Honduras:“Me dijeron ‘encomiéndate a Dios”
María Laura Carpineta
Página 12
31/12/09
A César Silva, periodista y miembro de la resistencia, lo tuvieron detenido 24 horas en la clandestinidad de la represión golpista. Le quitaron todo: documento, celular, agenda, y lo interrogaron como “sospechoso de terrorismo”.
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Le cruzaron el auto, lo encapucharon y lo encerraron en una habitación de dos metros por dos con paredes de tierra. Le prendieron un reflector a centímetros de la cara, lo acusaron de esconder armas para una célula terrorista y amenazaron con matarlo. No era la primera vez que la dictadura hondureña detenía a César Silva, periodista e inquebrantable miembro de la resistencia; pero sí era la primera vez que desaparecía en la clandestinidad de la represión golpista. “Estaban vestidos de civiles pero hablaban, sin lugar a dudas, como militares”, aseguró Silva en diálogo telefónico con este diario.
Según su relato, lo secuestraron a las 8.30 de la mañana del lunes cuando volvía del sur del país, de recopilar denuncias y material audiovisual sobre las violaciones a los derechos humanos de la dictadura. Lo habían alcanzado a la periferia de la capital y de ahí se había tomado un taxi para cruzar Tegucigalpa, hasta su casa. “No hicimos más que ocho o diez minutos cuando veo que un vehículo nos seguía. Se adelantó y nos cerró el paso.” Dos hombres salieron de la camioneta con armas cortas y lo arrastraron hasta el asiento trasero. Le pusieron una capucha y le metieron la cabeza entre las piernas. “Encomiéndate a Dios, eso es lo único que te queda”, recordó Silva que advirtieron.
Le quitaron la camisa y los zapatos, continuó relatando, y lo dejaron durante dos horas en una pequeña habitación sin luz. “Hacía mucho frío. Creo que era una baraheque. Es el tipo de construcción que hacen los campesinos con madera y tierra”, contó. “De repente, en un momento entraron varios hombres me pusieron una luz muy poderosa enfrente para que no pudiera ver y empezaron con el interrogatorio. Querían saber cuántas células terroristas había y qué armas teníamos. Les dije que era un periodista y no sabía nada de eso. Los golpes eran permanentes, pero no eran demoledores, se cuidaban de no dejar marcas”, continuó.
El momento más violento fue entrada la madrugada. “El que hacía de tipo rudo entró dando un portazo y gritando: ‘Ahora sí vengo dispuesto, vas a cantar o te mato’. Me tomó por el cuello, me tiró al suelo, me pateó y me puso una silla en el cuello para ahogarme. Me echó una bolsa de agua en la nariz. Me estaba asfixiando, y él intentó meterme la bolsa en la boca. Pero de afuera le gritaron: `Ya te dije que no te metas a pedos (en problemas), dejalo’. Salió rabioso y tiró la silla”, recordó.
La dictadura tenía el ojo puesto en el periodista de 29 años desde la misma madrugada del golpe de Estado, el 28 de junio pasado. Silva estaba en el municipio de Guaymaca, en el departamento de Francisco Morazán, cubriendo la víspera de la consulta popular impulsada por el ahora derrocado Manuel Zelaya. Trabajaba como camarógrafo del Canal 8, una señal estatal. No bien se enteró del levantamiento militar intentó denunciarlo al aire, pero no le dejaron transmitir. Entonces consiguió autoparlantes, los enganchó a su auto y dio vueltas por el centro de la ciudad convocando a marchar por la democracia. No duró ni una hora; la policía lo detuvo.
A lo largo de los seis meses de dictadura, Silva sufrió el constante acoso de la policía y los militares. Estuvo en el aeropuerto de Tegucigalpa cuando Zelaya intentó volver al país por primera vez y fue el que cargó en brazos al joven Isis Murillo, minutos antes de convertirse en la primera víctima mortal del régimen de facto. En agosto recibió una golpiza salvaje ante las cámaras internacionales durante una manifestación frente al Congreso nacional.
Pero a pesar de las incesantes amenazas Silva no endulzó sus críticas ni suspendió sus esfuerzos. Ante el cerco informativo levantado por la dictadura, se convirtió en fuente y colaborador de la cadena Telesur, Radio France Internationale y otros medios televisivos y radiales latinoamericanos. Además, acumulaba imágenes y testimonios de todas las violaciones a los derechos humanos registrados por los organismos como Cofadeh, el Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Honduras. “Está armando un documental sobre la represión de la dictadura. Lo estaba haciendo con Renard Fajardo, el maestro y artista de 22 años que apareció asesinado el 23 de diciembre pasado”, advirtió Bertha Oliva, la directora del Cofadeh. Silva llegó, asustado y golpeado, a su oficina el martes a las 11.15. Le habían quitado todo: documento, celular, agenda y su maletín con documentos. “Estamos intentado conseguir alguna garantía internacional, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos o de la ONU, porque aquí ya no se puede asegurar su vida”, advirtió Oliva.
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