Va siendo hora de decir no

Editorial de Al Ahram Weekly
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
07/01/08

La desesperada situación de 2.500 peregrinos palestinos atascados en Arish y Aqaba, al norte y este del Sinaí, es una faceta más de la catastrófica injusticia que el pueblo palestino viene sufriendo bajo la ocupación israelí con la complicidad de la comunidad internacional.

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Un grupo de peregrinos salió el pasado mes de Palestina en dirección a Arabia Saudí para cumplir con el hajj, uno de los rituales más sagrados del Islam que los musulmanes están obligados a realizar al menos una vez en la vida si su salud y medios lo permiten. De por sí, el hajj no es una empresa fácil, aunque los peregrinos soportan voluntariamente su dureza en busca de la realización espiritual. Sin embargo, para los peregrinos palestinos el final de esa dureza no parece estar a la vista.

La pasada semana, la opinión pública árabe se sintió conmocionada al saber que se había informado a los peregrinos que volvían de Arabia Saudí a través del Golfo de Aqaba de que sólo podían regresar a sus hogares a través del paso de frontera de Kerm Abu Salem, que está bajo control israelí. Ellos pedían, con todo derecho, volver por el paso de Rafah, situado en la frontera egipcio-palestina, donde no tendrían que verse sometidos a las inspecciones israelíes. Pero las autoridades egipcias se han negado abrir la frontera, sometiéndose así a las presiones israelíes en ese sentido. Como consecuencia, los peregrinos, que tendrán que soportar humillaciones seguras y posibles arrestos en el paso de Kerm Abu Salem, han protestado mediante palabras y hechos contra esa especie de “encarcelamiento” por parte de las autoridades egipcias en los refugios de Arish, en los que han sido amontonados como ganado. Ya han muerto tres peregrinos de avanzada edad y varias docenas sufren graves problemas de salud.

Los funcionarios egipcios dicen que desean un final pacífico pero pragmático de la situación. Por una parte, quieren evitar las fricciones con Israel que se producirán si abren el paso de Rafah, mientras que, por la otra, se sienten abochornados por las justas demandas de los peregrinos de cruzar la frontera palestino-egipcia sin pasar por la inspección israelí. Después de todo, Egipto es un estado soberano y debería ser capaz de decidir libremente cuando abre o cierra sus fronteras con Gaza con independencia de las demandas israelíes. La situación va empeorando ante la creciente y peligrosa asunción de que el norte del Sinaí debe convertirse en un campo de refugiados para palestinos. Este es un dilema político y humanitario que Egipto no debe aceptar, pero hasta ahora el Cairo se muestra reacio a dar una negativa rotunda.

La diplomacia egipcia ha adoptado un acercamiento “neutral” a la toma de Gaza por Hamas y al posterior asedio y castigo colectivo de sus habitantes por parte de Israel, una estrategia que todavía no se ha apuntado ningún logro destacable. Pero Israel continúa exigiendo a Egipto que haga más, una petición que si llegara a satisfacerse significaría que El Cairo abandona su “neutralidad” y se pasa sin rodeos del lado de Tel Aviv. La flexibilidad egipcia en relación a esas exigencias israelíes no ayudará a nadie. No va a servir más que para profundizar la brecha entre el gobierno y el pueblo egipcio y para debilitar la posición de Egipto como jugador clave árabe, un precio que El Cairo no debería pagar sólo para satisfacer a Israel. No se trata ya de que Tel Aviv suavice sus duras críticas a la diplomacia egipcia, porque el meollo del asunto radica en una opción muy simple, una opción que Egipto tiene derecho a tomar, no Tel Aviv.

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