Ningún recuerdo, ningún remordimiento por las víctimas de Iraq
John Pilger
ZNET
Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre
25/05/08
“Las ambiciones nucleares de Irán” salen sin esfuerzo de los labios de los locutores y presentadores de noticias, sin que importe el recuerdo de las “armas de destrucción masiva de Saddam”
En 2007, el día dedicado al recuerdo de los caídos, grandes personajes y gentes de bien inclinaron sus cabezas ante el Cenotafio [monumento funerario erigido en honor de una persona, o grupo de personas, para los que se desea guardar un recuerdo especial]: generales, políticos, locutores, presidentes de clubes de fútbol y agentes de Bolsa llevaron sus flores. La hipocresía flotaba en el ambiente: nadie mencionó Iraq. Nadie expresó el más leve remordimiento por las víctimas de ese país. Nadie leyó la lista maldita. Una lista que demuestra los efectos negativos del papel desempeñado por el Estado británico y sus tribunales en la destrucción de Iraq. Aquí la tienen:
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1. Negación del Holocausto
El 25 de octubre, el parlamentario Dai Davies preguntó a Gordon Brown sobre el número de civiles muertos en Iraq. Brown pasó la pregunta al Ministro de Asuntos Exteriores, David Miliband, quien a su vez la trasladó a su joven secretario de Estado, Kim Howells, que respondió lo siguiente: “Seguimos creyendo que no existen datos definitivos ni fiables sobre las muertes desde marzo de 2003”. Lo que era una mentira. En octubre de 2006, la revista Lancet publicó el estudio de la universidad estadounidense Johns Hopkins y de la universidad Mustansiriya de Bagdad en el que se estimaba que 655.000 iraquíes habían muerto como consecuencia de la invasión anglo-estadounidense.
Un informe de Freedom of Information revelaba que el Gobierno, si bien lo desdeñaba en público lo aceptaba en privado como exhaustivo y fiable. El responsable científico del ministerio de Defensa, Sir Roy Anderson, calificó su metodología de “sólida” y “muy ajustada a las buenas prácticas”. Otros altos cargos gubernamentales reconocieron en privado que el estudio se basaba en técnicas experimentadas para calcular la mortalidad en zonas en conflicto”. Desde entonces, la empresa de encuestas británica Opinión Research Business, ha llegado a extrapolar una cifra de 1.200.000 muertes en Iraq, de manera que la magnitud de las muertes causadas por los gobiernos británico y estadounidense puede haber superado la del genocidio de Ruanda, convirtiéndola en el mayor asesinato de masas del pasado siglo XX y del actual siglo XXI.
2. Expolio
Las razones ocultas para la invasión de Iraq fueron las ambiciones comunes de los neoconservadores, o neofascistas de Washington, y de los gobiernos de extrema derecha de Israel. Ambos grupos deseaban desde hacía mucho tiempo aplastar a Iraq y colonizar Oriente Próximo según los deseos de EE.UU. e Israel. El proyecto inicial fue el “Defence Planning Guidance” de 1992, que desarrollaba las líneas maestras del plan estadounidense para controlar Oriente Próximo tras el final de la Guerra Fría. Entre sus autores estaban Dick Cheney, Paul Wolfowitz y Colin Powell, inspiradores de la invasión de 2003. Tras producirse ésta, se confirió al fanático neoconservador Paul Bremer la autoridad civil absoluta en Bagdad, y mediante una serie de decretos adaptó la futura economía iraquí a los deseos de las grandes empresas estadounidenses. De forma ilegal, a los expoliadores corporativos se les concedió inmunidad frente a cualquier tipo de procesamiento.
El gobierno de Blair fue plenamente cómplice, si bien llegó a oponerse al observar que las empresas británicas podrían resultar excluidas del saqueo más rentable. Altos funcionarios británicos fueron recompensados con cargos coloniales. Una “ley” del petróleo permitirá, de hecho, que las compañías petroleras extranjeras lleven a cabo sus propios contratos sobre los enormes recursos energéticos de Iraq. Algo que completará el mayor robo desde que Hitler dejó al descubierto sus conquistas europeas.
3. Destrucción de la salud de una nación
En 1999, entrevisté al Dr. Jawad Al-Ali, oncólogo del hospital municipal de la ciudad de Basora. “Antes de la Guerra del Golfo, sólo teníamos tres o cuatro muertes al mes por cáncer. Ahora, entre 30-35 enfermos mueren mensualmente. Nuestros estudios indican que entre el 40 y el 49 por ciento de la población de esta región padecerá cáncer”. En aquella época, Iraq estaba asfixiado por un asedio económico y humanitario, iniciado y dirigido por Estados Unidos y Gran Bretaña. El resultado, escribía Hans von Sponeck, entonces responsable de la ayuda humanitaria de la ONU en Bagdad, fue “un genocidio... prácticamente un país entero se vio sometido a la pobreza, la muerte y la destrucción de sus fundamentos físicos y mentales”.
La mayoría de la región meridional de Iraq sigue contaminada por los residuos tóxicos de los explosivos británicos y estadounidenses, entre ellos los de los misiles 238 con uranio. Los médicos iraquíes han suplicado ayuda en vano, citando los niveles de leucemia entre niños como los mayores observados desde Hiroshima. El profesor Karol Sikora, responsable del programa para el cáncer de la Organización Mundial de la Salud, escribía en el British Medical Journal: “Equipos de radioterapia, medicinas para la quimioterapia y analgésicos están siendo bloqueados continuamente por los consejeros estadounidenses y británicos en el Comité de Sanciones”. En 1991, Kim Howells, entonces ministro de comercio, prohibió en efecto la exportación a Iraq de vacunas que habrían protegido a los niños iraquíes de la difteria, tétanos y fiebre amarilla, porque afirmó: “podrían ser utilizadas como armas de destrucción masiva”.
Desde 2003, salvo acciones de relaciones públicas para los periodistas incrustados, los ocupantes británicos no han realizado intento alguno para volver a equipar y abastecer a los hospitales que, antes de 1991, estaban considerados los mejores de Oriente Próximo. En julio, Oxfam informó de que el 43 por ciento de los iraquíes vivían en la “pobreza absoluta”. Durante la ocupación, los índices de malnutrición entre los niños se habían disparado en un 28 por ciento. Un documento secreto de la Agencia de Espionaje de la Defensa, titulado “Iraq Water Treatment Vulnerabilities”, revela que el abastecimiento de agua para usos civiles fue convertido en objetivo deliberado. Como consecuencia de ello, la gran mayoría de la población ni tiene acceso al agua corriente ni a los servicios de saneamiento (en un país en el que esos servicios básicos fueron en otra época tan universales como en Gran Bretaña).
El doctor Haydar Salah, pediatra del hospital infantil de Basora, afirma que “Diariamente mueren niños y no se hace nada para ayudarles”. En enero de 2007, cerca de 100 de los mejores médicos británicos escribieron a Hilary Benn, entonces secretaria de Estado para el desarrollo internacional, denunciándole cuántos niños morían debido a que Gran Bretaña no había cumplido con sus obligaciones como potencia ocupante de acuerdo con la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU. Benn se negó a recibirles.
4. La Destrucción de una sociedad
Naciones Unidas considera que 100.000 iraquíes abandonan el país mensualmente. La crisis de los refugiados ya ha superado la de Darfur y se ha convertido en la más catastrófica del planeta. La mitad de los médicos iraquíes se han ido, junto con ingenieros y profesores. La sociedad más culta de Oriente Próximo está siendo desmantelada, pieza a pieza.
De los más de cuatro millones de gentes desplazadas, el año pasado Gran Bretaña ha rechazado la mayoría de las mil solicitudes de iraquíes para venir a nuestro país, al mismo tiempo que ha expulsado a más refugiados iraquíes “ilegales” que cualquier otro país europeo. Gracias a las leyes promovidas por los periódicos sensacionalistas, los iraquíes en Gran Bretaña han sido con frecuencia desprovistos de todo, sin derecho a trabajar y sin ayudas. Duermen y rebuscan comida en los parques. Según Amnistía Internacional, el Gobierno “trata de privarlos de la comida del país”.
5. Propaganda
“Vean mi línea de actuación”, decía George W. Bush, “ observarán que sigo repitiendo una y otra vez la verdad para contrarrestar la avalancha propagandística”. El 9 de abril de 2003, el entonces redactor político de la BBC, Andrew Marr, que permanecía a las puertas del 10 de Downing Street, informó de la caída de Bagdad como si se tratara de un discurso victorioso. Tony Blair -decía a los espectadores-, “ha dicho que serían capaces de tomar Bagdad sin un baño de sangre, y que al final los iraquíes lo celebrarían. Y ambas afirmaciones han resultado ciertas. Sería totalmente incorrecto, incluso para sus críticos, no reconocer que esta noche se ha convertido en un gran personaje y un sólido primer ministro gracias a ello”.
En Estados Unidos, otros farsantes parecidos pasaron por periodistas. La diferencia es que los más destacados periodistas estadounidenses empezaron a tener en cuenta las consecuencias del papel que habían desempeñado en la preparación de la invasión. Varios de ellos me dijeron que creían que si los medios de información hubieran criticado e investigado las mentiras de Bush y Blair, en lugar de repetirlas y amplificarlas, quizás la invasión no se hubiera producido. Un estudio europeo ha revelado que, entre las principales televisiones occidentales, la BBC fue la que dio menor cobertura a la disidencia. En un segundo estudio, llegó a la conclusión de que la BBC dio credibilidad absoluta a la propaganda del Gobierno sobre la existencia real de armas de destrucción masiva. A diferencia del Sun, la BBC tiene la misma credibilidad que tiene o tuvo el Observer.
El 14 de octubre de 2001, la portada del Observer de Londres decía: “los halcones estadounidenses acusan a Iraq del ántrax”, algo completamente falso. Dependiente del espionaje estadounidense, aquello formaba parte de la fiel cobertura del Observer a favor de la guerra que incluía la tesis de las relaciones entre Iraq y Al-Qaeda (de las que no existían pruebas fiables) y que traicionaba el honroso pasado del periódico. Un informe de más de dos páginas titulaba: “la conexión iraquí”. También se basaba en “fuentes del espionaje”, y era sólo basura. El periodista, David Rose, concluía su estéril investigación con una sentida petición a favor de la invasión. “Existen momentos en la Historia”, escribía, “en las que el uso de la fuerza es justo y necesario”. Desde entonces, Rose ha entonado su mea culpa, entre otras en una de esas páginas, al confesar de qué manera se vio utilizado. Otros periodistas todavía tienen que admitir cómo fueron manipulados a través de sus ingenuas relaciones con el poder establecido.
Estos días, se informa sobre Iraq como si se tratase exclusivamente de una guerra civil, con una “intensificación” militar estadounidense cuyo objetivo es llevar la paz a los habitantes del país a quienes desprecian. La perversidad de ello es impresionante. Que la violencia sectaria es el resultado de la malvada política del divide y vencerás está fuera de cualquier duda. En cuanto al mito de Al-Qaeda, sostenido por los grandes medios, Seymour Hersh escribía: “la mayoría de los profesionales estadounidenses os dirán que los combatientes extranjeros son sólo un dos por ciento y que carecen de liderazgo”. Que una resistencia audaz y pobremente armada no sólo haya paralizado al ejército más poderoso del mundo sino que haya llegado a un acuerdo anti-sectario y anti-Al-Qaeda, que se opone a los atentados contra civiles y exige elecciones libres, no es noticia.
6. El próximo derramamiento de sangre
En los años 60 y 70, los gobiernos del Reino Unido expulsaron en secreto a la población de Diego García, isla del Océano Índico, cuyos habitantes tenían la nacionalidad británica. Mujeres y niños fueron embarcados en buques que recordaban a los navíos negreros y desembarcados en los barios de chabolas de Mauricio, tras la entrega de su país a los estadounidenses para el establecimiento de una base militar. En tres ocasiones, el Tribunal Supremo consideró ilegal aquella atrocidad, calificándola de desafío a la Carta Magna, y de “vergonzosa” y “repugnante” la negativa del gobierno Blair a permitir el retorno de la gente a sus hogares. El Gobierno sigue presentando uno tras otro recursos a la sentencia, pagados por los contribuyentes, para no provocar problemas a Bush.
La crueldad de esta postura se ve aumentada por el hecho de que no sólo Estados Unidos ha bombardeado repetidamente Iraq desde Diego García sino que, según el Washington Post, en el “Camp Justice” de la isla, “sospechosos de Al-Qaeda” están allí recluidos y sometidos a “tortura”. En la actualidad, las fuerzas aéreas estadounidenses se apresuran a renovar las instalaciones de los hangares de la isla para que puedan acoger bombarderos capaces de llevar 14 toneladas de bombas contra búnkeres en una ataque contra Irán. La propaganda suscitada en los medios es crítica respecto el éxito de esta actuación de piratería internacional.
El 22 de mayo, la primera página del Guardian londinense ofrecía el gran titular: “Plan secreto de Irán para una ofensiva de verano con el fin de expulsar a Estados Unidos de Iraq.” No era sino mera propaganda basada en fuentes oficiales anónimas estadounidenses. Por todas partes en los medios de comunicación han seguido sonando los tambores de guerra. “Las ambiciones nucleares de Irán” salen sin esfuerzo de los labios de los locutores y presentadores de noticias, sin que importe que la Agencia Internacional de la Energía haya refutado las mentiras de Washington; sin que importe el recuerdo de las “armas de destrucción masiva de Saddam”. Sin que importe que otra carnicería se avecine. Para que no nos olvidemos.
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