“Bolas de fuego”
Edgar Castro Bathen
SigloXXI
02/10/10
Se calcula que diariamente caen a la Tierra 40 toneladas de meteoritos, pero la mayoría cae en el océano.
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La noche del 11 de diciembre de 1993 nos encontrábamos observando estrellas con un grupo de compañeros, cuando de pronto apareció en el cielo una luz roja. Al principio era pequeña, pero en pocos instantes creció en tamaño y subió de intensidad. La luz cambió a un color naranja brillante y luego se dividió en tres partes que salieron disparadas en diferentes direcciones. Los que estábamos observando nos quedamos boquiabiertos. Afortunadamente en el grupo estaba Steven O’meara, un observador muy experimentado, quien nos explicó lo que había sucedido.
Se trata de un caso muy raro en el que un meteoro entra a la Tierra en dirección exacta hacia donde está el observador. Normalmente, si uno mira un meteoro deja una estela de chispas, pero en esa oportunidad no vimos ninguna porque lo estábamos viendo venir de frente! (nunca hubo peligro de que nos cayera encima porque vienen a mucha altura y se desintegran rápidamente). El cambio de intensidad y color se debió a la fricción del objeto con la atmósfera. Si no hubiera sido por la experiencia del observador que nos acompañaba, seguramente hoy estaría contándoles que vi un ovni o un fenómeno inexplicable.
Otro caso sucedió el 22 de noviembre de 1996, el arquitecto Marco Antonio González estaba observando la nebulosa de Orión a través de un telescopio, cuando una luz muy fuerte se reflejó en el lente. Instintivamente retiró la vista y la dirigió hacia el cielo, sorprendiéndose al ver una bola de fuego que cruzaba el firmamento. Siendo una persona preparada para reportar observaciones, logró dominar la emoción y tomó nota de que llevaba dirección suroeste-noreste, que eran las 10:10 p.m. y que fue visible alrededor de 15 segundos. Estos datos resultaron de gran utilidad, pues luego se supo que un meteorito había caído en Honduras, en el departamento de Santa Bárbara. El bólido impactó cerca de un cerro en San Luis, provocando gran alarma entre los pobladores. Los datos de González fueron enviados a la NASA; sirvieron para confirmar la trayectoria del objeto y se publicaron en la revista Sky&Telescope, en marzo de 1997.
El meteorito nunca fue encontrado debido a dificultades de acceso al lugar donde cayó, pero sigue ahí, enterrado en algún lado. Ivan Javora, quien ha observado lluvias de meteoros por muchos años, dice que se les llama “meteoros” a los fragmentos de piedra que entran en la atmósfera y se desintegran en el aire. Es incorrecto llamarles “estrellas fugaces” porque no tienen nada que ver con las estrellas. Si caen a tierra cambian su nombre a “meteoritos”, de los cuales hay ejemplares que se han recuperado en México, Estados Unidos, las regiones polares y Siberia.
Se calcula que diariamente caen a la Tierra 40 toneladas de meteoritos, pero la mayoría caen en el océano. Coincidentemente los pescadores del Puerto San José cuentan historias sobre bolas de fuego que han visto caer en el mar. Quizá sean ciertas.
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