América Latina: El águila contraataca

Maggie Marín
Adital
22/9/08

¿Qué tiñe, por sobre todo, la actualidad regional? Las acciones terroristas, las conspiraciones y los complots de todo tipo. Son planes encuadrados en esa llamada doctrina Bush que ampara los intereses de la potencia y del pregonado nuevo orden mundial, y que aspira a promover la guerra civil en naciones con gobiernos revolucionarios o claramente progresistas.

Veamos algunos elementos imprescindibles en cualquier análisis: En solo unos meses W. Bush debe desalojar la Casa Blanca. Polichinela de los ejes económicos, financieros y militares donde se anida el poder real de la nación más poderosa del planeta, tiene un último encargo: lograr que la guerra infinita que sin fronteras, leyes ni control aparentemente es sólo suya, alcance al menos un triunfo en algún "oscuro rincón del mundo".


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Es un asunto que atañe nada menos que a su seguridad nacional, un principio que Estados Unidos lleva impreso en su "código genético", y que explica los últimos capítulos del tenaz y ya proverbial intervencionismo gringo en Latinoamérica, que de la peor manera -fraguando intentonas golpistas, desestabilización, magnicidios, y consintiendo genocidios claramente fascistas-, intentan doblegar a gobiernos legítimos y revertir los procesos revolucionarios de Bolivia y Venezuela y constreñir desde su comienzo un gobierno progresista como el que comienza a dar sus primeros pasos en Paraguay.

Tras su emancipación de Inglaterra, en 1783, la Unión demostró su vocación por el predominio económico y político y su "derecho" a ampliar sus fronteras para crear un imperio continental. Primero a costa de los territorios de los pobladores autóctonos de América del Norte y luego hacia el Sur. Bajo el pretexto de la aludida seguridad nacional (cultivado desde entonces), saltaron ágilmente de las compras territoriales, los pactos y el chantaje, a la fuerza bruta.

Cuba fue su primera víctima. Querían aferrarnos desde 1809. Distinguidas fuentes históricas refieren incluso que entre 1828 y 1829, William H. Harrison, un agente encubierto que llegó a la presidencia años después (de 1841 a 1845) desplegó afanes en Colombia para derrocar al gobierno de Simón Bolívar. Acción incompatible con la Ley de Neutralidad que en medio de las guerras independentistas que se desarrollaban en Hispanoamérica, fuera aprobada por el Senado estadounidense en 1817.

Tampoco fue imparcial el apoyo armamentístico a las fuerzas colonialistas españolas, cuando ya el país del Norte había reconocido a las nacientes repúblicas.

No se salieron con la suya, pero indudablemente su máxima fue que ya vendrían tiempos mejores. ¿Qué encubrieron, pues, doctrinas como la Monroe, la del Destino Manifiesto, o aquella de la fruta madura? "Nadie podrá detenernos", expresaba sin rubor el presidente republicano James Buchanan (1834- 1845) cuando ya extendían tentáculos hacia Texas.

Para tales propósitos nunca disimularon el acecho de sus buques de guerra a Latinoamérica y el Caribe, ni su sempiterna injerencia. Por ende, una broma ya proverbial en estas latitudes asevera que en el país del Norte no ha sido derrocado ningún presidente porque en Washington no existe embajada de Estados Unidos.

Así, a lo largo de la historia la región ha sufrido tiranías semifeudales, satrapías al estilo de los Trujillo, los Somoza y del propio Batista en la mayor de las Antillas, férreas dictaduras militares impulsadas, tuteladas y financiadas por Washington -que en sus academias instruyó a los ejércitos en la Doctrina de Seguridad Nacional, con su pavorosa secuela de muertos, torturados y desaparecidos- y por supuesto, su "democracia" al estilo de Collor de Mello en Brasil, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Carlos Menem en Argentina y Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia. El "Goñi". El mismo que habla mejor el inglés que el castellano.

Los anteriormente nombrados son solo algunas de las "criaturas" de un plan maestro adobado con inconfundibles dosis de componendas, corruptelas, sumisión y adhesión a una ideología y un sistema que arrasó a nuestros países.

De manera que hoy, aún cuando los renovados esquemas de la seguridad nacional estadounidense extienden sus fronteras y adaptan su geoestrategia a diversos escenarios (Guerra de Baja, de Mediana o de Alta Intensidad), América Latina -y es lógico porque según sus preceptos somos su patio trasero- se enfrenta al recrudecimiento de la acometida imperial no sólo en los terrenos político, económico, científico, cultural y mediático, sino además el militar

No se trata únicamente de la permanencia e incremento de sus bases militares, del accionar contrainsurgente de sus soldados bajo supuestas diligencias humanitarias o de combate al narcotráfico, de los ejercicios militares conjuntos ni, por supuesto, de la vigilia de la reactivada IV Flota.

Presintiendo grandes conflictos sociales y alzamientos campesinos e indígenas en oposición a los males que acompaña al modelo neoliberal inaugurado por las dictaduras militares -recordemos que Chile fue el pionero--, Gringolandia amplió la lista de sus enemigos. Evo Morales me lo confirmó en La Habana, ya expulsado de su diputación y despojado por los parlamentarios de la presidencia que había ganado en su primer intento. "Antes nos acusaban de comunistas, ahora nos acusan de terroristas o de narcotraficantes".

Luego no debe sorprendernos que este último 11 de este septiembre, marcado por la conmemoración del 35 aniversario del golpe de estado contra Salvador Allende en Chile --impulsado y sufragado por Estados Unidos, las transnacionales y la oligarquía local--, enmarcase el recrudecimiento de la ofensiva de los cinco prefectos sediciosos y separatistas de Bolivia para "sacar al indio" o hacerlo trastrabillar.

Fue, no hay duda, una respuesta al apabullante triunfo del gobernante en el revocatorio del 10 de agosto y a sus decisiones ulteriores: someter a referendo la Constitución el 7 de diciembre y avanzar en asuntos de marcada importancia económica, política y social, la tan necesaria reforma agraria entre ellas.

No olvidemos que la crisis del gobierno boliviano, diseñada y organizada por Estados Unidos desde la misma asunción de Morales, viene sufriendo una implacable escalada que ahora exhibió ribetes aún más alarmantes: era posible un golpe de estado "cívico prefectural", y hasta el asesinato del gobernante, quien reiteradamente ha llamado a los sediciosos al diálogo y probado la intrusión norteña en directo a través de su embajador, Philip Goldberg, poseedor de todo un expediente en desintegración y separatismo tras los oficios que a ese respecto cumplió en repúblicas de la ex Yugoslavia, y que fue expulsado por Morales el 10 de septiembre.

Los analistas aseguran que el objetivo de las maquinaciones washingtonianas no es un golpe de estado clásico -civil o militar- como los promovidos en incontables oportunidades en Latinoamérica, una región donde las burguesías, los terratenientes y los partidos políticos tradicionales han perdido prestigio y buena parte de sus instrumentos militares, políticos, sindicales y sociales, y cuyos gobiernos, en razón de los cambios que se han tenido lugar en los últimos años, no aceptarían una acción de este tipo.

La táctica estadounidense según confirman innumerables fuentes, es detonar una guerra civil. Operaciones terroristas contra puntos vitales de la estructura económica y el aparato del Estado, utilización de bandas fascistas contra la base social de la revolución, separación de los Departamentos de la llamada Media Luna, son componentes de una escalada que busca desencadenar la lucha fratricida" y la imposibilidad de que el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) pueda llevar a efecto la deseada y necesaria refundación del país.

Y ciertamente, aunque no debíamos descartar del todo el magnicidio (ni tentativas de asesinato contra dirigentes sociales y políticos claves), hoy la estrategia imperial transita preferentemente por los senderos de la violencia fascista y la guerra civil.

En Venezuela -y a sólo poco más de dos meses de unas elecciones regionales trascendentales para la revolución--, Hugo Chávez, que había descubierto y revelado las pruebas de un complot militar para derrocarlo y del quinto intento de magnicidio, adoptó una medida análoga con el diplomático norteño acreditado en Caracas, Patrick Duddy, quien también fue exhortado con frecuencia a suspender su apoyo directo a los sectores opositores, y que está implicado en trapisondas separatistas que tienen su centro en el departamento de Zulia.

Que se vayan al carajo todos estos yanquis de mierda, dijo Chávez ante una multitud reunida frente al Palacio de Miraflores para patentizarle su respaldo. Y quizá una "mala palabra" jamás sonó tan buena en boca de un político latinoamericano.

Eva Golinger, abogada venezolano-estadounidense y autora de serias investigaciones que han demostrado la injerencia norteamericana en Venezuela y Bolivia, promoviendo el separatismo y otros conflictos, mostró ese propio día en Venezolana de TV que Estados Unidos usó a organismos como la National Endowment for Democracy (NED) y la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) para crear "programas de ayuda" y transferir fondos a ONG y a la oposición Boliviana, de forma similar a lo hecho en Venezuela contra Chávez.

Desde 2005 -cuando el aspirante presidencial Evo Morales era una preocupación para Estados Unidos -aseveró Golinger--,USAID entregaba 120 millones de dólares a organizaciones implicadas en el conflicto político boliviano. "En la región la injerencia penetra e infiltra todos los sectores de la sociedad civil en un país de su interés económico y estratégico".

¿Y cual, como sabemos, es el verdadero "pecado" de Chávez y Morales? El de estar inmersos en el desafío histórico de acometer en sus países reformas estructurales por la vía pacífica. A ello sumemos la amistad con cuba, la búsqueda de la integración real, y otra una suma de acciones en defensa de los pueblos, no de los banqueros ni de las trasnacionales.

Es claro que a USA poco le importa, hoy, que estos gobernante llegaran a las mansiones presidenciales mediante las urnas, como genuinos productos de la "democracia representativa que ellos diseñaron para su propio beneficio, y no por las armas y las revoluciones. ¿Qué prestigio cuidar, si lo pueden recoger del piso hecho jirones tras las terribles acciones cometidas luego del atentado (¿O mejor auto-atentado?) a las Torres Gemelas en 2001?

Además, ¿Si ya antes lideraron la guerra sucia contra los insurrectos (años 60, 70 y hasta 80), por qué no disparar hoy con presiones y acciones violentas constantes, oligarquías nativas mediante, a líderes que tuvieron la osadía de hacerse del poder con su propia fórmula?

No asimilan los golpes. Se montan en ellos y espolean. Llegar a donde quieren y a tiempo es lo único importante para el pragmatismo Made in USA.

Lo más increíble es que todas estas prácticas contra Bolivia y Venezuela las viene usando el país norteño desde hace casi 60 años. Recordemos, si no, que un guión casi idéntico le aplicó al coronel Jacobo Arbenz desde que éste llegó a la presidencia de Guatemala en marzo de 1951. Las diferencias estribarían en que contra Arbenz no sólo usaron a sus diplomáticos, a la CIA, a la oligarquía local y a otros alados especiales (que en ese caso no fue la USAID sino la United Fruit), sino que contaron con el apoyo irrestricto de una OEA que ahora no exhibe las mismas posturas, y de sectores del ejército sobre los que tenían una influencia determinante.

Pero volvamos a este septiembre: Los mandatarios Rafael Correa de Ecuador; y Daniel Ortega de Nicaragua, apoyaron con presteza a esas naciones hermanas. En tanto el presidente de Honduras (miembro del ALBA tras su más reciente cumbre), Manuel Zelaya, suspendió la ceremonia de recepción de las cartas credenciales del nuevo embajador estadounidense. Los gobernantes de la mayoría de nuestros países, Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Guatemala, se fueron sumando al coro de protestas y de respaldo a la institucionalidad boliviana, que culminó en la firma en Chile de la Declaración de La Moneda, donde nueve presidentes y los enviados especiales del total de los doce países que integran la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), adoptaron una declaración que apoya al gobierno boliviano y condena y rechaza cualquier intento de golpe civil o ruptura institucional.

En el mismísimo Palacio de la Moneda fue esa cumbre extraordinaria del bloque. Mire usted. ¡Qué mensaje subliminal a Gringolandia de quienes ha pesar de sus diferencias, han resuelto unirse y reunirse sin presencia alguna de la potencia!

No por gusto de multitud de artículos de la prensa alternativa, y en otros escritos por personalidades de la estatura y el prestigio de Adolfo Pérez Esquivel, Frei Betto y James Petras, emana un concepto trascendente: La rebelión antiimperialista se agiganta en Latinoamérica ante las arremetidas norteñas; nuestros países, lejos de amilanarse, van sumándose a la histórica conducta de la Revolución Cubana. Hay que enfrentar los desafíos como loba parida en defensa de sus cachorros amenazados. O los pierde.

Estos días leí una sentencia que no olvido, por su veracidad: Cuando el imperialismo apela al fascismo, la diplomacia carece de sentido.

Por cierto, la ocasión es perfecta para apuntar lo siguiente sobre el país del Altiplano: aunque ciertos analistas y fuerzas políticas locales hablan de "debilidades" y exigen a su gobierno apurar el paso implementando medidas más drásticas, la reacción gringa y de los fascistas locales es la mejor muestra de que las decisiones tomadas en Palacio Quemado han lesionado los intereses imperiales y oligárquicos.

Otra acotación: tanto Venezuela como Bolivia son ricos en los recursos enérgicos que necesitan Estados Unidos y el capitalismo global para salir de su actual crisis y continuar su expansión. Ambos disponen de la primera y segunda fuentes regionales de gas natural, y la nación bolivariana es el segundo exportador de petróleo hacia Estados Unidos, después de Arabia Saudita. Sufren pues, en razón de sus actitudes insumisas e independientes, lo que algunos llaman la maldición de las riquezas.

Pero en el podio de las falsiconfesiones a la prensa, en Washington, Sean McCorman, vocero del Departamento de Estado, se confesó extrañado de que Morales y Chávez expulsaran a sus embajadores en Lima y Caracas. Estados Unidos, dijo, mantiene en la región una agenda positiva para ayudar a sus poblaciones, mientras las decisiones de los gobiernos de Bolivia y Venezuela, lejos de ayudar a su gente, "sólo contribuyen a hundirlos más en el aislamiento".

La "agenda positiva", explicaba un colega, es el código al uso en la diplomacia gringa desde 1997 para encubrir el injerencismo de sus proyectos, entre ellos los de apertura económica y libre comercio. Pero desde esa fecha la inventora de la locución, la Secretaria de Estado Condolezza Rice, aclaró que de tal fórmula para "cooperar" con otros gobiernos, quedaba excluida Venezuela porque Hugo Chávez era una "mala influencia" para América Latina.

Sabido es que la ojeriza norteña contra el líder bolivariano es de vieja data y resultado directo en primer lugar de su hermandad con Cuba, aunque también, claro, de su vocación integradora, sus acciones solidarias y su apego a la verdad y la justicia. Las tramas del Norte revelan que después de la ínsula, Venezuela es su enemigo principal. "Antipatía" que se amplió a Evo desde 2006 y que se dilata hacia Daniel Ortega, Rafael Correa y el paraguayo Fernando Lugo.

Hasta Honduras, virtual portaviones de agresión durante la guerra sucia contra la insurgencia en América Central y cuyo actual presidente se declara opuesto a intrusiones y componendas gringas contra gobiernos legítimos, podría integrar en breve la lista negra de las esferas de poder estadounidenses.

De modo que la aludida "agenda positiva" (pura herramienta de control) no es factible para toda Latinoamérica, una región muy diferente hoy día a la de la sexta, séptima y octava década del pasado siglo. No es raro, entonces, que cuando esa fórmula no encaja, se recurra a medidas drásticas: la confabulación con las derechas nativas para sembrar el caos, la ingobernabilidad, y el terrorismo.

Salvemos distancias: no es el caso de Colombia, México, Perú, El Salvador y Costa Rica, por mentar a los más cercanos a la administración Bush. Pero Venezuela y Bolivia, claro está, no se inclinan en lo absoluto hacia fórmulas estadounidenses.

Paraguay, que parece que tampoco se someterá a los dictados gringos, fue otro objetivo de la agenda interventora, solo dos semanas después de la asunción a la presidencia de Fernando Lugo, un obispo progresista declaradamente a favor de cambiar el destino de su patria. Así, el ex presidente Nicanor Duarte se alió con el ex general latinoamericano más frustrado en sus apetencias de poder, Lino Oviedo, y complotados con militares, qusieron liderar un golpe de estado. Mientras, el Departamento de Estado gringo aderezó la crisis reprochando al canciller ser el vínculo de Paraguay con los "terroristas" palestinos de Hezbollá y Hamas.

Tampoco Argentina escapó de las fuerzas telúricas norteñas. Al paro de los grandes productores agropecuarios le siguió el "remake" del guión de la valija con 800 mil dólares que supuestamente le enviara Chávez a la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, para costear su campaña presidencial.

En fin, un auténtico arsenal propio de una descarnada guerra sucia a la que no van a renunciar, téngalo por seguro, y cuyo primer objetivo es socavar y debilitar la credibilidad de los gobernantes latinoamericanos, que cada vez en mayor número y con más empaque, se alejan de la estrategia imperialista en la región.

Mientras escribo, transcurre en La Paz un diálogo que busca eso precisamente, la paz y la concordia; y el prefecto genocida de Pando, Lopoldo Fernández, fue apresado para procesarlo por la masacre acontecida en la capital de ese departamento, donde 15 personas perdieron la vida, 34 fueron heridas y otras 106 seguían desaparecidas. Departamento sedicioso donde el ejército incautó un buen número de armas de diversos calibres.

Pero se llegue a donde se llegue, las artimañas seguirán estando a la orden del día. Recordemos, es un asunto de "seguridad nacional" para Washington.

Pero de las crisis salen casi siempre los mejores remedios, y Evo recibió y recibe un apoyo tan grande que de hecho es una suerte de plataforma sobre la que comenzar a edificar esa otra Bolivia que emana de esa nueva Constitución, a la que el Norte tanto teme. A pesar de las conspiraciones.

Estamos en el horno, escribía alguien por estos días. ¡Está caliente!, es cierto. Pero la expulsión de los embajadores gringos demuestra por sobre todo la fortaleza y dignidad de los procesos revolucionarios de Venezuela y Bolivia. Gringolandia no debía equivocarse, digo yo, porque este horno no está para "galleticas".

Maggie Marín: Periodista de la revista centenaria cubana Bohemia

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