La Junta birmana echa de las áreas de refugio a las víctimas del ciclón
JORDI CORACHÁN
El Periódico
31-05-2008
Una lona y 20 cañas de bambú. Eso es todo lo que recibían ayer cada una de las familias birmanas que eran expulsadas de los refugios y campamentos públicos que las acogieron tras el paso del ciclón Nargis, que el pasado día 2 dejó sin casa a 2,4 millones de personas y causó 134.000 muertos y desaparecidos, según las cifras oficiales. "No puede ser que la gente se acostumbre a vivir aquí y a recibir donaciones, porque esto no tiene futuro", explicó un responsable de la Junta militar.
Esto ocurría en el sur de Rangún, mientras en Bangkok, la capital de la vecina Tailandia, representantes de las Naciones Unidas denunciaban ante los corresponsales extranjeros que solo el 41% de las familias damnificadas han recibido algún tipo de ayuda humanitaria. Y al conocerse la noticia, Amanda Pitt, portavoz de la ONU en Bangkok, expresó su disgusto: "Realmente no apoyamos un regreso prematuro a donde no hay servicios, y cualquier movimiento forzado o por coerción es completamente inaceptable".
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Vecinos de Kyauktan, localidad situada 30 kilómetros al sur de Rangún, y algunos sanitarios denunciaron que 39 campamentos de la zona estaban siendo desmantelados, y que lo mismo comenzaba a hacerse en otros lugares en el marco de una decisión general del Gobierno birmano. "Sabíamos que en algún momento tendríamos que irnos, pero esperábamos más apoyo", declaró a Reuters el conductor de rickshaws Moe Kyaw Thu, de 21 años, mientras dejaba el campamento con sus cinco hermanos y hermanas, la más pequeña de solo 2 años y medio. "En estos momentos, nos sentimos decepcionados. Nos dijeron que no nos faltaría el arroz, pero ahora mismo no tenemos nada", agregó.
DESPLANTE
Moe es uno de los miles de damnificados a los que la Junta militar ha recomendado "comer ranas" en vez de aceptar las "barras de chocolate" de los extranjeros. A través del diario oficial New Light of Myanmar, el Gobierno birmano critica la "limosna" internacional y rechaza que se condicione la ayuda a la entrada en el país de las organizaciones humanitarias.
El editorialista sostiene que "el pueblo de Birmania es capaz de recuperarse de esos desastres naturales, incluso sin la asistencia internacional". Ajeno al sufrimiento de los miles de familias dejadas a su suerte, el diario del régimen agrega que los damnificados "pueden fácilmente obtener pescado" y que en esta época --comienza la temporada del monzón-- "hay grandes ranas comestibles en abundancia".
La incendiaria reacción de la Junta se produce mientras los generales fortalecen su control del país. El martes prorrogaron por un año el arresto domiciliario de la líder opositora Aung San Suu Kyi y el jueves promulgaron la nueva Constitución. Según ellos, el texto fue aprobado por el 92,48% de los votantes en un referendo que también se celebró en la devastada región del Irauadi tras un aplazamiento de dos semanas.
Un mes después de la tragedia, un millón de supervivientes necesitan asistencia urgente en el delta, que hasta esta semana ha permanecido cerrado a los equipos de rescate extranjeros. Ayer, la organización Human Rights Watch (HRW) se sumó a las voces que acusan a la Junta birmana de haber ralentizado sin motivo el envío de ayuda a las víctimas y la emplazó a dar visados de inmediato a todos los cooperantes extranjeros.
PERPLEJIDAD
Desde el miércoles han ido entrando los primeros cooperantes de la ONU. Pero el acceso sigue siendo menos fácil para entidades tan importantes como la Cruz Roja y oenegés privadas: "A veces hay obstáculos, a veces no", dijo en Bangkok Terje Skavdal, alto funcionario de Naciones Unidas. Su colega de Unicef Anupama Rao Singh expresó su perplejidad ante la respuesta de la Junta a "un desastre humano de casi la misma magnitud que el tsunami del 2004". Para los periodistas, la entrada en Birmania sigue prohibida. No quieren testigos.
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