Naomi Klein: “Si no actuamos nosotros lo hará el fascismo”
Valeria Parente
Veintitrés/ElArgentino.com
20/9/08
Después de cuatro años de investigación y de haber recorrido gran parte de los escenarios mundiales donde se sucedieron guerras y desastres naturales, Naomi Klein vuelve al centro de la polémica con su última obra, La Doctrina del Shock, el auge del capitalismo del desastre (Editorial Paidós), un texto que ataca y desmitifica la leyenda rosa del libre mercado. La canadiense confiesa que el libro nació en la Argentina y en 2003, cuando filmó el documental La toma, sobre las empresas recuperadas por sus trabajadores después de la hecatombe que provocó la salida del uno a uno. Aquella experiencia, dice, le otorgó una visión diferente de los efectos del neoliberalismo y le resultó esclarecedora, ya que pudo comprender las tácticas que usa el poder económico para fortalecerse en situaciones de crisis. De allí en más, continuó su búsqueda por diferentes partes del planeta. El resultado es un documento que establece una conexión entre el derrumbe económico de Rusia, el tsunami de Sri Lanka, los atentados del 11 de septiembre y las dictaduras latinoamericanas. Además, el libro señala cómo las grandes corporaciones económicas se beneficiaron de esos hechos al imponer el terror en la sociedad civil. “La doctrina… no cambiará al mundo, pero creo que será una herramienta útil”, afirma la autora del célebre No Logo, en la conversación que mantuvo con Veintitrés; y advierte que el capitalismo necesita del Apocalipsis para reproducir su poder.
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–¿Cuándo descubrió el común denominador en hechos sin relación?
–Se dio de a poco, a través de los testimonios que recogía en mis viajes. Pero el germen estuvo aquí. La manera en que mis amigos argentinos interpretaban la guerra de Irak cambió mi perspectiva, porque comprendí que la violencia impuesta por el neoliberalismo en América latina, en base al terror, se esparcía por el mundo. Entonces vislumbré la intersección que hay entre distintos tipos de shocks que provocan traumas colectivos y logran suspender las reglas de juego democráticas; de ese modo el neoliberalismo impone el capitalismo del desastre. Es como la tortura aplicada en el cuerpo de un prisionero, pero llevada a escala de toda la sociedad. Recuerdo una conversación que tuve entonces con una periodista argentina, en la que me explicaba lo difícil que había sido denunciar el desastroso plan económico durante la dictadura, en medio de las atrocidades que se cometían contra la gente. “La sangre enceguece”, me dijo, y en ese mismo momento en las pantallas de televisión se veían caer las bombas sobre Bagdad. Por eso cuando viajé a Irak y viví esa realidad, me propuse ir al fondo de los objetivos de la guerra, en lugar de contar los hechos en sí mismos. A veces es difícil no preguntarse por qué ocurre lo que ocurre.
–¿Qué respuesta encontró?
–Que el capitalismo utiliza el desastre general para imponer sus recetas neoliberales. Necesita el shock. Puede ser en Nueva Orleans después del huracán Katrina, en Rusia después del colapso de la Unión Soviética, o en cualquier otro lado. Pero hay situaciones de crisis que se utilizan en instancias más cotidianas. Por ejemplo, a diario recibo correos electrónicos en los que me cuentan que hay empresas que están generando conflictos para desplazar al sindicato. Cuando los leo me digo que el libro sirve como una herramienta. Sé que no voy a cambiar el mundo, pero todos necesitamos saber cómo actúan los ideólogos del capitalismo del desastre para estar prevenidos.
–Sostiene que mientras se le achacan crímenes de todo tipo al comunismo, cuesta comprender los crímenes del capitalismo. ¿Por qué cree que sucede?
–Cuando comencé a desarrollar ese argumento, temía que la gente pensara que estaba loca. Pero sucede que el capitalismo es nuestra ideología dominante y nadie quiere ver la trama secreta. La historia oficial que cuentan los ideólogos del neoliberalismo sostiene que el capitalismo necesita de la democracia, pero en realidad el laboratorio de las políticas neoliberales fueron países del Cono Sur que impusieron sus recetas en base a dictaduras sangrientas. En ese sentido, hay dos documentos clave que cito en mi libro: la carta abierta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar y el ensayo de Orlando Letelier, que escribió en 1974 cuando comenzó a desentrañar el porqué de la crueldad durante la dictadura chilena. Leer esos documentos generó en mí una comprensión transformadora, en cuanto a lo que realmente significaba el neoliberalismo. El ensayo de Letelier sirvió para desenmascarar la corriente de pensamiento que condenaba a Pinochet por la represión, pero elogiaba su política económica, como si en realidad lo político y lo económico no hubieran sido parte del mismo proyecto.
–Un personaje fundamental del libro es Milton Friedman. ¿Por qué cree que logró tener tanta influencia?
–Friedman tenía el don de tener pensamientos rentables. Y ya sabemos que hay grandes recompensas por tenerlos. En realidad, las elites se valieron de Friedman, y de sus recetas para obtener más rentabilidad, por eso se convirtió en un personaje tan importante. En definitiva, Friedman era un publicista del poder.
–¿Qué le queda ahora al neoliberalismo?
–En algún punto ya llegó a su techo, sin poder solucionar nada, y los ideólogos ya se dieron cuenta de que fracasó. En los noventa todavía tenían promesas, pero ahora ni eso. Entonces, lo único que pueden seguir gestando es la violencia, el temor, el terror. Lo que me preocupa es que estamos entrando en una nueva etapa del neoliberalismo, donde la última frontera es la privatización de la guerra y de la administración del terror. Eso es aterrador. Por ejemplo, el cambio climático y los desastres naturales, que cada vez son mayores, implican una nueva oportunidad de negocios de las corporaciones, que buscan abrir nuevos mercados. Pero el tema ni siquiera figura en las prioridades de los políticos. Estamos viviendo un momento de colapso y crisis que, a veces, se parece demasiado a algunos pasajes bíblicos. Me aterra la idea de que el neoliberalismo saque provecho de esa frontera final que es servirse del Apocalipsis.
–En ese panorama, ¿cuál es el rol de la clase política?
–La clase política es parte del problema porque está metida en el desastre corporativista de esta era. Y si bien el neoliberalismo es cuestionado, sigue siendo la ideología dominante. Esta industria que describo, la que usufructúa los desastres naturales, está sobrecargada de ex políticos y, agregaría, ex espías. Por ejemplo, todas las empresas en Rusia están dirigidas por ex agentes de la KGB.
–En el libro identifica a los ideólogos del desastre y cita a grupos económicos. ¿Qué reacción espera por parte de ellos?
–¡Ojalá esos cobardes lucharan contra mí! Me sorprende que estén como escondidos y ese, en realidad, es otro punto alarmante: falta verdadero apetito hacia el debate. Por otro lado, me enteré que los grupos neoliberales aplicarán la estrategia de ignorar este libro. La revista The Economist, por ejemplo, que escribió una serie de artículos en mi contra y hasta me dedicó una tapa con el titular “Pro logo” en referencia a No Logo, nunca mencionó este libro.
–¿A qué cree que obedece esa actitud?
–Supongo que se quedaron sin argumentos, no se los puede tomar en serio como ideólogos. Su ideología está basada en la rentabilidad, nada más. Miremos la administración Bush, por ejemplo. Es la más ideológica que hay en la historia, los think tank de la derecha de Washington quedaron vacíos; los contrató la gestión Bush para crear el programa corporativo más grande del mundo: la guerra del terror. Pero se quedan sin argumentos para defender el desastre que hacen. A su vez, Bush rompió todas las reglas del manual neoliberal: es proteccionista, toma el dinero público y lo pone en manos de sus amigos.
–Hace unos años veía en las empresas recuperadas una alternativa al neoliberalismo, ¿y en la actualidad?
–Sigo en contacto con las fábricas recuperadas y creo que desde las bases hay mucha energía para trabajar, pero no tienen el soporte del Estado y perdieron fuerza. Por un lado puede verse como algo desalentador, pero por otro es muy positivo porque, sin mucho apoyo, continúan funcionando. Parece irónico, pero muchas ideas que surgieron en la Argentina después de la crisis del 2001, traspasaron las fronteras y fueron tomadas como ejemplo en otros países de América latina, como en Bolivia y Venezuela. Sin embargo acá el proceso quedó un poco relegado.
–¿Hubo una contracción?
–Puede ser, pero no creo que se deba a un fracaso de las empresas recuperadas. Lo que veo en la gestión de los Kirchner es que, si bien hubo un quiebre frente a los neoliberales ortodoxos y la Argentina parece estar mejor que con Menem, no hay una reconstrucción para cambiar determinadas lógicas. Por ejemplo, continúa el clientelismo. Creo que el trabajo de estas cooperativas, sus prácticas y experiencias, deberían tenerse en cuenta para la reconstrucción.
–Se dice que el movimiento antiglobalización perdió fuerza. ¿Hubo un desgaste?
–Después del 11 de septiembre perdimos un poco el coraje, no reaccionamos al shock. Creo que existió una voluntad de crear una alternativa diferente, pero ahora estamos en otro momento histórico. La pregunta es si vamos a tener el coraje de hablar sin tapujos de los fracasos del capitalismo. Hay que hacer algo urgente. Si nosotros no actuamos, el fascismo va a actuar por nosotros.
–¿Cómo evalúa el escenario post-Bush?
–Lo único que puedo decir del futuro es que nada bueno va a suceder. A menos que existan movimientos sociales independientes que ejerzan presión hacia el próximo presidente de Estados Unidos, sea Obama o Hillary. La incógnita es qué candidato será más receptivo a las presiones, quién las va a asumir. Creo que Obama sería más receptivo, pero el problema, precisamente, es que no tiene presiones de las bases. La gente lo toma como una celebridad, una estrella de rock, lo ama y se queda en eso. Veo que en Estados Unidos no hay capacidad de respuesta, en el sentido de ideas superadoras. El dinero de Obama viene de Wall Street, y de ese sector sí recibe presiones. Se podría pensar que John McCain representa la degeneración continua del poder estadounidense y que Obama sería su rehabilitación, para depositar ahí nuestras esperanzas. Pero el cambio de gobierno no asegura el fin del desastre. De todos modos, eso no cambia el hecho de que la mayoría preferimos ver a Obama durante los próximos ocho años. Y lo digo a pesar de que tengo mis críticas hacia él y que nunca voy a apoyar a ningún candidato.
–Le incomoda ser referente de los movimientos antiglobalización. ¿Cómo se define?
–La verdad es que lo voy resolviendo a medida que avanzo. Me temo que ahora soy menos anarquista que antes, aunque no creo poder ser útil en alguna organización en particular. De todos modos estoy en permanente relación con los movimientos sociales, me nutro de ellos. Tengo mucha desconfianza de que los gobiernos me usen, por lo cual nunca formé parte de una delegación para apoyar a ningún gobierno. Pero ahora voy a hacer una excepción: voy a formar parte de una delegación que visitará Bolivia y Ecuador por la situación política de esos países. Me parece que Bolivia es el que vive una situación más compleja, porque no es fácil tomar medidas sin despertar el interés de Estados Unidos. Pero hasta aquí llego. Y después me puedo arrepentir.
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