Biocombustibles o hambruna para los pobres

Astrid Barnet
AIN
17/01/08

El problema derivado a partir de los esfuerzos imperialistas por pasar de los combustibles tradicionales a los biológicos, resulta en la actualidad un verdadero caos al incidir sobre grandes grupos poblacionales del orbe. Decidir si inyectar comida en los tanques de combustible de 800 millones de automóviles estadounidenses, o hacerla más accesible a los estómagos de, prácticamente, más de 3 000 millones de seres humanos constituye un problema insoslayable que muchos gobiernos no están analizando con seriedad y raciocinio. Hasta la tortilla mexicana cae en este innoble esquema de problemas.

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Recientemente, en muchas regiones de México los precios de este alimento aumentaron más del 50 por ciento, por lo cual decenas de miles de trabajadores y granjeros han protestado ante tal dramático incremento en el costo de este sustento que podría calificarse como básico y secular. Esta amenaza alimentaria contra las familias pobres es lo que algunos observadores llaman el efecto etanol, derivado del interés del gobierno de Washington para producirlo a partir del maíz como sustituto del petróleo; grano cuyas principales fuentes se hallan (¡!por supuesto!!), en las regiones más pobres del mundo. Un objetivo fundamental de la política exterior de la Casa Blanca ha sido siempre el de crear un orden internacional en el cual las grandes corporaciones norteamericanas tengan libre acceso a los mercados, recursos y oportunidades de inversión, o lo que se califica como libre comercio.

Desafortunadamente en el comercio internacional el poder tiene la última palabra. No es distinta esta situación a lo que Gran Bretaña --predecesor del imperialismo en el mundo--, imaginó a finales del siglo XIX, cuando abrazó el libre comercio. Estados Unidos ha seguido el mismo patrón pues, por lo general, las grandes potencias penetran en algún grado al libre comercio cuando están convencidas de que los intereses económicos bajo su protección van a operar bien o a dar buenos resultados. El boom del etanol encaja en este patrón. Según economistas expertos en agricultura --C. Ford Runge y Benjamin Senauer--, "el actual problema en política exterior es que la industria de los biocombustibles ha sido dominada no por las fuerzas del mercado, sino por la política y el interés de unas pocas grandes compañías", en gran parte por Archer Daniels Midland, la mayor productora de etanol.

Hay que recordar que un efecto inconsecuente del acuerdo de libre comercio (TLC) entre Canadá, Estados Unidos y México, que entró en vigor desde el primero de enero de 1994, fue el de inundar a ese último país con exportaciones agrícolas altamente subsidiadas, expulsando de la competencia a los productores mexicanos. Así las cosas y no obstante la gran cantidad de subsidios pagados a la agricultura con dinero de los impuestos, los precios del maíz --y de las tortillas-- han ido creciendo rápidamente. Indudablemente que el régimen de libre comercio conduce a México de la autosuficiencia alimentaria a la dependencia de las exportaciones estadounidenses, y como el precio del maíz crece en el territorio de la Unión --estimulado por el poder corporativo y la intervención estatal--, se puede anticipar que el costo de los alimentos básicos continuará en alza constante en la nación azteca. Es irrefutable que cada día que transcurre el negocio de los biocombustibles no deja de constituir un fenómeno de "hambruna para los pobres de todo el mundo", sin soslayar que las grandes potencias tienen también en la mira a los países africanos para convertirlos en productores de etanol, a partir de la caña de azúcar. De esta forma se sustituirían los campos petrolíferos por grandes extensiones de cañaverales en manos de consorcios y transnacionales que garantizarían el suministro de energéticos a las naciones ricas.

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