El año en que vivimos peligrosamente - Parte I
Manuel Valenzuela
Valenzuela’s Veritas
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
13/02/08
¿Pueden oler los humos y gases de un descompuesto motor económico que ha dejado de funcionar, con toda su sinergia escupiendo y lanzando esputos y con todas las piezas despachurradas bajo las garras, y vicios, del capitalismo neoliberal? ¿Pueden sentir el desmantelamiento de las bujías económicas del consumidor estadounidense, cómo la codicia e incompetencia del establishment sacrifica nuestro sustento y cómo el valor de nuestras vidas se va sometiendo más y más a la esclavitud del todopoderoso dólar y de quienes manejan sus hilos?
¿Pueden oír el clamor de los diversos Maquiavelos autoritarios, que hay muchos, aplaudiendo mientras se va desechando la Constitución como si fuera la basura del día anterior, y sus principios y fundamentos se van quemando en el interior del incinerador del fascismo? ¿Pueden escuchar cómo se va aniquilando uno de los más grandes documentos de gobierno jamás creados por el hombre y se va deshaciendo entre las llamas gracias al keroseno que le arrojan las corporaciones estadounidenses en el poder, mientras sus cenizas se esparcen lentamente por el reino de la nada?
¿Pueden ver, si es que no se han quedado ya ciegos ante la tele-basura y la información-entretenimiento, por la propaganda que definimos como noticias, por las mentiras y los engaños y la censura de los medios corporativos, por el brillo reconfortante de la televisión, por la charada que es la democracia estadounidense, por la miríada de distracciones a base de pan y circo y por el cercano fin de la libertad estadounidense, que será pronto reemplazada por el Gran Hermano, por una sociedad vigilante, por un estado policial y por un corporativismo con todas las de la ley?
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¿Pueden sentir la velocidad creciente del militarismo e imperialismo arrasando la nación, y el planeta, no dejando atrás sino una estela de odio y animosidad? ¿Pueden percibir que el imperialismo en el exterior y la libertad y democracia en casa son mutuamente exclusivos, que para conseguir el primero deben sacrificarse las segundas y que los pueblos, para que el imperialismo funcione, tienen que estar inmersos, inevitablemente, en una tiranía? ¿Se dan cuenta de que no somos sino la mayor de las conmociones, el mayor de los sucesos que catapulta nuestras vidas hacia las fuentes de unos EEUU completamente diferentes?
Si no se sienten indignados, incluso enfurecidos por la situación actual en EEUU, entonces es que no han prestado atención alguna, o que no les importa lo suficiente el futuro que sus hijos van a heredar y en el que van a tener que vivir. Si no están alarmados de ver adónde nos lleva el curso actual de las cosas, entonces es que han abandonado las responsabilidades de los ciudadanos informados, prefiriendo el calor confortable de la ignorancia a la frigidez absoluta de una más que ominosa realidad.
En efecto, ha sido nuestra pasividad y aquiescencia, engendradas por el confort, la distracción y la erosión del pensamiento crítico, las que han facilitado nuestro descenso hacia aguas autoritarias y corporativistas. Ha sido nuestra indiferencia y nuestra mentalidad de “aquí no puede suceder eso” lo que ha garantizado inevitablemente que sí suceda, que, de hecho, “suceda aquí”. Es nuestra inexperiencia con la tiranía dentro de la patria y la falta de exposición a tendencias autoritarias como la vigilancia, policía secreta, torturas, espionaje y desapariciones que prevalecen en muchos de los estados que EEUU apoya y que nuestro gobierno fomenta y que hasta hace poco no existían aquí, lo que nos expone a un asalto metódico por parte de ideologías maquiavélicas.
Lo que miles de millones de seres humanos han experimentado de primera mano, muy a menudo gracias al patrocinio, financiación, entrenamiento, apoyo, protección y estímulo de nuestro gobierno, aún no hemos llegado a sufrirlo totalmente nosotros. Los sucios actos clandestinos que la gente del exterior de nuestras fronteras conoce bien, y que se nos han mantenido ocultos, parten del principio de que si EEUU quiere mantener su imperio, debe continuar actuando como un imperio. Esto, desde luego, implica mantener un control férreo sobre sus estados vasallos, un control por poderes a través de sus hombres de paja, utilizando los métodos que cualquier aspirante a imperio debe saber ejercer, a saber: la tiranía, la opresión y la represión, junto con las herramientas con que cuenta cualquier autoritario acreditado como tal.
Como el imperio se extiende y trata de conseguir mayor control sobre los territorios, los recursos y los pueblos, sus métodos son cada vez más brutales, a la vez que los pueblos nativos van haciéndose más resistentes, por lo que, con el imperialismo creciente y la adición a la hegemonía, van necesitándose mayores cantidades de armamento militar, violencia y tiranía para aplastar y amenazar a los movimientos de resistencia. Para mantener su extenso imperio, EEUU debe por tanto convertirse en un ente abiertamente fascista, una realidad que no puede fusionarse con las libertades, derechos y democracia de su propio pueblo. Los dos principios, imperio y libertad, son diametralmente opuestos, elementos incompatibles en la lucha para determinar el futuro curso de la nación.
Dado que, históricamente, la elite de la nación y su establishment han escogido siempre el imperialismo, la expansión y la construcción del imperio, no hay razón para creer que esta deriva hegemónica vaya a ralentizarse. Muy al contrario, en un mundo de recursos limitados, de ansiosos y crecientes competidores, en un planeta que parece irse reduciendo, con una población en aumento y con un Washington embelesado en su arrogancia, auto-enaltecimiento, carácter excepcional y codicia, no cabe duda que la elite elegirá invariablemente sacrificar la Constitución y los cimientos de la sociedad estadounidense y, por lo tanto, las libertades y derechos de las masas, para mantener y ensanchar el reino de la hegemonía estadounidense. Este paradigma tiene lugar hoy en día, en tiempo real. La transformación está en marcha, justo ante nuestros ojos.
Entre el golpe que supusieron las elecciones generales del 2000, que permitieron la entrada en la rama del ejecutivo de corporativistas y autoritarios, y las primeras horas del Reichstag estadounidense, o 11-S, ese gran catalizador y transformador de acontecimientos, el Pearl Harbour neocon, EEUU, que era ya en las décadas anteriores uno de los más viciosos y diabólicos imperios, elevó sus niveles de arrogancia, unilateralismo, desafío, maldad, inhumanidad y violencia contra los pueblos del mundo.
Mientras que las robadas elecciones de 2000 dieron paso a una era de abierta hostilidad, unilateralismo y mentalidad tipo “haremos lo que nos de la gana” en la visión de EEUU sobre sus relaciones con el mundo, que supone la planificación y luz verde a los ataques, invasiones y ocupaciones de Afganistán, Iraq y otras naciones de Oriente Medio, el 11-S supuso la conmoción que introdujo en el mundo el intento estadounidense de una hegemonía global, ahora abierta y transparente, de la nueva normalidad, el facilitador de la nueva realidad de la humanidad. El trabajo interno del 11-S se centró en presentarlo como un ataque psicológico contra el pueblo estadounidense y se diseñó para que las masas se convirtieran en serviles y aquiescentes con los, por otra parte, impopulares métodos de construcción del imperio; también permitió que la Pax Americana empezara su búsqueda de la hegemonía sobre una base más transparente y, por ello, más fácil.
Como se describe arriba, antes del 11-S, la elite estadounidense se veía forzada a confiar en métodos más clandestinos de expansión hegemónica, así como a dar al menos la impresión de estar siguiendo y ajustándose al derecho internacional, manteniendo sus actividades en secreto ante su población para así poder controlar el frente interno, dada la impopularidad de la tiranía y de todos sus instrumentos. Esto hacía que al imperio le fuera más difícil conseguir sus metas. Con el fin de la Guerra Fría, desaparecida la amenaza del hombre del saco exterior utilizada como excusa para justificar las aspiraciones imperiales estadounidenses y, supuestamente, para defender la libertad y la democracia, se inventaron nuevas coartadas y se crearon nuevos enemigos que consiguieran la aceptación popular a fin de proseguir la marcha del Destino Manifiesto.
Por tanto, se implementaron nuevos métodos de manipulación, como el 11-S. La oportunidad que representó el 11-S, un acontecimiento catalizador y transformador, permitió a los fascistas estadounidenses continuar adelante con su anterior deriva, sólo que esta vez de forma más abierta y metódica, con todos los motores del poderío militar y social estadounidense alineados detrás del esfuerzo de conquista de territorios estratégicos, recursos y pueblos del mundo para las corporaciones estadounidenses, especialmente para el complejo militar-industrial-energético y su elite. Actualmente, mucho más que en el pasado, la criminalidad y el control se ejecutan con total y abierta arrogancia, sin preocuparse para nada de que el mundo sea testigo de un imperialismo que es tan sistémico como tiránico.
El 11-S, con todo su terror y miedo, produjo estupor, complicidad garantizada, pasividad e incluso apoyo ignorante por parte del pueblo estadounidense. Al fin y al cabo, un desconocido hombre del saco venido de fuera, de piel oscura, se había atrevido a atacar el imperio. Se consideró natural, pues, que el imperio contraatacara, aunque las tierras de ese hombre del saco fueran también, convenientemente, aquellas que se habían elegido preventivamente, con meses y años de anticipación, para ser objeto de invasión y ataque debido a su situación estratégica y a sus recursos naturales, que ese mismo imperio quiere para sí. Bajo esta rúbrica, junto con la frívola proclama de llevar “la libertad y democracia” a Oriente Medio y a Asia Central, el pueblo estadounidense se convirtió en el tonto útil para la maníaca ideología de los fascistas estadounidenses en el poder.
Lo que denominamos imperialismo estilo-estadounidense ha ido así evolucionando, aprovechando el 11-S para los dolores del parto, con descarada arrogancia y unilateralismo, con el terrorismo y hostilidad abiertamente patrocinados por el estado en desafío total y en confrontación directa con los pueblos del planeta. Donde una vez hubo asesinatos masivos, violencia, guerras, golpes de estado, represión, tiranía, ejecuciones, asesinatos, desapariciones, castigos colectivos, deshumanización y torturas clandestinas dictadas por las maniobras del imperio para controlar los lugares y los pueblos del mundo, con su surtido de dictadores, tiranos, juntas, reyes, pro-cónsules, ministros y estafadores de lite ayudando a mantener y ensanchar los campos del imperio, la siguiente etapa de la temeridad imperial ha puesto el imperialismo en primer plano.
Hoy en día el mundo entero puede ver, con excepción de los que viven dentro del mismo imperio –ya que la mayoría de sus ciudadanos eligen un cóctel de ilusiones vanas, negación, creencia en una condición de superioridad y en la bondad inherente de EEUU, ausencia de razón y auto-impuesta ignorancia para asegurar una mentalidad de “ojos que no ven, corazón que no siente”-, lo que millones de seres humanos han venido experimentando durante décadas. El imperialismo estadounidense y la construcción del imperio se han convertido en una realidad aceptada, una “nueva normalidad”, con sus intentos de construir y asegurar un poder hegemónico en todo el mundo mediante amenazas, violencia, guerras, estrangulación económica y colonialismo de mercado, algo tan evidente como que hace frío en invierno y que el sol aparece por el este.
Transformación
Sin embargo, la novedad, que no es bien comprendida por la inmensa mayoría de los 310 millones de personas afectadas, es que el imperio ha llevado el corporativismo clandestino y el gobierno autoritario hasta las mismas costas de EEUU. Ha empezado por importar la esencia misma de los métodos imperiales que utilizó y continúa utilizando en el exterior, ya que con la mayoría de esos métodos ha logrado triunfar y controlar cada ámbito, expandiendo así su hegemonía global.
Todo esto se ha logrado utilizando de forma criminal la psicología; induciendo el miedo en la población; postulando el sacrificio de la libertad en aras de la seguridad –que no se consigue nunca- mediante bombardeos masivos de propaganda; condicionando a las masas para que piensen sólo en nebulosos niveles de blanco o negro, en el razonamiento del bien versus el mal; destruyendo la economía y creando penuria, inseguridad financiera y necesidad de chivos expiatorios (la vieja estrategia del divide y vencerás); destruyendo puestos de trabajo y salarios, desmantelando lentamente las clases medias, es decir, convirtiéndolas en esclavas de las deudas y del capitalismo depredador; emprendiendo guerras imperiales perpetuas diseñadas para controlar los recursos y los lugares estratégicos, transfiriendo miles de billones de dólares del bolsillo del estadounidense medio a las arcas del establishment; aumentando exponencialmente el militarismo, el complejo militar-industrial-energético y la consiguiente asignación de presupuestos siempre en expansión al Departamento de Guerra, detrayéndolos de otros servicios del gobierno; acabando con el pensamiento crítico y la capacidad de razonamiento; aniquilando deliberadamente la educación; todo ello mediante el modelo sistémico de mentiras, engaños, propaganda y lavado de cerebro endémicos en los medios de comunicación dominantes; subastando al por mayor al mundo de las corporaciones todas las delegaciones, departamentos y agencias gubernamentales; y empotrando a corporativistas y facilitadores fascistas en todos los sectores del gobierno de Estados Unidos y sus aparatos de propaganda.
Con una más que maleable ciudadanía condicionada por la obediencia y la pasividad, es fácil entender por qué el corporativismo se extiende como un ave fénix en la nación de los Padres Fundadores. Es en el interior del estómago de la misma bestia donde, en el espacio de pocos años, el imperio ha declarado una guerra abierta contra el pueblo estadounidense, desatando un ataque devastador contra los derechos y libertades de todos los estadounidenses. Ha sido en los últimos siete años cuando más ha triunfado la política de erosión del poder, fuerza y bienestar de la mayor parte de estadounidenses de clase trabajadora y media, creando así una clase de siervos y esclavos prácticamente impotente. Es en el interior de las entrañas mismas del imperio donde el pueblo está siendo constantemente atacado, donde a diario se destruyen y aniquilan los medios de vida de cientos de millones de personas.
El objetivo, desde luego, es simple. Aumentando el miedo y creando el chivo expiatorio del enemigo exterior, un temible hombre del saco de piel oscura de incuestionable “maldad”, preferiblemente alguien que sea desconocido y diferente, por tanto, el mismo objeto del temor, alguien que, fortuitamente, habita en las tierras cuyos recursos y situación codicias, validando así la guerra y la destrucción y la conquista y la ocupación, el populacho es bombardeado con la receta del odio engendrado y, por supuesto, del temor perpetuo. Como salido de una novela de Orwell, el fabricado odio hacia el árabe y el musulmán es así utilizado para conquistar los recursos y tierras necesarios para expandir la hegemonía, con la aquiescencia y pasividad del pueblo, así como para aniquilar las libertades y conseguir un mayor y mejor control sobre la vida de la población.
Un pueblo en constante temor de perder su “forma de vida”, sus acariciadas “libertades”, que la propaganda catapultada vomita inmisericorde cada día, haciendo de la repetida mentira un verdad certificada a los ojos de decenas de millones, inevitablemente llevará a una fe desenfrenada, aunque ciega, en los elementos de gobierno que, por definición, uno confía que protegen y defienden al pueblo. Si cientos de millones no tienen problema en creer con fe ciega en un dios que antes nunca han visto, oído, olido o sentido, absorbiendo las historias y el lenguaje de nuestro pasado primitivo, rechazando utilizar la razón y el pensamiento crítico para combatir mitos y fábulas, ¿cómo podemos esperar que no crean ciegamente en un poder ejecutivo tangible y unitario que actúa con la figura del padre –o macho dominante, si vamos al caso- que ofrece promesas de seguridad y protección en un mundo incierto y aterrador -aunque no sea más que una charada ficticia- mientras nos sermonea desde el púlpito?
Junto al desastre económico que viene –que, inevitablemente, causa angustia, odio, chivos expiatorios, falso patriotismo, xenofobia, racismo, crimen, dureza, hambre, sufrimiento, pobreza, miedo, división e inseguridad en un gran segmento de la población, haciendo por tanto de decenas de millones de seres fáciles objetivos dispuestos a aceptar el autoritarismo y el gobierno tiránico sobre sus vidas-, el uso de un enemigo exterior como chivo expiatorio apropiado, hace que las irritadas masas puedan concentrar su rabia en algo, garantizando virtualmente la conformidad nacional y aceptando la erosión de las garantías constitucionales a favor de un estado policial y vigilante dominado por las corporaciones. Esta fórmula ha logrado maravillas a favor de muchos de los más despiadados dictadores de la historia moderna.
Esa combinación de conmoción económica unida al miedo al terrorismo y a un muy peligroso enemigo exterior que quiere destruir la forma de vida de la gente es una receta de éxito para la implementación de la doctrina corporativista y autoritaria por toda la nación. La rabia, resentimiento y energía negativa de las masas, muy desgastadas por la dureza de una recesión severa o casi depresión, son fácilmente acotados en una amalgama de resentimientos que puede manipularse y canalizarse en la dirección que elija la elite corporativista. Bajo esas condiciones, y teniendo un chivo expiatorio contra quien dirigir la rabia, el odio y las emociones, el elemento corporativista en el poder puede dictar disparates y agresividades con temerario abandono.
Junto con una débil y confabulada asamblea legislativa –que no son sino una colección de defraudadores, encantadores de serpientes, chalanes, mentirosos profesionales, oportunistas y políticos corruptos, todos ellos doblegándose ante los ataques del mundo de las corporaciones, con sus poderes diezmados, su importancia disminuida, convertidos en una insignificante entidad generadora de opinión, bajo el control y poder firmes del ejecutivo unitario, incapaz de imponerse o de controlar al presidente-emperador-, Washington se ha convertido en la misma entidad que destruye libertades y derechos y ayuda a construir y reforzar la infraestructura necesaria para una corporación permanente, una sociedad vigilante, un estado policial, una realidad autoritaria.
Lo que ninguna organización terrorista hubiera podido conseguir nunca durante los últimos siete años, lo ha hecho el mismo gobierno al que la mayoría de estadounidenses creen incapaz de llevar a cabo perversidad alguna, el mismo gobierno en el que hemos puesto una fe ciega y en el que hemos confiado, el mismo gobierno que pensamos actualmente que tiene una oposición dentro de sus filas. Irónicamente, lo que ese hombre del saco externo nunca podría haberse llevado está siendo metódicamente saqueado por nuestros “protectores” internos, y con todo nuestro desenfrenado, si bien ignorante, apoyo y entusiasmo. Quitarle un caramelo a un bebé es un esfuerzo mucho más difícil. Con el estado y las corporaciones operando secreta y conjuntamente, las masas han quedado abandonadas y que se las apañen ellas solas como puedan.
En realidad, ha sido el gobierno, con ayuda de los medios de comunicación dominantes, el que ha aterrorizado a la ciudadanía mediante una exhibición abierta y continuada de guerra psicológica. Ha sido el gobierno, junto con el Ministerio de la Verdad, el que ha instilado temor e inseguridad a la población. Son ellos quienes, bajo cualquier definición de terrorismo que se quiera considerar, se han convertido en nuestros terroristas, en nuestro enemigo real, en nuestro hombre del saco interior. Traficar con el miedo nunca fue tan fácil, y cuando el trauma colectivo del 11-S se calmó, todo lo que se necesitó para despertar los sentidos de las masas fue una sarta de mentiras sobre nuevos ataques, mayor deshumanización respecto al enemigo, propaganda sobre amenazas e inseguridades inminentes y, si todo eso fallara, un falso suceso más que sirva de banderín de enganche.
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