Iraq bajo ocupación: éxodo en oleadas
Michael Schwartz
Al-Jazeera
Traducido del inglés para IraqSolidaridad por Nadia Hasan y Beatriz Morales
25/03/08
Una ola de miseria engulle Iraq, y no se trata de la violencia habitual que los estadounidenses están acostumbrados a escuchar y a la que no prestan atención. Para ser exactos, está basada en esa violencia, pero este tsunami de miseria es de naturaleza social y económica: expulsa a las personas de sus trabajos, los barre de sus hogares, los despoja de sus pertenencias y los separa de sus familias y de sus comunidades; los deja abandonados en pueblos enemigos o en países extranjeros, sin un asidero para resistir el momento en el que la próxima ola de desplazamientos los golpee.
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A las víctimas de este tsunami humano se las denomina refugiados si es que las arrastra fuera del país o desplazados internos si el lugar donde aterrizan está dentro de las fronteras de su país. De cualquier forma, normalmente se quedan sin un hogar estable, sin sustento asegurado, sin apoyo de su comunidad, y sin la ayuda gubernamental. Todo el apoyo social habitual que sustenta la vida de las personas queda eliminado y se reemplaza con… nada.
Oleadas de desposeídos que se superponen
Durante los primeros cuatro años de ocupación, ésta generó en Iraq tres oleadas de refugiados y de desplazados internos que se superpusieron. Todo comenzó con la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) que el gobierno Bush estableció dentro de la Zona Verde [perímetro de alta seguridad fortificado] de Bagdad y que en mayo de 2003 dejó bajo el control de L. Paul Bremer III. La APC empezó, de forma inmediata, a desmantelar el aparato del Estado iraquí: fueron expulsados del gobierno a miles de funcionarios del partido Baaz, decenas de miles de trabajadores se quedaron en la calle sin trabajo, se cesó a cientos de miles de militares tras el desmantelamiento del ejército de Sadam Husein. Estas cifras pronto se multiplicaron debido al efecto dominó de la pérdida de poder adquisitivo que arrastró tras de sí a la economía. Muchos de los desplazados encontraron otros trabajos (peor remunerados); algunos esperaron con paciencia a que pasara la mala racha; otros dejaron sus casas y se fueron a buscar trabajo a otros lugares; los que tenían mayores posibilidades se fueron a países vecinos donde aún había demanda de sus conocimientos. Estos fueron la vanguardia de la primera oleada de refugiados iraquíes.
Como el caos de la posguerra continuaba, los secuestros se convirtieron en la industria de mayor auge en el país, la cual tenía puesto su punto de mira en cualquiera de las familias adineradas con medios para pagar un rescate. Esto sólo aceleró el ritmo de salidas, especialmente entre aquellos cuyas carreras ya se habían visto interrumpidas. Una riada de profesionales, técnicos y directivos abandonaron sus casas e Iraq en busca de seguridad personal y laboral.
El espíritu de este éxodo inicial lo expresó de manera elocuente un blogger iraquí apodado AnaRki13:
“No es tanto una migración como un éxodo forzado. Científicos, ingenieros, médicos, arquitectos, escritores, poetas, cualquiera que se te ocurra —todos— se están yendo de las ciudades.
“¿Por qué? Muy sencillo: No hay mercado laboral real en Iraq; aunque tengas un buen trabajo hay muchas posibilidades de que te secuestren o te maten. Simplemente no merece la pena quedarse aquí. Sunní, shií o cristiano, todos, todos se van o ya nos hemos ido.
“Uno de mis amigos siempre me hace reproches sobre cómo tengo que amar a este país —la tierra de mis antepasados, el lugar donde nací y crecí—, cómo debería de estar agradecido y volver al lugar que me lo dio todo. Pero yo siempre le digo lo mismo: ‘Iraq, tal como lo conocimos tú y yo, ya no existe. Lo que queda, no lo quiero…’
“La mayoría de los médicos y profesores universitarios más prestigiosos ya han abandonado el país porque a muchos de ellos, entre los que se están algunos a los que yo personalmente conocí, los asesinaron o ejecutaron, y el resto captó el mensaje; consiguieron trabajo en Occidente, donde los recibieron bien y consiguieron una buena posición. Otros millones de iraquíes, iraquíes de a pie, se fueron y se están yendo, sin planes y sin muchas esperanzas.”
En 2004, los estadounidenses provocaron una segunda oleada de refugiados cuando comenzaron a atacar e invadir baluartes resistentes, tal como hicieron en la ciudad de Faluya en noviembre de 2004, en la que emplearon toda la fuerza motriz de su ejército. Si los estadounidenses ordenaron o no la evacuación, un gran número de residentes se vieron forzados a abandonar el campo de batalla en que se habían convertido barrios y ciudades. El proceso se resumió en un minucioso y extenso informe sobre la guerra compilado por Global Policy Forum y otras 35 organizaciones no gubernamentales internacionales:
“En muchos otros casos, grandes proporciones de población urbana han abandonado sus casas y huido. Los más afortunados pudieron encontrar refugio con familiares que vivían fuera de la ciudad, pero la mayoría se vieron expuestos a condiciones extremadamente difíciles y al final se vieron obligados a permanecer en refugios y campamentos provisionales instalados por el Creciente Rojo, Naciones Unidas [NNUU] u organizaciones de ayuda. En Faluya, una ciudad de unos 300.000 habitantes, más de 216.600 personas desplazadas han tenido que buscar refugio durante los meses de invierno en campamentos superpoblados con abastecimiento de comida, agua y atención médica inadecuados. Según la Sociedad del Creciente Rojo Iraquí, quienes huyeron de al-Qaim [también en ñ provincia de al-Anbar cerca de la frontera con Siria], una ciudad de unos 150.000 habitantes, suponen un total de 100.000 personas. En Ramadi [capital de la provincia de al-Anbar] se calcula que en torno al 70% de la población de esta cuidad de 400.000 habitantes la abandonó antes del ataque estadounidense […] Estos momentos marcan el inicio de la crisis de desplazamiento masivo iraquí.” [1]
Mientras la mayor parte de los refugiados volvieron al finalizar la batalla, una importante minoría [de varias decenas de miles] no lo hizo, ya fuera porque sus hogares (o medios de subsistencia) estaban destruidos, o porque estaban temerosos de que continuara la violencia. Como los desplazados por razones económicas de la primera ola, estos refugiados buscaron nuevas zonas que fueran menos peligrosas o más prosperas, incluidos los países vecinos. Y, tal y como en la primera oleada, fueron los profesionales, los técnicos y los directivos lo que tuvieron más posibilidades de tener los medios para abandonar Iraq.
La tercera ola comenzó a principios de 2005, convirtiéndose —al año siguiente— en un verdadero tsunami de limpieza étnica y guerra civil que sacó de sus casas a un vasto número de iraquíes. Según Ali Alaui, ministro de finanzas iraquí, estos hechos vinieron precipitados inicialmente por la segunda ola de refugiados expulsados de la ciudad de Faluya en el invierno de 2004:
“Los refugiados que han abandonado Faluya han convergido en los barrios occidentales sunníes de Bagdad, Amiriya y Gazaliya, que han quedado bajo control de la resistencia. Los resistentes, a menudo respaldados por sus familiares entre los refugiados de Faluya, atacaron a los residentes shiíes de estos vecindarios. Cientos de familias shiíes fueron expulsadas de sus hogares, que luego fueron ocupados por los refugiados. El resentimiento árabe sunní en contra de la colaboración de la shía con las fuerzas de ocupación se ha intensificado, exacerbado, por la aparente indiferencia de la shía al asalto a Faluya […] A su vez, la shía se encolerizó debido a los ataques diarios contra policías y soldados, quienes eran mayoritariamente shiíes pobres. Los ataques sunníes en la mayoría de los vecindarios shiíes comenzaron a principios de 2005. En el distrito Shaab de Bagdad, por ejemplo, el asesinato de jeque Haizam al-Ansari, un popular clérigo sadrista, provocó la formación de uno de los primeros escuadrones de la muerte shiíes. El ciclo de asesinatos, bombardeos y expulsiones se retroalimentan, lo que desencadena rápidamente una limpieza étnica a gran escala en las localidades y vecindarios de la ciudad”.
A comienzos de 2006, el proceso se aceleró tras la voladura de la mezquita Dorada de Samarra [a finales de febrero de ese año], un importante santuario shií, y alcanzó su punto álgido en 2007 cuando el ejército estadounidense irrumpió en las calles de Bagdad disolviendo los núcleos de resistentes en muchos vecindarios mixtos así como en los barrios sunníes en la capital. Durante el año del incremento de tropas estadounidenses [2] cerca de 25 de los 200 vecindarios mixtos en Bagdad se volvieron étnicamente homogéneos. Un proceso similar se desarrolló en los barrios del sur de la ciudad [3].
Cuando expulsaron a los grupos minoritarios de los vecindarios y ciudades mixtas estos también se unieron al ejército de personas desplazadas, a menudo instalados en casas deshabitadas ubicadas en barrios recién purificados dominados por su propio grupo sectario. Pero muchos, como aquellos de las oleadas previas de refugiados, descubrieron que tenían que mudarse a nuevos lugares alejados de la violencia, entre ellos un gran número de quienes, una vez más, simplemente tuvieron que abandonar Iraq. Al igual que en las oleadas anteriores, los mejor situados económicamente eran los que más posibilidades tenían de marcharse, llevándose consigo su capacitación profesional.
Entre los que salieron en esta tercera oleada estava Riverbend, cuyo pseudónimo es “Girl Blogger from Baghdad”, que alcanzó fama internacional por sus informes tan bien narrados sobre la vida en Iraq bajo la ocupación estadounidense. La descripción de su viaje hacia el exilio contaba la tragedia emocional experimentada por millones de iraquíes:
“Las últimas horas en casa fueron un caos. Nos teníamos que ir y fui de una habitación a otra despidiéndome de todas las cosas. Le dije adiós al escritorio que usé durante todo el bachillerato y la universidad. Le dije adiós a las cortinas, a la cama y al sofá. Le dije adiós al sillón que E. y yo rompimos cuándo éramos pequeños. Me despedí de enorme mesa en la que nos sentábamos a comer y a hacer los deberes. Le dije adiós a los fantasmas de los cuadros que alguna vez colgaron de las paredes, porque ya habíamos descolgado y guardado las fotografías —pero sabía dónde habían estado colgados. Le dije adiós a los ridículos juegos de mesa por los que inevitablemente peleábamos: el Monopoly árabe con las cartas que faltaban y el dinero que ninguno tuvo el valor de tirar…
“El viaje fue largo y sin contratiempos, aparte de los dos puestos de control militar con hombres enmascarados. Nos pidieron los pasaportes; los echaron un vistazo y nos preguntaron a dónde nos íbamos. Lo mismo hicieron con el coche que iba detrás de nosotros. Esos controles son aterradores pero aprendí que la mejor técnica es evitar el contacto visual, responder a las preguntas educadamente y rezar entre dientes. Mi made y yo tuvimos cuidado de no llevar ninguna joya, por si acaso, y las dos íbamos con faldas largas y pañuelo en la cabeza.
[…]
“¿Cómo es posible que una frontera, que no se pude ver ni tocar, separe los coches-bomba, las milicias, los escuadrones de la muerte… y la paz y la seguridad? Es difícil de creer…, incluso ahora. Me siento aquí y escribo esto y me pregunto por qué no puedo escuchar las explosiones…”
La pérdida de vidas
El número de iraquíes que huyeron a países vecinos —sin mencionar un cálculo aproximado del número de refugiados internos— sigue siendo tremendamente difícil de determinar, pero los observadores más cautos han informado de un constante incremento en el número de desplazados desde la invasión del gobierno Bush en marzo de 2003. Estas cifras superaron con mucho la huída de expatriados que abandonaron el país durante la era de Sadam Huseín.
A principios de 2006, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), calculó que 1,7 millones de iraquíes habían abandonado el país y que quizás se había producido un número igual de refugiados internos en el mismo período de tres años desde la invasión. La tasa creció de forma dramática una vez que la violencia sectaria y las expulsiones étnicas se iniciaron. La Organización Internacional para las Migraciones calculó que la tasa de desplazamiento durante 2006 y 2007 fue de alrededor de 60.000 desplazado al mes. A mediados de 2007, la organización International Refugees declaró que Iraq suponía “la crisis más grande y más rápida de refugiados del mundo”, al mismo tiempo que Naciones Unidas (NNUU) definía esta crisis de refugiados como “el peor desplazamiento de seres humanos en la historia moderna de Iraq”.
A principios de 2007, Siria, el único país que inicialmente no puso restricciones a la inmigración iraquí, había acogido —según estimaciones de NNUU— a 1,25 millones de desplazados iraquíes. Además, NNUU calculó que en esas fechas más de 500.000 iraquíes estaban Jordania, 70.000 en Egipto, aproximadamente 60.000 en Irán, alrededor de 30.000 en Líbano y cerca de 200.000 diseminados por los países del Golfo, junto con otros 100.000 en Europa y otros 50.000 desperdigados por el globo. EEUU, que aceptó a 20.000 refugiados iraquíes de la época de Sadam Husein, sólo aceptó a 463 iraquíes entre el inicio de la guerra y mediados de 2007 [4].
La estrategia del aumento de tropas de Bush, iniciado en enero de 2007, incrementó aún más la huída de iraquíes, especialmente en el interior del país. Según James Glanz y Stephen Farrell, redactors del diario The New York Times: “Las operaciones dirigidas por EEUU generaron nuevos combates lo que provocó que el miedo hiciera huir a los iraquíes de sus casas en un número mucho mayor que las decenas de miles de tropas adicionales que llegaron”. El efecto combinado de la ofensiva estadounidense y las expulsiones étnicas generaron un desplazamiento que se calcula en 100.000 personas al mes sólo en Bagdad durante la primera mitad de 2007, una cifra que sorprendió incluso a Said Hakki, director del Creciente Rojo Iraquí, que había estado siguiendo muy de cerca la crisis de refugiados desde el inicio de la guerra.
Durante 2007 y según cálculos de NNUU, Siria admitió a 150.000 refugiados adicionales. Los iraquíes llegaron a suponer casi el 10% de la población del país. El gobierno sirio consciente de la falta de recursos, empezó a poner límites al flujo sin fin de refugiados e intentó llevar a cabo una política de repatriaciones masivas. Tales intentos de repatriación han sido inútiles en su mayoría. Incluso cuando a finales de 2007 la violencia en Bagdad empezó a disminuir, los refugiados que intentaron regresar se encontraron con que sus casas abandonadas estaban o en muy malas condiciones debido a las ofensivas estadounidenses o tomadas por extranjeros (normalmente de una secta distinta) o en barrios que habían sufrido una limpieza étnica, de forma que ya no podían alojarse en ellas.
En los mismos años, el número de personas desplazadas dentro de Iraq creció aún más rápido. En septiembre de 2007 NNUU calcula en 2,25 millones el número de desplazados [internos]. Esta marea de desplazados internos, familias a menudo sin casa, empezaron a ser una carga para los recursos de las provincias que los acogieron. Nayaf, la primera gran ciudad al sur de Bagdad, donde se encuentran los santuarios shiíes más sagrados de Iraq, vio cómo su población de 700.000 personas se había incrementado con cerca de 400.000 desplazados shiíes. A mediados de 2007, en otras tres provincias shiíes del sur, los desplazados internos suponían más de la mitad de la población.
La carga era aplastante. En 2007, Kárbala, una de las provincias más deprimidas, intentó hacer cumplir una medida draconiana aprobada años antes: Se expulsaría a los nuevos residentes a menos que contaran con el apoyo de dos miembros del concejo provincial. Otros gobiernos provinciales intentaron de varias maneras, y en general sin éxito, detener el flujo de refugiados.
Bien dentro o fuera del país, incluso las familias prósperas antes de la guerra se enfrentaron a condiciones muy duras. En Siria, donde en octubre de 2007 se realizó un meticuloso estudio de las condiciones de vida, sólo el 24% de las familias iraquíes contaba con salarios o ingresos. La mayoría de las familias tuvieron que vivir de la mejor forma que pudieron con pingües ahorros o con ayudas de sus familiares, y un tercio de los que tenían recursos esperaban abandonar el país en un lapso de tres meses. Bajo este tipo de presiones, un número creciente de refugiados se vio obligado a realizar trabajos sexuales u otra clase de trabajos explotadores o trabajar en el mercado negro para conseguir una fuente de ingresos.
Para muchas familias la comida era una de las principales preocupaciones; según NNUU casi la mitad de ellas necesitaba “ayuda alimenticia urgente”. Se ha informado de que una parte importante de los adultos se saltaban al menos una comida para alimentar a sus hijos. Muchos otros pasaban días sin comer “para poder pagar el alquiler y los gastos”. Una madre de familia refugiada dijo a Hannah Allam, periodista de McClatchy: “Compramos la carne justa para dar sabor a la comida, la compramos con céntimos. [...] Ni siquiera podemos comprar un kilo de dulces para el Eid [5]”.
Según un riguroso estudio del McClatchy Newspaper, la mayoría de los refugiados iraquíes en Siria estaban alojados en casas llenas de gente, con más de una persona por habitación (a veces muchas más). El 25% de las familias vivían en pisos de una habitación; a alrededor de uno de cada seis refugiados se le diagnosticó una enfermedad crónica (en general no tratada) y una quinta parte de los niños habían tenido diarrea en las dos semanas anteriores a la encuesta. A pesar de que las autoridades sirias ayudaron a las familias refugiadas para que más de las dos terceras partes de los niños en edad escolar se matricularan en la escuela, el 46% había abandonado los estudios, debido principalmente a que carecían de los documentos de inmigración, de ahorros suficientes para pagar los gastos de la escuela o debido a diferentes problemas personales; y la tasa de abandono seguía creciendo. Y recordemos que los iraquíes que huyeron a Siria eran, en general, los afortunados, con muchas más posibilidades de tener recursos financieros y con capacitación para encontrar trabajo.
Al igual que los refugiados expatriados, los desplazados internos iraquíes se enfrentaron a unas condiciones duras que empeoraban constantemente. El gobierno central iraquí, casi sin poder y prácticamente atrapado en la Zona Verde de Bagdad, exige que las personas que se trasladan de un lugar a otro se registren personalmente en Bagdad; de no hacerlo pierden los requisitos necesarios para tener acceso al programa nacional que subvenciona la compra de pequeñas cantidades de unos pocos alimentos. Para las familias expulsadas de sus casas por la despiadada guerra civil tal registro era prácticamente imposible. Al no poder registrarse, las familias desplazadas fuera de Bagdad entraban en sus nuevas residencias sin contar siquiera con la cada vez más escasa red de seguridad ofrecida por los subsidios que garantizan los productos alimenticios básicos.
Para empeorar las cosas, casi tres cuartas partes de los desplazados eran mujeres o niños, y en las escasas las familias que estaban intactas el padre no trabajaba. En la mayoría de las ciudades a las que se vieron obligados a trasladarse, la tasa de desempleo era ya del 50% o superior, de modo que la prostitución y el trabajo infantil se convirtieron cada vez más en elecciones necesarias. UNICEF informó de que una gran proporción de los niños de estas familias pasaban hambre, tenían un peso y una estatura inferiores a los normales, según parámetros clínicos. Según informó la agencia de NNUU, “en algunas zonas hasta el 90% de los niños [desplazados] no van a la escuela”.
Pérdida de recursos preciosos
La formación laboral de una enorme proporción de los refugiados iraquíes en Siria era profesional, de gestión o administración. Es decir, que colectivamente eran los depositarios del precioso capital humano que por lo demás se hubiera necesitado para preservar, reparar y finalmente reconstruir la destrozada infraestructura del país. En Iraq, aproximadamente el 10% de los adultos había ido a la universidad; más de una tercera parte de los refugiados en Siria tenía estudios universitarios. Mientras que menos del 1% de los iraquíes tenía formación de postgrado, casi el 10% de los refugiados tenía titulación superior, incluido un 4,5% con doctorado. En el lado opuesto del espectro económico, al menos el 20% de los iraquíes no estaba escolarizado, pero sólo una parte relativamente pequeña de los refugiados que llegaron a Siria (el 3%) carecía de educación. Probablemente estas proporciones eran todavía más llamativas en otros países receptores más lejanos donde la entrada resultaba más difícil.
Las razones de esta excepcional fuga de cerebros no son difíciles de encontrar. Hasta el hecho desesperado de huir de tu hogar requiere recursos y así los refugiados de la mayoría de los desastres que viajan grandes distancias tienden a ser desproporcionadamente prósperos [en relación con los que se quedan], como tan dolorosamente ilustró el periodo subsiguiente al huracán Katrina en Nueva Orleans.
En Iraq, la política estadounidense alentó esta tendencia. La privatización generalizada y las políticas de desbaazificación del gobierno Bush garantizaron que un gran número de trabajadores, en especial profesionales, técnicos y directivos fueran separados de su forma de vida anterior. Esta tendencia se vio exacerbada por el desarrollo de la “industria de los secuestros”, que tenía su punto de mira en las familias con los recursos suficientes para pagar elevados rescates. La tendencia aumentó cuando algunos grupos [de las milicias paragubernmentales] empezaron a asesinar a antiguos responsables del gobierno, a profesores universitarios y a otros profesionales que permanecieron [en el país].
El éxodo de la diáspora iraquí ha diezmado considerablemente el capital humano del país. A principios de 2006, el Comité estadounidense para los Refugiados e Inmigrantes calculó que en total un 40% de la clase profesional iraquí había huido del país llevándose consigo su insustituible competencia profesional. Las universidades y las infraestructuras sanitarias se vieron especialmente afectadas ya que, según se informa, menos del 20% del personal necesario permaneció en el país [6]. La industria del petróleo sufrió lo que The Wall Street Journal calificó de “éxodo del petróleo”, que implicó la salida de las dos terceras partes de sus cien directores ejecutivos así como de una importante cantidad de sus directivos y trabajadores profesionales.
Incluso antes del enorme éxodo de Bagdad de 2007, el ACNUR advirtió de que “los conocimientos necesarios para proporcionar los servicios básicos son cada vez más escasos”, y señalaba en particular a los médicos, técnicos informáticos e incluso a los artesanos cualificados como los panaderos”.
Hacia mediados de 2007 la pérdida de estos recursos resultaba visible en el funcionamiento cotidiano de la sociedad iraquí. Para entonces, los centros médicos solían pedir a los familiares que actuaran como enfermeros y técnicos, y eran incapaces de poder ofrecer muchos servicios. A menudo las escuelas estaban cerradas o sólo abrían esporádicamente principalmente debido a la falta de profesores cualificados. Las universidades pospusieron o suspendieron las asignaturas obligatorias o los exámenes finales ya que no contaban con el personal adecuado. Durante el verano de 2007, en el momento más grave de la incipiente epidemia de cólera [7], las plantas de purificación de agua estuvieron paradas debido a la imposibilidad de encontrar técnicos.
Sin embargo, el impacto más devastador de la crisis de refugiados iraquíes probablemente ha sido la propia incapacidad del gobierno nacional (al que la desbaazificación y la privatización había dejado ya en una frágil situación) de poder administrar algo. En cualquiera de los ámbitos que pudiera abordar este gobierno, la falta de aptitud y de competencia directiva, técnica y profesional tuvieron un efecto devastador, que ha afectado especialmente a la reconstrucción posterior a la guerra, un asunto particularmente grave. Incluso la capacidad del gobierno para gastar sus ingresos (procedentes en su mayoría de los ingresos del petróleo) está paralizada debido a lo que los ministros del gobierno calificaron de “falta de empleados capaces de redactar contratos” y debido a “la huida del país de expertos científicos e ingenieros”.
La profundidad del problema (así como los niveles generalizados de corrupción asociados [8]) se podría medir por el hecho de que el Ministerio de Electricidad gastó sólo el 26% de su presupuesto en 2006; las otras tres cuartas partes no se gastaron. Sin embargo, la mayoría de las instituciones gubernamentales y de los ministerios aún superan con mucho este índice de gastos. En 2007, el gobierno [iraquí], presionado por los altos cargos estadounidenses de la ocupación para mejorar sus resultados, hizo un esfuerzo coordinado para incrementar tanto su presupuesto como sus gastos en la reconstrucción. A pesar de los informes inicialmente optimistas, a finales del año las noticias eran sombrías. Por ejemplo, los gastos actuales en infraestructura eléctrica podrían haber descendido hasta un 1% de la cantidad presupuestada [9].
Incluso más sintomático aún fue el escaso éxito en la reconstrucción de infraestructuras investigada por James Glanz, periodista de The New York Times, en un informe sobre construcción esencial realizado por todo el país. La mayoría de los programas que habían tenido éxito los habían iniciado y gestionado altos cargos relacionados con los gobiernos locales y provinciales. Descubrieron que en realidad el éxito dependía de eludir toda interrelación con el corrupto y poco eficaz gobierno central. Salem S. al-Mesamaue, gobernador de la provincia de Babilonia, describió la clave del éxito de su provincia: “Nos saltamos los paso de siempre, la burocracia y dependemos de sangre nueva, de un equipo nuevo”. Aprendieron esta lección después de utilizar dinero provincial y a los constructores locales para levantar una escuela que tuvo que permanecer cerrada sólo porque el gobierno nacional era incapaz de proporcionar el mobiliario necesario.
La asombrosa incapacidad institucional del gobierno es, de hecho, un fenómeno complejo que tiene muchas causas más allá la fuga de capital humano. Con todo, la riada de directivos, profesionales y técnicos que están fuera del país ha sido un obstáculo fundamental para cualquier reconstrucción productiva. Peor aún, probablemente la partida de tantas figuras cruciales sea en gran medida irreversible, lo que para el país supone un futuro cercano sombrío. Después de todo, ésta ha sido una ‘fuga de cerebros’ a una escala que apenas hemos conocido en nuestra era.
Muchos exiliados todavía intentan, incluso desean, volver cuando (o si) la situación mejore, pero el tiempo es siempre un enemigo de estas intenciones. En cuanto un individuo llega a un nuevo país, empieza a crear lazos sociales que se vuelven más importantes a medida que su nueva vida se va arraigando y esto es aún más cierto para quienes partieron con sus familias, como han hecho muchos iraquíes. A menos que el proceso de creación de esta red se trastoque, cada mes que pasa la probabilidad de retornar se va desvaneciendo para muchos de ellos [10].
La única posibilidad de aquellos los que poseen capacitación profesional, incluso en las terribles circunstancias a las que se enfrentan la mayoría de los iraquíes, es la buscar un trabajo acorde con su preparación. Los más preparados son los que mayores posibilidades tienen de conseguir el éxito y así iniciar nuevamente sus carreras profesionales. A medida que va pasando el tiempo, se pierden los mejores, los más brillantes y las carreras más importantes del precioso capital humano.
El ‘tsunami’ del desplazamiento
La degradación de Iraq bajo el régimen de ocupación estadounidense fue lo que inicialmente pusieron en marcha las fuerzas que forzaron al exilio a la mayor parte del los recursos humanos más preciosos del país, un capital absolutamente crucial aunque sea de un tipo que normalmente no se suele tener en cuenta cuando se habla de invertir en la “construcción de la nación”. Al fin y al cabo, ¿cómo se pueden reconstruir los cimientos arrasados de una nación bombardeada sin el personal profesional, técnico y directivo necesario? Sin ellos, Iraq tendrá que continuar su espirar descendente hacia una nación de ciudades de infraviviendas.
La orgía de fracasos y de corrupción de 2007 fue tanto un completo desastre para la sociedad iraquí como un bochorno para la ocupación estadounidense. Sin embargo, desde el punto de vista de los objetivos estadounidenses en Iraq a largo plazo, este nubarrón de tormenta, como muchos otros, tenía un resquicio de esperanza. La incapacidad del gobierno iraquí para ejecutar alguna tarea en cualquiera de sus aspectos, se convirtió en una justificación añadida a las primeras afirmaciones por L. Paul Bremer desde el mismo inicio de la ocupación: que las empresas privadas se ocuparían mejor de la reconstrucción del país. Además, la huida masiva de profesionales, gestores y técnicos iraquíes ha significado que, simplemente, en el país no había personas capaces de llevar a cabo la reconstrucción. A su vez, esto ha validado un segundo grupo de afirmaciones hechas por Bremer: que sólo los constructores extranjeros podrían gestionar la reconstrucción.
A finales de 2007 esta realidad neoliberal quedó claramente definida cuando se gastaron los últimos fondos asignados por el Congreso estadounidense para la reconstrucción de Iraq. Desde hacía mucho tiempo un ‘éxodo del petróleo’ (el primero en identificarlo fue The Wall Street Journal) significaba que la mayoría de los ingenieros que se necesitaban para mantener el decrépito negocio del petróleo eran ya extranjeros, la mayoría de ellos “[...] importados de Texas y Oklahoma”. De hecho, la presencia extranjera se había vuelto tan omnipresente que las oficinas centrales de mantenimiento y explotación del campo petrolífero de Rumaila, en el sur de Iraq, (actualmente la fuente de más de dos tercios del petróleo del país) funcionaban tanto a la hora iraquí como a la de Houston. Las empresas estadounidenses que se ocupan del mantenimiento y la explotación de los campos, KBR [11] y PIJV [12], han estado utilizando gran cantidad de subcontratistas, la mayoría de ellos estadounidenses o británicos, y muy pocos iraquíes.
Sin embargo, estos proyectos financiados por Estados Unidos han sido meramente provisionales. Cuando se acabe el dinero, sólo para mantener la producción de Rumaila en su nivel actual se necesitará una enorme cantidad de dinero.
Según Luke Mitchell, director de Harper's Magazine, quien en el verano de 2007 visitó el campo de petróleo, los ingenieros y técnicos iraquíes son “lo suficientemente inteligentes y ambiciosos” como para mantener y “mejorar” el sistema una vez que expiren los contratos estadounidenses, pero [llevar a cabo] este proyecto costará más de dos décadas debido a la comprometida situación del gobierno y a la falta de ingenieros y técnicos locales cualificados. Por consiguiente, cuando se acabe el dinero estadounidense, el resultado probable es o bien un esfuerzo insuficiente de modo que el trabajo avance “a trancas y barrancas” o, lo que es más probable, nuevos contratos en los que las compañías extranjeras seguirán con su trabajo”, pagadas por el gobierno iraquí.
Así pues, por lo que se refiere a la industria del petróleo, lo que garantizó la crisis de los refugiados fue la dependencia —a largo plazo— de Iraq de personas venidas de fuera. Una dependencia similar se produjo en cada una de las otras infraestructuras clave: la electricidad, el sistema de aguas, los medicamentos y la comida, que de hecho se integraron en el sistema global, con lo que se permitió que en un futuro inmediato el Iraq rico en petróleo dependiera de las inversiones y de la generosidad del exterior. Ahora existe un plan a veinte años en el que no podrán participar cuatro millones y medio de iraquíes, que están fuera de sus casas y, en muchos casos, también de su país [13].
La mayoría de las historias de horror tienen un final, pero lo más terrible de esta historia de horror es que es interminable. Los refugiados que abandonaron Iraq se enfrentan ahora a una vida miserable en un limbo, ya que Siria y otros países de acogida han agotado sus exiguos recursos y tratan de expulsar a muchos de ellos. Quienes buscan cobijo dentro de Iraq se enfrentan al agotamiento de los ya mínimos sistemas de ayuda en las degradadas comunidades de acogida cuyos residentes podrían ellos mismos estar amenazados con el desplazamiento.
La vasta emigración hacia el exterior y las migraciones internas de los ciudadanos desesperados producen un daño a la sociedad en su conjunto que es casi imposible de calcular. El desplazamiento de las personas trae consigo la destrucción del capital humano, que a su vez priva a Iraq de su recurso más precioso con el que reparar el daño de la guerra y la ocupación, y condena a este país a un deterioro de sus infraestructuras aún mayor. Esta degradación de las infraestructuras es la garantía absoluta de otra oleada de desplazamientos, de futuras avalanchas de refugiados. Mientras Estados Unidos siga intentando pacificar Iraq creará una oleada de miseria tras otra.
Notas de IraqSolidaridad:
1. Véase en IraqSolidaridad el informe completo de 2007 de Global Policy: Global Policy Forum (VII): Desplazados y mortalidad: una aguda crisis humanitaria.
2. La denominada “Nueva estrategia para Iraq” del presidente Bush determinó el incremento en 30.000 efectivos de las tropas de EEUU en el país en los meses de enero y febrero de 2007, la mayoría de ellas con destino a Bagdad. En la actualidad permanecen en Iraq 159.000 soldados estadounidenses.
3. En la actualidad tres cuartas partes de la capital están bajo control de milicias paragubernamentales shiíes.
4. Las cifras más recientes –siempre aproximadas– elevan hasta casi 2,5 millones el número de desplazados internos iraquíes y a una cifra ligeramente inferior –2,2 millones– la de aquellas personas que han buscado refugio en el exterior de Iraq. Siendo así y recordando que Iraq tiene una población estimada de 27,5 millones de personas (Humanitarian Crisis in Iraq. Facts and Figures, 13 noviembre de 2007. OCHA Iraq, sede en Amán, 13 de noviembre de 2007), ello significa que casi el 18 por 100 de sus habitantes se han convertido en refugiados dentro y fuera de su país, un porcentaje que es ya más del doble del de Colombia. En abril de 2003, antes de la invasión de Iraq, medio millón de iraquíes vivían fuera de su país (AP, 4 de febrero de 2008 citando fuentes internacionales). Este éxodo estuvo determinado por la represión política ejercida por el gobierno de Sadam Husein, por la negativa a prestar servicio en el ejército iraquí y participar en la guerra irano-iraquí (1980-88) y, posteriormente, por la grave crisis humana que afectó al país como consecuencia de las sanciones económicas impuestas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en agosto de 1990 tras la invasión iraquí de Kuwait, sanciones prolongadas de manera inclemente hasta la invasión de 2003. Tras el inicio de la ocupación y hasta 2005, en torno a 300.000 expatriados iraquíes regresaron a su país, principalmente desde Irán.
5. Fiesta del sacrificio que conmemora el final del Ramadán
6. Sobre el asesinato de docentes universitarios en Iraq, véase: Lista de docentes universitarios asesinados en Iraq durante el período de ocupación.
7. En noviembre de 2007, y asociado a estas deficiencias, la OMS informaba de la extensión del cólera a 45 distritos de la mitad de las 18 provincias de Iraq, incluida la capital (el número de casos registrados se ha multiplicado por más 100, hasta llegar en octubre de 2007 a la cifra de, al menos, 3.300 casos y 14 muertes).
8. Tras Myanmar y Haití, Iraq es el tercer país del mundo en corrupción.
9. A comienzos de 2008, según fuentes oficiales estadounidenses (Government Accountability Office), el gobierno de Nuri al-Maliki apenas había gastado en agosto de 2007 el 4,4 por 100 del presupuesto oficial del año.
10. Según un informe de enero de 2008 elaborado por el Creciente Rojo Iraquí, el número de refugiados iraquíes en Siria que retornaron a su país entre septiembre y diciembre de 2007 fue de unos 46.000, una cifra muy inferior a la difundida por el gobierno iraquí. Tan limitado retorno a Iraq no se debe a la supuesta mejora de la situación de seguridad en el país –como así lo han reiterado las fuerzas de ocupación y el gobierno al-Maliki– sino esencialmente a los graves problemas que afrontan los refugiados en el país de acogida. Pese a las restricciones para la concesión de visados puestas en marcha por el gobierno sirio a partir de octubre de 2007, a finales de enero de 2008 seguían entrando en Siria más iraquíes de los que retornaban a su país: por encima de 1.200 entradas al día frente a una cifra de salidas inferior a 700 . Un 46,1 por 100 de los iraquíes que regresaron a Iraq desde Siria lo hicieron por no poder subsistir en este país y otro 25,6 por 100 por la expiración de sus visados de entrada y, consecuentemente, por haber sido forzados a ello por las autoridades sirias; sólo un 14,1 por 100 lo hizo por considerar que la seguridad en Iraq había mejorado, si bien esta percepción no es compartida por la mayoría de los iraquíes.
11. Empresa filial de Halliburton.
12. Siglas de Parsons Iraq Joint Venture. Se trata de una unión de empresas asociadas únicamente para llevar a cabo un determinado contrato, finalizado el cual la unión se deshace. En el grupo están Parsons E&C, con sede en Houston (Texas) y Parsons Corporation, con sede en Pasadena (California). Ambas llevan trabajando en Oriente Medio en proyectos de infraestructura del petróleo desde la década de 1940.
13. Véase en IraqSolidaridad: Iniciativa internacional de apoyo a los refugiados iraquíes: Los beneficios del petróleo iraquí para los refugiados iraquíes.
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