Obama-Clinton, clones demócratas

Philippe Nadouce
e-torpedo.net
Traducido por Caty R.
Rebelión
11/01/2008

El problema principal de los estadounidenses consiste en decidirse entre Pepsi-Cola o Coca-Cola.
(Woody Allen)



Esta chanza «combate» el pensamiento único que se nos impone sin consideración, pero también podría ilustrar el inicio de la campaña presidencial estadounidense y la batalla que libran Barak Obama y Hillary Clinton para representar al partido demócrata en las elecciones.

¿Pepsi Obama o Coca Clinton? ¡Hagan su elección!

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Y si piensan que han elegido «libremente» a su candidato, pregúntense cuáles son las diferencias entre uno y otro y hagan el mismo razonamiento sobre los otros nueve posibles candidatos: Bloomberg, Edwards, Giuliani, Gore, Huckabee, McCain, Rice, Romney y Thompson, todos multimillonarios que, por lo tanto, pueden opositar a sus elecciones democráticas.

Las semejanzas entre los dos candidatos demócratas no se detienen en el dinero. Sus consejeros personales para la campaña, que sin ninguna duda formarán parte del gabinete del próximo presidente, no son menos asombrosos.

Del lado de Obama se encuentran en primera línea Zbigniew Brzezinski, ex consejero del presidente Carter para la Seguridad Nacional, Richard Clarke, gran especialista en contraterrorismo estadounidense, y el ex negociador en Oriente Próximo Denis Ross.

Del lado de Hillary Clinton, los nombres de los consejeros nos resultan familiares, ya que eran los personajes más importantes del gabinete de su marido: Madeleine Albright ex Secretaria de Estado, Samuel Berger ex de la Seguridad Nacional, y el ex embajador en las Naciones Unidas Richard Holbrooke.

¿Qué tienen en común con sus colegas republicanos?

Todos los consejeros forman parte de grupos pro-establishment fuertemente inclinados hacia las políticas intervencionistas que puso en marcha la administración Bush tras los atentados del 11 de septiembre. Está claro que los nuevos candidatos a la presidencia no han optado por la originalidad y que van a seguir al pie de la letra los parámetros estándar de la política internacional estadounidense de los últimos quince años. Nada divertido cuando se conocen los resultados de esta política, responsable de la muerte de cientos de miles de civiles inocentes en todo el mundo y que por sus intervenciones desastrosas ha contribuido a hacer de nuestro planeta un lugar mucho más peligroso que antes.

El refuerzo de leyes mortales para justificar la política intervencionista estadounidense que llegó al paroxismo después de la invasión de Iraq en 2003 es, en parte, obra de los consejeros de nuestros candidatos demócratas de hoy.

Madeleine Albright en primer lugar, considerada la colaboradora más cercana de la pareja Clinton. Ella fue la causa de las sanciones económicas adoptadas contra Iraq que causaron aproximadamente 400.000 muertes en la población civil. Aprobó también los bombardeos estratégicos sobre Iraq y defendió las teorías que mantenían que Sadam Husein almacenaba armas de destrucción masiva. Incluso se opuso a Colin Powell en 1993 cuando éste pedía que no se bombardease Bosnia.

Según Powell, Albright le respondió exasperada: «¿De qué nos sirve tener este magnífico arsenal de guerra del que habla todo el tiempo si no podemos utilizarlo?».

Richard Holbrooke, antes de ser embajador en las Naciones Unidas y consejero de Hillary Clinton, fue miembro de la administración Carter. Es Holbrook en persona quien supervisó las entregas de armas al ejército indonesio cuando éste invadió ilegalmente Timor Oriental masacrando a 500.000 personas. Y él también quien bloqueó la Resolución de la ONU que denunciaba esta invasión.

Del lado de Obama, encontramos en primer lugar a Zbigniew Brzezinski, ex consejero del gobierno Carter. Brzezinski se jacta de ser el creador del conjunto del movimiento yihadista afgano del que salieron Osama bin Laden y Al Qaeda. Cuando se le preguntó si no lamentaba las consecuencias de tal acto, respondió: «Absolutamente no. Realmente valió la pena. Queríamos terminar con los soviéticos, lo queríamos a cualquier precio». Muyahidines que antes de revolverse contra su amo y bombardear EEUU, lucharon junto a las tropas estadounidenses y de la OTAN en Bosnia.

Otro hombre de Obama es Dennis Ross, que fue consejero de los tres últimos presidentes de Estados Unidos (Clinton y los dos Bush). Supervisó la política palestina-israelí durante casi quince años con las consecuencias que todos conocemos y sin conceder nunca al estado palestino el derecho a existir fuera de los dictados impuestos por los israelíes.

El general Merrill McPeak quien, en tándem con Holbrooke, se encargó de controlar la entrega de cazas de combate estadounidenses al ejército indonesio durante la invasión de Timor Oriental.

Podríamos hablar también de Sara Sewall, redactora de la introducción del libro del general Petraeus sobre la ocupación de Iraq, de Anthony Lake responsable del desastre económico de Haití durante la era Clinton, consejero del presidente durante la guerra de los Balcanes y autor de un discurso que decía en particular: «Tenemos la suerte de vivir en el país más poderoso y respetado del planeta en una época en la que el mundo adopta como nunca nuestros ideales. No podemos dejar de asumir las consecuencias. Debemos movilizar a nuestra nación para propagar la democracia y extender nuestros mercados y nuestro futuro».

Como ha señalado el periodista independiente Allan Nairn: «Un gran número de estas personas perpetró actos que, según los principios establecidos en Nuremberg o en los tribunales ruandeses y bosnios, son actuaciones inaceptables: hablamos de guerras de agresión, de asesinatos políticos de civiles».

En eso, realmente, la diferencia entre los candidatos no existe y las próximas elecciones estadounidenses corren el gran riesgo de ser una «consulta puramente formal» que verá la sustitución de un presidente impopular y cansado por una figura ciertamente menos denostada, pero con una política que no se diferenciará en absoluto de las del pasado.

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