materialismo, que les dicen que trabajen y sean buenos consumistas, que gasten lo poco que tienen, incluso que consuman lo que no tienen pidiendo préstamos.

Lo que ese hombre del saco de piel oscura jamás pudo conseguir, Bush, el Congreso y los medios dominantes han conseguido implantarlo maravillosamente. Bajo la constante amenaza del terrorismo, estamos asistiendo, más que nunca antes, a la fusión del gobierno y las corporaciones, así como a la mutación del gobierno en un instrumento para obtener beneficios, ingresos y resultados finales. No hemos conseguido comprender cuáles son las verdaderas entidades terroristas ni qué es lo que realmente amenaza nuestra forma de vida, nuestras libertades y nuestros derechos. Nos hemos quedado ciegos ante el duopolio, la hidra de dos cabezas, que trabajan en sinergia y colusión no por los intereses del pueblo, sino por los del mundo de las corporaciones.

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Nos equivocamos al pensar que no hay opción posible, que las elecciones están predeterminadas, y a menudo orquestadas por el Ministerio de la Verdad, olvidamos que el partido de la oposición no es sino una fachada, que sólo existe el Partido Corporativista, haciendo simplemente malabarismos con sus dos brazos, esperando cada uno su turno en el circo de tres pistas que conocemos como gobierno. Con nuestras vanas ilusiones de grandeza y excepcionalidad, nos hemos quedado ciegos ante el hecho real de que esa democracia es una farsa, que la democracia real es una amenaza para el elemento corporativo, que EEUU ha hecho más para destruir la democracia verdadera en todo el mundo que cualquier otra nación de la Tierra.

La “Democracia” se apaga, erigiéndose ahora en sinónimo de imperialismo estadounidense, un disfraz para introducir la devastación neoliberal garganta abajo en miles de millones, un método para controlar las poblaciones a través de títeres disfrazados de dirigentes. Sólo es democracia si nuestra elite corporativa acepta a sus vencedores, sólo si juran bandera ante el imperio, a expensas de sus poblaciones. La nación que propugna libertades, derechos y democracia tolera y apoya, hipócritamente, las dictaduras y tiranías siempre que protejan sus intereses, pero difama y calumnia la democracia auténtica si ésta, audazmente, protege los intereses de un pueblo. Así, en las salas para fumar y espejos no vemos sino ilusiones. En el desierto del engaño sólo cabe encontrar espejismos.

Las oscuras profundidades del miedo nos han hecho olvidar que la Constitución no es sólo un trozo de papel, que sus principios son los cimientos de la nación, que sus palabras y significados son las piedras angulares de lo que somos, y de quién somos, como pueblo, y de lo que nosotros, como especie, aspiramos a alcanzar. Sus contenidos son el manantial eterno que asegura nuestras libertades y derechos, pero nos hemos olvidado de que existe y, por eso, hemos permitido que castren sus principios y significados. Actualmente, la Constitución acumula el polvo de los anales de la historia, que no son ya sino un vestigio olvidado del pasado de la humanidad, convirtiéndose en una reliquia destinada a un museo, sus palabras no se leen ya, ni se entienden, ni se defienden contra los agentes de la tiranía que siempre han intentado destruir todo lo que atesora. Por desgracia, la Constitución está desaparecida, la han hecho desaparecer en la práctica y en la imaginación de ese mismo pueblo al que debía proteger e inspirar.

Desgraciadamente, en nuestra euforia y confort, el consumo masivo y el materialismo, en nuestra preocupación por la seguridad y protección, en nuestra miopía de felicidad a corto plazo a expensas de la vitalidad a largo plazo, en nuestro odio hacia los que son distintos de nosotros, en nuestra precipitación en buscar venganza y descargar la ira sobre esos chivos expiatorios para que nuestros sufrimientos y embrollos emocionales, en nuestra total abdicación como ciudadanos responsables y seres humanos con conocimientos, y en nuestra demostrada cobardía y aceptación silenciosa ante el hecho de que millones de seres humanos inocentes sean sometidos al genocidio estilo estadounidense, hemos olvidamos quién y qué somos como pueblo.

Nos hemos permitido a nosotros mismos caer hipnotizados ante el mito del excepcionalismo egoístamente inducido, regodeándonos en nuestra supuesta grandeza, declarándonos a nosotros mismos el mejor país del planeta, como si eso fuera verdad sólo por que las deidades celestiales así lo han decidido, ignorando completamente el mundo exterior a nuestras fronteras. Hemos utilizado nuestro incontestable y sin rival poder para elegir sencillamente abusar y mal administrar, para destruir arrogantemente nuestra posición en el mundo, en el proceso de erosión de las relaciones internacionales, del derecho internacional y de la hermandad entre naciones.

Nuestra inapagable sed de expansión imperialista, que las masas aprueban con indiferencia, es convenientemente excusada por la llamada histórica de los cielos sobre nuestro destino manifiesto, ese que supuestamente nos prometieron los dioses de la especie humana. Si profundizáramos en el espejo, veríamos que EEUU padece trastornos narcisistas de personalidad que rozan la megalomanía y que los convierten en una nación esquizofrénica, paranoica e insegura que debe recurrir a asignar presupuestos militares que exceden anualmente a la suma de todos los del mundo entero. En nuestra realidad, el poder hace la fuerza, la paz se asegura mediante guerra perpetua, nos sentimos más seguros creándonos enemigos, no aliviando sus agravios, y se considera de cobardes dialogar con tus enemigos. En ningún otro país del planeta son tan hipócritamente alabadas las enseñanzas de Jesucristo, sin practicarlas jamás.

Bajo ese punto de vista, la felicidad se asegura consumiendo y produciendo a niveles cada vez más altos e insostenibles en vez de viviendo la vida. En nuestra realidad, esclavitud equivale a libertad y a que el trabajo te hará libre. Como somos tan felices, consumimos las drogas farmacéuticas más psicotrópicas del mundo. Depresión, stress y sensación de vacío, parece que son las llaves para el nirvana y el éxtasis celestial.

Nos tragamos continuamente las mentiras y la propaganda, las manipulaciones y los engaños, creyendo que deidades desconocidas nos han hecho objeto de sus bendiciones, viviendo en lo alto de una colina, exhibiéndonos como un faro de luz que el mundo debe contemplar y aspirar a conseguir. Nos hemos cegado con un falso patriotismo que condena cuestionar al estado mientras festeja a quienes siguen como borregos sus órdenes. Hemos caído en la trampa del patrioterismo y la xenofobia unidos a una intolerancia y racismo evidentes, creyéndonos superiores al resto de pueblos de la Tierra, aunque precisamente nos componemos de todos los pueblos del planeta. Somos borregos, lemmings (*) y acólitos, siempre hipnotizados por cabezas parlantes, eruditos y supuestos “expertos”, sin pensar nunca por nosotros mismos, siempre haciendo lo que escupen los propagandistas de los medios.

No hemos hecho nada para parar las guerras de agresión, el supremo crimen contra la humanidad, que provoca la muerte de más de un millón de almas inocentes, y nada nos importa nada. Por supuesto, sólo hay que llorar, contar y considerar humanos a los muertos estadounidenses. Sólo nosotros nos merecemos la vida, la muerte y el reconocimiento. Los sufrimientos que permitimos que nuestro gobierno inflija no es algo que nos incumba. Nos hemos abochornado a nosotros mismos por nuestra pasiva aquiescencia ante la tortura, las ejecuciones, los gulag, las entregas extraordinarias, los indecibles niveles de sufrimiento y la desaparición de miles de seres. Nos regodeamos indiferentes ante los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad cometidos en Guantánamo, Abu Ghraib, Bagram y un sin fin de prisiones secretas esparcidas por todo el mundo.

No hicimos nada cuando abandonamos y nos deshicimos de la Convención de Ginebra, de la Constitución, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del Derecho Internacional y pisoteamos la Carta de Derechos. En efecto, la misma naturaleza de lo que hemos elegido ignorar y borrar de nuestras bellas mentes, está llegando con rapidez a nuestra propia tierra. Ignoramos que lo que nuestra nación le ha hecho a la mayor parte del mundo constituye nuestro propio peligro. Porque esa tiranía tan pronunciada, tanto hoy como en la historia recordada, donde EEUU tiene intereses vitales que proteger, nos va a alcanzar pronto a nosotros. Nos hemos tragado el cebo, ingiriendo casi continuamente el anzuelo arrojado por el mundo corporativista del beneficio y del estado, tragándonos todas las farsas colocadas en nuestro camino, engullendo asiduamente la propaganda de los medios dominantes. Hemos permitido que proliferen las corporaciones, que prevalezca la ignorancia y que los EEUU se transformen para siempre. Es posible, pues, que nos merezcamos lo que tenemos.

La Nueva Normalidad

Como no hemos parado de marchar hasta el río de la megalomanía tras la melodía del flautista de Hamelin, como nos quedamos dormidos frente a la violencia y la destrucción, y llevamos la Constitución al incinerador como sonámbulos, como soñamos un sueño imposible, como nos deleitamos en los vicios de la codicia y el todopoderoso dólar, como nos alimentamos a base de denegación, engaño y vanas ilusiones, nos hemos encontrado sin nación bajo los pies, con una nación que se ha ido desovando clandestinamente hasta convertirse cada vez más en un estado policial, con una cada vez más vigilada sociedad, convirtiéndose en un enclave autoritario, erigido a base indiferencia, nutrido por la ignorancia, protegido por el patrioterismo y la xenofobia.

EEUU va lenta, aunque inevitablemente, convirtiéndose en un país de represión, supresión, opresión y persecución; de temor y guerra perpetuos; de crecientes militarismo y fascismo; de enmarañada fusión de estado y beneficios; de ausencia de derechos y libertades; de supuesta democracia que hoy en día no es sino una impostura, una mezcla de manipulación y farsa donde la posibilidad de elección nos es sino una ilusión efímera, donde se selecciona a los candidatos mediante manipulaciones y engaños presentados por el Ministerio de la Verdad, donde las elecciones no son sino un mecanismo de control, y de fraude, donde los votantes no toman ni participan en decisión alguna, sólo quienes cuentan sus votos; y la supuesta representación del pueblo no es más que un espejismo para esconder la venta del gobierno a la subasta más alta por una hidra de dos cabezas cuyo doble propósito es extender el poder a las corporaciones y obtener más imperialismo para el imperio, ambos a expensas del pueblo, todo ello ha favorecido la veloz descomposición de la nación bajo las garras de las corporaciones.

La guerra de las corporaciones contra el pueblo estadounidense prosigue por tanto su camino victorioso, con sus lentas, aunque seguras, manifestaciones y reverberaciones entrecruzando el país como un tsunami invisible. Como olas gigantes clandestinas abalanzándose sobre la costa, el tsunami de los últimos siete años ha erosionado, con temerario abandono, los cimientos de la Constitución y de la nación misma. Todo lo que necesitaban los autoritarios y corporativistas para completar su proyecto, todo lo que se necesitaba para que EEUU descendiera completamente a las profundidades de Gran Hermano y vigilancia total y floreciente estado policial y ley marcial y tiranía, triturando la Constitución y así nuestras libertades y derechos, es otro golpe a nuestro sentido, bien sea mediante el colapso económico o social, o a través de una depresión u otra falsa operación que arrastre a las masas o otra guerra preventiva más en Oriente Medio. Todo lo que se necesita para que triunfe todo este compendio de males es que la buena gente no haga nada, lo mismo que han estado haciendo durante los últimos siete años, los mismo que han hecho durante las últimas décadas.

Porque con sólo alguna que otra protesta o lamento, la sangre de la libertad sale derramada del alma de cada estadounidense. Paralizados por el miedo y la ignorancia inducidos por las corporaciones, catatónicos ante las inequívocas señales del ciclón de fascismo que se aproxima, hipnotizados por el calor y confort que el consumismo y el materialismo proporcionan, el pueblo estadounidense se ha quedado ciego ante la guerra emprendida contra nuestros propios intereses y nuestras propias vidas. Sí, la cruzada de las corporaciones, neocon, neoliberales y autoritarios de nacimiento contra los ciudadanos de la nación ha pasado desapercibida, a pesar de unos pocos grupos de patriotas informados tratando desesperadamente de hacer sonar la alarma de la tormenta que llega.

La infraestructura de la tiranía se ha ido construyendo meticulosamente, profundamente empotrada en el mismo sistema, por debajo del radar de la mayoría de las personas, con el duopolio político y las tres ramas del poder en colusión completa, creando sus fundamentos, tras la aniquilación de la Carta de Derechos y la destrucción de las libertades civiles, con la construcción de leyes y regulaciones draconianas –a veces dadas a luz en secreto y otras abiertamente-, la inserción de precedentes u opiniones legalizando la criminalidad y la tiranía y condicionando a la población para insertar la “nueva normalidad” en la conciencia, con la propaganda para adoctrinarnos y aceptar todos los niveles de perversidad y criminalidad por parte del estado y el mundo de las corporaciones actuando al unísono, desde torturas a ejecuciones a asesinatos masivos a la necesidad de vigilancia constante de nuestras calles, de nuestras comunicaciones y de nuestras vidas diarias y el rechazo a perseguir a los mercenarios culpables de crímenes contra la humanidad.

La nueva normalidad ha penetrado en nuestra nación y en nuestra psique, desde aquel espantoso día de septiembre de 2001, asegurando que el péndulo político oscile al máximo hacia la derecha, hacia las tendencias autoritarias, convirtiendo al Partido Demócrata en una reencarnación de los Republicanos de ayer y llevando al Partido Republicano al abrazo total de las tendencias fascistas y autoritarias. Se fue, quizá para siempre, un válido ideal progresista en la política, una izquierda de centro que una vez fue evolucionando y alineándose con la social-democracia europea, que trataba de poner el énfasis en hacer lo que era mejor para el conjunto, no sólo para el individuo.

Se han ido transformando también las tendencias políticas de decenas de millones de estadounidenses lejos de los valores progresistas y por tanto lejos también de Jeruscristo, Gandhi y Martin Luther King, Jr, volviéndose en cambio hacia el confort de la seguridad y la protección, aunque sea un falso confort, hallando solaz en la teología extremista y depredadora, en convertir al diferente y al desconocido en chivo expiatorio, en las emociones de pensamiento de grupo del nacionalismo y el tribalismo, en la ignición de las llamas inherentes al patrioterismo y la xenofobia, en preferir seguir siendo ciegos, en la fe leal hacia los medios y el estado, en abrazar la seguridad que proporciona el Gran Hermano, en dar la bienvenida a autoritarias y falsas promesas y en renunciar, libre y gustosamente, a las libertades y derechos a cambio de la protección del estado.

En efecto, sacrificando todas las libertades y derechos de toda una nación, tanto en el presente como en el futuro, cambiando todo eso por un falso sentido de seguridad –nacido y nutrido por la propaganda estatal y de las corporaciones acerca de un enemigo fabricado y sobredimensionado- y, por otra parte, tratando deliberadamente que el país se haga más corporativo, abandonando en su esencia nuestro papel de ciudadanos que debe preservar lo que hemos heredado para nuestra descendencia, denigraremos para siempre el legado de nuestra generación. En los volúmenes futuros de la historia, la generación actual de estadounidenses será recordada para siempre por haber provocado un colapso completo y total a base de una mezcla de cobardía, ignorancia, indiferencia, temor y confort materialista, incapaces de preservar y luchar por los fundamentos de la nación, es decir, por los principios incardinados por la Constitución.

Para la generación que tan fácilmente se dejó arrancar las libertades y derechos preservadas durante centurias, conseguidas con sangre, sudor y lágrimas, con coraje y valor, en guerras y batallas, permitiéndose en su lugar el placer de ser violada por el corporativismo estadounidense, sólo habrá connotaciones negativas. Por desgracia, los EEUU han evolucionado de la Gran Generación a la Generación de los Cobardes –o a la Generación Fallida- en sólo unas cuantas décadas, en tan solo unas cuantas mutaciones del acervo genético, en el lapso de la nada, en la esfera de la inmensa plétora de los tristes relatos de la historia.

Con la llegada al sistema del próximo choque, del próximo suceso catalizador y transformador, del nuevo acto preventivo de agresión, del próximo acontecimiento tipo Golfo de Tonkin que se ponga en escena, el próximo banderín de enganche de terror que marque nuestras psiques, o la próximo estrangulación económica diseñada para saquear aún más riqueza a las clases medias y trabajadoras, se irá despertando y percudiendo la elaborada y cuidadosamente implantada infraestructura del gobierno autoritario.

Todas las leyes que se han puesto en marcha para convalidar la ley marcial, la sociedad vigilante y el Gran Hermano y las escuchas ilegales y las intrusiones en la privacidad, el espionaje doméstico, los arrestos de disidentes, la tortura, el estado policial, así como todas esas leyes que han destruido el habeas corpus y las garantías jurisdiccionales, y la Constitución y todas las libertades y derechos que nos eran tan queridos, emergerán como un virus maligno que ha se ha venido incubando durante años en nuestros cuerpos, cuidadosamente escondidos y comprando su tiempo hasta el día en que el caos supremo reine, cuando el temor provoque el stress, surgiendo de repente a la vida con el comienzo de un débil sistema inmunitario, lanzando un ataque asesino contra unos anticuerpos que se han vuelto impotentes para combatir su orquestado y calibrado asalto durante años de preparación, lavado de cerebro, glotonería y temor.

Todo lo que separa a los EEUU de ese estadio es un choque, un acontecimiento, una oportunidad para esos cuyos enemigos son la libertad y la democracia para orquestar la América de sus sueños siniestros. La mayoría de la gente no es consciente de la seriedad de esa amenaza, ni del peligro que nos ronda, ni de la siniestra ideología de nuestros supuestos líderes, ni de cuán cerca estamos de unos EEUU inmensamente distintos. Para ese cabildo, ese enemigo interior, la gente son el obstáculo, el real y verdadero enemigo. Es este grupo el que es nuestra mayor amenaza, nuestro enemigo auténtico.

Cuando nos demos cuenta que todo lo que nos han hecho creer durante los últimos siete años no es más que una charada, que la “guerra contra el terrorismo” no es sino un método de control más, que nuestra persecución del terrorismo nos ha llevado en dirección equivocada, que la verdadera entidad terrorista es interna, no exterior, que hemos estado desatando el infierno en la tierra contra pueblos inocentes y que esa amenaza interna nos odia precisamente por nuestra forma de vida, no podremos detener ya la hemorragia de nuestros derechos y libertades.

Un día despertaremos en una nación que no reconoceremos, en una pesadilla sobre una colina, en un faro de tiranía, en una tierra de borregos, en un hogar de esclavos. Cada día que pasa es un día en que el corporativismo avanza mientras nosotros retrocedemos, un día en que crece en poderío mientras nosotros perdemos fuerza. Cada día en que se permita que el elemento corporativista transpire es un día en que las cadenas de la esclavitud del pueblo se fortalecen. Cada día que dejamos pasar es un día en que nos vamos deslizando más abajo por el negro agujero corporativista, permitiendo que nuestras mentes sean cada vez más ignorantes, que el Ministerio de la Verdad vaya forjando nuestra realidad, que nuestras vidas se vean más constreñidas en la mazmorra invisible de los EEUU del mañana.

Un día, en un no muy distante futuro, nos despertaremos y abriremos los ojos sólo para ver que lo que nos llevó tanto esfuerzo conseguir ya no existe, que lo que asumimos que estaría ahí siempre se extinguió, que lo que nos olvidamos de que existía ha sido barrido, que lo que no estudiamos ni entendimos ha sido revisado, y que lo que no nos preocupamos de cuidar y defender ha sido destruido, para siempre.

Y por fin nos daremos cuenta de todo lo que nuestros padres y madres y abuelos y bisabuelos descubrieron con sudor, sangre y lágrimas, con la experiencia adquirida tras muchos años de activismo, valentía e insobornable fuerza del pueblo unido. Nos daremos cuenta de que ya es demasiado tarde, que los que están en el poder no dan nada y, como tengan oportunidad, se lo llevarán todo; que todo lo que la gente tiene en el presente, que cada libertad y derecho incardinado en los cimientos de EEUU se peleó, se buscó, de combatió, se defendió y se protegió.

Disfrutamos de nuestros privilegios gracias, y únicamente, a las generaciones pasadas de estadounidenses, que cada sucesiva generación salvaguardó lo conseguido con anterioridad, y luchó por lo que necesita obtener. Este muro de solidaridad trans-generacional fue construyendo las acumuladas libertades y derechos que teníamos al principio del siglo veintiuno. Por desgracia, si seguimos sin actuar, si no nos despertamos con las señales de alarma, el muro quedará sin terminar, erosionado por lo que nos hemos convertido como pueblo. El indestructible ladrillo y mortero, construidos tras 200 años de lucha, se desmorona y sucumbe ante el poderoso tsunami del poder de las corporaciones y del autoritarismo que se acercan velozmente a nuestras costas. El Año en que Vivimos Peligrosamente está sobre nosotros. Las penas del imperio han llegado. En esta lucha, los EEUU, al completo, están en Zona Cero. Se oye el tic-tac del reloj, el tiempo se está agotando. ¿Es que vamos a preferir vivir bajo la tiranía o combatir por nuestra libertad? ¿Vivir en nuestros EEUU, o en un conglomerado de corporaciones? En esa lucha por nuestra forma de vida, ¿qué ciudadanía aparecerá? ¿La versión del Pueblo de ayer o la de hoy? La elección, como siempre, es nuestra.

N. de la T.:

(*) Los lemmings son una clase de roedores que viven en zonas árticas y que, según se dice, en determinadas circunstancias se reúnen en grupos grandes e inician una migración suicida que les lleva en carrera alocada hasta el mar.

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