Austria: El "monstruo" no se arrepiente

El País.com
16/03/09

Josef Fritzl, el hombre que mantuvo encerrada y violó sistemáticamente a su hija Elisabeth durante 24 años en el sótano de su casa, se declaró ayer "parcialmente" culpable de incesto, de violación y de secuestro, pero inocente de esclavitud y del asesinato de uno de los siete hijos-nietos que tuvo con ella fruto de los abusos.

Fue durante la primera jornada del juicio que se sigue contra él en Sankt Pölten, una ciudad de 52.000 habitantes al oeste de Viena, tomada desde ayer por periodistas y fuerzas de seguridad. Fritzl podría ser condenado a entre cinco años de cárcel y cadena perpetua. El jurado decidirá antes del próximo fin de semana por qué delito le condena y, por tanto, cuántos años pasará en prisión. La ley austriaca sólo permite castigar por el cargo más grave del que haya sido declarado culpable. De ahí que negara haber dejado morir a uno de sus hijos-nietos nacido en cautiverio, pues podría costarle la prisión de por vida

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El electricista, de 73 años, detenido en abril de 2008 en Amstetten, entró en la sala 119 hacia las nueve y media. Escoltado por dos policías armados, se ocultaba tras un archivador azul que ya es tan célebre como su rostro. Veía a través de los orificios del archivador. "¿Cree que tendrá un juicio justo?", le preguntaron los reporteros de la televisión austriaca. No respondió. Tras 324 días entre rejas, el traje gris claro parecía quedarle un poco grande.

Sólo cuando las cámaras abandonaron la sala, Fritzl descubrió su rostro para seguir el alegato de la fiscal del caso Christiane Burkheiser, que le acusó de asesinato, violación, trata de esclavos, secuestro, coacciones e incesto. "Trató a su hija como a un perro", le espetó y describió así su vida cotidiana: "Luz encendida, violación y moho; luz apagada, incertidumbre; luz encendida, violación y moho; luz apagada, parto". Así que hoy "está rota". Elisabeth, cuyo testimonio grabado (11 horas) se irá viendo durante el juicio, pasó 8.641 días sin luz natural.

El infierno de sufrimientos y abusos extremos comenzó hace 25 años en la tristemente famosa Amstetten (Austria), de 23.000 habitantes. El 28 de agosto de 1984, Josef Fritzl pidió a su hija Elisabeth, de 18 años, que le ayudara en una chapuza del sótano. Una vez allí, la anestesió y la encadenó. La ocultó en una sala oscura y recóndita del gran sótano, construida años antes. Allí la violó durante meses. Cuando Elizabeth quedó embarazada, su padre añadió dos salas a la mazmorra. El secuestrador y violador iba mejorando las condiciones del cautiverio según iban naciendo sus hijos-nietos. Primero 11, luego 40 y por último 60 metros cuadrados de prisión para su familia oculta. En su punto más alto, el techo estaba a 180 centímetros del piso. Mientras tanto, Fritzl llevaba una vida respetable en su casa de arriba, que compartía con su mujer Rosemarie y tres de los hijos de Elisabeth, a la que su padre obligaba a escribir cartas de abandono. La policía llegó a pensar que se había metido en una secta. Fritzl subió a los tres niños del sótano y fingió haberlos encontrado frente a la casa.

Rosemarie sostiene que no se percató de nada. Ni de la muerte en 1996, al poco tiempo de nacer, de uno de los pequeños nacidos fruto del incesto. Elisabeth pidió auxilio a su padre cuando se percató de que el bebé tenía problemas respiratorios. Fritzl no le hizo caso y el pequeño murió sin recibir ningún tipo de asistencia médica en aquel sótano insalubre. Con un hilo de voz apenas audible en la sala, Fritzl se declaró inocente del homicidio por negligencia del pequeño. "Sangre de su sangre, señor Fritzl", le recriminó la fiscal. "Eso es asesinato por omisión de auxilio". Poco después el abogado defensor del monstruo de Amstetten, Rudolf Mayer, interpelaba al jurado para que se atengan a los hechos: "Dejen sus sentimientos afuera". "Ustedes no son vengadores". El letrado criticó la intervención de la fiscal y defendió que en el mundo abundan los casos de violación e incesto. Lo que hace especial la historia del Fritzl, señaló, es su deseo de "crear una segunda familia". Si hubiese buscado la mera satisfacción sexual, argumentó, "no habría tenido hijos".

Poco trascendió de lo dicho por Fritzl durante el juicio. Apenas su declaración de inocencia del delito de homicidio y esclavitud y los sinsabores de su infancia. "Mi madre nunca me quiso. Ella ya tenía 42 [cuando yo nací]. No quería ningún niño y actuó en consecuencia. Ella me maltrataba", aseguró ante la juez. Con los años, cambiaron las tornas y Fritzl tapió las ventanas del piso superior de su casa y allí la encerró.

La juez Andrea Humer había abierto la vista con la advertencia de que "este juicio no es a una localidad ni a una nación". Demandó al jurado que observe "la objetividad más estricta". El abogado Mayer pidió a lo cuatro hombres y cuatro mujeres del jurado que "traten de ver al acusado como un ser humano". No parece cosa fácil.

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