Tailandia, del rojo al amarillo
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Crónicas Euroasiáticas
Daniel Iriarte
Diagonal/Rebelión
18/04/10
En Bangkok se decreta el estado de excepción tras los últimos disturbios
Las protestas de los “camisas rojas”, un grupo partidario del oligarca Thaskin Shinawatra, han vuelto a poner de manifiesto las divisiones internas en este país asiático.
“Al Gobierno lo elige el campo y Bangkok lo quita”, reza un dicho tailandés que parece ajustarse como anillo al dedo a la actual crisis política. El pasado 7 de abril, miles de manifestantes ataviados con camisetas rojas intentaban tomar el Parlamento, a modo de presión para exigir la convocatoria de nuevas elecciones “legítimas”. A esto hay que añadir la docena de centros comerciales que los manifestantes ocupaban en el centro de Bangkok, ciudad en la que, al cierre de esta edición, las autoridades habían decretado el estado de excepción. Aunque las protestas de los “camisas rojas” son pacíficas, en el último mes más de 15 personas han resultado heridas en ataques con granadas contra edificios públicos.
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Los “camisas rojas” (cuyo nombre oficial es la Unión para la Democracia y contra la Dictadura, la UDD) han logrado poner al Gobierno a la defensiva. El actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva, no fue elegido en unos comicios sino en una votación parlamentaria. “He ofrecido a los líderes de la UDD reducir mi mandato. El Gobierno está listo para encontrar una solución a la crisis, e invitamos a todos los bandos a trabajar juntos para hacer avanzar el país”, ha declarado Abhisit.
El Berlusconi tailandés
La crisis en Tailandia, que dura ya cinco años, tiene como trasfondo la lucha por el poder entre partidarios y detractores de Thaksin Shinawatra, el ex primer ministro derrocado en un golpe de Estado en 2006. Apodado “el Berlusconi tailandés”, Thaksin es un magnate de las telecomunicaciones que se ganó el apoyo de gran parte de la Tailandia rural al establecer un programa de sanidad a bajo coste y un sistema de crédito universal que beneficiaron enormemente a los campesinos. Al mismo tiempo, sin embargo, cambiaba las leyes anti-trust para poder vender una compañía de su familia, ShinCorp, al gobierno de Singapur, evadiendo de este modo el pago de 2.000 millones de dólares en impuestos, una cifra varias veces superior a la destinada a programas sociales.
El gobierno Thaksin tomó otras medidas polémicas, entre ellas el lanzamiento de una “guerra total contra las drogas” que provocó 2.000 muertos a manos de la policía en menos de dos años, muchos de ellos sin ninguna relación con el narcotráfico. En el sur de Tailandia se dio carta blanca al ejército para combatir a la creciente insurgencia musulmana, que venía radicalizándose desde 2004, por lo que los abusos y ejecuciones extrajudiciales se volvieron habituales. Al mismo tiempo, Thaksin comenzó a silenciar a periodistas y abogados críticos con su gestión.
En 2005, la oposición a Thaksin –que incluía todo tipo de grupos políticos, desde la nobleza tradicionalista hasta sectores de la sociedad civil de izquierda– se aglutinó en la llamada Alianza Popular por la Democracia (PAD), cuyos partidarios acamparon en Bangkok, en el mismo lugar que ahora ocupan sus rivales políticos. Los miembros del PAD vestían camisetas amarillas –el color-símbolo del rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej–, en un intento de canalizar el fervor monárquico popular (existía la extendida creencia de que Thaksin estaba intentando usurpar el poder del rey). Los enemigos de Thaksin, de hecho, incluían elementos muy próximos a la casa real, lo que finalmente selló el destino del presidente: el 19 de septiembre de 2006, el ejército se hizo con el poder en un golpe de Estado incruento.
Tras el putsch, los partidarios de Thaksin se agruparon en una nueva formación política llamada Partido del Poder del Pueblo que, para sorpresa de muchos, volvió a ganar las elecciones de diciembre de 2007. Al frente del Gobierno estaba un antiguo político ultraderechista, Samak Sundaravej, ahora convertido en hombre de paja de Thaksin. Pero realistas y oligarcas no estaban dispuestos a permitirles gobernar: inmediatamente, el PAD volvió a levantar un campamento de protesta. Esta vez, sin embargo, la izquierda se abstuvo de apoyar unas manifestaciones de manifiesto carácter antidemocrático: los líderes del PAD no dudaban en proclamar que debía anularse el sistema de “un hombre, un voto”, porque otorgaba “demasiado poder a los campesinos ignorantes y manipulables”.
Los siguientes meses fueron un pulso entre un PAD cada vez más provocador y un gobierno acorralado: se buscaba una reacción violenta por parte del ejecutivo que justificase un nuevo golpe de Estado. Los manifestantes llegaron a tomar la Casa de Gobierno y el aeropuerto de Bangkok, sin que el Gobierno de Samak se decidiese a utilizar la fuerza. Al final Samak cayó por un motivo trivial: la aparición de una factura de 3.000 dólares como pago por su aparición en un programa de cocina, incompatible con su cargo público. Tras varios meses de inestabilidad, el parlamento designó a Abhisit como solución de compromiso.
Hoy Thaksin está exiliado en Dubai, pero no ha renunciado a la lucha. Todo lo contrario. Es de prever que continuará financiando el movimiento opositor en tanto siga disponiendo de fondos. La mayoría de los observadores coincide en señalar que, mientras el rey Bhumibol esté vivo, es improbable que la crisis se desborde, pues unas palabras suyas bastarían para detener los enfrentamientos, como ocurrió en los disturbios de 1992. Sin embargo la avanzada edad del monarca (82 años), su delicado estado de salud y un heredero que no goza de los favores del pueblo, hacen temer que el verdadero estallido de la violencia política no esté demasiado lejos.
Las protestas de los “camisas rojas”, un grupo partidario del oligarca Thaskin Shinawatra, han vuelto a poner de manifiesto las divisiones internas en este país asiático.
“Al Gobierno lo elige el campo y Bangkok lo quita”, reza un dicho tailandés que parece ajustarse como anillo al dedo a la actual crisis política. El pasado 7 de abril, miles de manifestantes ataviados con camisetas rojas intentaban tomar el Parlamento, a modo de presión para exigir la convocatoria de nuevas elecciones “legítimas”. A esto hay que añadir la docena de centros comerciales que los manifestantes ocupaban en el centro de Bangkok, ciudad en la que, al cierre de esta edición, las autoridades habían decretado el estado de excepción. Aunque las protestas de los “camisas rojas” son pacíficas, en el último mes más de 15 personas han resultado heridas en ataques con granadas contra edificios públicos.
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Los “camisas rojas” (cuyo nombre oficial es la Unión para la Democracia y contra la Dictadura, la UDD) han logrado poner al Gobierno a la defensiva. El actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva, no fue elegido en unos comicios sino en una votación parlamentaria. “He ofrecido a los líderes de la UDD reducir mi mandato. El Gobierno está listo para encontrar una solución a la crisis, e invitamos a todos los bandos a trabajar juntos para hacer avanzar el país”, ha declarado Abhisit.
El Berlusconi tailandés
La crisis en Tailandia, que dura ya cinco años, tiene como trasfondo la lucha por el poder entre partidarios y detractores de Thaksin Shinawatra, el ex primer ministro derrocado en un golpe de Estado en 2006. Apodado “el Berlusconi tailandés”, Thaksin es un magnate de las telecomunicaciones que se ganó el apoyo de gran parte de la Tailandia rural al establecer un programa de sanidad a bajo coste y un sistema de crédito universal que beneficiaron enormemente a los campesinos. Al mismo tiempo, sin embargo, cambiaba las leyes anti-trust para poder vender una compañía de su familia, ShinCorp, al gobierno de Singapur, evadiendo de este modo el pago de 2.000 millones de dólares en impuestos, una cifra varias veces superior a la destinada a programas sociales.
El gobierno Thaksin tomó otras medidas polémicas, entre ellas el lanzamiento de una “guerra total contra las drogas” que provocó 2.000 muertos a manos de la policía en menos de dos años, muchos de ellos sin ninguna relación con el narcotráfico. En el sur de Tailandia se dio carta blanca al ejército para combatir a la creciente insurgencia musulmana, que venía radicalizándose desde 2004, por lo que los abusos y ejecuciones extrajudiciales se volvieron habituales. Al mismo tiempo, Thaksin comenzó a silenciar a periodistas y abogados críticos con su gestión.
En 2005, la oposición a Thaksin –que incluía todo tipo de grupos políticos, desde la nobleza tradicionalista hasta sectores de la sociedad civil de izquierda– se aglutinó en la llamada Alianza Popular por la Democracia (PAD), cuyos partidarios acamparon en Bangkok, en el mismo lugar que ahora ocupan sus rivales políticos. Los miembros del PAD vestían camisetas amarillas –el color-símbolo del rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej–, en un intento de canalizar el fervor monárquico popular (existía la extendida creencia de que Thaksin estaba intentando usurpar el poder del rey). Los enemigos de Thaksin, de hecho, incluían elementos muy próximos a la casa real, lo que finalmente selló el destino del presidente: el 19 de septiembre de 2006, el ejército se hizo con el poder en un golpe de Estado incruento.
Tras el putsch, los partidarios de Thaksin se agruparon en una nueva formación política llamada Partido del Poder del Pueblo que, para sorpresa de muchos, volvió a ganar las elecciones de diciembre de 2007. Al frente del Gobierno estaba un antiguo político ultraderechista, Samak Sundaravej, ahora convertido en hombre de paja de Thaksin. Pero realistas y oligarcas no estaban dispuestos a permitirles gobernar: inmediatamente, el PAD volvió a levantar un campamento de protesta. Esta vez, sin embargo, la izquierda se abstuvo de apoyar unas manifestaciones de manifiesto carácter antidemocrático: los líderes del PAD no dudaban en proclamar que debía anularse el sistema de “un hombre, un voto”, porque otorgaba “demasiado poder a los campesinos ignorantes y manipulables”.
Los siguientes meses fueron un pulso entre un PAD cada vez más provocador y un gobierno acorralado: se buscaba una reacción violenta por parte del ejecutivo que justificase un nuevo golpe de Estado. Los manifestantes llegaron a tomar la Casa de Gobierno y el aeropuerto de Bangkok, sin que el Gobierno de Samak se decidiese a utilizar la fuerza. Al final Samak cayó por un motivo trivial: la aparición de una factura de 3.000 dólares como pago por su aparición en un programa de cocina, incompatible con su cargo público. Tras varios meses de inestabilidad, el parlamento designó a Abhisit como solución de compromiso.
Hoy Thaksin está exiliado en Dubai, pero no ha renunciado a la lucha. Todo lo contrario. Es de prever que continuará financiando el movimiento opositor en tanto siga disponiendo de fondos. La mayoría de los observadores coincide en señalar que, mientras el rey Bhumibol esté vivo, es improbable que la crisis se desborde, pues unas palabras suyas bastarían para detener los enfrentamientos, como ocurrió en los disturbios de 1992. Sin embargo la avanzada edad del monarca (82 años), su delicado estado de salud y un heredero que no goza de los favores del pueblo, hacen temer que el verdadero estallido de la violencia política no esté demasiado lejos.
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