La toxicidad indirecta de los fármacos

Dsalud
07/01/10

Hay quienes aún piensan que los laboratorios farmacéuticos trabajan para obtener fármacos que beneficien a los pacientes y gracias a ello obtienen luego cuantiosos beneficios económicos pero de manera secundaria cuando lo cierto es que hoy gran parte de ellos ha antepuesto el negocio a la salud. Es más, puede afirmarse que la industria farmacéutica ha jugado en muchas ocasiones con la salud y la vida de la gente. Lo que no es ya tan conocido al ser menos evidente es que también juega con su salud psíquica: sus sentimientos, esperanzas, afectos, confianza, etc.

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De que la industria farmacéutica juega con la salud física de los pacientes tenemos miles de ejemplos. Basta recordar un par de ellos sonados -no es el objetivo de este artículo- como los escandalosos casos de la multinacional Merck con el Vioxx (Rofecoxib) -varios investigadores habían advertido de que su consumo incrementaba el riesgo de sufrir infartos de miocardio y cerebrales pero el laboratorio lo ocultó hasta que miles de personas los sufrieron (lea en nuestra web –www.dsalud.com- el artículo que con el título Antiinflamatorios: uno de los negocios más rentables... y vergonzosos apareció en el nº 80) y el experimento que hizo Pfizer en Nigeria donde ensayó un nuevo antibiótico –el Trovafloxacino (Trovan)- en un brote de meningitis infantil cuando el fármaco no estaba aprobado para ese uso y el resultado fue la muerte de varios niños. La falta de ética de ambas multinacionales no requiere más comentarios.

Es más, es una vergüenza que haya tantos fármacos que producen alta toxicidad directa en quienes los ingieren. De hecho el ya mencionado Vioxx -que afecta negativamente a las arterias coronarias-, el Trovan (Trovafloxacino) -antibiótico que dañaba el hígado- o el Prepulsid (Cisapride) –que producía arritmia- fueron retirados ya del mercado pero son muchos más los que afectaron a nuestra salud y tuvieron que ser igualmente retirados... y aún mayor el número de los que tendrán que serlo en el futuro porque hoy están provocando daños similares.

Dicho lo cual añadiré que en este artículo no voy a detenerme en la toxicidad directa de los fármacos sino en lo que podríamos llamar sin ambages “toxicidad indirecta o inducida” por ellos. Así que veamos en qué consiste y cuáles son los factores que a ella contribuyen. Y adelanto que lo que voy a explicar se basa sobre todo en la experiencia clínica de los miembros del departamento de Clínica Psicoanalítica de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero -que lleva 28 años funcionando en España- así como de su departamento de peritación judicial donde médicos psicoanalistas con especialización en varias áreas de la Medicina -Familia, Psiquiatría, Medicina Interna, Reumatología- observamos en algunos pacientes que tras ingerir algunos de los fármacos que luego se retiraron del mercado por sus graves efectos secundarios–alguno hasta comprometían la vida- no se apreciaban a veces en ellos secuelas orgánicas pero sí psíquicas. En ocasiones tan severas que comprometían gravemente su calidad de vida.

Así que decidimos utilizar la expresión “toxicidad indirecta” para describir tales casos y aludir a las patologías psíquicas relacionadas no directamente con la toxicidad del fármaco sino con otros factores de índole psicológica como son la expectación confiada en el tratamiento y su quebrantamiento, las esperanzas puestas en el medicamento y su defraudación, la amenaza de muerte o lesión severa que sufren los pacientes bajo los efectos del fármaco aunque ésta finalmente no se produzca... Pero analicemos más despacio cada uno de estos puntos.

Cada persona es un mundo

Debemos empezar diciendo que no todos los pacientes a los que se les administra un fármaco que luego se debe retirar por su riesgo de toxicidad desarrollan una neurosis traumática. En la toxicidad indirecta el factor clave es el miedo; es él el detonante de la patología. Bueno, más que el miedo el susto. Es éste el desencadenante crucial de una neurosis traumática, patología que actualmente es conocida también como trastorno por estrés postraumático. Y es que hay que distinguir entre susto, miedo y angustia. A fin de cuentas,
-la angustia es la situación que nos avisa del peligro; es pues un estado de alerta que nos prepara para afrontarlo.

-el miedo tiene siempre un claro objeto: lo que se teme es un peligro concreto.

-el susto, en cambio, es lo que provoca algo inesperado, un auténtico factor sorpresa. Y su efecto es el más importante porque uno no estaba preparado para él, pilla de sorpresa, a contrapié. Por eso se considera el factor clave en la producción de las neurosis traumáticas.

En los pacientes que han sufrido graves accidentes de tráfico se ha observado por ejemplo que los que se dieron cuenta segundos antes del peligro que se les venía encima sufren con mucha menos frecuencia neurosis traumáticas que los que no se dieron cuenta de nada, aquellos a los que el accidente “les pilló” de improviso.

Pues bien, tampoco todos los pacientes que han tomado un fármaco que al poco tiempo se ha retirado del mercado por su toxicidad o peligro desarrollan neurosis traumática. Hay, como en el caso de los accidentes de tráfico, algunos factores que contribuyen a que ésta aparezca o no. Y son éstos:

-Las esperanzas puestas en el fármaco y su defraudación. La importancia de este aspecto sugiere que la publicidad farmacológica –la que aparece en los medios de comunicación especialmente- debería ser revisada porque los medicamentos se están anunciando como si fueran bienes de consumo corrientes -como un coche, una joya o una prenda de ropa- cuando no lo son en absoluto. Por eso en España sólo se pueden publicitar en los medios los que se venden sin receta médica aunque lamentablemente haya otros países -como Estados Unidos- donde tal limitación no existe. El problema es que esa limitación no afecta a los médicos que sí son presionados por la industria y éstos terminan adoptando decisiones que afectan luego a sus pacientes.

Lo que hace que muchas veces éstos minimicen el hecho constatado de que todos los fármacos tienen numerosas interacciones, contraindicaciones y efectos secundarios, que por eso se exige recetar la mayoría bajo prescripción médica y que los pacientes confían en ellos ciegamente porque se supone que actúan con ética y profesionalidad.

Y es esa confianza, cuando se ve bruscamente rota al enterarse el paciente de que estaba tomando un fármaco peligroso que podría haberle llevado incluso a la muerte, la que le puede llevar a sufrir el cuadro que conocemos como neurosis traumática.

-La expectación confiada. Quienes padecen enfermedades que cursan con una serie de síntomas -el ejemplo del dolor crónico es un buen paradigma porque es uno de los motivos más frecuentes de consulta- y solicitan al profesional de la salud y a los fármacos por él utilizados la desaparición o al menos el alivio de esos síntomas muestran lo que llamamos expectación confiada. Es decir, una actitud de total confianza en la que no se duda de la prescripción ni de sus efectos. Pues bien, los pacientes que piensan así son los que más acusan el malogro de las esperanzas puestas en el fármaco y el médico. Lo singular pues es que la desconfianza y la duda protegen de ese padecimiento psíquico.

-El factor sorpresa. Todos sabemos que a nivel personal nos afecta mucho más una noticia impactante y negativa cuando no la esperamos que cuando la esperamos. Por eso es un factor tan importante en la causación de las patologías psíquicas. Me acuerdo de una paciente cuyo médico le había recetado para el dolor Vioxx y luego supo que lo habían retirado por sus efectos secundarios a nivel cardiovascular.

Recordaba perfectamente cómo su médico le había dicho que los laboratorios le habían explicado que se trataba de “un fármaco excelente, buenísimo, buenísimo; que incluso había gente inválida por el dolor que se había levantado de la cama gracias a él”.

Es decir, el médico se había creído la publicidad engañosa del laboratorio y luego se la trasladaba a los pacientes. Así que a éstos se les generaba la esperanza de que el fármaco iba a resolver con seguridad su problema y cuando se enteraban de la verdad veían de tal modo defraudadas sus expectativas que les afectaba psicológicamente de forma profunda. Resumiendo, hay pacientes que de estar absolutamente seguros y confiados de su recuperación pasan a enterarse de golpe de que no es así, de que el médico no les había dicho la verdad, de que encima el fármaco era tóxico y de que su salud y su vida podrían estar en peligro. Se llevan una sorpresa a través de un susto, se sienten defraudados, pierden la confianza en el tratamiento y en el médico y algunos no lo soportan y sufren entonces una neurosis traumática.

Como uno puede imaginar fácilmente los pacientes que han estado bajo tratamiento con un fármaco que aumenta los riesgos de sufrir daños graves e, incluso, la muerte sufren en ocasiones al recibir la noticia un impacto psíquico perdurable. Porque se trata de un auténtico susto el que les dan. Especialmente cuando acuden a su médico o a otro y éste remata sus comentarios con frases como ”Se podría usted haber muerto; menos mal que le hemos retirado el fármaco a tiempo” u otras similares que contribuyen a que la amenaza de muerte sea percibida como algo muy real por el paciente.

Hemos observado en cambio que cuando el fármaco le provoca al paciente una lesión física ese simple hecho previene a menudo el desarrollo de la neurosis. ¿Por qué? Pues porque para desarrollar una neurosis se necesita una energía que en el caso de que haya lesión orgánica está dirigida al dolor, a los síntomas, a la preocupación por la recuperación, etc. Pasaba en las neurosis traumáticas de la guerra, también llamadas “shock de las trincheras”: los soldados con heridas de metralla enfermaban de neurosis mucho menos que los que llegaban físicamente sanos. Por eso el desarrollo de una neurosis traumática es más frecuente en pacientes que no han sufrido toxicidad farmacológica directa (lesión orgánica por el fármaco).

Cómo saber si una neurosis traumática se debe a un fármaco

Nuestro equipo psicoanalítico ha concluido del análisis de los numerosos casos tratados que las condiciones para el diagnóstico de una neurosis traumática relacionada con fármacos son pues que...

...el fármaco haya sido retirado del mercado o ampliadas las indicaciones por toxicidad y el paciente tenga noticias de ello.

...el inicio de los síntomas se produzca en coincidencia temporal con la toma del fármaco o a los pocos días-semanas de la supresión del mismo. En raros casos hemos visto retroacción; se da cuando un paciente al que se le había retirado el fármaco no estaba informado de su posible toxicidad y se entera de ello meses o años después siendo en ese momento cuando aparece el cuadro clínico.

...se hayan descartado lesiones directas del fármaco en controles médicos que justifiquen los síntomas.

...se le hayan hecho una serie de entrevistas psicoclínicas al paciente para diagnosticar correctamente la situación psíquica.

Agregaremos que la neurosis traumática se comenzó a estudiar intensamente en las guerras cuando se vio que los soldados presentaban un cuadro similar a las neurosis traumáticas de los tiempos de paz:; por ejemplo entre los supervivientes de grandes accidentes ferroviarios o bombardeos.

Ya el Dr. López Ibor escribió en 1942 un libro titulado Neurosis de guerra en el que decía: “Una emoción aguda puede determinar un estado psíquico agudo de anormal intensidad provocando una neurosis traumática o también llamada neurosis de espanto o susto cristalizado (según un término del escritor alemán Goethe)”. Sin embargo la neurosis traumática no se aceptaría por los psiquiatras como patología hasta después de la guerra de Vietnam cuando éstos empezaron a observar trastornos psicológicos entre los combatientes que por su naturaleza y características recordaban mucho a los que padecían las mujeres que habían sufrido una violación. De hecho serían estos dos grupos de estudio precisamente los que precipitarían la inclusión de la neurosis traumática en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, es decir, la biblia de la Psiquiatría.

Y es que las guerras o “el combate sin piedad” -según expresión de Todorov- representan sin duda -por muchas razones- una de las formas supremas de experiencia traumática. No debe extrañar por tanto que entre sus secuelas se encuentre una gran variedad de problemas de salud física y mental.

Uno de los primeros estudios conocidos sobre los efectos mórbidos de la guerra fue publicado por Jacob M. Da Costa en 1871. Este médico evaluó exhaustivamente a 300 combatientes de la guerra civil estadounidense que habían sido remitidos a su consulta por presentar lo que él llamaría “corazón irritable”. Un síndrome que se caracterizaba por disnea, palpitaciones y dolor punzante o ardiente en el pecho que aparecían durante el ejercicio además de cansancio, jaquecas, diarrea, vértigos y problemas de sueño. Da Costa comprobaría que los pacientes con el “síndrome de corazón irritable” no presentaban signos de enfermedad fisiológica alguna sino que su salud general era buena.

Síntomas de una neurosis traumática

En fin, la experiencia acumulada hace que hoy el cuadro clínico que identifica un caso de neurosis traumática sea relativamente sencillo de reconocer por un especialista. De hecho se caracteriza por los siguientes síntomas:

-Sueños recurrentes relacionados con la causa traumática. Quizás sea lo más característico. Son los flash-back típicos de los soldados norteamericanos que regresaron de Vietnam. Son sueños que les devuelven noche tras noche a la escena traumática. En los pacientes con neurosis traumática postfarmacológica hemos observado también esos sueños con el momento en que les fue dada la noticia de la toxicidad del fármaco o cuando se les indicó que habían estado en peligro; o bien sueñan con los síntomas físicos de su dolencia.

-Síntomas compatibles con angustia o ansiedad: disnea, palpitaciones, vértigos, temblores, insomnio, hipertensión, parestesias, estado de hiperalerta... En ocasiones relacionados con la ejecución de algún acto o la escucha de alguna frase que haga al paciente rememorar el trauma. Es como si el paciente quisiera protegerse de un nuevo acontecimiento traumático y por eso está constantemente en estado de máxima atención.

-Síntomas similares a los depresivos: insomnio, tendencia al llanto, dolor psíquico... En ocasiones se añaden también síntomas similares a los de los trastornos somatoformes o histéricos: parálisis de un miembro, disfagia (o dificultad para tragar), sensación de “nudo en la garganta”, etc.

Podemos decir pues como corolario que los fármacos, además de lesiones físicas, pueden producir “lesiones psíquicas”. Y que aunque socialmente se tiende a despreciar la categoría de enfermo psíquico frente a la de enfermo orgánico quien padece una patología de este tipo no está menos enfermo ni sufre menos. Su sufrimiento puede limitarle la vida de manera drástica. En nuestro centro hemos tratado a numerosos pacientes que han tenido que renunciar durante años a muchas actividades físicas corrientes -bailar, correr, hacer deporte, etc-, que se han visto obligados a cambiar de casa porque la disnea les impedía llegar a la suya al haber cuestas o escaleras demasiado empinadas o carecer de ascensor, que han sufrido durante años pesadillas, palpitaciones, desmayos, tristeza, tendencia al llanto, insomnio…Y todo ello por causa de un padecimiento psíquico.

Pues bien, tales padecimientos tienen tratamiento y se puede lograr hacer desaparecer todos los síntomas. El problema es que la mayoría de los pacientes no lo saben y acuden a los especialistas después de padecer la enfermedad durante años.

Cabe asimismo preguntarse si cuando un laboratorio retira un fármaco de la circulación por toxicidad no sería lo más ético que en compensación éste creara un comité de expertos que valorara a todos los pacientes que hayan consumido el fármaco y, por tanto, puedan haber sido intoxicados física y psíquicamente para ofrecerles soluciones. Porque hoy muchos de ellos –la mayoría- deambulan errantes enfermos y sin saber qué hacer. Sin que nadie les trate adecuadamente ni les indemnice o resarza por los daños causados. Claro que para eso el estado debería obligar a los laboratorios farmacéuticos a responsabilizarse de sus actos. Algo hoy impensable.

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