Musulmanes de Nueva York

Sergio I. Moya Mena
Web Islam
27-04-2008

Si la islamofobia es uno de los principales obstáculos para el diálogo entre civilizaciones y religiones, lo es también para la paz, pues como lo dice el teólogo Hans Küng, no puede haber una verdadera paz en el mundo sin paz entre las religiones.

En los Estados Unidos, los neoconservadores han convertido al Islam en el principal enemigo de la “civilización occidental”. Desde líderes “cristianos” como el tele-evangelista Pat Robertson, que afirmó que el Islam “es una monumental estafa” y que el Profeta Muhammad era “un fanático de ojos salvajes, ladrón y asesino”, hasta intelectuales como Daniel Pipes, quien afirma que los musulmanes de los EE.UU. “son una amenaza y todos son sospechosos”, el discurso contra el Islam ha tenido un impacto significativo en la población. Según una encuesta del diario The Washington Post, el 46 de los norteamericanos tiene opiniones desfavorables sobre el Islam y el 32 cree que esta religión promueve la violencia contra los no creyentes. De acuerdo a otra encuesta elaborada para el diario US Today, el 22 ni siquiera querría a un musulmán como vecino.
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La islamofobia también ha alimentado las políticas del miedo en la presente campaña electoral: algunos de los precandidatos republicanos como Rudolph Giuliani o Mike Huckabee hicieron comentarios contra los musulmanes en reiteradas ocasiones. Los islamófobos la han emprendido ahora contra Barack Obama, cuyo segundo nombre es “Hussein” y a quien acusan de haber asistido a una madraza (escuela coránica) en su niñez, todo lo cual sería “suficiente para cuestionar su lealtad a los EE.UU. y descalificarlo como presidente del país”.

Que estos hechos se presenten en una nación que desde sus orígenes fue un faro de libertad para aquellos perseguidos por sus ideas religiosas resulta muy desconcertante. Sindicar a los seis millones de musulmanes de los EE.UU. como extremistas, esconde una actitud marcadamente racista. Según Jack Levin de la Universidad del Noroeste de Boston, quien es experto en el estudio del odio en los discursos políticos, el sentimiento anti-musulmán que se vive actualmente, es similar a las actitudes hacia los japoneses-americanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Convencido de la necesidad de tender puentes, me acerco a tres comunidades musulmanas de Nueva York. Esta ciudad es quizás la urbe más multicultural de todos los EE.UU. y posiblemente de todo el mundo. Desde tiempos coloniales ha sido un espacio de pluralismo religioso que ha posibilitado que convivan judíos, católicos, protestantes, musulmanes, hindúes y budistas. Pero no se puede obviar que aquí se llevaron a cabo parte de los atentados del 11 de septiembre, lo cual indispuso a mucha gente contra el Islam. ¿Cómo son realmente los musulmanes de esta ciudad?

Primero visito la mezquita Imam Al-Kohei, el más grande centro chiíta de la costa este de los EE.UU. (los chiítas son aproximadamente el 14% de los musulmanes de los EE.UU.) Allí me recibe el director de la biblioteca, a quien le preocupa que en nombre del Islam se cometan actos de violencia que son expresamente censurados por el Corán. El terrorismo -me dice- no puede justificarse de ninguna manera en el Islam, que “valora la vida y considera la destrucción de una sola vida como la destrucción de toda la humanidad”.

Por la noche participo en una ceremonia de la Nur Ashki Jerrahi, una orden sufí. Los sufíes son místicos y constituyen la rama más pluralista del Islam. La ceremonia transcurre entre una recitación extática de poemas de amor y la lectura de diversos suras del Corán. Me sorprende ver a tantas mujeres y así se lo hago ver a Tom, uno de mis anfitriones, quien me mira asombrado y me dice: “¿qué tiene de particular? Todos somos iguales y uno en Dios”. De hecho, quien dirige las oraciones no es un Sheik, un varón, sino una mujer, la Shaykha Fariha al Jerrah. Al día siguiente visito la mezquita sunita del Centro Cultural Islámico de Nueva York, la más grande del alto Manhattan. Mi condición de cristiano no resulta ningún impedimento para que me inviten a participar en la Jumuah, la oración del viernes, y llego justo cuando el imán ha empezado su sermón o khutbah. El tema del mismo son las responsabilidades éticas del musulmán.

En ninguno de estos tres encuentros hallé intolerancia, dogmatismo o mucho menos, odio. Fue apenas una pincelada de un fenómeno que es sumamente diverso en ese país como en todo el mundo, pero al menos, reafirma mi convicción de que tanto el Cristianismo como el Islam comparten valores e intereses comunes en el mundo contemporáneo y que entendiendo qué nos hace iguales y qué nos hace diferentes, podemos ayudar a trascender las barreras del prejuicio y fortalecer los lazos de convivencia.

Hace ocho siglos el místico sufí Ibn Arabi dijo: “Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora, mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas religiosas: es pradera de las gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, Tablas de la Ley y Pliegos del Corán, porque profeso la religión del Amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es mi credo y mi fe.”

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