¿Un monstruo fuera de control?
Alan Hart
alanhart.net
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
30/10/09
En el primer aniversario del comienzo de la guerra de Israel contra la Franja de Gaza –a mi juicio fue una demostración del terrorismo de Estado israelí en su forma más descarada– no basta con decir que los gobiernos de las potencias occidentales (y otras) son cómplices del continuo castigo colectivo por parte de Israel de 1,5 millones de palestinos, un 53% niños.
Lo que sucede realmente en la Franja de Gaza bloqueada, y de modo menos obvio en Cisjordania ocupada, es la continuación furtiva de la limpieza étnica de Palestina por el sionismo. Mi amigo, el profesor Ilan Pappe, destacado historiador “revisionista” (es decir honesto) y autor de La limpieza étnica de Palestina*, lo diría y lo dice de otra manera. Lo que estamos presenciando es, en sus palabras, “un genocidio a cámara lenta”. Y en eso, realmente, son cómplices los gobiernos de las potencias occidentales (y otros).
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La pregunta que provoca en mi mente es: ¿Por qué, realmente, las principales potencias (y otras) permiten que eso suceda?
La única respuesta que tiene algo de sentido es la siguiente. Han llegado a la conclusión, pero no lo pueden decir, de que Israel con armas nucleares, con la ayuda del lobby sionista en todas sus manifestaciones, es un monstruo fuera de control.
En mi análisis es posible identificar el momento histórico en el cual las principales potencias abandonaron toda esperanza que podrían albergar de contener las ambiciones coloniales del sionismo.
Llegó, ese momento, en la secuela inmediata de la guerra de 1967.
Contrariamente a la versión sionista de la historia, fue una guerra de agresión israelí, no de autodefensa. Como documento en detalle en mi libro Zionism: The Real Enemy of the Jews, los dirigentes militares y políticos de Israel sabían que los árabes no tenían la intención de atacar.
Al ser así, lo que las principales potencias deberían haber dicho a Israel (en el lenguaje diplomático de una Resolución del Consejo de Seguridad y más explícitamente tras puertas cerradas) es algo como: “No se puede premiar una agresión. Los agresores no pueden conservar territorio conquistado en una guerra. Ahora se les exige que se retiren de inmediato sin poner condiciones para su retirada”.
Para enfatizar ese punto, podían y debían haber recordado a Israel lo que el presidente Eisenhower dijo al pueblo de EE.UU. cuando exigió la retirada incondicional de Israel del territorio egipcio después de su colusión con Gran Bretaña y Francia en 1956. Eisenhower, el primer y último presidente estadounidense que contuvo al sionismo, dijo lo siguiente: “Si aceptamos que el ataque armado puede lograr adecuadamente los propósitos del atacante, temo que habremos retrasado el reloj del orden internacional. Habremos aprobado el uso de la fuerza como medio para resolver diferencias internacionales y obtener ventajas nacionales… Si la ONU admite una vez que las disputas internacionales pueden resolverse mediante el uso de la fuerza, habremos destruido el fundamento mismo de la organización y nuestra mejor esperanza de establecer un verdadero orden mundial”.
Lo que pasa es que las principales potencias no pudieron decir eso a Israel en 1967 porque el gobierno de Johnson se había coludido con Israel hasta el punto de darle luz verde para la destrucción de las fuerzas armadas de Egipto, con la esperanza de que una humillante derrota llevara al derrocamiento del presidente Nasser.
Pero también es verdad que el presidente Johnson buscó y obtuvo una garantía de que Israel no aprovecharía la situación en la guerra para apoderarse de territorio jordano y sirio. Debido a que algunos en el gobierno de Johnson (probablemente el secretario de defensa McNamara y el Estado Mayor Conjunto) no confiaban en que Israel cumpliría su palabra, el barco espía estadounidense, el Liberty, se situó frente a la cosa de Israel y Gaza para escuchar las órdenes de movimiento del ejército israelí. Y el ministro israelí de defensa Dayan ordenó el ataque contra el Liberty porque no quería que Johnson supiera que se proponía apoderarse de Cisjordania y los Altos del Golán. (La historia completa de ese ataque y del encubrimiento de Johnson del mismo también está en mi libro, en un capítulo titulado “The Liberty Affair – ‘Pure Murder’ on a ‘Great Day’”).
A pesar de eso, las principales potencias, incluyendo a EE.UU. y bajo su dirección, podrían haber actuado firmemente para contener las ambiciones coloniales del sionismo. Podrían haber dicho a Israel algo como: “Podemos apenas tolerar el hecho de que retendréis los territorios árabes recién ocupados como una carta de cambio, para cambiarla por paz con vuestros vecinos árabes, pero no permitiremos que os asentéis en esos territorios. Ni un edificio. Si nos desafiáis en este punto, el Consejo de Seguridad autorizará la acción necesaria para obligaros a cumplir con el derecho internacional”.
Lo que se convirtió en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad, fue que las principales potencias no lograron impedir la acción ilegal de Israel de asentarse en los territorios recién ocupados, lo que marca el momento en el que las principales potencias se resignaron al hecho de que el Estado sionista, con la ayuda de su pavorosamente poderoso lobby global, era un monstruo al que no podían controlar. (Podían darle un tirón de orejas de vez en cuando, pero no controlarlo.)
La lección del ataque a sangre fría contra el Liberty fue que no hay nada que el Estado sionista no pueda hacer, a sus amigos así como a sus enemigos, a fin de salirse con la suya. (En mi libro explico, sobre la base de una conversación con Dayan, la verdadera razón de la decisión de Israel de adquirir un arsenal nuclear. Fue para tener la capacidad de amenaza disuasiva de decirles a sus amigos: “No nos presionéis más allá de donde estamos dispuestos a ir o utilizaremos estas cosas”.)
De modo que a la luz de la verdad histórica, en lo que tiene que ver con la generación y la sustentación del conflicto en Palestina, que se convirtió en Israel, no sorprende que las principales potencias (y otras) sean actualmente cómplices, más por omisión que por intención, en los crímenes del sionismo.
* Traducción de Luis A. Noriega, ed. Crítica, 2008.
Alan Hart ha sido corresponsal extranjero de ITN y de Panorama de la BBC. Ha cubierto guerras y conflictos dondequiera que ocurrían en el mundo y se especializó en Oriente Próximo. Autor de: Zionism: The Real Enemy of the Jews: The False Messiah. Tiene su blog en www.alanhart.net
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