El engaño del “Choque de civilizaciones” y de la “Guerra contra el Islam”
Hisham Bustani
mrzine
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
04/06/08
La retórica sobre un “choque de civilizaciones” y una “guerra contra el Islam” se ha difundido fácilmente en el discurso intelectual árabe, donde se ha arraigado firmemente, junto con otros “conceptos” similares (o lo que preferiría calificar de “no-conceptos” – como el término “terrorismo” – ya que son extremadamente vagos y a pesar de ello tienen carga ideológica) que fueron fabricados en centros imperialistas. Así que es extremadamente importante preguntar: ¿Constituye el “choque de civilizaciones” un tópico independiente o es un término de camuflaje para una lucha que en realidad encarna algo diferente?
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¿Choques continuos o fin de la historia?
Después del colapso del bloque socialista y del fin de la Guerra Fría, lograron prominencia dos teóricos con proclamas sobre la “tendencia” del momento. El primero de ellos es Francis Fukuyama, quien habló del “fin de la historia”: la victoria final y total del capitalismo como el sistema socioeconómico decisivo para la humanidad. El capitalismo de Fukuyama representaba la resolución de todos los conflictos, la disolución postrema del materialismo dialéctico y su malafamada ley de unidad y contradicción de opuestos.
El segundo teórico, contrario a Fukuyama, no percibió el fin de la historia como fruto de la supuesta victoria del capitalismo. Samuel Huntington formuló el concepto del “choque de civilizaciones” al ver una cristalización de otro conflicto: el conflicto de la civilización judeo-cristiana con civilizaciones orientales, como un nodo emergente (Islam, budismo, etc.). En este sentido, la historia sigue abierta, y el capitalismo sigue siendo turbulento, lejos todavía de lograr estabilidad.
Es obvio que ambos conceptos son contradictorios.
Fukuyama: El fracaso del idealismo
Fukuyama expresó una ideología idealista liberal metafísica inspirada por los “valores, instituciones, democracia, derechos individuales, el estado de derecho y la prosperidad basados en la libertad económica” [1] del modelo de Estado de bienestar capitalista en el que están presentes como amortiguadores sociales la seguridad social, la atención sanitaria, la educación y derechos laborales razonables patrocinados por el Estado. Se presumía que este modelo duraría y suministraría satisfacción para la humanidad.
El idealismo de Fukuyama no le ayudó a identificar el hecho de que el propósito principal del capitalismo es aumentar las ganancias, haciendo caso omiso de cualquier otra consideración. El Estado de bienestar tal como es estructurado por el sistema capitalista fue sólo un precio que éste se vio obligado a pagar para prevenir la “amenaza comunista,” que era un modelo que prometía más justicia social, más igualdad, y más distribución de la riqueza entre la gente. Por ello, el capitalismo tuvo que “invertir” una parte de sus beneficios para detener el contagio de un modelo que prometía más justicia social. El Estado de bienestar era más “barato” que enfrentar la agitación laboral y posibles revoluciones dentro de los Estados capitalistas.
Según la simple ley de causa y efecto, una vez que ha terminado la causa (en este caso el bloque socialista), el capitalismo dejará de financiar el Estado de bienestar, también abandonará el Estado basado en el derecho, y tendrá lugar una acelerada transformación del modelo liberal al modelo neoliberal. Es la transformación objetiva que Fukuyama no vio: el Estado capitalista descartando sus contribuciones a la atención sanitaria, a la educación (por ejemplo: la proposición de enmiendas constitucionales en Grecia para permitir universidades del sector privado, provocando así manifestaciones estudiantiles a comienzos de 2007), y a los derechos laborales (por ejemplo: la modificación de leyes laborales en Francia provocando manifestaciones a comienzos de 2006, la modificación del sistema de pensiones en Francia, provocando amplias huelgas), aparte de desplumar a los trabajadores en los Estados capitalistas mediante el trabajo del Sur – un doble beneficio para el capitalismo: (a) reduciendo los salarios y (b) reformulando la lucha como una lucha de trabajadores contra trabajadores, los trabajadores del Norte contra los del Sur, ¡en lugar de todos contra el capitalismo!
Finalmente, la única potencia que quedó tuvo que invadir el mundo por tres razones principales:
1. Para obtener el control directo sobre los recursos del globo y emplazamientos geopolíticos estratégicos para impedir que otros rivales en ascenso (China, Europa) amenazaran su situación.
2. Llenar las brechas dejadas por la anterior superpotencia (ahora eliminada).
3. Eliminar toda resistencia activa o prevista contra este proyecto de hegemonía global.
Fue el golpe final para las ilusiones de eterna estabilidad de Fukuyama. Hay quien, sorprendido, pregunta: “¿Cómo demonios llegó el mundo ‘civilizado’ a esta situación? Pero el “mundo civilizado” no llegó a esta situación; ya estaba empotrada en la estructura orgánica del capitalismo, esperando el momento histórico propicio para salir a la superficie.
Fukuyama interpretó mal la evidencia: la historia no terminó, ni terminaron los conflictos, y no se logró la estabilidad bajo el capitalismo con su ideología neoliberal. Por lo tanto, Fukuyama se vio finalmente obligado a admitir el fracaso de su tesis y a declarar su oposición al proyecto de los neoconservadores.
El materialismo metafísico de Huntington
Huntington tuvo una base más materialista de discusión, comprendió que los conflictos dentro de la historia siguen abiertos, pero como Fukuyama, es metafísico, y plantea un doble discurso de engaño y justificación al definir la razón de conflictos como si fueran características inherentes de las civilizaciones.
La ideología ambivalente de Huntington constituye la plataforma ideal para la propaganda interna y externa del capitalismo. Internamente, al conceptualizar que la agresión imperialista contra otros es esencial y necesaria para la preservación existencial de la civilización judeo-cristiana amenazada por los salvajes. Y externamente, al deformar la lucha por los recursos y la geopolítica (una lucha materialista) como si fuera otra, basada en religiones y civilizaciones (una lucha metafísica).
¿Cómo podemos entender mejor el doble engaño de Huntington?
El engaño interno
La tesis del choque de civilizaciones describe un peligro inminente que amenaza a la gente del Norte. Este peligro debe ser enfrentado y eliminado de raíz, en su sitio, antes de que se expanda y “nos” alcance. Ese peligro no tiene que ver con detalles al margen; al contrario, es total, se extiende sobre todos los aspectos de la vida tal como la conocemos. Es un peligro para la propia civilización, en su esencia. Por ello, la batalla en su contra es de vida o muerte, es una batalla entre la vida y la muerte. De esta manera, el “Imperio del Mal” (la clásica acuñación de Reagan en la Guerra Fría) es reproducido de un modo más abstracto. Es el enemigo ideal del capitalismo neoliberal: fantasmal, imposible de ser capturado, destruido, o definido con precisión y por lo tanto altamente maleable.
Además, el contenido racista de la teoría de Huntington (que toca una profunda cuerda subconsciente que resuena en las poblaciones “blancas” del Norte) no debe ser subestimado, ya que posiciona a los “blancos civilizados” (estadounidenses y europeos) contra los “salvajes de color” – árabes, africanos, chinos, y pueblos del Sudeste Asiático. El discurso racista emana del reciente pasado colonialista del capitalismo y de las democracias racistas helénicas mucho más distantes, donde tienen muchas raíces las actuales “democracias” del Norte. Esta cuerda racista sigue “activa” y se expresa en formas silenciosas: Las manifestaciones anteriormente mencionadas de 2006 contra las leyes laborales en Francia atrajeron un inmenso apoyo en la escena progresista en Europa, mientras que las protestas en los suburbios que afectaron a Francia meses antes (el otoño de 2005) no atrajeron un apoyo semejante. ¿Por qué? Las manifestaciones por la ley laboral eran “blancas” mientras que las protestas en los suburbios fueron “de color”.
El engaño exterior
Desorientar a la gente bajo ataque es otro aspecto importante del “choque de civilizaciones” de Huntington al redefinir la naturaleza del choque de ser un ataque por el control de mercados, recursos, mano de obra y recursos baratos, a ser una “cruzada,” una guerra religiosa, una guerra contra el Islam, una guerra de “civilizaciones” – de ser un acto materialista a ser una expresión metafísica.
A fines de 2001, después de los ataques del 11-S, en un artículo publicado en Newsweek, Huntington formuló un sorprendente título para el nuevo milenio: “La era de las guerras musulmanas,” [2] mientras que Fukuyama, escribiendo en la misma edición y en la misma dirección, compuso un artículo intitulado “Los nuevos fascistas de hoy,” [3] una frase que recordó George W. Bush en 2006.
¡Vale la pena señalar la imposibilidad real de distinguir entre lo que se relaciona con “civilización” y lo que se relaciona con “religión” en el intelecto árabe dominante y en el discurso de Huntington! Como gente oprimida, muchos sucumbieron a este juego y adoptaron el mismo discurso propagandístico mercadeado por los neoliberales. Muchos en los mundos árabe y musulmán (intelectuales y gente de a pie) dicen que “hay una guerra contra el Islam,” exactamente como dice Huntington. Corrientes del Islam político se han encariñado con esta tesis porque lleva a más gente a simpatizar con ellos por estar bajo ataque. Las palabras de George W. Bush sobre sus cruzadas en Iraq y sus frecuentes encuentros con Dios se clavaron más en la memoria que los actos reales del robo del petróleo iraquí, de los proyectos de infraestructura de los que se apoderaron los monstruos corporativos (como Bechtel), y la defensa acerada que EE.UU. dio al Ministerio del Petróleo iraquí mientras abandonaba a todo el país al saqueo (con todas sus administraciones, universidades, y museos). Todo esto último pierde “sentido” en el contexto de la guerra contra el Islam de Bush.
Es de lejos demasiado simple probar que los neoliberales de EE.UU. nunca llegaron como misioneros cristianos, no llegaron como profetas de la modernidad (tanto Huntington como Fukuyama presentan al Islam como si estuviera en contradicción con la modernidad). Los masivos ejércitos que penetraron en Iraq no fueron seguidos por misioneros del cristianismo ni de la modernidad. Fueron seguidos por hombres de negocios corporativos. Las acciones de EE.UU. prueban las mentiras de su propaganda: asesinatos, destrucción, tortura, y violaciones prueban la mentira de la libertad, la democracia, y los derechos humanos; mientras que el apoyo al sectarismo y al etnicismo prueba la mentira de la modernidad.
La falsificación de la lucha, y el engaño de los oprimidos al hacerlos adoptar la propaganda neoliberal como si fuera una verdadera estrategia, resultará en la generación de mecanismos de r5esistencias incapaces de lograr la victoria contra la agresión porque, por una parte, lucharán contra una ilusión – un fantasma propagandístico que distrae la atención de la base objetiva de la lucha – y por la otra, contribuirán al empoderamiento del imperialismo y de su propaganda al adoptarla a la inversa: las dos contradicciones están presentes en la unidad objetiva y en la lucha ilusoria.
¿Es el Islam un objetivo del imperialismo?
El Islam no es un objetivo por sí solo. Los verdaderos objetivos son recursos, mercados, la riqueza, y emplazamientos importantes desde una perspectiva geopolítica. Cualesquiera obstáculos se encontraban en el camino para lograr esos objetivos, tenían que ser aplastados. El Partido Comunista de las Filipinas, las FARC en Colombia, los actuales gobiernos de Cuba, Venezuela, y Bolivia, son todos no-musulmanes, pero son atacados ferozmente por el imperialismo de EE.UU. porque constituyen obstáculos en el camino a la dominación de recursos, mercados, y riqueza.
El manejo imperialista de cada obstáculo está regido por numerosas condiciones relacionadas con el tamaño de la riqueza, el mercado y los recursos en cuestión, el contexto geopolítico, y la magnitud de la resistencia existente o esperada. La presencia de inmensas reservas de petróleo y gas, su “posición estratégica sin igual” y la presencia de centros potenciales que podrían liberarse de la dominación global de EE.UU. y abarcar centros relativamente independientes (el Egipto de Nasser, el Iraq de Sadam, Irán después de la revolución) – todos estos hechos hicieron que desde el este árabe hasta Asia Central formaran el “arco de crisis” favorito (¡O “la media luna de crisis” si se quiere darle una dimensión religiosa!) y el campo principal de operaciones. ¡Que la mayor parte de los habitantes de esa región sean musulmanes no significa que exista un genuino origen religioso en la intervención!
Otro punto: África, todo un continente, sigue siendo explotado por su riqueza en petróleo, diamantes, y otros recursos; su gente es asesinada a diario por cientos de miles por la guerra “civil,” el hambre, el SIDA, la malaria, y la intervención militar directa, atrocidades que son muchos mayores en cantidad que lo que ocurre contra árabes y musulmanes. Pero ya que tienen el privilegio de estar totalmente ausentes de los medios noticiosos, ¡no existen! ¿Constituye el ejemplo africano una guerra contra el Islam? África es un ejemplo evidente de que las guerras religiosas no son más que cuentos de hadas.
Un tercer punto: el imperialismo no tiene problemas con el Islam. Hasta Huntington dice: “La era de las guerras musulmanas tienes sus raíces en causas más generales. Estas no incluyen la naturaleza inherente de la doctrina y de las creencias islámicas, que, como las del cristianismo, pueden ser utilizadas a su gusto por los adherentes para justificar la paz o la guerra.” [4] Fukuyama incluso va más lejos: “Existe una cierta esperanza de que emerja una tendencia más liberal del Islam... los musulmanes interesados en una forma más liberal del Islam deben dejar de culpar a Occidente por pintar al Islam de un modo demasiado grosero, y actuar para aislar y deslegitimar a los extremistas entre ellos.” [5] Es claro que el problema no es el Islam, sino un Islam resistente, y para ser más específico, el problema es sólo la parte “resistente”, ya que cualquiera otra fórmula de Islam es aceptable.
El otro lado de la moneda: Diálogo entre las fes
La división basada en la religión es una división engañosa. Un árabe musulmán es como un árabe cristiano: o forma parte de la capa que está conectada con el imperialismo y sus intereses, o es parte de la población explotada y oprimida. La religión no tiene nada que ver en este caso, o sólo una relevancia causal. Por ello, la noción de un diálogo entre las fes es tan engañosa como la del choque de civilizaciones. Dos puntos lo prueban:
Primero, un diálogo entre las fes postula la disputa como el punto de partida normal – ¡de otro modo no habría un diálogo para comenzar! Así posiciona de partida a las personas como antagónicas.
Segundo, diagnostica las actuales luchas como si se basaran en la religión y por lo tanto como conflictos que pueden ser solucionados o diluidos mediante un diálogo de religiones, dejando de lado por completo la base objetiva (hegemonía, explotación, ocupación, etc.).
El problema principal no es de un musulmán, cristiano, judío, o no creyente. El problema es que hay una opresión y explotación que deben ser enfrentados. En este contexto, un judío que llama a eliminar la entidad sionista “Israel” es un aliado, mientras que un musulmán que establece relaciones con esta última, es un enemigo.
El diálogo entre las fes es otro intento de distraer la atención lejos de las principales contradicciones con el imperialismo y sus verdaderos objetivos.
Conclusión: mantener siempre una visión clara
El objetivo del imperialismo es depredar, dominar, y explotar. Para cumplir esos objetivos, quiere aplastar toda resistencia, no importa cuál sea su forma y su contenido ideológico.
La retórica sobre un “choque de civilizaciones” apareció después de la caída de la Unión Soviética y del bloque socialista porque EE.UU. necesitaba actuar para llenar las brechas creadas por la ausencia de una segunda potencia global. Este movimiento adoptó tres formas: interior (leyes restrictivas y represivas que apuntaban a las libertades y los beneficios sociales), hacia el Este (expansión a Europa Central y Oriental y a las repúblicas ex-soviéticas), y hacia el Sur (región árabe y Asia Central). Fue esta última la que mostró una resistencia más encarnizada debido a las raíces históricas de la lucha.
La lucha contra el imperialismo es una lucha multidimensional de clases. Los subterfugios religiosos son instrumentos para ganar tiempo (diálogo entre las fes) o instrumentos para fortalecer el proyecto imperialista y debilitar a sus oponentes (choque de civilizaciones).
Fuentes
1 Francis Fukuyama, "Their Target: The Modern World," Newsweek, diciembre de 2001-febrero de 2002 (Special Davos Edition), p. 60.
2 Samuel Huntington, "The Age of Muslim Wars," Newsweek, diciembre de 2001-febrero de 2002 (Special Davos Edition), pp. 6-13.
3 Vea el título en la portada del artículo de Fukuyama en Newsweek, mencionado anteriormente.
4 Ibíd, página 9.
5 Ibíd, pagina 63.
Hisham Bustani es un escritor y activista marxista basado en Amman, Jordania. Es Secretario del Foro de Pensamiento Socialista y miembro fundador de la Alianza Popular Árabe Resistente. Agradecemos Bill Templer por haber tenido la gentileza de editar este artículo. [El original en inglés]
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