¿Enfermo? Crece el debate sobre la invención de las dolencias

Publico.es
29/05/08

El concepto de disease mongering tiene una difícil traducción al castellano; significa algo a medio camino entre inventar y exagerar una enfermedad. Su fin es ampliar los límites de lo que se considera una patología. En el último lustro, la industria farmacéutica ha sido acusada de explotar esta tendencia. Su objetivo, ampliar la cifra potencial de clientes; incrementar gracias al disease mongering sus de por sí abultados beneficios.

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El periodista australiano Ray Moynihan, que ha contribuido de forma notable a la difusión del concepto –es autor del libro Vendedores de enfermedades (Terapias Verdes, 2005)– organizó en su país hace dos años una conferencia sobre el asunto en un momento en el que tres libros habían alertado sobre las maniobras de la industria farmacéutica: El gran secreto de la industria farmacéutica, escrito por Philippe Pignarre, un ex empleado de un laboratorio francés; La verdad sobre las compañías farmacéuticas. Cómo nos engañan y qué hacer sobre ello, cuya autora, Marcia Angell, dirigió la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine; y Los inventores de enfermedades, firmado por el periodista alemán Jörg Blech.

El escándalo Vioxx (un antiinflamatorio superventas retirado en todo el mundo tras provocar en miles de pacientes efectos cardiovasculares graves que el laboratorio Merck conocía y sobre los que no advirtió) había hecho desmoronarse por entonces el prestigio de la industria farmacéutica.

Así que la conferencia sobre disease mongering –que coincidió con un número especial sobre el concepto en la revista PLoS Medicine– no pasó desapercibida.

Cambios sociales

Dos años después cabe preguntarse si aquel foro sirvió de algo. Moynihan responde en la última edición de PLoS Medicine que sí. Afirma que hoy los medios, cuando informan sobre un nuevo fármaco, cuestionan si existe la enfermedad para la que se prescribe.

Además, cuenta Moynihan, la propia industria, personalizada en el presidente de la Federación Internacional de la Industria del Medicamento , Harvey Bale, ha reconocido públicamente que “hay ejemplos de sobrepromoción excesiva”, si bien defendió la ética de los laboratorios al comercializar sus medicamentos.

Desde la patronal española del sector, Farmaindustria , se afirma que acusar a los laboratorios de disease mongering “no es más que ignorancia”. “Es el colectivo médico el que da nombres a las enfermedades, no los laboratorios”, afirma un portavoz de la entidad, que añade: “Hay que tener en cuenta que quien consume medicamentos es un paciente y que no los utilizaría si después no se encontrara mejor”.

El presidente de la Sociedad de Médicos de Atención Primaria , Julio Zarco, reconoce que “existe el fenómeno sociológico de generar cierto alarmismo para vender más productos”. Este profesional considera, no obstante, que debe hacerse una reflexión más compleja, porque es la sociedad la que demanda de manera constante una mejor salud.

Para Zarco, si realmente se están recetando medicamentos para dolencias que no lo son, el problema está, sobre todo, en los médicos, que antes de trasladar sus recomendaciones a los pacientes han de saber si lo que les está mostrando la industria es o no cierto: “Lógicamente, la industria farmacéutica tiene como fin ganar dinero”. Además, advierte de que la medicina ha de ser individualizada y que las guías clínicas “no pueden convertirse en pautas rígidas”.

Zarco pone como ejemplo el control del colesterol, uno de los casos más citados de disease mongering: “Un médico no puede permitir que un paciente se agobie por tener el colesterol tres puntos más arriba de lo recomendado si esto en realidad no le perjudica”.

Publicidad de la patología

El farmacéutico de Atención Primaria del Servicio Navarro de Salud Antonio López Andrés es bastante más radical al analizar el fenómeno. Señala que dado que en España, a diferencia de en EEUU, no se puede hacer publicidad de medicamentos con receta, lo que se publicita “es la patología”.

Lo ejemplifica en la osteoporosis: “Se exagera para que sea el paciente quien demande tratamiento a su médico, previamente aleccionado por la industria farmacéutica. La osteoporosis es un factor de riesgo que influye en la aparición de fracturas, pero no es el único; en este caso, no se fabrica una enfermedad, pero se exagera”, subraya.

Como ejemplo de disease mongering nacional, López Andrés cita los anuncios televisivos en los que aparecen personas famosas –el último, una campaña de prevención de osteoporosis protagonizada por la actriz Carmen Maura–.

Para este farmacéutico, la forma de contrarrestar los efectos de esta práctica es informar mejor a la población: “En primer lugar, hay que ir al médico cuando se está enfermo; en segundo, hay que adoptar las normas de prevención realmente importantes; hay mucha gente que piensa que si toma una pastilla para controlar el colesterol va a estar mejor, aunque no se mueva y siga fumando”. López Andrés apunta también a los medios de comunicación: “Cuando se hacen eco de las notas de prensa que envían los laboratorios o las sociedades médicas están siendo utilizados”.

López Andrés opina que los cambios que se están viendo en los periódicos de EEUU–y que se resaltan en PLoS Medicine– todavía no han llegado a España: “Aquí estamos en la fase previa”. Opina, además, que el establishment médico nacional “se manifiesta en contra de que esto sea un problema”.

El catedrático de Salud Pública de la Universidad de Alicante Carlos Álvarez-Dardet –cuyo trabajo cita Moynihan como ejemplo del impacto positivo de la conferencia en la investigación– se encuentra entre los críticos a la situación actual de disease mongering: “Nosotros realizamos un trabajo, dirigido por María Teresa Ruiz, que habla de cómo la medicalización de una condición natural como la menopausia ha producido daños en la salud femenina, mermada por las terapias de sustitución hormonal”.

Este experto ha promovido una moratoria para la aplicación de la vacuna del virus del papiloma humano en España, medida que pone como ejemplo de la medicina que se practica hoy: “Antes la medicina diagnosticaba y trataba enfermedades; ahora diagnostica y trata lo que eventualmente podría pasar a la gente”.

Concluye que esta tendencia es un problema de salud pública: “Estamos acostumbrados a gastar dinero y sufrir efectos secundarios para curarnos, pero, si lo hacemos para prevenir, se crea un problema que hasta ahora no existía”.



Tan antiguo como la medicina

Joan Ramón Laporte


La práctica de hacer creer a la gente que está enferma cuando en realidad está sana no es nueva. Es una de las estrategias usadas por algunos médicos para reforzar su posición social. Debe de ser tan vieja como la propia medicina, la cual, en formas diferentes según la cultura, ha sido y es una forma de poder -dominación sobre los demás- basada en la magia. Sólo que, en la actualidad, la magia se reviste de argumentos aparentemente científicos. La atención a la salud está cada día más impregnada de valores de mercado, y las funciones de cuidar, curar y rehabilitar han perdido la centralidad.

En la ópera L'elisir d'amore, cuando el mercachifle charlatán Dr. Dulcamara irrumpe en un ambiente campesino con "noticias de la capital", se dirige a su clientela con un "Escuchadme, escuchadme, rústicos", les presenta sus remedios curalotodo y acaba proclamando que la última moda es el mal de hígado, naturalmente con su correspondiente remedio.

La historia es vieja, un clásico. Las modas deben ser seguidas, so pena de no perder la condición de rústico. Los dictados del mercado deben ser obedecidos. Si el mal de hígado tuvo su momento de fama y gloria, ahora las principales amenazas para la salud son el colesterol, la osteoporosis, la tristeza, la soledad, la timidez, el luto, el complejo de Edipo, el niño revoltoso o inquieto, la impotencia masculina, la calvicie y, en general, cualquier causa de malestar. El malestar se medicaliza, sin mayor atención a sus causas. Todo ello con estrategias más o menos sutiles, más o menos sofisticadas, que Blech describe de manera magistral: publicación de artículos pseudocientíficos en revistas financiadas por la propia industria, campañas de concienciación de la población, programas de formación médica continuada desarrollados por las compañías farmacéuticas, congresos médicos, y publicidad y recomendaciones de comités de expertos (una mayoría de los cuales participa directamente en el negocio). Todo ello bajo la mirada distraída de políticos de unos Estados cada día más impotentes ante los mercados.

Extracto del prólogo de Los inventores de enfermedades

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