Los palestinos de Gaza: las penurias de vivir bloqueados y divididos

Clarín
21/07/10

Los palestinos de Gaza, la mayoría descendientes de los refugiados de la guerra de 1948 que creó el Estado de Israel, han vivido décadas de conflictos y enfrentamientos. Sus cicatrices se acumulan como los estratos de las rocas sedimentarias: cada uno marca una nueva crisis: la pérdida del hogar, la ocupación, la guerra, la dependencia.

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Las mujeres tenían los ojos llorosos, la voz débil, las manos rojas y encallecidas. ¿Cómo esperar que cocinaran y limpiaran sin agua ni electricidad? ¿Qué podían hacer en casas oscuras y calurosas el día entero? ¿Cómo podían sostener a maridos que no habían trabajado en años e hijos furiosos y sin objetivos? Sentada junto a otras ocho mujeres en una clínica de estrés, Jamalat Wadi, 28, trataba de escuchar a la trabajadora de salud mental. Pero no podía contenerse.

Tiene ocho hijos, y su marido desempleado pasa los días tomando sedantes. “Nuestros maridos no trabajan, mis hijos no van a la escuela, me pongo nerviosa, les grito, lloro, peleo con mi esposo”, descerrajó. “Mi marido empieza a pelear con nosotros y después grita: ¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer?”.

Los palestinos de Gaza, la mayoría descendientes de los refugiados de la guerra de 1948 que creó el Estado de Israel, han vivido décadas de conflictos y enfrentamientos. Sus cicatrices se acumulan como los estratos de las rocas sedimentarias: cada uno marca una nueva crisis: la pérdida del hogar, la ocupación, la guerra, la dependencia.

Pero hoy, dos acontecimientos conspiran para convertir esa vida difícil en un nuevo tormento: el bloqueo de Israel y Egipto, que lleva tres años, los ha encerrado en un pequeño enclave y ha destruido lo que quedaba de la economía local; y l a feroz rivalidad entre las facciones palestinas , que ha debilitado la identidad y la voluntad, dividió a las familias y provocó un grave escasez de electricidad en medio del verano.

Hay muchas cosas que se pueden comprar en Gaza. Los productos llegan a través de la fronteras o se contrabandean por los túneles con Egipto. El problema no es ese. En realidad, cuando se habla de comida, la gente de aquí se enfurece porque quiere decir que su lucha es por la subsistencia y no por la calidad de vid a. La cuestión no es el hambre. Es la ociosidad, la incertidumbre y la desesperación. Toda discusión sobre las penurias de Gaza es parte de un debate político de gran carga emocional.

La situación sin duda es calamitosa.

Gaza, en casi todos los aspectos, está estancada .

Una calle principal se cerró y se levantó un escenario para una concentración de protesta por la escasez de electricidad. Los disertantes hicieron temblar las ventanas de las casas vecinas con los himnos de Hamas, el partido islamista que está en el poder desde hace tres años. Muchachos con uniforme militar camuflado desfilaron con paso de ganso.

Unos jóvenes portaban afiches de un hombre con dientes de vampiro que mordía a un bebé ensangrentado. El vampiro no era Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí. Era Salam Fayyad, primer ministro de la Autoridad Palestina en Cisjordania.

Como si el pueblo palestino no soportara suficientes problemas, ahora no tiene un gobierno sino dos, uno dominado por Al Fatah en la ciudad cisjordana de Ramallah y otro de Hamas aquí. El antagonismo entre ellos es de una de rivalidad y una furia que no dan indicios de ceder.

Su última víctima es la electricidad de Gaza, parte de la cual es provista por Israel y pagada por el gobierno de Cisjordania, que recibe un reembolso parcial de Hamas. Pero Cisjordania dice que, como Hamas no paga lo suficiente, ha tenido que demorar los pagos a Israel, que suspendió el suministro.

Hoy día Hamas no tiene rival. Está a cargo de las escuelas, los hospitales, los tribunales, los servicios de seguridad y la economía, a través de los túneles para el contrabando desde Egipto. Junto con los dirigentes llegó una nueva generación que ha tomado las riendas del poder.

Mojen al-Ghemri, 25, enfermero, y su mujer, Imán, 24, profesora de árabe, son parte de ella. Nietos de refugiados, los Ghemri, que poseen educación universitaria y todavía viven en los campos de refugiados, consiguieron empleo cuando Hamas tomó por la fuerza el control total, un año después de haber ganado las elecciones.

Ghemri trabaja de enfermero para los servicios de seguridad y gana 500 dólares por mes pero ahora pasará seis meses en la unidad de terapia intensiva del Hospital de Shifa. La mujer de Ghemri recibe a las visitas que llegan a su casa vestida con el niqab, o velo facial, que sólo permite ver los ojos. Cree en Hamas y se lo hace saber a sus alumnos. Pero su esposo ve al partido más como un medio para llegar a un fin. “Uno no puede ir solo a pedir empleo”, dijo el hombre.

“Para mí, Hamas es un modo de tener trabajo”.

En realidad, en Gaza se da una paradoja: aunque Hamas no tiene rivales que compitan por el poder, tiene una cantidad sorprendentemente escasa de seguidores. Aquí, Israel nunca está lejos de los pensamientos de la gente. Sus buques controlan las aguas. Sus aviones controlan los cielos. Sus caprichos, consideran los galanos, controlan su destino.

Y aunque casi todos ven a Israel como el enemigo, quieren tener lazos comerciales y trabajar allí. En su vida, la principal fuente de ingresos viene de Israel y por Israel.

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