Sospechas de enfriamiento global

Levante
14/03/10

No paran de pedirme respuestas a la crudeza de este invierno. No las tengo, pero sí una sospecha: la explicación no debemos buscarla en la meteorología, sino en la astronomía. Caí en ello el lunes pasado, mientras miraba distraído un enorme carámbano suspendido de una fachada y alguien, por teléfono, me contó que caminaba sobre un tapiz blanco en las Ramblas de Barcelona. Y el miércoles, Palma de Mallorca engordó la lista de ciudades con clima moderado que han recibido la nieve este invierno. Con mayor o menor intensidad, cuajando o no, los copos blancos están registrados en el cuaderno de observaciones de este invierno en Valencia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Santander, San Sebastián, Bilbao, Nimes y Montpellier, entre otras muchas ciudades con clima invernal benigno. Faltaba la guinda de Barcelona y Palma, particularmente amarga al tratarse del mes de marzo y no de unas Navidades de postal.

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Por eso pienso, aunque no lo sepa a ciencia cierta, que el glacial invierno 2009-2010 quizá tenga alguna relación con el mínimo de actividad solar, el más intenso desde 1913. Cuando se hiela un hemisferio entero no podemos justificar las cosas afirmando que mientras hace frío en un sitio las temperaturas son más cálidas de lo habitual en el otro lado del planeta. Este invierno, los fríos ganan por mayoría absoluta a las anomalías cálidas, como prueba lo sucedido en gran parte de Europa, Asia y América del Norte. Que el hielo alcance en el mar Báltico suficiente espesor para atrapar a decenas de barcos no es una nimiedad, como tampoco que se hayan alcanzado los –56 en la Rusia Europea, rozando el récord absoluto de frío de –58, alcanzados en 1978 en Ust Schugor. Y no lo es, tampoco, que este enfriamiento global haya sido tan persistente, prolongándose de diciembre a marzo.

Las cordilleras rebosan de nieve en España y el resto de Europa. Las imágenes de satélite del pasado lunes eran increíbles para un 8 de marzo, con todo el cuadrante noreste peninsular cubierto de blanco. Y el invierno anterior (2008-2009) ya fue muy largo, sin dejar resquicio, y rememorando el popular refrán que reza: «La nieve de octubre, siete lunas cubre». No es, pues, ninguna tontería pensar que pueda haber una relación entre la intensidad de los últimos inviernos —no sólo de éste— y el letárgico ciclo actual del Sol. Está documentado que los grandes fríos que afectaron a Europa entre 1650 y 1850 coincidieron con los mínimos de Maunder y Dalton, dos períodos sucesivos en los que apenas se observaron manchas en el Sol y la actividad de nuestra estrella cayó a valores mínimos. En aquella época, los rigores eran peores que ahora, hasta el punto de que algunos años llegó a helarse el río Ebro en Tortosa, cerca de su desembocadura. No es descartable que, a menor escala, el mínimo solar que hemos tenido pueda estar relacionado con la crudeza de los últimos inviernos.

Se me antoja también que Naciones Unidas no debería preocuparse sólo por las cuestiones relativas al cambio climático. Quizá temiendo los efectos del calentamiento global causados por el hombre hayamos olvidado que también deberíamos prepararnos para los impactos causados por las oscilaciones naturales del clima, que no son moco de pavo. Lo sucedido esta semana en Cataluña tiene aturdidas a millones de personas. Diríase que dábamos por hecho que temporales como el del otro día ya no tienen cabida en los tiempos de la aldea global, internet, el teléfono móvil, la TDT y los demás iconos de la sociedad moderna. Pero se derrumba una torre de alta tensión por el peso del hielo y el resto de los pilares de la civilización van cayendo como fichas de dominó. Seguro que ese lunes por la noche en miles de hogares se hubieran cambiado muy a gusto el teléfono móvil por una buena estufa de leña.

A propósito, y lo pregunto con la mayor inocencia del mundo: ¿por qué el peso del hielo desploma torres eléctricas en Girona y no ocurre lo mismo en Alemania o en Noruega? Menos mal que la primavera llega el próximo sábado, día 20. Ya es hora.

vaupi@estrellasyborrascas.com

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