El concepto de la seguridad israelí y la ilusión de la paz

Abdulá al-Ash’al
Al-Hayat
Traducido para Rebelión por Loles Oliván
14/08/10

El mandato de la Iniciativa Árabe de celebrar negociaciones directas con Israel, que fue el resultado de la reunión de su Comité el 29 de julio de 2010, está destinado a la confusión debido a su extrema gravedad y al hecho de que al mundo árabe no le convence ese enfoque nihilista que busca atraer a Israel a un punto final del conflicto.

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Que los árabes cubran sus apuestas sobre las garantías de Estados Unidos constituye un peligroso comienzo para la disolución de la cuestión y, por ello, se reservó a la Liga Árabe y a Abu Mazen la autoridad para ordenar las negociaciones directas; la Liga es incapaz de mantenerla, y Abu Mazen no está dispuesto a utilizarla en este acto de suicidio político.

Cuando se estableció Israel su obsesión principal era la seguridad. Era normal, tratándose de una entidad ajena que había sido impuesta a la región, lo que explica por qué los inmigrantes judíos, que formaron el núcleo de Israel, consideraban a los dueños de la tierra palestina terroristas. Sin embargo, los palestinos no entendieron lo que significaba hasta más recientemente, cuando los líderes israelíes declararon que “Israel” es un proyecto para redimir la tierra de sus antepasados de los usurpadores. Esta concepción de Israel formó parte de la declaración del Estado pero no llamó mucho la atención en 1948 y fue considerada por algunos como una broma. La primera referencia en documentos internacionales a cerca de que la seguridad de Israel está vinculada a las fronteras con sus vecinos se encuentra en la Resolución 242 que estableció el derecho de Israel a existir dentro de fronteras seguras y reconocidas.

Esa declaración incluye tres temas: el primero es la existencia de Israel y su derecho a ella, dado que Israel fue creado de una manera anormal. Considerando que los Estados suelen surgir de otros ya existentes, ya sea por la secesión o por la unión, nunca se había dado un caso de que un Estado surgiera de las ruinas de otro en medio de misterios y rituales, como si se tratara de un Estado de genios y demonios que a partir de entonces hubiera asolado esta región con Occidente. Por tanto, ese era el dilema de aceptar la resolución del Consejo de Seguridad, una resolución que no contenía nada salvo dicha referencia, que constituía el núcleo del problema. Su afirmación del derecho de Israel a existir no tiene ninguna base e incluso, buscar su fundamento en los libros sagrados, ofende tanto al pueblo palestino como a los grupos de judíos que son siervos de Dios. (Que ese Dios no quiera que se preste apoyo a esos grupos a expensas de un pueblo que ha vivido en esta tierra durante miles de años). En consecuencia, la aceptación de la resolución 242 implica una aceptación de la existencia de Israel.

La tercera cuestión es la de unas fronteras seguras. Algunos de los materiales más apasionantes escritos acerca de este concepto se ofrecieron en la polémica que se desencadenó en las páginas de la Revista Americana de Derecho Internacional entre el difunto erudito, Ibrahim Shehata, autor en su lecho de muerte de Mi voluntad hacia mi país, y un número de profesores judíos que se escondían tras las así llamadas ciencia y objetividad. Esas fronteras seguras ya han trascendido los límites geográficos y se han ampliado a los reinos de la seguridad moral y psicológica de los judíos de Israel. No hay duda de que la exageración del concepto de fronteras seguras concuerda con la determinación de Israel de imponerse a la región por la fuerza. Por lo tanto, las fronteras seguras incluyen impedir la aparición de cualquier Estado que simpatice con los derechos árabes o que busque exponer la realidad del proyecto sionista. Ello supone negar a tal Estado la capacidad de armarse con cualquier cosa que pueda apoyar la causa árabe. Esas fronteras también implican quebrar la región y crear discordia entre y dentro de sus Estados, así como apoyar sistemas que impiden el crecimiento de sus pueblos y garantizan su empobrecimiento y su opresión. De ese modo, Israel obtiene un doble beneficio; por un lado, se alaba su democracia racista en el contexto de la ausencia de democracia árabe, lo que constituye una de las bases fundamentales para el apoyo del derecho de Israel a existir y para la justificación de sus crímenes. Por otro, se garantiza la seguridad de Israel frente a un despertar masivo de la población que pueda hacer añicos sus sueños, porque no es lógico que un país pequeño domine una región de cientos de millones de habitantes rodeada por más de mil millones de musulmanes y miles de millones en los demás países en desarrollo. Este aspecto ha obligado a Israel a llevar a cabo la diplomacia de la vigilancia que se mueve en todas las direcciones para hacer retroceder el cuerpo árabe.

Israel ha identificado sus fronteras seguras, que incluyen todo el mundo, y se ha garantizado el reconocimiento de su derecho a existir. El reconocimiento de tal derecho a existir y de fronteras abiertas para Israel significa su derecho a actuar abiertamente e incluso a cometer delitos durante todo el tiempo en que amenazar tal derecho sea ilegal.

Así, Israel ha insistido en que “la flotilla de la libertad” es la agresora, que mantenerla alejada por la fuerza, aun cuando hubiera víctimas, fue legal, y que la propia flota era un nido de terroristas. Israel también ha subrayado ante Naciones Unidas, en respuesta a la resolución del Consejo de Derechos Humanos para formar una comisión de investigación sobre el incidente contra la flota, que ésta cometió un acto ilegal al quebrar el compromiso con Israel y con su “legítimo derecho” a estrangular Gaza en defensa propia.

La misma [concepción de la seguridad] explica también la expulsión de Israel de los árabes palestinos del Neguev, como su embajador en El Cairo dijo a la BBC el 31 de julio del año pasado. Lo que significa que la seguridad de Israel está determinada por Israel, algo que Estados Unidos comprende muy bien. Por lo tanto, la retórica política estadounidense, en este sentido, persiste en considerar sagrada la seguridad de Israel, y así se repite visiblemente en todas las declaraciones de Estados Unidos respecto a Oriente Próximo. Israel ha ampliado ahora su preocupación por la seguridad a Corea del Norte acusándole de suministrar misiles a Hizbolá y a Siria; algo que impide la dominación israelí y dificulta su exclusividad total sobre diferentes tipos de armas así como su capacidad para amenazar a otros con total impunidad. De ello se deduce que dentro de esta concepción, la seguridad de Israel no se pueda combinar con ningún tipo de acuerdo de paz con los palestinos y los árabes; la solución que se requiere es que se reconozcan las consecuencias de la teoría israelí. Además, no se puede condenar ninguna acción de Israel y, por tanto, Washington ha defendido desesperadamente la posición israelí sobre el holocausto de Gaza y “la flotilla de la libertad”, al igual que combatió el Informe Goldstone.

Israel y Washington también cooperan con el fin de desmembrar Sudán y el resto de las naciones árabes para aplicar un proyecto que se hizo público en los años ochenta en la revista Foreign Policy. Vale la pena señalar que la Corte Internacional de Justicia se negó a usar la seguridad de Israel como justificación para la construcción del Muro de separación, y que ello fue un golpe fatal para el derecho de Israel a mantener a su antojo el derecho de legítima defensa y el derecho a la seguridad, tal como los exige.

Por último, la seguridad de Israel y su existencia contradicen fuertemente la existencia árabe, y más aún, la seguridad nacional árabe. Así que después de todo esto, ¿qué quiere Washington de los árabes?

* El autor es ex diplomático egipcio.

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