Caos en Afganistán

Brian Cloughley
Counterpunch
Traducido por Beatriz Morales Bastos
02/07/08

¿Puede alguien decir exactamente por qué están luchando las tropas extranjeras en Afganistán? ¿Cuál es la finalidad colectiva, la misión específica, el objetivo último de los 60.000 soldados que están ahí? Lo pregunto porque mientras escribo estas líneas, el número total de muertos estadounidenses en Afganistán “y la zona” es de más de 450, y han llegado noticias de la muerte de más soldados británicos y estadounidenses. Y me pregunto para qué han muerto todos ellos.

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Existen tres diferentes organizaciones militares extranjeras en Afganistán y llevan a cabo operaciones de manera completamente diferenciada. La Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia, los contingentes militares de los países de la OTAN y las fuerzas estadounidenses independientes no tienen un sólo cuartel general en común; tienen Normas de Combate que no están en absoluto relacionadas entre sí (una situación absurda y casi increíble); y no tienen un comunicado de misión conjunto. Si a un capitán joven de cualquier academia militar del mundo se le dijera que hiciera una planificación de la dirección de operaciones militares en un país extranjero y presentara semejante disparate, se reirían de él y lo echarían.

La situación en Afganistán va de mal en peor, pero antes de esbozar la historia del fracaso militar extranjero en este duro y brutal país, habría que indicar que su vecino oriental, Pakistan, sigue acogiendo al mayor número de refugiados existente en ningún otro país de nuestro horrible mundo. Ninguna otra nación ha aceptado tantas personas desplazadas durante tanto tiempo, o ha recibido menos gratitud internacional por su generosidad con los exiliados extranjeros. Por supuesto, ha habido una atenta asistencia por parte del santo Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, cuyo personal en todo el mundo raramente recibe el reconocimiento que merecen. Pero Pakistán tampoco ha recibido reconocimiento alguno por acoger a millones de afganos, algunos de los cuales están decididos a destrozar el país que les ha dado refugio.

En Pakistán permanecen más de un millón y medio de afganos que tienen el estatuto de refugiados (más unos 400.000 que han sido absorbidos, de manera legal o de otras maneras, en la sociedad pakistaní). Independientemente de cuánto deseen hacerlo, no pueden volver a su país porque sigue estando en una situación de caos gracias a la extranjeros ineptos, malvados fanáticos, políticos corruptos en fase terminal y despiadados matones tribales a los que el gobierno y las fuerzas de ocupación permiten dirigir sus feudos sin consideración algunas por las leyes de Dios o del hombre.

La Oficina General de Auditoría del gobierno estadounidense dejó claro la semana pasada que no habría más fondos para adiestrar al ejército afgano porque no existe un “plan detallado y coordinado” para su futuro (tras cinco años de ocupación militar en el país). ¿Recuerdan las caóticas escenas en Kabul el pasado mes de abril cuando el presidente Karzai huyó para salvar su vida y unos soldados afganos huyeron igual de rápido del escenario de un tiroteo contra un desfile militar? Esta comedia negra resumía la patética falta de eficacia del ejército afgano. Y la situación en Afganistán sería para desternillarse de risa debido al toque patoso y aficionado de tantas naciones occidentales, si no fuera porque la mayoría de sus ciudadanos están en un estado pobreza, miedo y abatimiento aún mayor que el que había cuando los raros, fanáticos, ignorantes y psicóticos talibán estaban en el poder.

Después de tres guerras afganas de Gran Bretaña en los siglos XIX y XX, la Unión Soviética decidió en un ataque de locura del Kremlin (ya que resultó ser un error descomunal) que ellos iban a tener éxito ahí donde los británicos habían fracasado, así que en 1979 invadió un país que había estado funcionando bastante bien hasta que un golpe de Estado depuso a unos dirigentes que realmente trataban de ser avanzados socialmente y de mejorar la vida de los afganos de a pie. En el curso de la Cuarta Guerra Afgana el país fue destruido y los brutales “luchadores por la libertad” muyaidines prosperaron a consecuencia de los generosos subsidios estadounidenses. Su brutalidad fue promovida por belicosos extranjeros cortos de miras cuyos egos sólo se correspondían al tamaño de sus carteras.

Cuando la Unión Soviética se retiró de Afganistán se esperaba que las potencias occidentales se iba a juntar y ayudar al país en su momento de gran necesidad. Eran absolutamente imperativos la reconstrucción, la buena gobernanza y el restablecimiento del imperio de la ley. No hubo ni un ápice de ninguno de ellos. En Afganistán no hay petróleo. Aparte de la heroína, no produce grandes cantidades de nada comercializable, así que había ninguna trama deseable que urdir. No se fomentó la democracia; ni se pensó en apoyar a los pocos dirigentes afganos progresistas que querían aportar al menos un atisbo de mejora social y de igualdad al país sumido en la ignorancia y en un estado de anarquía. Así que los imbéciles de los talibán llegaron al poder y empujaron a Afganistán aún más hacia la Edad Media.

Pero debido a que los aviones suicidas saudíes del 11 de septiembre en Estados Unidos estaban pilotados por un lunático asesino saudí que vivía en Afganistán, el lugar se convirtió en una prioridad. No para el desarrollo, por supuesto, porque esto era la última cosa en las estrechas mentes de George Bush y su demente equipo: su prioridad era la venganza. Los ataques aéreos estadounidense destruyeron innumerables pueblos y mataron a un número indefinido de afganos. Un ataque a la zona en la que se suponía que estaba escondido Ben Laden fue ridículamente infructuoso y todavía está por contar lo que pasó realmente en aquel extraño y militarmente nada profesional ataque (en mi próximo libro doy algunos detalles, pero me encuentro limitado por haber firmado hace muchos años la Ley de Secretos Oficiales que, como contaba la maravillosa serie BBC TV ‘Yes Minister,’ “no está para proteger secretos. Está para proteger altos cargos”. Con todo, he aquí algunos puntos interesantes).

Los brutos afganos a los que los medios de comunicación occidentales dignifican con el término “señores de la guerra” (ya que la palabra tiene algo de aventurero que atrae a los escritorzuelos y escritores de titulares) pero que no son más que mugrientos gánsteres tuvieron sus momentos de gloria por cortesía de la CIA y del MI6. Asesinaron a cientos de sus enemigos más cercanos y se estuvieron riendo durante todo el camino hasta llegar a sus bancos suizos, mientras que Ben Laden desaparecía. En otra parte los tiempos fueron aún más vengativos y lucrativos para los matones de la droga. La Quinta Guerra Afgana ha sido buena para algunos, especialmente las decenas de corruptos miembros del actual gobierno de Kabul que han prosperado considerablemente (sus nombres son bien conocidos por las naciones occidentales implicadas en Afganistán. En mi última visita a Kabul obtuve descripciones detalladas de nombres, lugares y cuentas bancarias).

Pero la semana pasada el inútil presidente de Afganistán, Karzai, afirmó que el ejército afgano cruzaría la frontera hacia Pakistan para perseguir y matar a cualquiera que hubiera estado luchando contra fuerzas afganas o de la “coalición”. Esta seria una declaración muy grave si no fuera por el hecho de que la Oficina General de Auditoría estadounidense ha observado que “sólo dos de las 105 unidades del ejército afgano se consideran [operativamente] capaces” y una tercera parte de ellas capaces de actuar “sólo con apoyo internacional rutinario” (hay que entender por ello bombardeos masivos de Estados Unidos como el que mató al mayor Akbar del ejército paquistaní y a diez de sus guardias de frontera el pasado 11 de junio).

Afganistán es una zona de desastre. Las vidas de cientos de soldados extranjeros han sido sacrificadas por sus gobiernos. El ejército de Pakistán ha sufrido miles de muertos y heridos. ¿Para qué? La sabiduría colectiva del condescendiente occidente no ha producido otra cosa que caos, muerte, corrupción, odio y florecientes exportaciones de heroína.

¿Se puede pensar con algo de optimismo que los próximos cinco años de la Quinta Guerra Afgana van a ser algo mejores que los últimos si se aplican las actuales políticas? Ya es hora de que el sentido común llegue a Afganistán de la mano de todos los inteligentes extranjeros que creen que saben cómo se debería gobernar el país. ¿Cree alguien que esto ocurrirá?.

La página web de Brian Cloughley es www.briancloughley.com

Este artículo es una versión ampliada de “La Quinta Guerra Afgana” publicado en dos periódicos de Pakistán, The Nation y The News, el 25 de junio.

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