El ocupante no generoso: el Camp David de Israel sale a la luz
Jonathan Cook
The Electronic Intifada
Traducido por Beatriz Morales Bastos
07/01/08
Tras siete años de rumores y de recordarlo en su propio provecho, los medios de comunicación israelíes han publicado finamente extractos procedentes de una fuente oficial acerca de las negociaciones de Camp David en verano de 2000. Por primera vez es posible juzgar con cierta certeza el alcance de la “generosa oferta” del ex-primer ministro israelí Ehud Barak a los palestinos y las razones de Yasser Arafat para rechazarla.
Además, el documento proporciona valiosos elementos para comprender los objetivos más amplios que Israel esperaba alcanzar en Camp David y cómo ambiciones similares están dirigiendo sus políticas hasta la fecha.
El documento de 26 páginas filtrado al diario Haaretz fue preparado tras Camp David por la clase dirigente política y de seguridad como una guía de lo que separaba a los partidos políticos. Titulado “El estatus del proceso diplomático con los palestinos: puntos para poner al día al primer ministro entrante” se preparó a tiempo para las elecciones generales de febrero de 2001.
Aunque dista mucho de ser de la única versión de las negociaciones de Camp David, se trata del primer documento oficial que explica lo que ocurrió y, desde luego, un documento que no puede ser tachado de no ser favorable a las posturas de Israel.
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El documento salió a la luz el mes pasado después de que le fuera presentado al actual primer ministro israelí Ehud Olmert para que éste preparara su encuentro con los palestinos en Annapolis. Presionado por Estados Unidos, Olmert había accedido a reiniciar las negociaciones por primera vez desde el fracaso de Camp David y de su continuación de las conversaciones de Taba unos meses después. Está claro que, lejos de revisar su postura a la luz del impasse de Camp David, Olmert elige adoptar algunas de las posturas de la línea dura de Barak.
La primeras negociaciones en julio de 2000 fueron un intento de Barak de ocultar los puntos principales del conflicto entre Israel y los palestinos que no se habían realizado durante una serie de retiradas israelíes de los territorios ocupados, tal y como se especificaba en los acuerdos de Oslo.
Respaldado por el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, Barak empujó al presidente de la Autoridad Palestina, el presidente Arafat, a las precipitadas negociaciones del status final, aunque el presidente palestino creyera que se necesitaba más tiempo para crear confianza por ambas partes. Contrariamente al espíritu de los acuerdos de Oslo, a lo largo de los años noventa Israel había duplicado el número de asentamientos ilegales en los territorios ocupados y no había llevado a cabo por completo la prometida retirada.
Quizá no sorprendentemente, el documento israelí no reconoce la oferta más generosa de todas durante las seis décadas de conflicto israelo-palestino: la decisión de la OLP a finales de los ochenta de renunciar a su reivindicación de la mayor parte de la patria palestina y conformarse a cambio con un Estado en los dos territorios separados de Gaza y Cisjordania, solamente sobre el 22% de la Palestina histórica.
Así pues, dada la enorme concesión territorial hecha por los dirigentes palestinos hace 20 años, ¿en qué se diferencian los términos de Barak [de los de los palestinos]? El documento nos dice que Barak insistió en tres principios fundamentales para aceptar el final de la ocupación y establecer un Estado palestino:
1. Los bloques de asentamientos ilegales de Israel deberían mantenerse, con el 80% de los colonos que permanecen en Cisjordania sobre tierra anexionada a Israel.
Cisjordania constituye la mayor parte de cualquier futuro Estado palestino. Según el documento, Israel se habría anexionado aproximadamente un 8% del territorio para mantener los asentamientos. A cambio, los palestinos habrían sido compensados con una cuña mucho más pequeña de tierra y de un valor mucho menor, probablemente en el desierto de Negev.
La propuesta de Israel exigía mantener a cerca de 400.000 judíos viviendo en Cisjordania y Jerusalén este en comunidades fortificadas y conectadas entre sí por carreteras para colonos, algunas de ellas conectadas a Israel y otras que entrecruzaban el territorio. Los asentamientos y la infraestructura para mantenerlos habrían sido de acceso prohibido para los palestinos y habrían estado guardados por el ejército, con lo que en el corazón de Cisjordania se crearían de hecho zonas militares israelíes cerradas. Todo ello era una receta segura para destruir la viabilidad del propuesto Estado palestino. Se le estaba pidiendo al presidente Arafat que aprobara un laberinto de corredores de tierra israelí que habrían consolidado una serie de ghettos palestinos bajo la pátina de categoría de Estado.
2. Un amplia “zona de seguridad”, supervisada por el ejército israelí, se habría mantenido a lo largo del valle del Jordán en Cisjordania, desde el Mar Muerto hasta el asentamiento judío de Meholah en el norte.
Esta zona de seguridad ya existe, así que no tenemos que especular sobre cómo habría sido. Unos pocos de miles de asentamientos en el valle del Jordán han asegurado que la zona, aproximadamente una quinta parte de Cisjordania, ha estado prácticamente anexionada a Israel durante décadas. A la mayoría de los palestinos, aparte de a quienes viven ahí, se les prohíbe entrar en ella. El valle es una de las zonas más fértiles de Cisjordania y actualmente su enorme potencial agrícola lo explota principalmente Israel. De nuevo, privar a los palestinos tanto del territorio como del control económico sobre el valle de Jordán habría hecho inviable el Estado palestino.
3. En Jerusalén este Israel exigió enormes concesiones territoriales a la par de su anexión ilegal de parte de la ciudad ocupada por Israel en 1967.
Israel quería mantener una contigüidad territorial para sus asentamientos ilegales en Jerusalén este, donde viven casi un cuarto de millón de judíos, con la consecuencia de obligar a los habitantes palestinos a vivir en una serie de lo que Haaretz denomina “burbujas”.
Mantener la ampliación de las actuales fronteras municipales para Jerusalén habría tenido dos consecuencias perjudiciales para los palestinos: primero, habría cercenado la ciudad, el centro económico y turístico de cualquier Estado palestino, del resto de Cisjordania;y segundo, los enormes asentamientos de Maale Adumim y Har Homa, construidos en lo más profundo del territorio palestino pero ahora considerados por Israel como parte de Jerusalén, habrían permanecido bajo soberanía israelí. Cisjordania habría sido cortada por la mitad, lo que habría supuesto más restricciones para los movimientos de los palestinos en Cisjordania .
En la Ciudad Vieja, Israel exigió que se anexionaran a Israel los barrios judío y armenio, y partes del denominado “cuenco sagrado” fuera de las murallas, y que las mezquitas del Santuario Noble (conocido por los judíos como el Templo del Monte) quedaran bajo una soberanía “ambigua”, que sin duda alguna más tarde sería explotada por la parte más fuerte, Israel. Estas exigencias habrían asegurado que las zonas palestinas de Jerusalén este quedaban divididas en una serie de ghettos, un reflejo de las políticas israelíes en Cisjordania.
Además, Israel esperaba que Camp David legalizara tardíamente su anexión y limpieza étnica en 1967 de una zona de Cisjordania próxima a Jerusalén llamada el Saliente de Latrun. Hoy la zona ha sido transformada por el Fondo Nacional Judío en una reserva natural “israelí”, llamada Canada Park, usando donaciones libres de impuestos de canadienses.
El efecto total de estas “generosas” propuestas era ofrecer a los palestinos mucho menos que el restante 22% de su territorio histórico. Habrían tenido que restar de un Estado en Gaza y Cisjordania amplias partes del expandido municipio de Jerusalén, así como el Saliente de Latrun, el 8% de Cisjordania para dar cabida a los asentamientos y otro 20% para una zona de seguridad en el valle del Jordán.
En otras palabras, se les estaba pidiendo a los palestinos que firmaran un trato que les daría una soberanía muy restringida sobre no más de aproximadamente el 14% de su territorio histórico, o algo muy similar a los bantustanes que habían sido creados para ellos antes y desde Camp David con el crecimiento de los asentamientos y la galopante anexión de su tierra por el muro de separación [en Cisjordania].
A cambio de la “generosidad”, ¿qué contra-exigencias hicieron los palestinos que echaron por tierra las conversaciones y, de ese modo, “desenmascararon” a Arafat, como han mantenido durante mucho tiempo Barak y Clinton? ¿Qué pruebas condenatorias se citan?
Según el documento, los palestinos estaban dispuestos a satisfacer la “exigencias demográficas” de Israel y a aceptar los cambios fronterizos. Sin embargo, insistieron en dos condiciones: que la anexión por parte de Israel de Cisjordania no excediera el 2.3% del territorio y que todo intercambio de tierra se hiciera basándose en el principio de la igualdad. Según parece, Israel no pudo aceptar ninguna de las dos.
Los palestinos también querían que el corredor de tierra que conectara las dos partes de su territorio, Cisjordania y Gaza, estuviera bajo su soberanía, se supone que para que no se pudiera cortar esta conexión a capricho de Israel. Además, Arafat esperaba lo que acompaña a la categoría de Estado, un ejército propio y el control del espacio aéreo Palestino. Israel se opuso a todas estas exigencias.
Por lo que se refiere a Jerusalén, los palestinos querían una “ciudad abierta”, más en la línea con el Plan de Partición original de Naciones Unidas de 1947, conectada tanto al interior de Palestina como al de Israel. Los palestinos se opusieron a la perspectiva de vivir en “burbujas” y en vez de ello exigieron la contigüidad territorial en Jerusalén este. También querían la mayor parte del barrio armenio en la Ciudad Vieja, aunque parecía que estaban dispuestos a ceder el barrio judío limpiado étnicamente de palestinos en 1967.
Respecto a otras cuestiones polémicas fundamentales, Arafat quería que Israel admitiera su única responsabilidad en la cuestión de los refugiados palestinos creada por la guerra de 1948. Sin embargo, el documento señala que los palestinos “se mostraron comprensivos respecto a lo delicada que era para Israel la cuestión y también mostraron su deseo de encontrar una formulación que equilibrara estos sentimientos con sus necesidades nacionales”. Al menos esto sugería que los dirigentes palestinos deseaban negociar la cuestión de los refugiados.
Según algunos críticos, Barak acudió a las negociaciones de Camp David de mala fe, poniendo el listón tan alto que palestinos e israelíes estuvieran abocados a fracasar en llegar a un acuerdo. Pero, ¿por qué querría Barak llegar a ese resultado, o, cuando menos, arriesgarse a ello? El documento sugiere dos razones que están relacionadas entre sí.
En primer lugar, el documento señala que paralelamente a sus preparativos para Camp David, Barak estuvo trabajando en un plan de “separación” si fallaban las conversaciones. El esquema estaba preparado en junio de 2000, un mes antes de que empezaran las negociaciones, y el gobierno lo aprobó en los días inmediatamente después al inicio de la Intifada, en octubre de 2000. Según Haaretz, la propuesta de separación de Barak abarcaba todos los aspectos de la vida de los palestinos y debía implementarse a lo largo de unos años.
Muchos de estos tratos secretos de Barak están recogidos en mi libro Sangre y religión, incluyendo el hecho de que su vice-ministro de Defensa, Ephraim Sneh, diseñara un “mapa de separación” poco después de Camp David. Shlomo Ben Ami, jefe negociador de Barak en las conversaciones, observó después: “Él [Barak] estaba muy orgulloso del hecho de que este mapa iba a dejar a Israel con una tercera parte del territorio [de Cisjordania]”. Según Ben Ami, el primer ministro dijo de los ghettos que trataba de dejar para los palestinos: “Mira, esto es un Estado; a efectos prácticos, parece un Estado”.
Después de que Barak fuera cesado de su cargo a principios de 2001, presionó primero para la separación unilateral y después para la desconexión. Su mentor militar y sucesor como primer ministro, Ariel Sharon, fue persuadido a regañadientes de abandonar sus posturas intransigentes y conformarse con el plan de Barak. En el verano de 2002 accedió al resultado lógico de la separación, el muro de Cisjordania, y a principios de 2004 a la desconexión de Gaza.
Según el documento, parece claro que Barak y muchos de los dirigentes israelíes asumieron desde el principio que necesitarían enjaular a los palestinos en ghettos o bantustanes, conocidos por el apartheid sudafricano. El fracaso de Camp David dio simplemente a Barak y a sus sucesores el pretexto para implementar esta política.
Segundo, el documento revela que Barak hizo una exigencia a Arafat que ya debía de haber sabido que el dirigente palestino no podría aceptar. Barak quería el reconocimiento formal, no de Israel, sino de Israel como un Estado judío. Lo que dependía de arrancar esta concesión era mucho más que cuestiones semánticas. Exigía a Arafat que renunciara a los derechos de dos grupos que constituyen la aplastante mayoría de los palestinos.
El reconocimiento de Israel como un Estado judío habría hecho perder el derecho (protegido por el derecho internacional y por las resoluciones de Naciones Unidas) de los refugiados a sus hogares de los que fueron limpiados étnicamente por el ejército israelí en 1948. Desde entonces, ha sido sacrosanto para los palestinos su derecho al retorno, tanto si se realiza en la práctica como si no.
Y el reconocimiento habría condenado además a más de un millón de ciudadanos palestinos de Israel a un estatus permanente como marginados extraños en un Estado étnico que privilegia los derechos de los judíos por encima de los no-judíos. En efecto, se le estaba pidiendo a Arafat que diera su bendición a los intentos israelíes de prohibir la campaña de una minoría de palestinos por la reforma del país en un “Estado para todos sus ciudadanos”, o una democracia liberal.
Tanto Olmert como su ministra de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, fueron informados sobre el documento de Camp David antes de reunirse con el actual presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, en Annapolis. Por consiguiente, hay que destacar que, en vez de abandonar una exigencia que había hecho fracasar las conversaciones de Camp David, ambos hicieron del reconocimiento de Israel como un Estado judío un factor decisivo en los tratos incluso antes de que ambas partes se reunieran.
También es interesante señalar que mientras que Barak era reacio a divulgar la exigencia que había planteado a Arafat en Camp David, el gobierno de Olmert ha estado pregonándolo a los cuatro vientos. ¿Por qué este cambio?
La explicación más probable es que Barak esperaba que Camp David fracasara y temía que su exigencia de reconocimiento revelara los motivos ocultos de Israel. Por otra parte, Olmert ha logrado disfrazar el reconocimiento de Israel como un Estado judío de la prueba última de si los palestinos son serios acerca de aceptar la solución de los dos Estados. Ésta es la maniobra que llegó a dominar el pasado año cuando necesitó cambiar la opinión mundial en contra de Hamas tras su victoria en las elecciones.
Hay que reconocer que la necesidad de Israel de ser reconocido como un Estado judío es la prueba de no es un Estado democrático, sino un Estado étnico que necesita defender su privilegio racista por medio de la división injusta de fronteras y poblaciones. Pero Olmert puede en la práctica utilizar la prueba del reconocimiento para hacer que Abbas, un dirigente palestino débil y sin representatividad, retroceda hasta la misma esquina que Arafat había evitado.
Antes de Annapolis, [la ministra de Exteriores israelí] Livni declaró: “Debe quedar claro para todo el mundo que el Estado de Israel es una patria nacional para el pueblo judío” y añadió que los ciudadanos palestinos de Israel tendrían que abandonar su exigencia de igualdad en el momento en que los dirigentes palestinos estén de acuerdo con la categoría de Estado en los términos de Israel.
Olmert enmarcó las negociaciones de Annapolis de una manera muy similar. Afirmó que se trataba de crear dos naciones: “el Estado de Israel, la nación del pueblo judío; y el Estado palestino, la nación del pueblo palestino”.
El gran temor, lo ha señalado Olmert muchas veces, es que los palestinos se puedan despertar un día y darse cuenta de que, tras las decepciones de Oslo y Camp David, Israel nunca les concederá un Estado viable. Estos pueden decidir que el mejor camino es una lucha al estilo de la llevada a cabo en Sudáfrica por una persona, un voto en un único Estado democrático.
En otra ocasión reciente, Olmert advirtió de esta amenaza: “La opción ... es entre un Estado palestino en parte de la tierra de Israel y un Estado binacional en toda la tierra de Israel”.
Frente este peligro, Olmert, como Sharon y Barak antes que él, ha llegado a darse cuenta de que Israel necesita urgentemente convencer a Abbas de que firme la opción de los dos Estados. Por supuesto, no dos Estados democráticos, incluso viables, sino un Estado racista israelí al lado de un Estado-ghetto palestino.
Jonathan Cook es un periodista que trabaja en Nazareth, Israel. Su último libro, Israel y el choque de civilizaciones: Iraq, Irán y el plan para rehacer Oriente Próximo, se publicará [en inglés] el mes que viene. Su página web es www.jkcook.net.
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