Si dependiera de la gente Anat Kamm sería ejecutada
Gideon levy
Haaretz/Rebelión
Traducido del inglés por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
20/04/10
Todo el país está furioso por el asunto de Anat Kamm, y sólo un hombre decidirá cómo puede terminar: el director del servicio de seguridad Shin Bet, Yuval Diskin. Si éste decide que Kamm y el periodista de Haaretz Uri Blau deben ser castigados severamente, eso es lo que sucederá. Si decide que hay que perdonarlos, así será.
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La fiscalía y los tribunales aceptan su decisión de una forma terriblemente automática, el gobierno y la oposición no abren la boca, los medios de comunicación aplaudirán y la opinión pública no tendrá nada que decir o bramará beligerante. Así es como funciona el Shin Bet, así van las cosas en Diskinlandia.
Al principio Diskin manejó el caso "con guantes de seda", según sus palabras, después decidió “quitarse los guantes”. Es una cuestión de estado de ánimo. Cuando estaba de buen humor y aún llevaba la seda, Diskin sugirió que Blau devolviera todos los documentos y no fuera procesado legalmente. Cuando amenazó con quitarse los guantes nadie preguntó qué quería decir.
¿Estaba pensando en secuestrar a Blau en Londres? ¿Tal vez tenía la intención de asesinarlo? El jefe del Shin Bet amenaza a un periodista y el asunto es como de costumbre, nadie dice una palabra.
Nadie se puso nervioso después de que se pronunciasen estas palabras brutales, nadie se preguntó qué es lo que Diskin quería decir exactamente. Nadie se molestó siquiera en preguntar si de hecho fue el Shin Bet el que irrumpió en el apartamento de Blau y lo saqueó.
¿El Shin Bet robando en las residencias de los periodistas? ¡Vaya! ¿De qué clase de país estamos hablando? ¿Hemos vuelto a los días de Isser Harel, quien a instancias de David Ben-Gurion mantuvo a políticos y periodistas bajo vigilancia?
¿Y qué pasa con la revelación de Aluf Benn de ayer en Haaretz acerca de que el presidente Simón Peres, el Premio Nobel de la Paz, había encargado en el pasado al Shin Bet que hiciera lo mismo a los miembros de la Lista Progresista por la Paz? ¿Debemos olvidarnos de cómo se comportó esta misma organización en el asunto del autobús 300? ¿De cómo sus miembros destrozaron los cráneos de terroristas cautivos y luego tuvieron la osadía de tratar de culpar a Yitzhak Mordechai, un oficial muy respetado en aquel momento?
Pero dejemos afuera a Diskin y a las sombrías agencias de espionaje. Son responsables de la seguridad, y tal vez incluso tienen derecho a hacer lo que hacen. ¿Dónde están los pesos y contrapesos que se supone que hay para evitar que el Shin Bet actúe arbitrariamente?
Cuando Diskin dio la señal la acusación se cuadró. La acusación acató la disciplina justificando y obedeciendo; vino con una acusación formal contra Kamm por espionaje con posibilidad de cadena perpetua, nada menos.
El tribunal también acató celosamente la línea del Shin Bet, imponiendo una prolongada y ridícula orden de manto de silencio. Los medios de comunicación, también, se alinearon inmediatamente con el Shin Bet, casi como un solo hombre.
De esa forma comenzó la campaña de incitación contra Kamm, Blau y Haaretz; ladrones de documentos y peligros para la seguridad, traidores. Pero la verdadera traición ha sido la de los periodistas, que han traicionado su profesión: periodistas que toman partido por el aparato de seguridad en contra de los colegas que están haciendo su trabajo llevando luz a la oscuridad. El resultado ha estado plagado de desastres: Una democracia tan frágil como la nuestra, con un alcance limitado y una distorsionada función de los medios de comunicación, es un caldo de cultivo para una crisis sistémica general.
Si dependiera de la opinión pública, Kamm y Blau serían ejecutados y Haaretz cerrado en el acto. El general que dio las órdenes de asesinato reveladas por Kamm y Blau ha salido indemne de la aventura, mientras que el periodista y su fuente son enemigos del pueblo.
Esta ola turbia se ha recibido con un silencio atronador. El primer ministro, que se califica a sí mismo de demócrata, no ha dicho nada sobre el asunto, y tampoco el ministro de Defensa. Ni una palabra de los ministros Dan Meridor o Benny Begin, también demócratas, según ellos.
¿La oposición? No hagan reír a Tzipi Livni. ¿Los ex presidentes del Tribunal Supremo Aharon Barak y Samgar Meir? Ellos y sus colegas, que movilizaron la lucha contra lo que percibían como una amenaza a la democracia del ministro de Justicia, Daniel Friedmann, no han dicho una palabra contra las amenazas planteadas por el Shin Bet.
Solamente la presidenta del Consejo de la Prensa, la ex jueza del Tribunal Supremo Dalia Dorner ha permanecido firme por su cuenta.
Ahora sólo queda esperar que Diskin de marcha atrás y que este desgraciado asunto termine con un gemido.
Pero si sus impulsos agresivos le superan y decide seguir adelante sin sus famosos guantes de seda -aquellos que llevaba cuando era el duro director regional del Shin Bet en Nablús, conocido como "Capitán Yunis"- entonces Kamm y Blau pueden esperar un destino amargo y malo. En Diskinlandia, la única democracia de Oriente Próximo, lo único que se puede hacer es rezar para que Diskin, finalmente, vuelva en sí.
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