La ideología del libre mercado está lejos de su fin

Naomi Klein
The Guardian/Znet
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
25/09/08

Sea cual sea el significado de los eventos de esta semana, nadie debiera creer las afirmaciones exageradas de que la crisis del mercado representa la muerte de la ideología del “libre mercado.” La ideología del libre mercado ha servido siempre los intereses del capital, y su presencia sube y baja según su utilidad para esos intereses.

Durante los tiempos de la bonanza, es rentable predicar el laissez faire, porque un gobierno ausente permite que se inflen las burbujas especulativas. Cuando esas burbujas revientan, la ideología se convierte en un obstáculo, y se adormece mientras el gran gobierno parte al rescate. Pero tranquilizaos: la ideología volverá con toda su fuerza cuando los salvatajes hayan terminado. Las masivas deudas que el público está acumulando para rescatar a los especuladores pasarán entonces a formar parte de una crisis presupuestaria global que será la justificación para profundos recortes en programas sociales, y para un nuevo ímpetu para privatizar lo que queda del sector público. También nos dirán que nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas.

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Lo que no sabemos es como reaccionará el público, Hay que considerar que en Norteamérica todo el que tiene menos de 40 años creció mientras se le decía que el gobierno no puede intervenir para mejorar nuestras vidas, que el gobierno es el problema no la solución, que el laissez faire es la única opción. Ahora, repentinamente, vemos a un gobierno extremadamente activista, intensamente intervencionista, aparentemente dispuesto a hacer cualquier cosa que sea necesaria para salvar de ellos mismos a los inversionistas.

Este espectáculo provoca necesariamente la pregunta: ¿si el Estado puede intervenir para salvar a corporaciones que tomaron riesgos imprudentes en los mercados de la vivienda, por qué no puede intervenir para impedir que millones de estadounidenses sufran inminentes ejecuciones hipotecarias? De la misma manera, si 85.000 millones de dólares pueden ser puestos a disposición instantáneamente para comprar al gigante de los seguros AIG ¿por qué la atención sanitaria de pagador único – que protegería a los estadounidenses de las prácticas depredadores de las compañías de seguro de salud – parece ser un sueño tan inalcanzable? Y si cada vez más corporaciones necesitan fondos públicos para permanecer a flote ¿por qué no pueden los contribuyentes exigir a cambio cosas como topes a la paga de ejecutivos, y una garantía contra más pérdidas de puestos de trabajo?

Ahora, cuando quedó claro que los gobiernos pueden ciertamente actuar en tiempos de crisis, les será mucho más difícil pretender impotencia en el futuro. Otro cambio potencial tiene que ver con las esperanzas del mercado en cuanto a futuras privatizaciones. Durante años, los bancos globales de inversión han estado cabildeando a los políticos a favor de dos nuevos mercados: uno que provendría de la privatización de las pensiones públicas y otro resultante de una nueva ola de carreteras, puentes y sistemas de agua privatizados o parcialmente privatizados. Esos dos sueños acaban de hacerse mucho más difíciles de vender: los estadounidenses no están de humor para confiar una mayor parte de sus activos individuales y colectivos a los imprudentes tahúres de Wall Street, especialmente porque parece más que probable que los contribuyentes tendrán que pagar para recuperar sus propios activos cuando reviente la próxima burbuja.

Ahora, con el descarrilamiento de las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio, esta crisis también podría ser un catalizador para un enfoque radicalmente alternativo a la regulación de los mercados y sistemas financieros mundiales. Ya estamos viendo un movimiento hacia la “soberanía alimentaria” en el mundo en desarrollo, en lugar de dejar el acceso a los alimentos a la merced de los caprichos de los negociantes de materias primas. El momento puede haber llegado finalmente para ideas como impuestos al comercio, que retrasaría la inversión especulativa, así como para otros controles del capital global.

Y ahora, cuando nacionalización ya no es una palabrota, las compañías de petróleo y gas debieran tener cuidado: alguien tendrá que pagar por el giro hacia un futuro más verde, y tiene mucho sentido que el grueso de los fondos provengan del sector altamente rentable que tiene la mayor responsabilidad por nuestra crisis climática. Ciertamente tiene más sentido que crear otra peligrosa burbuja en el comercio de carbono.

Pero la crisis que estamos presenciando pide cambios más profundos. El motivo por el que se permitió que proliferaran esos préstamos chatarra no fue sólo porque los reguladores no comprendieron el riesgo. Es porque tenemos un sistema económico que mide nuestra salud colectiva exclusivamente sobre la base del aumento del PIB. Mientras los préstamos chatarra alimentaban el crecimiento económico, nuestros gobiernos los apoyaron activamente. De modo que lo que hay que cuestionar realmente debido a la crisis es el compromiso indiscutido con el crecimiento a todo precio. Esta crisis debiera llevarnos a un camino radicalmente diferente en la forma en la que nuestras sociedades miden la salud y el progreso.

Nada de esto, sin embargo, sucederá sin una inmensa presión pública sobre los políticos en este período crucial. Y no se trata de un cabildeo cortés sino de una vuelta a las calles y al tipo de acción directa que produjo el Nuevo Trato en los años treinta. Sin eso, habrá cambios superficiales y un retorno, lo más rápido posible, a los negocios como si tal cosa.

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