Los candidatos en EE.UU. dan su apoyo incondicional al Estado judío

John J. Mearsheimer
The Oregonian
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
15/01/08


Una vez más, mientras se recalienta la temporada de la campaña presidencial, los principales candidatos se esfuerzan al máximo por manifestar su devoción hacia el Estado de Israel y su inconmovible compromiso con su “relación especial” con EE.UU.

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Cada uno de los principales contrincantes favorece enfáticamente que se otorgue a Israel un extraordinario apoyo material y diplomático – continuando con los más de 3.000 millones de dólares en ayuda extranjera anual a un país cuyo ingreso per capita está ahora en el rango 29 del mundo. También creen que esta ayuda debe ser dada incondicionalmente. Ninguno de ellos critica la conducta de Israel, incluso cuando sus acciones amenazan los intereses de EE.UU., están en conflicto con los valores estadounidenses o incluso dañan al propio Israel. En breve, los candidatos creen que EE.UU. debe apoyar a Israel no importa lo que haga.

Una alcahuetería semejante no puede sorprender, porque los contrincantes para los puestos importantes cortejan rutinariamente a grupos de intereses especiales, y como lo esperan los partidarios más fervientes de Israel – el lobby de Israel, como lo hemos llamado –. Los políticos no quieren ofender a los estadounidenses judíos o a los “cristianos sionistas,” dos grupos que están profundamente involucrados en el proceso político. Los candidatos temen, con cierta justificación, que incluso una crítica bien intencionada de las políticas de Israel pueda llevar a esos grupos a respaldar a sus oponentes en su lugar.

Si sucediera algo semejante, causaría problemas en numerosos frentes. Los amigos de Israel en los medios atacarían al candidato, y las contribuciones a la campaña de individuos y comités de acción política favorables a Israel irían a otro sitio. Además, la mayoría de los votantes judíos vive en Estados con muchos votos electorales, lo que aumenta su peso en elecciones muy disputadas (¿recordáis Florida en 2000?), y un candidato considerado como insuficientemente comprometido con Israel perdería parte de su apoyo. Y ningún republicano querría enajenar el subconjunto favorable a Israel del movimiento evangélico cristiano, que es una parte importante de la base del Partido Republicano.

Por cierto, incluso la sugerencia de que EE.UU. adopte una posición más imparcial hacia el conflicto israelí-palestino puede causar serios problemas a un candidato.

Esos candidatos, sin embargo, no son amigos de Israel. Facilitan su implementación de políticas autodestructivas que no serían favorecidas por ningún amigo genuino.

El tema clave en esto es el futuro de Gaza y de Cisjordania, que Israel conquistó en 1967 y sigue controlando. Israel enfrenta una difícil decisión respecto a estos territorios, que albergan a unos 3,8 millones de palestinos. Puede optar por una solución de dos Estados, entregando casi toda Cisjordania y Gaza a los palestinos y permitiendo que creen un Estado viable en esas tierras a cambio de un acuerdo de paz exhaustivo hecho para permitir que Israel viva con seguridad dentro de sus fronteras previas a 1967 (con algunas modificaciones menores). O puede retener el control de los territorios que ocupa o rodea, construyendo más asentamientos y carreteras de desvío y confinando a los palestinos a un puñado de enclaves empobrecidos en Gaza y Cisjordania. Israel controlaría las fronteras alrededor de esos enclaves y el aire por sobre ellos, restringiendo así severamente la libertad de movimiento de los palestinos.

Pero si Israel elige esta segunda opción, llevará a un Estado de apartheid. El primer ministro Ehud Olmert lo dijo cuando proclamó recientemente que si “colapsa la solución de dos Estados,” Israel “enfrentará una lucha al estilo de Sudáfrica.” Llegó a argumentar que “en cuanto eso suceda, el Estado de Israel se acaba.” Otros israelíes, así como Jimmy Carter y el arzobispo anglicano Desmond Tutu, han advertido que la continuación de la ocupación convertirá a Israel en un Estado de apartheid. A pesar de ello, Israel sigue expandiendo sus asentamientos en Cisjordania mientras se empeoran los sufrimientos de los palestinos.

Ante esta sombría situación, se podría esperar que los candidatos presidenciales, que pretenden sentir un profundo cariño por Israel, estarían haciendo sonar la alarme y defendiendo una solución de dos Estados. Se podría esperar que hubiesen alentado al presidente Bush para que presionara significativamente tanto a israelíes como a palestinos en la reciente conferencia de Annápolis y que mantuviera la presión durante su visita de la semana pasada a la región.

Se podría esperar que Hillary Clinton encabezara la presión. Después de todo, ella llamó sabia y valerosamente a establecer un Estado palestino “sobre la misma base que otros Estados” en 1998, cuando aún era políticamente incorrecto utilizar abiertamente las palabras “Estado palestino.” Además, su esposo no sólo defendió como presidente una solución de dos Estados, sino en diciembre de 2000 fijó los famosos “parámetros Clinton,” que bosquejan el único acuerdo realista para terminar el conflicto.

¿Pero qué dice Hillary Clinton ahora, cuando es candidata? Apenas dijo algo sobre impulsar el proceso de paz en Annápolis. Aún más importante: tanto ella como el candidato republicano Rudy Giuliani proclamaron recientemente que Jerusalén debe continuar indivisa, una posición contraria a los parámetros Clinton y que garantiza virtualmente que no habrá un Estado palestino.

No se puede decir que la conducta de la senadora Clinton sea poco usual entre los candidatos a presidente. Barack Obama, quien expresó una cierta simpatía para los palestinos antes de apuntar a la Casa Blanca, dice poco ahora sobre su difícil situación, y él, también, dijo poco sobre lo que debería haberse hecho en Annápolis para facilitar la paz. Los otros principales contrincantes son ardientes en sus declaraciones de apoyo a Israel.

Como señalara Zbigniew Brzezinski, ex consejero nacional de seguridad de EE.UU. y actualmente principal consejero de Obama: “Los candidatos presidenciales no ven ninguna ventaja en la referencia al tema Israel-Palestina.” Pero ven importantes ventajas políticas en el respaldo a fondo a Israel, incluso si mantiene una política – la colonización de Cisjordania – que está en bancarrota moral y estratégica.


En breve, los candidatos presidenciales no son amigos de Israel. Son como la mayoría de los políticos de EE.UU., que reflexivamente articulan perogrulladas favorables a Israel mientras siguen apoyando y subvencionando políticas que en realidad son dañinas para el Estado judío. Un verdadero amigo diría a Israel que está actuando de modo demencial y haría todo lo posible por conseguir que Israel cambie su conducta errónea. Y eso requerirá que se desafíe a los grupos de interés especial cuyos puntos de vista de la línea dura han constituido obstáculos a la paz durante muchos años.

Un ex ministro de exteriores israelí, Shlomo Ben-Ami, argumentó en 2006, que los presidentes estadounidenses que han hecho la mayor contribución a la paz – Carter y George H.W. Bush – tuvieron éxito porque estaban “dispuestos a enfrentar directamente a Israel y pasar por alto las sensibilidades de sus amigos en EE.UU.” Si los contrincantes demócratas y republicanos fueran verdaderos amigos de Israel, le advertirían del peligro de convertirse en un Estado de apartheid, como lo hizo Carter.

Además, llamarían a terminar con la ocupación y a crear un Estado palestino viable. Y llamarían a EE.UU. a que actuara como un intermediario honesto entre Israel y los Palestinos para que Washington pueda presionar a ambos lados para que acepten una solución basada en los parámetros Clinton.

Pero los falsos amigos de Israel no pueden decir ninguna de estas cosas, o siquiera discutir honestamente el tema. ¿Por qué? Porque temen que decir la verdad podría provocar la cólera de los partidarios de la línea dura que dominan las principales organizaciones del lobby de Israel. De modo que Israel terminará controlando Gaza y Cisjordania por el futuro previsible, convirtiéndose al hacerlo en un Estado de apartheid. Y todo esto será hecho con el respaldo de sus así llamados amigos, incluyendo los actuales candidatos presidenciales.

Con amigos como ellos, ¿quién necesita enemigos?

John J. Mearsheimer es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago. Stephen M. Walt es profesor de asuntos internacionales en la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard. Son autores de “The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy,” publicado el año pasado por Farrar, Straus and Giroux.

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