Retrospectiva: De Zapatos, Barcos y Lacre

Laura Knight-Jadczyk
SOTT.net
13/05/08
Traducción de SDLT



©Rodney Matthews

“El tiempo ha llegado”, dijo la Morsa,
“de hablar de muchas cosas:
De zapatos –y barcos-- y lacre.
De repollo – y reyes --
Y por qué el mar está hirviendo --
Y si los cerdos tienen alas.” (A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí, por Lewis Carroll, 1872, Jabberwocky)


En mi última entrega de la serie sobre cometas y asteroides cité a John Lewis, de la Universidad de Arizona, quien dijo:

“Innumerables libros y artículos sobre astronomía – demasiados para citarlos - ofrecen la garantía de que “nadie ha resultado muerto por un meteorito”.

Ahora sabemos, gracias a ese artículo, que eso está lejos de ser verdad. También sabemos que en este momento estamos en peligro y que nuestros gobiernos parecen esconder este hecho. Nos mienten, nos tratan de distraer y a menudo se aseguran de que las fuentes de información y recursos que recolectan de las masas no sean usadas a favor de éstas, sino a favor de enriquecer y asegurar la supervivencia de una pequeña minoría de individuos patológicos que están en la cumbre. En pocas palabras, nos están fastidiando en grande.

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En ese último artículo también cité algunos extractos de un par de fuentes que exponen que la ciencia es controlada y manipulada por la política. Aparentemente se ha vuelto un escándalo durante la administración de Bush. Se han censurado, suprimido y falsificado reportes científicos en relación con investigaciones de salud y medio ambiente. Anthony Robbins, profesor de medicina de Tufts University y ex-director del National Institute for Occupational Safety and Health (Instituto Nacional para la Salud y Seguridad Ocupacional), dijo que la Casa Blanca ha estado directamente involucrada en la supresión y falsificación de la ciencia. Kurt Gottfried, profesor de física de la Cornell University y miembro de la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados) nos informa que “tanto al público como al Congreso se les ha privado de información científica certera e imparcial “ (Top Scientists Want Research Free From Politics).

Sin embargo el problema no es nuevo. Ya que la mayoría de las investigaciones son patrocinadas – desde hace mucho tiempo – por el gobierno, los grupos de presión de la industria han estado “tratando ampliamente de ser factores de influencia en las agencias gubernamentales para lograr que las investigaciones beneficien a sus corporaciones”. Y por supuesto, cuando las corporaciones y los gobiernos están “durmiendo en la misma cama” - como en el caso del gobierno de Bush – usted podrá imaginarse que aquellas “creencias” promovidas por la Corporatocracia Gubernamental son las que reciben el dinero. Y por supuesto, los investigadores entienden esto claramente, ya que si no encuentran la “respuesta correcta” - aquella que quieren los patrocinadores – entonces el flujo de dinero dejará de correr. En otras palabras, el adecuarse a la agenda del gobierno es parte del sistema de los patrocinios gubernamentales. (Government's funding framework breeds scientific conformity).

Dentro de las creencias que la Corporatocracia quiere que adoptemos están:

Que el calentamiento global es causado por humanos.

Que el SIDA es causado por un virus.

Que la radiación, el humo del cigarro y otras toxinas son peligrosas proporcionalmente a su potencia, sin importar cuan pequeña sea la dosis.

Que las enfermedades cardiacas son causadas por grasas saturadas.

Que el cáncer es causado por mutaciones.


Es interesante que el reporte del Cirujano General (jefe del servicio federal de salud) que comenzó la campaña anti-tabaco moderna en los Estados Unidos fue presentado menos de dos meses después que John F. Kennedy fuera asesinado, un crimen que sugerimos dio pie para que los Estados Unidos fuera tomado por un golpe de estado, y para que los conspiradores comenzaran sus planes para preparar el 11-S. Debemos notar que la misma pandilla que estuvieron implicados en el asesinato de JFK
, inclusive algunos de los mismos individuos, están implicados en el 11-S. ¿Coincidencia? ¡No lo creemos!

Pero me he desviado del tema. Como apunté anteriormente, con base a la evidencia que hemos recolectado en los últimos 10 años o más, podemos ver sin duda que el tema de los impactos de meteoritos, cometas y asteroides sobre nuestro planeta, y el verdadero peligro potencial para cada uno de nosotros, es parte de las áreas de investigación que han sido censuradas, suprimidas o falsificadas.

Victor Clube señala que su línea de investigación fue clausurada por el status quo científico británico, y que después fue patrocinado por la Fuerza Aérea Estadounidense – por supuesto – por un breve y brillante instante. Pero una vez entregadas sus conclusiones fue marginalizado y olvidado. John S. Lewis de la Universidad de Arizona fue por el mismo camino y escribió unos libros sobre el tema llamados: Rain of Iron and Ice (Lluvia de Hierro y Hielo) y Comet and Asteroid Impact Hazards (Peligros de Impactos de Asteroides y Cometas), donde nos dice de manera indirecta que estamos perdidos, ¡y no hace una sola referencia al trabajo de Victor Clube y Bill Napier! Es del libro de Lewis de donde saqué el esqueleto de la lista de Meteoritos, Asteroides y Cometas: Daños, Desastres, Heridas, Muertes y Encuentros Muy Cercanos la cual nutrí con datos más recientes así como de otras fuentes que Lewis no incorporó. No sólo no incorporó esas fuentes, sino que sus números están equivocados sin ellas.

A través de la serie de artículos, presenté regularmente la pregunta: ¿qué ha provocado la ceguera de las personas a quienes acudimos para la interpretación y explicación de nuestra realidad? ¿Cómo pueden ser tan ignorantes las personas que escriben los libros de texto, que dan clases en escuelas, aun al más alto nivel? Las consecuencias de esta ignorancia son, después de todo, en detrimento de todos nosotros por muchas razones de las cuales no la menos importante es la simple supervivencia en un ambiente más bien hostil.

Bueno, por supuesto, está el tema de los patológicos anormales que escalan hasta puestos de poder y controlan el flujo de información. Pero eso no puede posiblemente explicar toda la ceguera que vemos y experimentamos a diario; eso no puede explicar toda la ignorancia o las actitudes adoptadas hacia cierta información por muchos académicos que son, hablando en general, honestos y sinceros.

Los eventos cubiertos hasta ahora por esta serie nos han llevado a entender que han habido muchas ocasiones – aun en nuestra historia reciente – donde es altamente probable que la tierra – o parte de ella – haya sido bombardeada por meteoritos o fragmentos de cometas que explotan en el aire. Estos eventos a menudo ocurren durante, y probablemente se relacionen con, periodos de gran estrés en el ambiente y en la humanidad en general. Los cambios climáticos traen consigo desbordamientos, sequías, temperaturas extremas, malas cosechas y hambrunas. Estas presiones tal vez han bajado la resistencia a las enfermedades en algunas poblaciones, y también se conjetura que los bombardeos extra-terrestres hayan traído patógenos virales. Los impactos o perturbaciones en la corteza terrestre tal vez hayan puesto presión en las estructuras geológicas provocando la liberación de gases a través de fisuras, provocando que los océanos o lagos se hayan envenenado y por tanto enfermado a grandes poblaciones, no sin mencionar el record de tsunamis del que ahora se habla. Y el fondo del asunto es, durante el presente periodo en el que vemos estrés similar acumulándose en nuestro planeta, que encontramos que no podemos confiar que nuestros gobiernos, los medios de información, o inclusive la mayoría de los círculos académicos que les deben su manutención al gobierno, nos digan la verdad.

De nuevo: ¿por qué nos mienten? ¿por qué gente decente y sincera – no los patológicos – nos mienten?

La respuesta es, simplemente, por la religión; principalmente el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.

Usted verá, ellos no creen que estar mintiendo. Y ese es el tema que quiero tocar hoy.

En mis artículos previos de la Serie de Cometas di una breve descripción del problema:

...[E]s todo acerca del control. Todas estas cosas, juntándolas, provocan un intolerable estrés en el organismo social humano, y como es típico en los humanos, esto trae consigo una crisis de fé, de demanda de respuestas, demandas de protección que el gobierno simplemente considera muy costoso proveer.

Cuando el mundo muestra ser un ambiente hostil, cuando este ambiente sugiere que no existe un dios y que la humanidad está a la deriva en un cosmos indiferente, la mayoría de la gente no puede tolerarlo; necesitan desesperadamente restaurar la creencia de que hay algo “allá afuera” que los salvará, y si no hay nadie que lo haga, quiere decir que hay que buscar al culpable de este desastre: hay que buscar un chivo expiatorio.


Los gobiernos corruptos no quieren ser culpados, así que buscan a otros a quienes culpar y convencen a las masas de que estos objetos de escarnio son la principal causa de todos los terrores. Y las masas invariablemente creen estas manipulaciones porque, desde luego, si encuentras a quien culpar por las calamidades, podrás seguir con la ilusión de que “Dios está en los cielos y – salvo por las maldades del chivo expiatorio seleccionado – todo estaría bien en el mundo”. De otra manera, la tensión y la ansiedad de no tener control (aun indirecto, a través del rezo o el ritual) sobre el entorno hostil resultarían insoportables. Así mismo, estoy segura que usted ha notado que esto también absuelve al individuo de cualquier responsabilidad, de modo que este acercamiento funciona bajo cualquier tipo de situaciones.

Quisiera explorar el papel que el bombardeo cometario ha jugado en la creación de la religión y luego examinar el papel que la religión ha jugado en la adopción de mentiras y engaños en nuestro mundo, pero antes de hacerlo, creo que necesito ayudarlo a usted, lector, a entender cuán fácil es que su mente sea abordada y controlada por estas estructuras sociales y culturales que no son de ningún modo beneficiosas para usted o la sociedad. Así que el presente ensayo será dedicado a discutir la mente humana y cómo funciona bajo un contexto en particular.

Considerando a la religión como un sistema de control, justo como
escribe Richard Dawkins:

La religión es un área de nuestra cultura donde es absolutamente aceptado, sin cuestionamientos – sin denotar cuan extraño sea – el que los padres tengan la decisión total y absoluta sobre el futuro de sus hijos, sobre cómo serán criados, qué opiniones tendrán sobre el cosmos, la vida, la existencia. ¿Ahora ve lo que quiero decir cuando digo abuso mental infantil?


No estoy de acuerdo con Dawkins en todo lo que dice y creo que algunas veces descarta información válida, pero en este punto estoy de acuerdo. Lavarle el cerebro a un niño con las “creencias” religiosas (al contrario de reunir y enseñar con hechos y observaciones) es la influencia más perjudicial en nuestro mundo de hoy en día. Punto.

Es verdad, la Ponerología, explicada por Andrzej Lobaczewski, nos enseña que en cualquier lugar y momento existe una pequeña minoría de personas patológicas que siempre se inclinan por el poder y el dominio. Fue cierto tanto en los “Tiempos Bíblicos” como lo es ahora. De hecho, cuando usted entiende los porcentajes dentro de una población, y ve que estos porcentajes se mencionan una y otra vez a través de la historia como los de la “élite en el poder”, comienza comprender que no hay nada nuevo bajo el sol. Es la misma historia una y otra vez.

Pero muchas personas tienen gran dificultad para entender exactamente cómo es que este pequeño porcentaje de individuos patológicos obtienen el poder y control sobre la masas de gente ordinaria, y todos creen que están exentos; nunca podría pasarles a ellos y, sin duda, lo que piensan y creen es apropiado, sano y normal.

Piénselo de nuevo.

Cuando usted ha sido criado en un entorno religioso, usted ha sido programado desde una edad temprana, y existen muy pocas posibilidades de que usted piense o reaccione de manera normal hacia la realidad – bajo cualquier circunstancia. De hecho, voy a ir tan lejos hasta decir que si usted ha sido criado bajo los preceptos de la Civilización Occidental, aun si su familia es abiertamente religiosa o no, no hay posibilidad – no sin mucho trabajo – de que usted pueda ver los pequeños ajustes a su forma de pensar y actuar, y las maneras en que es manipulado y controlado.

Considere el hecho de que la tradición bíblica es la fuente de todos los valores que hacen respetable, legítima y superior a la civilización Occidental. Nadie se extraña si un Diputado o un Jefe de Estado en cualquier lugar del mundo cristiano cita a la Biblia. Nadie objeta cuando un oficial gubernamental – incluyendo al presidente electo – coloca su mano sobre la Biblia para certificar su juramento oficial. Nadie se molesta en analizar o reflexionar el hecho de que la Civilización Occidental toma su lugar en la historia, apoyándose en la Biblia. Todo mundo, incluyendo los ateos, tienen una vaga idea de la historia bíblica, la cual comienza con el “principio del mundo”, con Adán y Eva viviendo en un jardín fantástico, y que fueron echados por la debilidad de Eva, manchando a todas las mujeres por este hecho.

Así que, desde el comienzo en el Edén, pasando por la elección de Israel como “el pueblo elegido” por un extraño dios tribal en el Medio Oriente, hasta los Cristianos, quienes básicamente robaron al dios de los Judíos y su historia desde el comienzo, hasta la iglesia en Roma, el árbitro de todo lo bueno en la Civilización Occidental por casi 2000 años, y hasta la cultura popular norteamericana, encontramos la influencia de la Biblia. Ha influenciado profundamente el tipo y la manera en que contamos historias, la manera en que buscamos significado en nuestras vidas, la manera en que entendemos su transformación y cómo la imaginamos en el futuro (paraíso, infierno, resurrección, apocalipsis, salvación, etc.), nuestra “moralidad” y cómo pensamos que nuestros problemas deberían resolverse.

El rol de la mujer en nuestra sociedad es gobernado – nos guste o no – por los estándares de la Biblia. Las actitudes sociales hacia el sexo y la orientación sexual, las relaciones Judeo-Cristianas, las teorías de supremacía blanca, las instituciones patriarcales de nuestra sociedad, la manera en que pensamos acerca de nuestros recursos naturales, valores familiares, el grado de violencia aceptable y no aceptable, el valor que puedan tener otras culturas (¡por lo general muy poco!), nuestra responsabilidad hacia otros humanos y sus derechos – todo esto ha sido influenciado por la herencia de la Biblia Hebrea. La Biblia es la “corte de última apelación”. Una cita de la Biblia puede dejar fría una discusión pensante y razonable. Cuando la Biblia es invocada, nadie sabe cómo continuar y se convierte en la última palabra.

¡Toda nuestra civilización es cómplice de este extraño estado de las cosas donde un extracto de literatura de un misterioso grupo de Medio Oriente se ha vuelto el árbitro de los estándares y argumentos de millones de personas por más de 2000 años! Cuando uno lo observa desde afuera, ¡es la cosa más extraña que jamás se ha visto!

La Biblia impregna nuestra cultura tan profundamente, que nadie lo piensa ni lo cuestiona.

Ministros, sacerdotes, rabinos, profesores, escritores y muchos otros más van tras la búsqueda de significados ocultos dentro de la Biblia. Se forman grupos para estudiarla. Dentro de círculos académicos se han realizado intensas labores intelectuales sobre este libro, y así se ha hecho durante cientos de años. Nadamos en un océano de literatura acerca de la Biblia y sus personajes. Como Burton Mack dice, “¿no les parece es extraño que alguien tenga que consultar la Biblia, estudiarla, peinarla o rozar la superficie de su enigmático lenguaje para poder discernir la verdad oculta que provee la autoridad que tiene sobre nuestras religiones?” (Mack, A Myth of Innocence; Un Mito de Inocencia).

Uno de los principales problemas con esta situación es que, a pesar de que las masas de gente común consideran a la Biblia como la regla para medir cualquier cosa, y a pesar de la enorme inversión en estudios bíblicos, existe muy poco conocimiento público acerca de la Biblia en sí. La Biblia es la éminence grise de nuestras vidas, moldeando la manera en que pensamos y percibimos al mundo, y esto nos es impuesto desde el nacimiento, lo queramos o no. Ya sea si fuimos criados en hogares religiosos o no, las imágenes e historias Bíblicas saturan nuestro arte, literatura, teatro y arquitectura.

La Biblia fue el aparente inductor para que nuestra civilización fuera a conquistar otras tierras, destruyera a otras personas, su religión y cultura, destruyera recursos naturales, vilipendiaran la tierra. La Biblia fue el único libro que cada explorador o peregrino Occidental tenía a la mano. Definió la manera en que desarrollamos nuestras instituciones, nuestras escuelas, universidades, cortes legales, gobiernos, y demás.

Ahora, dirijámonos en otra dirección. Veamos cómo este urgente impulso por “probar a la Biblia como verdadera” puede afectar las investigaciones académicas. El eminente sociólogo israelí Nachman Ben-Yehuda escribe acerca de la falsificación de la historia durante nuestro tiempo, y la creación del Mito de Masada en su libro Sacrificing Truth (Sacrificando la Verdad). Varios apuntes de su introducción sirven para ilustrar de lo que estamos hablando en términos de cuán fácil es engañar a una sociedad, mentirle y manipularla con influencia bíblica; también hace importantes señalamientos acerca de nuestra cultura en general:

¿Cómo percibimos a nuestra cultura? ¿Cómo nos entendemos a nosotros mismos en términos de seres en búsqueda de significado? Socializamos y vivimos dentro de una cultura compleja – de donde extraemos la esencia misma de nuestra identidad - pero al mismo tiempo ayudamos a construirla. ¿Cómo se realiza este proceso?...

Una manera interesante de explorar a las culturas es examinando algunos de los innumerables contrastes que caracterizan su estructura. Estos contrastes establecen límites, los cuales a su vez definen a la variedad de los universos simbólico-morales de los cuales se forman culturas complejas. A su vez, estos universos producen y apoyan a las identidades personales y colectivas. Existen muchos contrastes, algunos más profundos que otros. Hay contrastes físicos, tales como blanco/negro, día/noche, mar/tierra, montañas/valles, y existen contrastes formados moralmente tales como bueno/malo, correcto/incorrecto, justicia/injusticia, confianza/traición. El contraste en el que nos enfocaremos en este libro es de gran significado: es aquel entre verdad y mentira. Este contraste cruza por muchos universos simbólico-morales porque toca una cualidad a la cual le damos importancia central – aquella entre lo genuino y lo espurio. Hay sentimientos profundos que todos compartimos y que resuenan con este contraste, sentimientos que caracterizan a culturas y a organizaciones.

Robinson (1996) señala que la línea demarcadora entre lo que es verdad y lo que no, no pudo establecer su existencia de la noche a la mañana, sino que se desarrolló gradualmente en el pensamiento filosófico Occidental durante muchos años. Los temas de verdad y mentira han ocupado las mentes de académicos eminentes tales como John Dewey y William James, así como de fenomenólogos como Jack Douglas.

Hasta que la tempestuosa y confusa era del postmodernismo se ciñó sobre nosotros, la demarcación entre la verdad y la mentira podía establecerse con poca dificultad. Algunos análisis post-modernos enfatizan en implosiones, análisis narrativos y el concepto de que no existen fronteras entre lo que es “real” y “no real” porque todas las narrativas son diferentes, pero versiones igualmente “reales” de nuestra realidad, ninguna es mejor que la otra. En esta situación, los límites se vuelven borrosos. Tal punto de vista pinta a los contrastes antes mencionados como irrelevantes. Este ciertamente no es mi punto de vista. En efecto, estoy de acuerdo con que una de las más prominentes características de las culturas es la existencia de muchas versiones de la realidad y numerosas narrativas. De hecho, creo que mientras más tengamos, mejor, ya que entonces el reto profesional de un sociólogo examinando estas culturas es más demandante. Sin embargo, no puedo aceptar la opinión de que todas estas versiones son iguales; no lo son, ya sea moral o – más importante – empíricamente. Igualando la versión Nazi de la realidad con aquella de la Madre Teresa, Albert Schweitzer, Martin Luther King Jr. o Mahatma Gandhi para mi es empíricamente falso y moralmente imposible, aunque concedo que la moralidad es una variable debatible y negociable.

Como científicos debemos afirmar que existen versiones de la realidad que son inconsistentes – o inclusive contradictorias – con los “hechos”. Las realidades creadas con estas falsas versiones son sintéticas y engañosas. Navegando a través del fascinante trabajo de Philip Knightley de 1975 sobre los trucos de los medios y la desinformación en tiempos de guerra, encontramos muchas ilustraciones de las aparentes y confirmadas lagunas entre la “verdad” y la “mentira”. Tomando diferentes versiones de la realidad tal como son, sin contrastarlas o sin tratar de encontrar cual es más cercana a los hechos observables y conocidos, nos dejará en una maraña de incertidumbre eterna, una “realidad” fantasma donde nada es cierto o falso.

Vivir en tal universo no puede ser fácil. Definir una realidad donde la Tierra sea percibida como el centro del universo tiene ciertas consecuencias muy reales y tangibles. Sin embargo, está basada en mentiras y en una base empírica incorrecta. Si se lograra un entendimiento empírico del sistema solar y el universo más acertado, el punto de vista Ptoloméico tendría que abandonarse. Del mismo modo, las percepciones empíricamente incorrectas tales como la teoría genética promovida por Lysenko, o la teoría Flogistrona en la química tendrían que abandonarse en pos de estructuras de la realidad más informadas. El adherirse a realidades sociales basadas en hechos empíricos incorrectos e información falsa es – evidentemente – posible, pero conlleva un alto precio en términos del entendimiento genuino del mundo en el que vivimos.

Una línea importante de este libro debate que la diferencia entre verdad y mentira puede, y en verdad debe, establecerse lo más claramente posible [...]

Hay muchas maneras de explorar este fascinante contraste entre la verdad y la mentira, entre lo aparente y lo real...He escogido...enfocarme en un aspecto en particular de la cultura – la ciencia – y examinar las contradicciones verdad/mentira yacentes ahí....En el pasado, distintas disciplinas científicas fueron examinadas en búsqueda de casos de engaño o mentira. Sin embargo, la arqueología fue dejada fuera de la mayoría de la literatura tratante de ese aspecto de la ciencia. Y aún, como veremos después, el contexto de la búsqueda arqueológica es tal, que las tendencias acusatorias hacia lo falso son casi inherentes.

El método seleccionado aquí para resolver el acertijo presentado arriba es el de estudio de casos. Adhiriéndonos a él, nos enfocaremos en un aspecto específico de la cultura y veremos qué rol juega durante la construcción de significado. Específicamente, tomaremos la disciplina científica de la arqueología y examinaremos cómo un caso en particular, el de las excavaciones de 1963 – 65 en Masada en el Desierto Judeano de Israel, ayudó a formar el proceso central de construcción de una nación al forjar un pasado específico y, por tanto, unas nuevas identidades personales y nacionales. El forjar ese pasado requiere falsificar evidencia y esconder hechos, adaptando técnicas engañosas e inventando realidades históricas. [...]

Como Kohl apunta, “el nacionalismo requiere de la elaboración de un pasado real o inventado” y por tanto su soberbio análisis se enfoca en “cómo la información arqueológica es manipulada en favor de propósitos nacionalistas” bajo una perspectiva histórica trans-cultural. En un fuerte sentido, la arqueología nacionalista no tiene otra opción que ser política. Y en casos de pasados controversiales debe ser igualmente manipuladora. El manipular la arqueología para legitimizar pasados específicos, reales o inventados, es una potente mezcla cuando se quiere forjar una identidad nacional y crear cohesión al adoptar un fuerte sentido de pasado común (y por tanto futuro) en naciones de inmigrantes. El usar a la arqueología necesariamente significa invocar a la ciencia y por consecuencia a ideas de objetividad y honestidad.

Un acertijo que me asaltó en su momento, pero al cual le puse poca atención, se centraba en las principales excavaciones arqueológicas de Masada entre 1963 – 65. Masada fue excavada por arqueólogos profesionales quienes ciertamente creían en el ethos (carácter) y el valor de la ciencia. Sin embargo, los arqueólogos involucrados en estas excavaciones –notablemente el Profesor Yigael Yadin, que los encabezaba– apoyaban sólidamente la versión mítica. Fue este respaldo el que genuinamente me extrañó. Era inconcebible que los arqueólogos de ese momento no supieran lo que hacían. ¿Por qué escogieron ignorar la evidencia científica e histórica y favorecer al mito? Mucho mas importante, ¿cómo fueron capaces de arrear a la ciencia a que apoyara al mito? ¿Fueron acaso los descubrimientos destruidos? ¿Las interpretaciones distorsionadas? [...]

Eso fue lo que me motivó a escribir este libro. Contrario a mi estudio del mito de Masada, el presente tiene un enfoque totalmente distinto. Examina cómo y por qué los arqueólogos estaban dispuestos a suspender su escepticismo y a la buena ciencia en favor del mito. [...]

Este libro no sólo presenta una discusión de un estudio específico de ideología, política y arqueología, sino también utiliza ese estudio para decir algo mucho más general sobre la naturaleza de la ciencia, el engaño, la falsificación y algunas de las maneras en que socialmente construimos significados culturales. (Ben Yehuda, Sacrificing Truth; Sacrificando la Verdad).


Bueno, por supuesto, podemos ver el rastro de la patología en la creación del Mito de Masada como lo expone Ben-Yehuda en su libro. Pero esto no siempre es tan simple. También podemos ver que es una minoría de individuos en nuestra sociedad, que tienden a subir hasta la cima, quienes crean sistemas de entendimiento que aprendemos a aceptar como normales, cuando en realidad mucho de lo que consideramos “normal” en nuestro mundo no lo es; sino que es patológico, distorsionado y revuelto.

Usted verá, todos estamos locos. Casi todo el mundo está loco. Estamos locos porque la mayoría de nosotros – casi TODOS nosotros – creemos alguna de las extravagantes mentiras que nos han dicho como si fueran hechos comprobados. Y creer las mentiras tiene un efecto muy perjudicial en el sistema mental e incluso físico del individuo que las cree, así como en el sistema social del cual el individuo es parte.

En La Historia Secreta del Mundo, me tomé el tiempo de explicar cómo funciona el cerebro, cómo los neuroquímicos se acoplan a los receptores para producir cambios en las células, y cómo las drogas que también se acoplan a los mismos receptores pueden crear un caos en el cuerpo porque, al final, las drogas no son exactamente iguales a los neuroquímicos producidos naturalmente por el cuerpo. El punto de discusión era llevar al lector a cierto entendimiento de nuestra estructura psicológica y cuán perjudicial puede ser para todo nuestro organismo el creer mentiras.

Toda la información que recibe nuestro organismo – nuestra interacción con nuestro entorno – parece operar exactamente bajo los mismos principios que gobiernan las diferencias entre los neuroquímicos naturales – que son liberados bajo circunstancias precisas – y las drogas, las cuales no son iguales del todo. La información que “entra” a la “célula” de nuestro cuerpo mental actúa en nosotros de la misma manera que un ligando actúa en la célula cuando se acopla al receptor. La mente, habiendo recibido la información, la transmite al interior profundo de nuestra conciencia, donde el mensaje puede cambiar nuestro estado de consciencia dramáticamente. Una reacción en cadena de eventos psico-espirituales se inicia a medida que la consciencia se reordena basada en la información recibida. Este reacomodo entonces afecta a todo el ser, la realidad, y todos los sistemas de apoyo. En pocas palabras, su ser es determinado por su estado de consciencia, el cual es una función de su conocimiento, mismo que depende de cuáles “ligandos” - o unidades de información – están “acoplados” a su subconsciente, por decirlo de alguna manera. Y así como los ligandos pueden producir cascadas de eventos celulares con efectos profundos, así mismo el estado de su ser puede cambiar porque la consciencia acrecentada puede producir grandes cambios en su realidad.


Ahora, suponga que usted acepta una mentira como “verdad”, y hace un esfuerzo por transmitir esta información hacia el fondo de su consciencia, y únicamente su subconsciente sabe que es una mentira, o al menos, ha hecho observaciones que sugieren que esta información es mentira. ¿Qué sucede entonces? ¿Qué le sucede al individuo que tiene este conflicto?

Bueno, vamos a dirigirnos a Martha Stout, psicóloga y experta en psicopatía de Harvard, quien va a explicar qué tan locos estamos y cómo es que nuestra mente maneja estas realidades en conflicto. Este extracto de The Myth of Sanity (El Mito de la Cordura) es un tanto largo, pero vale la pena leerlo. De hecho, vale la pena conseguir el libro y leerlo en su totalidad.

Todos hemos sido expuestos a algún tipo de trauma psicológico durante nuestras vidas, y más aún, la mayoría desconocemos las nebulosas lagunas dejadas ahí por la experiencia traumática, ya que la mayoría de las veces las experimentamos sólo indirectamente. [...]

Pero la realidad es que sentimos que estamos locos y nos sentimos un poco tontos cuando de vez en cuando no podemos recordar cosas simples que no deberíamos de olvidar. (“un caso de Alzheimer precoz”, juegan las personas – no dicho mórbidamente, pero tampoco ligeramente.)

Y sentimos nuestra locura, y a veces sentimos la acelerada sensación de no tener el control de nuestras vidas. Durante los malentendidos y peleas con nuestros seres queridos, durante los mismos argumentos emocionalmente atascados que duran años y años. Los conflictos no terminan de matar el amor que sentimos, pero no se detienen tampoco. Y como sociedad, nos sentimos incompetentes y desesperanzados cuando reflexionamos acerca del alto índice de divorcios en general – más del cincuenta por ciento.

Muchos de nosotros – demasiados – caminamos junto a nuestras parejas con un caparazón que nos aísla de ellas, justo con las personas que deberíamos, teóricamente, conocer mejor. Hacemos esto porque nunca estamos seguros del momento en que nuestra pareja o esposo o esposa va a sentirse agraviado, o permanecerá en silencio, o desatará una furia impenetrable cuando pase algo, o cuando digamos algo, y se convierta en un distante extraño, una persona diferente del todo, alguien quien, con toda honestidad, no conocemos absolutamente.

O también observamos a nuestros padres a medida que envejecen, y viendo que el tiempo se acaba, ansiamos acércanos a ellos, conocerlos como amigos. Pero cuando pensamos en intentar esto, nuestros pensamientos se alejan de nosotros como venados asustados que corren hacia la espesura del bosque, y al siguiente instante, nuestras mentes se encuentran en otro lugar – cualquiera – pensando en el alto precio de la gasolina, el memorando a entregar en el trabajo, en la mancha de la alfombra.

Muchos de nosotros encontramos difícil, y algunas veces imposible, permanecer en una sola “modalidad”, el ser constantes y reconocibles, aun para nosotros mismos. Uno de los ejemplos más universales de esto es la experiencia de retornar a “casa”, a la casa de nuestros padres. Después de una visita de familia, la revelación mas común, algunas veces privada y algunas veces expresada a amigos, es “me vuelvo una persona diferente. No puedo hacer nada acerca de esto. Simplemente no puedo. De pronto tengo trece años de nuevo.” Somos ya adultos y tal vez pensemos que somos muy sofisticados. Entendemos cómo deberíamos de actuar, qué decir a nuestras madres y padres. Tenemos planes. Pero cuando estamos ahí, no podemos seguirlos – porque de pronto en realidad no estamos ahí. Unos niños demandantes y fuera de control toman el mando de nuestros cuerpos, y están actuando por nosotros. Y somos incapaces de sacar a nuestro “verdadero” yo hasta que hemos abandonado nuestros “hogares” de nuevo.

Tal vez lo peor de todo, a medida que el tiempo pasa, es que a veces sentimos que nos estamos volviendo insensibles, que hemos perdido algo –un elemento de vitalidad que solía estar ahí. Sin hablar mucho sobre esto con los demás, nuestra nostalgia por nosotros mismos crece. Tratamos de recordar la exuberancia, o inclusive la alegría, que solíamos sentir por las cosas. Pero que ahora no podemos. Misteriosamente, y antes que podamos entender qué fue lo que pasó, nuestras vidas se transfiguran de imaginación y esperanza, a listas por hacer, a día tras día de sólo querer que terminen. A menudo sólo podemos ver un largo camino de obstáculos exhaustivos, que guían a algún lugar al que no estamos tan seguros de querer llegar. En vez de tener sueños, meramente nos protegemos a nosotros mismos. Gastamos nuestra breve y preciada fuerza vital controlando daños.

Y todo por eventos traumáticos que ocurrieron muy atrás en el pasado, y que acabaron muy atrás en el pasado, y que, en la actualidad, han dejado de representar un peligro real. ¿Cómo sucede esto? ¿Cómo es que los terrores infantiles y adolescentes que debieron terminar años atrás, se las ingenian para volvernos locos y alienados de nosotros mismos en el presente?

La respuesta, paradójicamente, yace en una función perfectamente normal de la mente llamada disociación, la cual es la reacción universal humana al miedo y dolor extremo. En situaciones traumáticas, la disociación piadosamente nos permite desconectar el contenido emocional – la parte que siente de “nosotros mismos” - de nuestra consciencia presente. Al desconectarnos de nuestros sentimientos de esa manera, tenemos una mejor oportunidad de sobrevivir el evento, de hacer lo que tenemos que hacer, de sobrellevar un momento crítico en el cual nuestras emociones estarían obstaculizando el camino. La disociación causa que una persona vea al evento traumático casi como si fuera un espectador, y esta separación de la emoción del pensamiento y la acción – la perspectiva del espectador – muy bien puede prevenirnos de ser abrumados profundamente en el instante.

Una reacción disociativa moderada – después de un choque automovilístico, por ejemplo – típicamente se expresa como “sentí como si estuviera observándome a mi mismo mientras sucedía. Ni siquiera estaba asustado”.

La disociación durante el trauma es extremadamente adaptable; es una función de supervivencia. El problema viene luego, mucho después que el acto ha terminado, puesto que la tendencia a desconectarnos permanece. Nuestros viejos terrores nos entrenan para ser disociativos, para sentirnos seguros y tomar vacaciones psicológicas fuera de la realidad cuando es demasiado terrorífico o doloroso. Pero luego, estas vacaciones mentales tal vez nos acechen cuando no las necesitemos, o cuando no las queramos – o reconozcamos. Sin una razón aparente nos escabullimos de nosotros mismos, y así también se escabullen de si mismas las personas que queremos, y estas ausencias psicológicas desconocidas crean caos en nuestras vidas y con nuestros seres queridos. [...]

[E]l trauma cambia al cerebro...[E]l cerebro psicológicamente traumatizado alberga excentricidades inescrutables que lo hacen sobreactuar – o más acertadamente, desvariar – frente a las realidades actuales de la vida. Estos desvaríos neurológicos se establecen porque el trauma tiene un efecto profundo en la secreción de neurohormonas reactivas al estrés, tales como la norepinefrina, y por tanto tienen un efecto sobre varias áreas del cerebro involucradas en la memoria, particularmente la amígdala y el hipocampo.

La amígdala recibe información sensorial de los cinco sentidos a través del tálamo, le adhiere significado emocional a la información, y la retransmite al hipocampo. De acuerdo a la importancia de la información, establecida por la amígdala en su “evaluación”, el hipocampo se activa en mayor o menor grado, y organiza la nueva información recibida y la integra a la ya existente relacionada con eventos sensoriales similares. Bajo rangos de funcionamiento normales, el sistema funciona eficientemente para consolidar las memorias de acuerdo a su prioridad emocional. Sin embargo, en el extremo de estímulo hormonal, por ejemplo en una situación traumática, ocurre un colapso nervioso. El abrumador significado emocional registrado por la amígdala conlleva en realidad a una disminución en la activación del hipocampo, tal que una parte del influjo traumático no es organizado útilmente por el hipocampo ni integrado con otras memorias. El resultado es que ciertas porciones de la memoria traumática son almacenadas no como parte de un todo, sino como imágenes sensoriales y sensaciones corpóreas aisladas que no tienen referente en tiempo ni espacio, ni están integradas a otros eventos.

Para aumentar la complejidad de todo esto, la exposición traumática podría colapsar temporalmente al área Brocal - la región del hemisferio izquierdo que traduce la experiencia a lenguaje - siendo ésta la manera en que compartimos nuestra experiencia con otros más a menudo, e incluso con nosotros mismos. [...]

Las memorias normales se forman a través de un influjo adecuado hacia el hipocampo y la corteza. Están integradas como un todo, y están sujetas a modificaciones en su significado por eventos futuros y por el lenguaje. En contraste, las memorias traumáticas incluyen fragmentos caóticos que están sellados lejos de la modulación de experiencias subsecuentes. Tales fragmentos de memorias no tienen asignadas palabras y lugares y son eternas. Y aún mucho después que el trauma original ha sido dejado en el pasado, los registros cerebrales tal vez consistan únicamente de pedazos aislados y anónimos de emoción, imágenes y sensaciones que suenan para el individuo como una alarma descompuesta.

Peor aún, en un futuro, bajo circunstancias similares al trauma – o tal vez sólo impactantes, llenos de ansiedad o emocionalmente estimulantes – los retazos de memoria relacionados con la amígdala son accedidos más rápidamente que las memorias mas completas que han sido integradas y modificadas por el hipocampo y la corteza cerebral. Aún a pesar de que aquellas memorias más unificadas y actualizadas serían mas juiciosas en el presente, las memorias de la amígdala están más disponibles, y así el trauma es “recordado” en momentos inapropiados, cuando no hay un peligro suficiente para activar tal alarma. Incluso bajo estrés trivial, la persona traumatizada podría sentir que el peligro es inminente, y en ese momento ser asaltada fuertemente por las emociones y sensaciones corporales, e incluso por las imágenes, sonidos y olores que acompañaron una vez a la gran amenaza.

He aquí una ilustración de la vida cotidiana. Una mujer llamada Beverly lee el periódico mientras está sentada en una estación suburbana esperando el tren. El artículo, concerniente a un escándalo local, la intriga tanto que en unos minutos olvida quién es. De pronto, hay un fuerte estruendo proveniente del tren anunciando su llegada. Beverly se queda dolorosamente impactada por el sonido, su cabeza se va hacia atrás y pierde el aliento. Se sorprende de su falta de vigilancia y el que pudiera estar tan relajada en un lugar público. Su corazón late fuerte, y en el instante necesario para doblar el periódico, es emboscada por sensaciones corporales y olores que no tienen nada que ver con la estación durante esta ordinaria mañana. Si pudiera identificar el olor, lo cual nunca podrá hacer, lo llamaría “cloro”. Siente una repentina rigidez en su pecho, como si sus pulmones se convirtieran en piedra, y tiene de pronto un impulso acosador de irse de ahí, de correr.

En un instante el pasado se vuelve el presente – perceptual y emocionalmente - . Aquellos fragmentos de sensaciones y emociones son memorias subordinadas por la amígdala, de tres décadas atrás durante el décimo verano de Beverly cuando, caminando a casa de la alberca pública, vio a su pequeña hermana encontrarse con una muerte instantánea al ser atropellada por un automóvil. En este momento, treinta años después, Beverly se siente de la misma manera de nuevo.

Sus sensaciones y sentimientos no están etiquetados como pertenecientes a las memorias de aquel horrible accidente. De hecho, no están asociadas a nada, porque han permanecido sin lenguaje por siempre. No pertenecen a ninguna narrativa, ni a ningún tiempo o espacio, o ninguna historia que pueda decir sobre su vida; son inefables y libres.

El cerebro de Beverly contiene efectivamente un dispositivo de alerta descompuesto en su sistema límbico, una caja de fusibles en donde los fusibles se botan sin ninguna buena razón, enfáticamente declarando una emergencia cuando no hay ninguna.

Sorpresivamente, no cuestionará ni aun recordará estas intensas “advertencias” perceptuales y emocionales, porque al siguiente instante probablemente ya se haya activado en su cerebro una reacción disociativa fuertemente anidada para “protegerla” de la “sobrecogedora” memoria infantil. Tal vez se sienta extrañamente enojada, o paranoica, o infantilmente tímida. O a su vez sienta que ha comenzado a penetrar un nebuloso mundo de ensueño, lejano e imaginario. O tal vez se desprenda completamente de su “ser” por un momento, continúe moviéndose, pero sin consciencia de si misma. Si esto último llegase a suceder en un menor grado, la totalidad de su experiencia sería algo como: “Hoy cuando iba al trabajo, el tren llegó a la estación – y la cosa es tan ruidosa! - y lo siguiente que recuerdo es que estaba llegando a mi parada.” Y tal vez esté ligeramente sorprendida por su distracción.

La mayoría de nosotros no notamos mucho estas experiencias. Son más o menos invisibles en nuestra vida cotidiana, así que no entendemos cuánto tiempo de nuestra vida diaria gastamos en el pasado, en reacción a las horas mas obscuras que hemos vivido, y tampoco comprendemos cuán pantanosas y exhaustivas son esas memorias en realidad. El pantano de nuestra consciencia dividida se vuelve más profundo cuando en el curso de nuestra vida tales reacciones mentales “protectoras” se convierten en un hábito de tremenda fuerza. Estos músculos sobredesarrollados pueden ausentarnos aun cuando no han sido evocados los fragmentos traumáticos de memoria. Algunas veces la disociación puede ocurrir cuando estamos simplemente confundidos o frustrados o nerviosos, ya sea que reconozcamos nuestra ausencia o no.

Típicamente, únicamente aquéllos con las historias traumáticas más desesperadas son quienes son orillados a descubrir y tal vez modificar sus ausencias. Únicamente las adicciones, las depresiones mayores, los intentos de suicidio y la ruina total detrás de los desórdenes traumáticos más severos pueden algunas veces servir de motivación suficiente para soportar el castigo ocasionado por la nueva percepción y el cambio permanente. Debido a nuestro cableado neurológico, el confrontar los traumas pasados requiere soportar de nuevo todos los terrores mentalmente, en su intensidad original, y sentirse como si la peor pesadilla se volviera verdad y que los horrores regresaran. Todas las advertencias autoritarias de nuestro cerebro en contra de permanecer presente durante las memorias de las emociones dolorosas, todos los fusibles defectuosos, tienen que ser deliberadamente ignorados, y en casos de un pasado extremadamente traumático, este proceso es poco menos que heroico. [...]

Todos los seres humanos tienen la capacidad de disociarse psicológicamente, sin embargo la mayoría no estamos conscientes de esto, y consideramos que episodios “fuera de este cuerpo” están lejos de los límites de nuestra experiencia cotidiana. De hecho, las experiencias disociativas les suceden a todo mundo, y la mayoría de estos eventos son bastante ordinarios.

Considere a una persona perfectamente ordinaria que entra a una sala de cine perfectamente ordinaria a ver una película popular. Esta persona está despierta, alerta y orientada respecto a sus alrededores. Está consciente que su esposa está con él y que, a medida que se van sentando en sus sillones, ella está a su derecha. Está consciente que tiene un envase de palomitas de maíz en su regazo. Sabe que la película que viene a ver se llama “El Fugitivo”, y que la protagoniza el actor Harrison Ford. Mientras espera que la película comience, tal vez se preocupe por algún problema que tiene en su trabajo.

Luego, las luces de la sala se atenúan, y la película comienza. Y pasados veinticinco minutos, ha perdido contacto con la realidad. No solamente no se preocupa por su trabajo, no se da cuenta que tiene un trabajo. Si pudiéramos leer sus pensamientos, descubriríamos que no piensa que está sentado en una sala de cine, aunque en realidad, así sea. No puede oler las palomitas de maíz; algunas se salen del envase que ahora sostiene un poco de lado, porque ha olvidado a sus propias manos. Su esposa se ha desvanecido, aunque cualquier observador vería que ella está todavía sentada unos cuantos centímetros a su derecha.

Y sin moverse de su propio asiento, está corriendo, corriendo, corriendo – no con Harrison Ford, el actor – sino con el fugitivo de la película, en otras palabras, con una persona que no existe, no existe en el mundo real de esta persona ni en la de nadie más. Su corazón se acelera mientras escapa de un tren descarrilado que tampoco existe.

Este hombre perfectamente ordinario está disociado de la realidad. Efectivamente, se encuentra en un trance. Tal vez etiquetemos a sus percepciones como psicóticas, excepto por el hecho que cuando la película acaba, regresará a su estado mental habitual casi instantáneamente. Verá los créditos. Notará que ha tirado algunas de las palomitas, aunque no recuerde haberlo hecho. Observará a su derecha y hablará con su esposa. Y probablemente, le dirá que le agradó la película, de la misma manera que todos estamos proclives a disfrutar entretenimiento dentro del cual nos perdemos. Y todo lo que sucedió en realidad es que, por un rato, tomó la parte de él que se preocupa por los problemas del trabajo y otras cosas “reales”, y la separó de la parte imaginativa de su ser, para que la parte imaginativa pudiera tener dominio. Disoció una parte de su consciencia de otra.

Cuando se ilustra a la disociación de esta manera, la mayoría de las personas pueden comprenden que tienen este tipo de interludios de vez en cuando, ya sea en una sala de cine o en una sala de teatro, leyendo un libro o escuchando un discurso, o inclusive con el ensoñar diurno. Y entonces, el “salirse de su cuerpo” suena un poco más cercano. Dicho llanamente, bajo ciertas circunstancias, desde de las distracciones placenteras o incómodas hasta la fascinación por el miedo o al dolor o al horror, un ser humano puede ausentarse psicológicamente de su experiencia directa. Podemos ir a otro lugar. La parte de la consciencia que concebimos como nuestro propio “ser” puede no estar ahí por unos momentos, por unas horas, y bajo circunstancias abominables, por mucho más. [...]

Los patrones fisiológicos y los resultados primarios entre la distracción, el escape, la disociación y el trance son virtualmente idénticos, sin importar el método. Las diferencias entre ellos parecen resultar no tanto por cómo la consciencia se divide sino qué tan seguido y por cuanto tiempo nos vemos forzados a mantenernos divididos. [...]

Observe a unos niños normales jugar, y se dará cuenta que los niños son especialmente buenos para disociarse. Dentro de su interés por el juego, un niño puede, en un instante, dejarse a un lado y convertirse en alguien o en algo más, o en varias cosas a la vez. La realidad es aún más plástica durante la niñez. Se pretende que los juegos son reales y maravillosos y absorbentes. Queda claro para todo aquél que realmente observa que los niños normales obtienen una felicidad sin fin gracias a su habilidad superior para salirse de “si mismos” e ir a otro lugar, y convertirse en otra cosa. La nieve no es fría. El cuerpo no está cansado, aun cuando se está al borde del colapso.

Ya que los niños están más dispuestos a disociarse incluso en condiciones ordinarias, cuando encuentran una situación traumática, fácilmente dividen sus consciencias en pedazos, y a menudo por lapsos de tiempo prolongados. El ser es escondido y hecho a un lado. Por supuesto, esta reacción es funcional, necesaria e incluso gentil para el niño traumatizado. Para el niño traumatizado, el estado disociado, lejos de ser disfuncional o locuaz, tal vez funcione como salvavidas. [...]

Esta estrategia de adaptación se vuelve disfuncional sólo hasta después, cuando el niño ha crecido y se ha alejado del trauma original. Cuando el trauma original deja de ser algo presente en su vida, las reacciones disociadas prolongadas dejan de ser necesarias. Pero a través de los años de intenso uso, esta estrategia protectora ha desarrollado un gatillo sensible. El adulto en quien se ha convertido el niño ahora experimenta reacciones disociativas bajo niveles de estrés que probablemente a otra persona no le provoquen disociarse. [...]

Cuando nuestra especie humana comenzó, el recién nacido promedio tenía posiblemente las mismas probabilidades de supervivencia que una tortuga marina recién nacida corriendo por la arena de una playa cubierta de gaviotas. Nuestro pasado primordial es uno de fantástica hostilidad. Nuestros cuerpos y nuestros cerebros se forjaron calentados en fuego blanco, y aún hoy mientras entramos a un nuevo milenio, permanecemos como el producto de esos antiguos comienzos.

Como los bebés tortuga, necesitamos concentrarnos agudamente en la tarea de salvar la vida. Pero a diferencia de las tortugas, hemos evolucionado en criaturas complejas, cognitivamente astutas, capaces de representaciones mentales, conscientes de la posibilidad de lesiones, dolor y muerte. Comprendemos los peligros reales y muchos de los potenciales. Consideramos, planeamos, soñamos, y tememos. Por obvias razones, nuestros poderosos cerebros eran de gran ventaja cuando se trataba de sobrevivir los peligros de nuestro planeta. Y por razones menos obvias, nuestros complejos cerebros eran una desventaja también. A manera de analogía, imaginen que una tortuga de pronto está consciente que la gaviota podría, de un momento a otro, aplastar su pequeño caparazón y arrancar su carne. ¿Qué pasaría si esta abrupto toma de consciencia le causara al pequeño reptil paralizarse de terror en su camino hacia el mar en vez de continuar su escapada inconsciente? Sería comido instantáneamente, por supuesto. Nunca tendría la oportunidad de desovar sus propios huevos.

De esta manera, el entendimiento es tanto una bendición como una maldición cuando se trata de supervivencia. Aun los animales, cuando perciben a un depredador cerca, estrechan su campo perceptual y han demostrado experimentar una conveniente analgesia cuando están bajo ataque. Los seres humanos han mitigado la maldición de tener una consciencia más avanzada con una variedad de capacidades disociativas sofisticadas que a menudo nos hacen funcionar efectivamente bajo circunstancias aterradoras.[...]

Nuestra elasticidad mental en circunstancias petrificantes es normal. ¿Pero qué tan normales son las circunstancias desesperadas en sí? Mientras comenzamos un nuevo siglo, ¿cuán comunes son, en realidad, los monstruos que sitian a los seres humanos? ¿Cuántos de ellos todavía están aquí, en la era tecnológica? Aquí está la respuesta, aunque advierto que no será agradable:

Ahora, algunas veces, las caras de los monstruos son diferentes. Pero vivimos en un mundo que todavía ataca a las consciencias de todos los niños. El que normalmente no pensemos que no hemos sido traumatizados es en parte un tributo al espíritu humano.

El abuso infantil... no es sino un comienzo, aunque de acuerdo al National Committe to Prevent Child Abuse (Comité Nacional para Prevenir el Abuso Infantil), cerca del cuarenta y siete por ciento de todos los niños norteamericanos son reportados como víctimas de maltrato infantil a nuestras distintas agencias de protección a menores. Según un estimado conservador, ya sea reportado o no, el 38 por ciento de todas las niñas y el 16 por ciento de los niños son abusados sexualmente antes de los dieciocho años.

El que los niños presencien violencia es una característica de nuestras vidas. En los Estados Unidos únicamente, el gasto médico generado por la violencia doméstica totaliza entre tres a cinco mil millones de dólares por año. Fuera de casa – en un estudio de la American Psychological Association (Asociación Psicológica Americana) – con niños en edades de primero y segundo grado de primaria en Washington, D.C., el 45 por ciento dijo haber presenciado robos, el 31 por ciento dijo haber presenciado balaceras y el 39 por ciento dijo haber visto personas muertas.

Pero incluso más allá de estas estadísticas se encuentran los niños perfectamente ordinarios, niños de familias que no son violentas y que no viven en el centro de la ciudad. Aun los niños que no sufren abusos intencionales, aun aquellos que no están expuestos directamente a crímenes, presencian los arranques de furia y discusiones de sus padres en casa, y la cobertura de los más horrendos crímenes y eventos por parte de los medios. De hecho, la lista de los eventos que atacan nuestra consciencia y que son presenciados incluso por los niños más protegidos es extremadamente larga: accidentes, choques automovilísticos, enfermedad y muerte de seres queridos, el miedo hacia o la realidad de la burla de sus pares, procedimientos médicos petrificantes, batallas devastadoras por custodias, predicciones de la extinción nuclear o el colapso ambiental, macabras lecciones sobre cómo huir del “extraño” que los padres siempre están temiendo.

Entonces uno debe reflexionar sobre otras situaciones, situaciones más fundamentales, por ejemplo, la vulnerabilidad esencial de vivir en un cuerpo humano para empezar – el inevitable dolor corporal, y para algunos, la pérdida de miembros por enfermedad, accidente o genética. O en otro ejemplo, la lucha diaria de familias de todo el orbe que temen por su bienestar emocional y físico, por cuestiones de características inmutables tales como raza o etnia.

Vivimos dentro de cuerpos frágiles en un mundo peligroso, especialmente cuando somos niños, y si nos detuviéramos para hacer el recuento de nuestras experiencias, descubriríamos que a pesar de que sólo algunos de nosotros hemos sido abusados, nadie está completamente libre, ni siquiera en esta era tecnológica.

Pero he estado discutiendo el trauma psicológico específicamente, sin peligro o daño en general. ¿Cuál es la definición de trauma psicológico? ¿Qué clase de situaciones y eventos son traumáticos, en contraste con los que son sólo dolorosos o aterradores?

Una de las definiciones más aceptadas y útiles es provista por Alexander McFarlane y Giovanni de Girolamo, ambos de la Universidad de Adelaida, Australia, y del Departamento de Salud Mental de Bologna, Italia respectivamente. Escribiendo sobre la distribución y determinantes de las reacciones postraumáticas en las poblaciones humanas, McFarlane y de Girolano señalan que, incluso más que aterrorizantes o dolorosas, las situaciones traumáticas son “eventos que violan nuestras maneras de dar sentido a nuestras reacciones, estructurando nuestras percepciones sobre los comportamientos de las personas, y creando un marco de trabajo para interactuar con el mundo en toda su extensión. En parte, esto está determinado por nuestra habilidad de anticipar, protegernos y conocernos a nosotros mismos”.

En otras palabras, es factible que una persona sobreviviente de un desastroso incendio en su vecindario sea perturbado pero no traumatizado, ya que sus particulares formas de ver el mundo y a otras personas no son violadas, y porque se siente capaz de hacerles frente; y es igualmente posible que otra persona se traumatice a causa el fuego, ya que ello confunde sus ideas de lo que puede pasarle, y porque el fuego le enfrenta cara a cara con su propia impotencia.
Por definición, un evento traumático, sea objetivamente trágico o no, abre un corredor en la mente hacia la desazón de nuestra impotencia y a la posibilidad de morir. Un traumatismo estresante es abrumador no sólo porque es colosal -puede no ser así para los observadores- sino que posee un cierto significado para el individuo.

Imaginen dos paracaidistas. La paracaidista A ha practicado el deporte durante muchos años. La paracaidista B saltará del avión por primera vez. En el momento habitual, la paracaidista A tira de la cuerda para abrir el paracaídas. No se abre. Se confunde por esto, ya que es una paracaidista experimentada, y cree que su paracaídas debería haberse abierto. Deberá verificar nuevamente su trabajo cuando llegue a tierra. Pero sabe que posee un paracaídas de emergencia para tales casos. Espera otros treinta segundos, disfrutando de la caída, y luego activa su paracaídas de emergencia, que se abre inmediatamente.

La paracaidista B, al momento de su instrucción, ruega que su paracaídas se abra. El paracaídas no se abre. No puede creer que esté sucediendo. Cree que está a punto de morir. Se percibe a si misma cayendo en picada impotentemente a través del espacio, y comienza a gritar, aunque el viento hace que nadie la escuche. Durante unos treinta segundos, ve su vida pasar delante de sus ojos, lucha por encontrar su paracaídas de emergencia. Finalmente, activa el dispositivo de reserva, y se abre inmediatamente.

Para la paracaidista A, un salto más. Para la paracaidista B, un evento traumático, quizás durante años tenga pesadillas y memorias intrusivas. Para el espectador, dos escenas más o menos idénticas. Para los participantes, dos significados totalmente diferentes.

El significado es lo importante. Determina si se abre o no el corredor mental a la impotencia y a la muerte, o si permanece cerrado e ignorado por nosotros, como comúnmente sucede. Y el significado que atribuimos al evento amenazador es determinado en parte por “nuestra habilidad de anticipar, protegernos, y conocernos a nosotros mismos”, como McFarlane y de Girolano lo hubiesen dicho. Mientras más podamos anticipar aproximadamente que sucederá a continuación, más sentimos que podemos protegernos, más nos conocemos en general, más inoculados estamos en contra de ser traumatizados por lo atemorizante o lo doloroso.

Existe un grupo extremadamente grande de personas que casi no tienen historia en la anticipación de eventos, virtualmente sin oportunidad de protegerse, y tan sólo con el mínimo de autoconocimiento. Se trata de los niños, por supuesto. Debido a su falta de experiencia, los niños son traumatizados mucho más frecuentemente que nosotros. Circunstancias que apenas provocan una pequeña ansiedad en adultos pueden fácilmente generan un terror de vida o muerte a los niños, ya que los muy jóvenes todavía no han creado para ellos mismos un “marco para interactuar con el mundo en su totalidad” utilizable. Este déficit temporal es una de las más conmovedoras y peligrosas connotaciones de la expresión: “inocencia del niño”. […]

Como adultos, rara vez somos capaces de apreciar la medida entera de nuestra inocencia temprana. Una persona pequeña tiene literalmente todo por aprender: Tengo diez dedos; el agua es mojada; mis juguetes caen hacia abajo y no hacia arriba. ¿Y qué es este planeta en el que he caído?

Una persona con tantas preguntas sin respuesta es delicada, y receptiva como una flor en la mañana. También está a nuestra merced, y en riesgo.

Para hacer las cosas incluso más difíciles para los jóvenes, las capacidades cognoscitivas inmaduras de la juventud temprana hacen difícil, y a menudo imposible, crear una narrativa articulada a partir del evento amenazador luego del hecho. Un niño joven no puede reflexionar y dar sentido a un episodio traumático, permitiéndole reportarlo coherentemente a alguien que podría ayudarlo a describir con palabras y significado lo ocurrido. Incluso la paracaidista desafortunada podría comprender lo que le sucedió, puede articularlo en su mente, y aliviarse al contarle a los demás, quizás obsesivamente al principio, acerca de los treinta segundos más terribles de su vida. No existe tal alivio para un niño pequeño, quien seguramente sufrirá las secuelas de un trauma en silencio, y recordará su experiencia con emociones y reacciones corporales, más que con palabras.

Entonces la alarmante verdad es que incluso los padres que son buenos, que se preocupan y que son protegedores pueden no tener idea respecto a ciertas experiencias sufridas por sus hijos. También, los adultos tienden a minimizar el terror de los niños, inclusive cuando tienen conocimiento de su causa, simplemente porque la fuente podría parecer inocua para personas con mayor espíritu mundano. Para un niño, es abrumador ver a un lobo comerse a Bambi; para un adulto, es tan solo una hoja más en el libro de cuentos de su hijo.

Concentrándonos en los niños que no son víctimas del abuso (porque, afortunadamente, los niños que no sufren abusos por parte de quienes los cuidan son mayoría), consideremos tres traumas escolares comunes; eventos que desarrollaron un trauma, a diferencia de sólo un daño o susto. Tómese un momento para ver las cosas a través de los ojos de Dylan, de cinco años, quien se baja del autobús de la escuela en la parada equivocada; de Amy, de tres años, operada por una malformación del paladar; y de Matthew, de nueve años, quien ve cómo su madre rompe su vajilla china:

Dylan comenzó el jardín de infantes el martes. Hoy es miércoles. Se encuentra volviendo a casa por segunda vez en su vida. Se siente un tanto intimidado por el grandote de diez años sentado a su lado, extraña a su madre, y no se siente seguro al viajar en autobús. Casi todo lo que vivió en el último día y medio ha sido nuevo y Dylan está agotado, y ansioso por volver al sofá de casa, y ver sus videos de Quack Pack. Su madre prometió que estaría esperándolo en la parada del micro, tal como hizo ayer. Mira expectante por la ventana mientras el autobús viaja por lugares que se ven apenas familiares.

Cuando el autobús se detiene finalmente, manadas de niños riendo, gritando y empujándose se dirigen precipitadamente hacia la puerta. Los niños desembarcan en una impenetrable maraña de cabezas y brazos, y Dylan entre ellos, confundido pero luchando por ser un buen pasajero. Hay algunas personas mayores al costado de la calle. Saludan a los chicos, y en cuestión de segundos, el micro ha partido, y todos se han retirado de la parada.

La madre de Dylan no está allí. Y a medida que la gente se pierde de vista, estrechando las manos unos con otros, nadie se da cuenta que el niño de cinco años ha quedado solo.
El niño ni siquiera piensa en llamar la atención de la gente. Está demasiado conmocionado, y además, no los conoce. Se queda allí, por un tiempo, esperando que su madre aparezca. Se ve como una pequeña estatua al borde del camino, hasta que un monstruoso camión, sonando sus bocinas, pasa a sólo unos pies frente a él, haciendo que se tambalee sobre unos árboles. Mira alrededor del área boscosa, y decide que es mejor quedarse escondido hasta que su madre llegue.

Dylan se sienta bajo un olmo, oculto por un pequeño terraplén. Estira sus piernas y se recuesta contra el árbol. Su nueva mochila, que todavía tiene puesta, lo acolchona un poco. Se queda con la mirada fija, y comienza a golpear conjuntamente sus nuevos zapatos. Está asustado, pero sabe que su madre vendrá pronto. Se queda allí durante una media hora, lo que dura un video de Quack Pack, y luego piensa en lo impensable: quizás su madre no venga. Tan pronto como piensa en ello, se siente frío y húmedo, su estómago se retuerce, y comienza a llorar. Pronto, las lágrimas se convierten en desesperados sollozos. Llora convulsivamente durante varios minutos, hasta que abre la boca para respirar. Luego, tiene una idea. Inhala lo más fuerte que puede, se incorpora, y camina cuidadosamente al costado del camino, el cual observa brevemente. Grita, “¡Mami!” y luego, más enfáticamente, “¡Mami!”.

Dylan se encuentra a un kilómetro de su casa, en un barrio suburbano bonito y seguro. Mientras se mantenga fuera del camino, y él lo sabe, no está en peligro. Hogares tranquilos de clase media acompañan el camino a ambos lados. Verdaderamente, todo lo que Dylan tiene que hacer es ir por una de las calles y golpear en una puerta, que con toda seguridad será respondida por un compasivo adulto que contactará rápidamente a su madre. Pero el Dylan de cinco años no sabe esto. En su corto tiempo en la tierra, nunca ha golpeado la puerta de una casa desconocida. Nunca ha ido solo a casa de extraños. Y en su actual estado de pánico, cree que no hay nadie dentro de esas silenciosas casas. Las casas son sólo otro aspecto de lo impersonal y aterrador de lo que lo rodea.

Luego de gritar “Mami” algunas veces más, se da por vencido y regresa a su árbol detrás del terraplén. Sus pantalones están negros, del lugar donde se sienta. Tiene frío en la noche cálida de septiembre, y tiembla. Susurra “Mami” una vez más, y algunas lágrimas más caen por sus mejillas. Pero luego está calmado. Se sienta calmado bajo el árbol, mientras la enormidad de su situación lo engulle. Está perdido. Su madre se ha ido. Nunca volverá a hablarle. Nunca volverá a casa.

De esta manera, se mantiene durante una hora más. Comienza a sentir que el mundo está muy lejos, y que él tan sólo es una pequeña mota flotando en algún lugar del borroso espacio gris. Se pregunta, de manera desapegada, si va a morir. Finalmente, no siente nada, ni siquiera frío. Todavía con su mochila puesta, se acomoda en posición fetal en el suelo, y su mente desaparece completamente de si mismo y de lo que lo rodea.

Pasa otra hora. Dylan vuelve a si mismo cuando su madre lo levanta sobre sus rodillas y lo lleva en brazos. Algunos otros adultos están allí también. Sin emoción, Dylan dice, “¿Mami?”. Su madre está llorando y jubilosa al mismo tiempo, y no se da cuenta que Dylan no lo está.
Alguien lleva a Dylan y su madre a casa. Se sientan en el asiento trasero, donde su madre lo abraza y lo besa una y otra vez, y le dice que todo está bien. Dylan no dice nada. Cuando llegan a casa, su madre hace algunas llamadas telefónicas emotivas, y luego le prepara una sopa a Dylan. Al ver que no la toma, le dice una vez más que todo está bien. Ella le asegura que de ahora en más, lo irá a buscar personalmente al jardín de infantes. No más autobús escolar. Luego, sintiéndose confundida, ella sugiere que se sienten juntos en el sofá para ver unos videos. Ella lo abraza, y el mira la película. El no hace ningún comentario, tampoco rebota contra los muebles de la manera que habitualmente lo hace, pero ella sabe que debe estar exhausto, y todavía seguramente está atemorizado. Ella lo está también.

Cuando la película termina, ella observa que Dylan se ve pálido. Espera que no se enferme por haber estado tirado en el suelo sucio, y sugiere que se vaya a dormir, aunque todavía es temprano. Sin protestar, Dylan deja que su madre lo acueste, lugar donde retoma su posición fetal.

Cuando imaginamos este suceso en la mente de Dylan, vemos que se encuentra mucho más que cansado y asustado. Está traumatizado. Sus florecientes puntos de vista sobre el mundo y la gente que lo habita han sido violados, y su habilidad de hacerle frente ha sido completamente doblegada. A la edad de cinco, se ha imaginado la cara de la muerte, y ha experimentado el hecho de que uno puede acabar con tales imaginaciones disociándose. Todo esto sin un peligro objetivo, y a pesar de que la historia haya tenido un final feliz.

Ahora visitemos la mente de otro niño, Amy de tres años, quien ha sufrido una operación.

Sus padres la adoran. Luego de su nacimiento, cuando el doctor dijo que tenía una deformación en el paladar, ellos juraron realizar todos los tratamientos posibles, más confortables y no traumáticos para su pequeña niña. Ahora son las dos de la mañana del día siguiente a la operación de Amy para mejorar su habla. Se está despertando por primera vez desde la operación, en una habitación privada del hospital, donde ambos padres duermen en una cama contigua. Pero la habitación está totalmente oscura, y Amy no sabe que sus padres están allí, y tampoco sabe dónde está. Vagamente, lo último que recuerda es estar yendo a un aterrador hospital, y darse una inyección. Ahora se pregunta si está en la cama de su casa. Comienza a levantar la cabeza, pero cuando lo hace, le duele el cuello, mucho. Saca sus brazos, y se golpea, tiene cosas frías a sus lados. Asustada, sacude sus brazos hacia atrás, y se queda quieta. La oscuridad la previene piadosamente de llegar a ver la aguja que tiene clavada un su antebrazo izquierdo.

Luego recuerda lo que le han dicho acerca de pasar por una operación y quedarse en el hospital. Le dijeron que podría dormir en una cama allí. Pero recordar esta información no le ayuda. Se está asustando cada vez más. ¿Por qué está tan oscuro? ¿Es de noche? En casa tiene una luz para la noche. Quiere la luz y a su madre. Intenta llamar a su “Mami”, pero todo lo que puede hacer es un pequeño y suave sonido, ningún ‘Mami’ en absoluto. Y por alguna razón, le duele intentar.

Detiene su intento de hablar, y se queda quieta nuevamente. Y luego, el verdadero dolor comienza. Bastante desconocido para Amy, la medicación analgésica está perdiendo su efecto. En unos cincuenta minutos, una enfermera ingresará a la habitación y administrará más medicina contra el dolor; pero estos serán unos largos cincuenta minutos para Amy. El dolor comienza a llenar su boca y cabeza de tal manera que no puede soportarlo. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué le duele tanto la cabeza? Las lágrimas ruedan hasta sus orejas. La habitación está oscura; no puede ver. Y está sola.

Se queda lo más quieta que puede, e intenta comprender. ¿Qué pasa con ella? ¿Qué dijeron Mami y Papi acerca de algo malo sobre ella? Algo sobre su boca, su ‘paladar’, siguieron diciendo. ¿Qué es eso? No puede recordarlo. Pero recuerda que no es como los demás chicos. Hay algo malo con ella. Ella recuerda que algo muy malo sucede con ella.

El dolor se vuelve más fuerte, y Amy se pregunta si está muriendo, como cuando pusieron a dormir a Winston en la veterinaria. Quizás Mami y Papi la dejaron allí tal como hicieron con Winston. Algo estaba mal con él también. Intenta llamar nuevamente, pero no se escucha ningún sonido, tan sólo dolor. En estos momentos le duele tanto que apenas puede respirar. Ella anda a gatas dentro de su cabeza y observa el dolor. Es una luz brillante, y se torna más y más brillante cuando la observa. Luego de un minuto o dos, el cuerpo de Amy parece desaparecer, y lo único que queda es la luz.

Al momento que la enfermera llega, justo según lo estimado, para aliviarle el dolor, la temperatura del cuerpo de Amy cae a treinta y seis grados. Creyendo que Amy está dormida, porque está quieta, la enfermera agrega otra manta para cubrirla. Luego, la enfermera se da cuenta que los ojos de Amy están abiertos. Habiendo prometido a sus padres que los alertaría cuando despierte, la enfermera enciende una luz y gentilmente los despierta donde yacían acostados. Los padres se levantan de un salto inmediatamente. La madre observa que la cara y el pelo de su pequeña están húmedos, y se pregunta consternada si ha estado llorando.
La madre de Amy aprieta su mano y le susurra al oído, ‘Mami y Papi están aquí, cariño. La operación ya terminó. Lo hiciste genial. Todo está bien’.

Otro final feliz. Los padres de Amy la llevan pronto a su casa, donde continúan en sus cuidados.

Nunca les dirá acerca de sus cincuenta minutos de terror; la Amy de tres años no tiene palabras para expresarlo. Y su madre y su padre nunca le dirán que les cuente, porque desde su perspectiva no sucedió nada.

Finalmente, imaginemos la vida interior del pequeño Matthew de nueve años, cuyos padres resentidos y disgustados tienen frecuentes discusiones de gritos en su casa. Sus peleas son verbales principalmente, pero Matthew las experimenta como extremadamente aterradoras, a pesar de que no haya violencia física. Le preocupa que su familia se separe. Se pregunta que podría sucederle a él. Y como hacen los niños, piensa que de alguna manera, todo debe ser su culpa.

Su madre es especialmente violenta e impulsiva. Cuando se pone violenta luce como una persona diferente. Se le desfigura la cara y cierra sus puños, y pareciera que quiere matar a alguien. Y de hecho, cuando pelea con su esposo, comúnmente dice que algún día lo matará. Cada vez que Matthew escucha esta declaración, se siente vacío y entumecido.

En esta noche particular, el padre de Matthew se ha ido de la casa en su auto, en medio de otra disputa exaltada. El acongojado Matthew se ha estado escondiendo en su habitación, aparentando ver la televisión. Cuando escucha a su padre irse, baja en puntas de pie hacia la cocina para verificar el estado de las cosas. Su madre se encuentra allí, de frente a la pileta de la cocina, con sus manos sobre el borde. Sus hombros se alzan, y murmulla malas palabras. Matthew decide volver a su habitación, pero antes que pueda irse, su madre se arremolina y comienza a gritar las mismas maldiciones a viva voz. Le tiembla todo el cuerpo. Observa los alrededores de la cocina por un momento, hasta que sus ojos se posan sobre un gran jarrón chino, una de sus más preciadas posesiones. Mientras Matthew mira aterrorizado, ella toma el jarrón y lo lanza contra la pared. El jarrón se destroza, diseminando pedazos de vidrio roto por todo el suelo.

Luego, se da cuenta que Matthew está ahí. Dice, “Hola, hijo. Mira esto”. Y con Matthew como testigo estupefacto, abre las puertas de vidrio del armario que contiene la vajilla de oro china de su casamiento, y procede a lanzar los platos, uno por uno, contra la pared, como si fueran discos. Finaliza cada demolición con un epíteto, por ejemplo “¡Ese gusano!” No mucho tiempo después, hay una gran montaña de vajilla china arruinada sobre el piso de la cocina. Cuando todos los platos se han acabado, se sienta a un lado del desastre que ha hecho y llora.
Temblando visiblemente –ya que su madre parece letalmente fuera de control– Matthew agarra una escoba y una pala e intenta reestablecer un poco el orden. Deposita toda la vajilla china rota en tres grandes bolsas de papel.

Luego de un rato, su madre se calma, y le agradece.

A la mañana siguiente, cuado Matthew sale de la cama y comienza a vestirse, recuerda infelizmente que anoche sus padres habían tenido otra pelea. Cree que su padre se fue en plena pelea, pero no está seguro. Matthew no recuerda haber bajado las escaleras luego de escuchar a su padre salir. No tiene memoria de la debacle acontecida en la cocina. Cree que se pasó la noche mirando TV en su habitación, pero por algún motivo, no recuerda que vio.
Matthew se dirige a la escuela deprimido por la pelea, pero nunca recordará la escena que lo abrumó por completo, y que causó su eliminación progresiva. Y sus padres nunca prestarán atención a su ser psicológico, ni le preguntarán como está haciendo frente a su tumultuoso grupo familiar. Ellos tienen demasiados problemas.

Dylan, Amy, y Matthew han atravesado situaciones que la mayoría de los adultos, viéndolo desde afuera, lo describirían como "malas," o "atemorizantes", o quizás "desagradables". Pero para los niños, estos eventos fueron más que malos; fueron traumatizantes. Estos tres niños no fueron abusados deliberadamente…pero sus jóvenes sistemas de significados fueron violados, y sus limitadas estrategias auto-protectoras fueron probadas hasta el punto de falla. Sin embargo, brevemente, se abrió un corredor hacia la aniquilación en cada nueva alma. Pero ni Dylan ni Amy ni el Matthew de nueve años tendrán, de adultos, memorias inteligibles de los episodios traumáticos en sus vidas. Cuando crezcan, si alguien tiene la oportunidad de preguntarles si sufrieron de niños, ellos –como la mayoría de nosotros– responderán con un confiado “No, por supuesto que no”.

Estos son ejemplos de traumas primarios que pasan desapercibidos en las vidas de niños comunes, no abusados, provenientes de barrios bonitos en el mundo desarrollado. Es lo suficientemente perturbador. Pero de modo escalofriante, el trauma posee un segundo mecanismo incluso más encubierto. Puede afectar a niños y adultos directamente, como en un trauma primario, o puede funcionar por cuenta ajena, hacer un largo y sigiloso salto desde la mente de una persona hacia la de otra, a través del espacio y el tiempo. El trauma secundario, de clase vicaria, es un término comúnmente utilizado por psicoterapeutas, para referirse al hecho de que una persona (tal como un psicoterapeuta) puede empezar a mostrar síntomas significativos de estrés postraumático meramente por escuchar una y otra vez las historias de experiencias traumáticas de otras personas (tales como pacientes traumatizados). El trauma secundario ocurre silenciosa y penetrantemente en las vidas de aquellos que no son psicoterapeutas y quienes no tratan a pacientes traumatizados, por la simple razón de que en un mundo donde tantos niños nunca han dormido en un colchón, la miseria extrema humana no está excluida de ninguno de nosotros.

En 1993, la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Sociedad de la Creciente Roja señalaron en el Informe de Desastres Mundiales que en el cuarto de siglo entre los años 1967 y 1991, desastres en varios lugares alrededor del mundo terminaron con la vida de siete millones de personas, y afectaron directamente a otras tres mil millones. En el mismo informe, la Cruz Roja estimó que, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y 1991, cerca de 40 millones de personas murieron en guerras y conflictos, nuestros desastres interminables generados por el hombre.

Ciertamente, observándolo con frialdad objetiva, estamos exhaustos como especie.
Si nos alejamos un poco del mundo desarrollado, encontramos que más de un quinto de la población mundial todavía vive en extrema pobreza, y la expectativa de vida en algunos de los países menos desarrollados es de cuarenta y tres años. Al menos mil millones de personas en nuestro planeta sufren de hambre crónica, y un niño muere de desnutrición cada cuatro segundos. La Organización Mundial de la Salud informa que la mitad de la humanidad todavía no posee acceso al tratamiento de enfermedades comunes y a las medicinas más fundamentales.
En términos de espacio y tiempo, no estamos muy lejos de niveles similares de sufrimiento humano, aunque rara vez reflexionamos sobre este hecho. Si se compara la historia de la humanidad con el tiempo transcurrido en una hora, el denominado mundo desarrollado apenas posee una vida de pocos segundos. Muchos de nuestros bisabuelos, e incluso abuelos, vivieron sus vidas en condiciones que nosotros consideraríamos insoportables.

El horror común está a solo dos o tres generaciones detrás de nosotros y en algunos lugares, ni siquiera detrás de nosotros. El Holocausto es una memoria viviente. Otros proyectos de genocidio étnico están siendo perpetuados mientras se escriben estas palabras. Y muchos de nosotros hemos escuchado las historias, generalmente cuando éramos niños, y por lo general provenientes de quienes nos preocupamos. Para algunos, los relatos eran sólo sucesos intrascendentes. Pero para otros, las historias se trataban de sobrevivir al hambre diariamente, o a la guerra, o al campo de concentración.

Uno de los ejemplos más conmovedores del trauma secundario que he conocido involucra a una mujer que visitó a varios terapeutas a causa de una pesadilla vívida. Esta pesadilla interrumpía su sueño cada noche, dejándola crónicamente exhausta. Magda, de cuarenta años, era la nieta de un físico Polaco, cuya hija, la madre de Magda, emigró a los EEUU justo después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Cuando abandonó Europa, la madre de Magda era la única sobreviviente de una gran familia diezmada en los campos.

El padre de Magda era un físico norteamericano, y a cuya madre conoció poco después de su llegada, cuando todavía era estudiante. Según relatos de su padre, la niñez y adolescencia de Magda, transcurrida en un lugar idílico en el oeste de Massachusetts, había sido financieramente privilegiada; y gracias a su madre, había sido tratada gentilmente y cuidada obsesivamente.

“Las reuniones de salón siempre eran un gran evento. Ella siempre iba a la peluquería, incluso de muy pequeña”.

De adulta, Magda mantuvo bien largo su cabello castaño, y lo llevaba invariablemente en forma de trenza francesa.

Cuando le pregunté a Magda si había sido traumatizada, respondió, “No, por supuesto que no. Nada de eso”. Pero de cierta manera, dada su considerable inteligencia y sus distinguidos antepasados, Magda no había estado a la altura de las aspiraciones que su familia esperaba. De niña, quería ser doctora, como su padre y su legendario abuelo. En cambio, abandonó la Universidad de Harvard en su primer año, y pasó más de dos décadas atrapada por su pesadilla, sufriendo intermitentemente de una gran depresión, y pasando desapercibida como enfermera auxiliar.

“Es la historia que me contó mi madre”, explicó tristemente, “excepto que no es mi madre. Soy yo”.

“¿Eres tú? Quieres decir, ¿eres tú en el sueño?”

“Sí. Es lo que le sucedió a mi madre, sólo que me está pasando a mi. Una y otra vez, cada noche”.

“¿Tu madre te ha contado una historia de lo que le sucedió en la guerra?”

“Oh sí, varias veces. Siempre la misma historia sobre el campo”. “¿Qué edad tenías cuando escuchaste la historia por primera vez?”

“No lo sé realmente. No recuerdo. Debo haber sido muy pequeña”.

“¿Y tu sueño es siempre el mismo?”

“Siempre el mismo. Siempre igual de malo. Estoy con muchas personas en una especie de fila extensa. Estoy desnuda, y tengo mucho frío. Alguien me empuja al suelo y veo que le hablan a mi madre y a mi padre. Yo grito ‘¡Madre!’ pero alguien me golpea fuerte. Me levanto gritando. Me despierto gritando cada noche”.

“¿Esto es exactamente lo que tu madre te ha contado que le sucedió?”

“Sí, exactamente….excepto, bueno, excepto que ella no era una niña pequeña, y en mi sueño, yo soy una niña pequeña”.

“Es terrible. Cuando te despiertas gritando a causa del sueño, ¿qué haces?”

“Me levanto y camino por mi departamento. Prendo todas las luces, y toco algunas cosas. Toco el gran sofá y las suaves cortinas. Toco los números del teléfono de la cocina, cosas así. Necesito cosas que me traigan al aquí y ahora, o algo. El sueño es tan real. Y luego de hacer eso durante un rato, creo que empiezo a ponerme realmente entumecida. Ya no asustada por el sueño, en cambio me siento un tanto insensible. Me despierto en el sofá muchas veces por las mañanas.

Magda era atormentada por su sueño cada noche de su vida, y nuestro progreso en la terapia era extremadamente lento.

Mientras todavía era joven, había jurado no convertirse en madre. Durante una sesión, cuando le pregunté el porqué, respondió sin demoras que el mundo era demasiado peligroso para los niños.

“Pero tu vives en Nueva Inglaterra”, dije, “y la Segunda Guerra fue hace mucho tiempo”.
“Tienes razón, por supuesto”, respondió. Pero luego apartó la vista, y se quedó mirando una silla vacía del otro lado de la habitación. (Marta Stout, The Myth of Sanity; El Mito de la Cordura)
Espero que la lectura del extracto de arriba haya provisto bastante material para reflexionar. Creo que podemos asumir a partir de los ejemplos citados que probablemente todo ser humano en este planeta posee ciertos “disparadores traumáticos”. Lo más preocupante es el hecho de que tal asociación puede transformarse en un hábito, por decirlo de alguna manera. Si lo haces una vez, es más fácil la próxima, y después de varias veces, el disociarse ante la más mínima situación de estrés puede convertirse en un hábito. Observe también que no es necesariamente un asunto de cosas notables. El pequeño muchacho cuya madre rompió toda la vajilla china estaba allí “poniendo cara de valiente” e intentando ayudar. Cualquier observador podría no haber notado nada malo. ¿Cuántos niños atraviesan situaciones familiares difíciles o dolorosas y aprenden a superarlo exactamente de esta forma? Apagan esa parte creativa, inspiradora, amorosa y emocional de sí mismos y una clase de personalidad vigilante se establece para limpiar la vajilla china y olvidarse de la pelea entre sus padres al día siguiente en el colegio.

Lo que se me ocurre a continuación es, ¿qué hay acerca de los niños criados en hogares religiosos? ¿Se disociaban con pensamientos sobre un dios todopoderoso cuando eran traumatizados de niños? Y luego, al convertirse en un hábito, ya de adultos, ¿se disocian hacia sus enseñanzas religiosas ante el menor índice de estrés? ¿Y este 'yo' religioso se transforma en la persona dominante a cuestas de la real, del auténtico 'yo' que de otra manera sería capaz de ver los hechos y los datos empíricos, pero que por culpa de una sensación de amenaza, lo único que sucede es que el 'yo' real se retrae y el 'yo' obediente y religioso toma posesión? Y luego, en el curso de sus enseñanzas religiosas, ¿son traumatizados por representaciones gráficas y dramáticas de fuegos infernales y condena si piensan en esto o aquello? Y luego, ante el más mínimo acercamiento de algún hecho o información razonable –aquello de lo que han sido advertidos que los llevará derecho al infierno- ¿se disocian y se transforman en un descomunal cruzado de la Biblia?

Ciertamente existen otras clases de estrés que pueden dañar permanentemente la psique e incluso el cerebro físico de un individuo. Tan sólo eche un vistazo al artículo sobre Inhibición Transmarginal.

Ivan Pavlov fue capaz de crear lo que denominó una “ruptura en la actividad nerviosa primaria” al utilizar cuatro clases principales de estrés impuesto.

1) El primer tipo de estrés era simplemente un incremento en la intensidad de la señal a la que el perro era condicionado inicialmente. Si esto se incrementaba gradualmente, en cierto punto, cuando la señal era demasiado fuerte para su sistema, el perro comenzaba a sufrir un colapso.

2) La segunda manera de alcanzar un evento límite era incrementar el tiempo entre el envío de la señal y la llegada de alimento. Si un perro era condicionado a recibir alimento cinco segundos después de la señal de advertencia, y este período se prolongaba, se comenzaban a observar comportamientos anormales e inquietud en los perros menos estables. Pavlov descubrió que el cerebro de los perros se amotinaba contra cualquier clase de anormalidad mientras esperaba por períodos prolongados permaneciendo bajo estrés. El colapso podía ocurrir cuando el perro tenía que ejercer una fuerte o prolongada inhibición. (Los seres humanos también se debilitan ante las esperas prolongadas bajo tensión nerviosa: peor que el evento que produce la ansiedad.)

3) La tercera forma de inducir un colapso era confundir a los perros con anomalías en la señal de condicionamiento. Se enviaban señales positivas y negativas una detrás de otra (sí, no, sí, no, etc.), el perro hambriento quedaba desconcertado sobre qué sucedería a continuación y esto desequilibraba la estabilidad nerviosa normal. Esto también es verdad en seres humanos.

4) La cuarta forma de inducir un colapso en un perro era desestabilizar la condición física de alguna manera, ya sea sometiéndolo a prolongados períodos de trabajo, induciendo desórdenes gastrointestinales, fiebre, desordenando el balance glandular, cirugía, etc.

Si, en cualquier caso, los primeros tres métodos fallaban en inducir el colapso en un perro en particular, se podía llevar a cabo utilizando las mismas presiones que habían fallado, pero haciéndolo sólo después de iniciar el cuarto protocolo: la desestabilización física. Pavlov también descubrió que, luego de la desestabilización física, el colapso podía suceder incluso en perros temporalmente estables y también que cualquier patrón de comportamiento nuevo que ocurría después podía convertirse en elemento estable de la personalidad del perro incluso mucho después de la experiencia debilitante.

Como puede ver en estos ejemplos, que se aplican a humanos también, cualquier número de cosas en nuestro medio ambiente, y especialmente en el medioambiente de un niño, puede inducir a la disociación. En casos más severos, los investigadores han descubierto recientemente que dicho abuso puede ocasionar cambios permanentes en el cerebro.

Ahora, volvamos a lo que creo que es un proceso similar, descrito de manera diferente: Selección y Sustitución de premisas, como lo explica Andrzej Lobaczewski:


Los procesos psicológicos inconscientes dejan atrás al razonamiento consciente, tanto en tiempo como en alcance, lo cual hace posibles varios fenómenos psicológicos: incluyendo aquellos generalmente descritos como conversivos, tales como bloqueos subconscientes provenientes de conclusiones, de la selección y también de la sustitución de premisas aparentemente incómodas.

Hablamos de bloqueos provenientes de conclusiones si el proceso de inferencia era apropiado en un principio y casi ha llegado a una conclusión y comprensión final dentro del acto de proyección interna, pero se ve obstaculizado por una directiva precedente desde el subconsciente, que lo considera perturbador. Esto es prevención primitiva de la desintegración de la personalidad, lo cual podría parecer ventajoso; sin embargo, también impide todas las ventajas que podrían derivarse de una conclusión y reintegración conscientemente elaborada. Una conclusión así rechazada permanece en nuestro subconsciente y en una forma más inconsciente ocasiona el próximo bloqueo y selección de esta clase. Esto puede ser totalmente dañino, esclavizando progresivamente a una persona a su propio subconsciente, y está acompañado comúnmente por una sensación de tensión y amargura.

Hablamos de selección de premisas cuando el intercambio se profundiza hacia el razonamiento resultante y por lo tanto borra de su base de datos y reprime dentro del subconsciente justamente esa pieza de información que fue responsable de llegar a la conclusión incómoda. Nuestro subconsciente, entonces, permite un mayor razonamiento lógico, excepto que el resultado será erróneo en proporción directa a la significación actual de la información reprimida. Un número mayor de esa información reprimida es almacenado en nuestra memoria subconsciente. Finalmente, una especie de hábito toma lugar: materiales similares son tratados de la misma manera, incluso si el razonamiento ha alcanzado un resultado ampliamente ventajoso para la persona. (Lobaczewski, Ponerología Política)


Podemos ver que esto está asociado cercanamente a la disociación. Si hay estrés, el individuo puede disociarse en una “fantasía” o en una persona que es utilitaria y que asegura su supervivencia por naturaleza; un estrechamiento del enfoque para dejar de sentir, exactamente tal como Stout describió en su ejemplo de las tortugas. Lo más interesante es que cuando esto se vuelve a normal, socialmente oportuno, es cuando un grupo de personas hacen todos lo mismo:

El proceso más complejo de este tipo es la sustitución de premisas eliminadas por otra información, asegurando una aparente conclusión más cómoda. Nuestra habilidad asociativa elabora rápidamente un nuevo tema para reemplazar al eliminado, pero este es uno que lleva a una conclusión confortable. Esta operación toma la mayor parte del tiempo y es poco probable que sea exclusivamente subconsciente. Tales sustituciones por lo general afectan colectivamente, en ciertos grupos de personas, a través del uso de la comunicación verbal. Ese es el porqué califican mejor para el moralizante epíteto de “hipocresía” a diferencia de los procesos mencionados arriba. […]

Nuestro subconsciente podría llevar las raíces del genio humano, pero su operación no es perfecta; a veces evoca a una computadora ciega, especialmente si permitimos que se desordene con material rechazado ansiosamente. Esto explica por qué el monitoreo consciente, incluso al precio de aceptar valientemente estados desintegrantes, es similarmente necesario para nuestra naturaleza, por no mencionar nuestro bien individual y social.

No existe tal cosa como una persona cuyo perfecto autoconocimiento le permita eliminar todas las tendencias hacia el pensamiento conversivo, pero algunas personas están relativamente cerca de este estado, mientras que otras permanecen esclavos de estos procesos. Estas personas que utilizan operaciones conversivas muy comúnmente con el propósito de encontrar conclusiones convenientes, o construir algunas declaraciones paralógicas o paramoralísticas, comienzan, con el tiempo, a utilizar tal comportamiento por razones cada vez más triviales, perdiendo la capacidad de control consciente sobre su proceso de pensamiento. Esto lleva necesariamente a errores de comportamiento que deben ser pagados por otros y por ellos mismos. […]

La eliminación inconsciente de información que es o parece ser inoportuna gradualmente se convierte en hábito, y luego se vuelve una costumbre aceptada por la sociedad en su conjunto. Cualquier proceso de pensamiento basado en tal información truncada no puede generar ninguna conclusión correcta; más aun lleva a una sustitución subconsciente de premisas inconvenientes por unas más convenientes, por lo tanto acercándose a fenómenos que deberían ser vistos como psicopatológicos.

…la selección y sustitución subconsciente de información lleva a la evasión crónica del punto crucial del asunto. (Lobaczewski, Ponerología Política)


Estos son los procesos por los cuales las personas normales se vuelven "tontas", siendo ésta la única manera que puede describirse para un individuo que cree que Dios apareció en una montaña para hablarle a un hombre llamado Moisés, quien llevó a cientos de miles de personas a andar en círculos en un desierto durante 40 años, o que un hombre, hace 2000 años, murió en una cruz y se levantó luego de morir unos días después, y que debido a ello, ¡usted no tiene de qué preocuparse!

Hablando de ello, ¿puede imaginar el trauma de un niño escuchando la historia de Jesús diciéndole que morir en una cruz es algo BUENO? Nunca olvidaré a mi hija (que, por suerte, era lo suficientemente grande como para no quedar marcada por el incidente) contándome sobre su visita a la iglesia con miembros de la familia y cómo se disgustó totalmente cuando comenzaron a cantar “¿Eres lavado con la Sangre del Cordero?”. En cierto sentido, eso es tan extraño como los creadores del Mito de Masada haciendo parecer que el suicidio de una banda de rufianes fuera una expresión positiva del heroísmo Judío y haciendo excursiones a la montaña para que los jóvenes judíos puedan vivir la “experiencia completa” al estar en el sitio donde ocurrió.

Podría seguir, pero creo que el lector podrá sentarse con esta información y comenzar a pensar sobre su propia niñez, sus posibles disparadores, sus depresiones, ataques de ansiedad, etc., así como también contemplar las mismas situaciones, o peores, en las vidas de millones de otras personas.

Tome en cuenta que un niño traumatizado se disocia en una parte "infantil" que no crece, y también en una parte "tutora" que tiene la tarea de proteger al niño. El mecanismo de disociación no es sólo un fusible que se bota; de hecho se convierte en su propio fragmento de personalidad, que pasa de "preservador de vida" en el caso del trauma inicial, a convertirse en un "tirano" interno, un guardián paranoico violentamente sobreprotector, que entrará en acción preventivamente, para frenar cualquier situación que amenace con poner al "niño" en cualquier tipo de situación que lleve el más mínimo riesgo (percibido) del trauma original al niño, y básicamente "encierra al niño en el sótano".

Eso le pasa a prácticamente todos en el planeta: vivir con un niño emocional interno y con una personalidad externa buscando alguien a quién someterse para estar a salvo y sentirse bien.

Ahora, quizás comience a ver porque la Civilización Occidental está enferma, construida sobre las arenas movedizas de los conceptos religiosos, de nuestras estructuras sociales, todo lo que vemos, leemos, experimentamos, comemos, bebemos, respiramos. Y quizás comience a ver por qué las clases patológicas pueden tan fácilmente trepar a la cima y tomar el control. No tienen estas pequeñas interferencias en su naturaleza…y saben muy bien cómo presionar nuestros botones y ocasionar que nos congelemos y disociemos como un venado encandilado.

Entonces, cuando los cometas van y vienen, cuando ocurren los desastres, es tan fácil provocar el olvido, hacernos creer la siguiente fantasía de cómo estamos a salvo y protegidos y que Dios está en su Cielo y todo está perfecto en el mundo. A fin de cuentas los humanos normales no son muy diferentes de las ostras que levantan la Morsa y el Carpintero. Y ciertamente, a menos que nos demos cuenta, nuestro destino será el mismo.

La Morsa y el Carpintero

¡Brillaba el sol sobre la mar!
Con el fulgor implacable de sus rayos
se esforzaba, denodado, por aplanar
y alisar las henchidas ondas;
y sin embargo, aquello era bien extraño
pues era ya más de media noche.

La luna rielaba con desgano
pues pensaba que el sol
no tenía por qué estar ahí
después de acabar el día...
¡Qué grosero! --decía con un mohín,
--¡venir ahora a fastidiarlo todo!

La mar no podía estar más mojada
ni más secas las arenas de la playa;
no se veía ni una nube en el firmamento
porque, de hecho, no había ninguna;
tampoco surcaba el cielo un solo pájaro
pues, en efecto, no quedaba ninguno.

La morsa y el carpintero
se paseaban cogidos de la mano:
lloraban, inconsolables, de la pena
de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco,
qué maravillosa sería la playa!

--Si siete fregonas con siete escobas
la barrieran durante medio año,
¿te parece --indagó la morsa atenta--
que lo dejarían todo bien lustrado?
--Lo dudo-- confesó el carpintero
y lloró una amarga lágrima.

¡Oh ostras! ¡Venid a pasear con nosotros!
requirió tan amable, la morsa.
--Un agradable paseo, una pausada charla
por esta playa salitrosa:
mas no vengáis más de cuatro
que más de la mano no podríamos.

Una venerable ostra le echó una mirada
pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo
y sacudió su pesada cabeza...
Es que quería decir que prefería
no dejar tan pronto su ostracismo.

Pero otras cuatro ostrillas infantes
se adelantaron ansiosas de regalarse:
limpios los jubones y las caras bien lavadas
los zapatos pulidos y brillantes;
y esto era bien extraño
pues ya sabéis que no tenían pies.

Cuatro ostras más las siguieron
y aun otras cuatro más;
por fin vinieron todas a una
más y más y más... brincando
por entre la espuma de la rompiente
se apresuraban a ganar la playa.

La morsa y el carpintero
caminaron una milla, más o menos,
y luego reposaron sobre una roca
de conveniente altura;
mientras, las otras las aguardaban
formando, expectantes, en fila.

--Ha llegado la hora --dijo la morsa--
de que hablemos de muchas cosas:
de barcos... lacres... y zapatos;
de reyes... y repollos...
y de por qué hierve el mar tan caliente
y de si vuelan procaces los cerdos.

--Pero ¡esperad un poco!-- gritaron las ostras
y antes de charla tan sabrosa
dejadnos recobrar un poco el aliento
¡que estamos todas muy gorditas!
--¡No hay prisa!-- concedió el carpintero
y mucho le agradecieron el respiro.

--Una hogaza de pan --dijo la morsa--,
es lo que principalmente necesitamos:
pimienta y vinagre, además,
tampoco nos vendrán del todo mal...
y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
que vamos ya a alimentarnos.

--Pero, ¡no con nosotras!-- gritaron las ostras
poniéndose un poco moradas;
--¡que después de tanta amabilidad
eso sería cosa bien ruin!
--La noche es bella --admiró la morsa--
¿no te impresiona el paisaje?

--¡Qué amables habéis sido en venir!
¡Y qué ricas que sois todas!
Poco decía el carpintero, salvo
--¡Córtame otra rebanada de pan!,
Y ojalá no estuvieses tan sordo
que, ¡ya lo he tenido que decir dos veces!

--¡Qué pena me da --exclamó la morsa--
haberles jugado esta faena!
¡Las hemos traído tan lejos
y trotaron tanto las pobres!
Mas el carpintero no decía nada, salvo
--¡Demasiada manteca has untado!

--¡Lloro por vosotras!- gemía la morsa.
--¡Cuánta pena me dais!-- seguía lamentando
y entre lágrimas y sollozos escogía
las de tamaño más apetecible;
restañaba con generoso pañuelo
esa riada de sentidos lagrimones.

--¡Oh, ostras!-- dijo al fin el carpintero.
--¡Qué buen paseo os hemos dado!,
¿os parece ahora que volvamos a casita?--
Pero nadie le respondía...
y esto sí que no tenía nada de extraño,
pues se las habían zampado todas.

Lewis Carroll, de A través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí, 1872


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