México: ¿Hacia la segunda nacionalización de Pemex?
Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada
20/03/09
Una cosa es ser buen técnico y otra no saber nada de geopolítica. A la inversa, una cosa es saber geopolítica y otra no conocer nada de técnica. Lo ideal es la complementariedad del conocimiento técnico con la sapiencia geopolítica.
Un error grave que cometieron quienes aprobaron la entreguista reforma energética fue ignorar la realidad geopolítica, lo cual desemboca en la cesión de la exploración de las aguas profundas del Golfo de México a las trasnacionales petroleras.
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En realidad la reforma energética entregó la mayor parte de las reservas de hidrocarburos de México a las empresas trasnacionales cuando se examina minuciosamente su ubicación, si tomamos en cuenta las mismas fuentes del gobierno (el propio Felipe Calderón; Georgina Kessel, de la Secretaría de Energía, y Reyes Heroles Jr., de Pemex) y de Estados Unidos (el caso más reciente de Stratfor. Ver Bajo la Lupa, 25/1/09).
La reforma energética daña considerablemente los intereses geopolíticos de nuestro país en el Golfo de México. Y eso que no tocamos el polémico tema sobre la extraña desaparición de la isla Bermeja, cuya existencia, en caso de ser cierta su narrativa, hubiera alterado la limitación de las aguas territoriales mexicanas (y, por extensión, la probabilidad de poseer mayor cantidad de hidrocarburos), que despertó de su letargo hasta a los senadores entreguistas del PAN, curiosamente a posteriori del accidente del gallego-campechano Juan Camilo Mouriño Terrazo, quienes han exigido una investigación. ¿Puede desaparecer nada más así una isla, que en realidad es un arrecife?
Si un gobierno neoliberal como el zedillista, que coincidentemente negoció con Estados Unidos el reparto del Hoyo de Dona, es capaz de demoler y desaparecer un arrecife con el fin de favorecer más la proporción de reservas de nuestros vecinos, ¿qué no harán, entonces, sus sucesores neoliberales con las controvertidas rendijas legales para el control de los hidrocarburos en las aguas profundas del Golfo de México?
Nuestros temores no provienen del vacío, sino de las enseñanzas históricas de los siglos XIX, XX y lo que va del XXI, que parecen haber olvidado los gobiernos neoliberales del PRI y del PAN de finales del siglo XX e inicios de éste.
Cabe señalar los límites geopolíticos en referencia a los intereses nacionales de Estados Unidos. El Golfo de México, con una extensión de 1.6 millones de kilómetros cuadrados (prácticamente lo que mide Irán), es considerado la zona más vulnerable de las fronteras terrestres y marítimas estadunidenses: su vientre suave (soft belly).
Entendemos que cualquier evento o presencia petrolera (de México mismo o de otro país) inquiete sobremanera la hipersensibilidad de Estados Unidos al respecto. Pero tampoco México puede entregar plena y exclusivamente la explotación de los hidrocarburos del Golfo de México a Washington, como desean los halcones de nuestro avasallante vecino, ni menos concederlos en forma tangencial o mediante los subterfugios de rendijas legales que favorezcan en última instancia a las trasnacionales anglosajonas en detrimento de la propiedad y la prosperidad, ya no se diga la seguridad de México.
Los abogados de las trasnacionales anglosajonas, quienes desde sus lujosos despachos corporativos dirigieron la semántica de la reforma energética entreguista, gestaron sabiamente los subterfugios de las rendijas legales (a través de las cuales penetrarán las trasnacionales anglosajonas con el Caballo de Troya de la innovación tecnológica, de la que carece deliberadamente Pemex) y por encima de todo conocen mejor la inmensa cantidad de hidrocarburos que yacen en las profundidades del Golfo de México: la principal proporción del total de nuestras reservas.
Da la impresión, para ser lo más benigno posible, que la política energética de México –desde López Portillo hasta el cúmulo de presidentes neoliberales fracasados (De la Madrid Hurtado, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón: de todos no se hace uno en materia energética ni en economía)– se encuentra totalmente supeditada a las necesidades energéticas estadunidenses, sin tomar en cuenta el balance de sus beneficios y desventajas para México. ¿No habría sido mejor, en última instancia, haber disminuido la producción en lugar de su irresponsable despilfarro a precios de remate?
La tecnología de perforación en las aguas profundas es conocida como tecnología madura, es decir, fácilmente adquirible por ser prácticamente del común conocimiento universal; no es de punta en materia nuclear, computacional o satelital, ni es nanotecnología ni robótica ni genómica. No hay que exagerar. Se trata de una tecnología muy rupestre, que en forma deliberada los gobiernos neoliberales, desde hace 27 años (De la Madrid Hurtado, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón), han desdeñado con el fin de ajustarse a los cánones y cañones unilaterales del TLCAN salinista, del ASPAN foxiano (Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, que por cierto no nos dio ni seguridad ni prosperidad) y la Iniciativa Mérida calderonista, dictados por los diversos gobiernos de Estados Unidos en medio de la desnacionalización bancaria zedillista, que abolió una fuente de financiamiento relevante para invertir en la exploración de nuevos yacimientos en el Golfo de México.
No se ha perdido todo. Desgraciadamente hoy asistimos impotentes a la desnacionalización de Pemex, producto de cinco gobiernos neoliberales totalmente sumisos a Estados Unidos (y recientemente a España), pero la buena nueva es que las corrientes históricas van en sentido opuesto a la teología neoliberal, que prohijó la reforma energética entreguista, cuando se han derrumbado los endebles axiomas del sicótico libre mercado y han iniciado las exequias del fin del dolarcentrismo y del imperio unipolar, con el advenimiento del incipiente orden multipolar y de regionalismos creativos y nacionalismos luminosos que le abren a México nuevas ventanas de oportunidad para definir su destino sin necesidad de colisionar infructuosamente con nuestros vecinos, sea quien fuere.
Nuestra relación con la Casa Blanca debe cesar de ser vertical, además de que tal genuflexión neoliberal no nos aportó nada durante casi tres décadas perdidas.
Entendemos que, dada la disparidad en el crecimiento y desarrollo de ambos vecinos, tampoco la relación puede ser horizontal, pero sí la podemos hacer más diagonal, cuando México debe reanudar su estrecha relación con el resto de Latinoamérica como puente civilizatorio entre el norte y el sur del continente, sin olvidar diversificar nuestras alianzas con Europa y las nuevas potencias emergentes del RIC (Rusia, India y China).
Esperamos que nuestro próximo libro sobre el petróleo se llame la Segunda nacionalización de Pemex, consecutivo a nuestra reciente publicación La desnacionalización de Pemex.
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