El Gladiador: John Fitzgerald Kennedy

Laura Knight-Jadczyk
01/11/2006
Traducción: El Averiguador



Comentario: Este es el segundo capítulo de una serie de artículos, escritos en el año 2006, en conmemoración de la muerte de JFK.

La victoria de Obama continúa generando animadas especulaciones y las conexiones al legado de JFK son cada vez más fuertes. En el Foro Casiopea, citando un artículo de PoliGazette, ‘Black Swan’ escribió:

¿Cómo se verá la administración de Obama? Ya tenemos al Sionista de línea dura, Rahm Emmanuel, apuntado como Jefe de Personal, pero parece que los paralelos con Kennedy/Camelot no son dejados de lado por parte del equipo de Obama con rumores de que Robert F. Kennedy Jr. y Caroline Kennedy recibirían cargos de alto nivel.

Aún más, tanto el Pentágono como el mismo Bush parecen estar pintando la escena de un incidente mayor que podría ocurrir durante la transición. En un discurso en la Casa Blanca, [George Bush] dijo:

“estamos en una lucha contra
extremistas violentos determinados a atacarnos, y ellos querrán explotar este período de cambio para lastimar al pueblo americano”.

La historia ha demostrado que los hombres no entregan el poder tan fácilmente una vez que lo obtienen. Habiendo fallado la dupla McCain-Palin, ¿existe un plan B al que Obama, el “Gladiador”, tendrá que enfrentarse?


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En mi artículo anterior, incluí un capítulo de Farewell America que aportó una mayor visión de la “Psiquis Americana”. Es crucial comprender qué fuerzas están en juego aquí para comprender porqué John Kennedy fue asesinado, y porqué, cuando murió, la campana de la muerte de la República Americana, así como también su población, comenzó a sonar.

Como he escrito anteriormente, la mayoría de los americanos son completamente ignorantes de su verdadera historia, y por designio.

Es verdad que los primeros colonos que llegaron a América eran, por mucho, individuos oprimidos y desesperados; excluidos por un
sistema feudal
déspota. Si, muchos de ellos fueron perseguidos por sus creencias religiosas, pero uno necesita comprender porqué habían adoptado tales creencias: ¡generalmente fue porque eran oprimidos y estaban desesperados! Prácticamente no tenían dinero para emprender iniciativas, y por lo tanto, en su mayoría fueron financiados por varios intereses europeos que esperaban establecer centros de comercio para beneficiarse de los vastos recursos de la nueva tierra. El hecho de que América ya estaba ocupada por “salvajes incivilizados” no importó demasiado; nunca importó.

Al final, los colonos fueron brutalmente explotados y carecían completamente de preparación para la iniciativa. Las experiencias de los primeros colonos pronto les enseñaron que el apoyo mutuo y la interdependencia, así como también la industria y la moderación, eran las claves del éxito. Trabajaron duro y por mucho tiempo y mejoraron individuale y colectivamente. Muchos de ellos cooperaron con los Nativos Americanos en lugar de verlos como enemigos a destruir.

Sin embargo, apurados por conseguir sus objetivos, estaban los intereses comerciales europeos que enviaron a sus agentes a través del mar para abrir negocios sobre las tumbas de aquellos que manipularon para abrir el camino. Los codiciosos oportunistas y dueños de tierras de clases altas los siguieron y algunos encontraron frustrados sus sueños de riqueza o de simple prosperidad. Y ciertamente, las filosofías de John Calvin fueron útiles para mantener a todos trabajando duro y sufriendo de manera noble.

Pasado poco tiempo, se volvió aparente que la competencia y la codicia del mundo de los negocios de Europa iría a interferir con la nueva élite rica del Nuevo Mundo dando origen a un clamor y aun reclamo que ha mantenido su eco durante doscientos años.

Como sucede, las filosofías que estaban siendo expuestas en los círculos europeos, científicos y literarios de aquel entonces, vinieron bien como extrapolaciones idealistas e inspirativas con las cuales apuntalar el creciente espíritu revolucionario. Y, durante una sola hora pareció que la gente común y la elite estaban unidos en sus esfuerzos por superar el despotismo y la opresión – la Revolución Americana.

Naturalmente, el hombre corriente era tan solo el peón en este juego de la guerra, pero la historia enseñada en las escuelas americanas no habla mucho de ello. En cambio, ¡invocan la gloriosa imagen de la “Democracia”! como toda razón de ser y objetivo de la Revolución, y el gran logro que fue. Y comúnmente la “Democracia” es comparada con el Capitalismo. Nada puede estar más lejos de la verdad.

En oposición a las concepciones y enseñanzas populares, la Revolución Americana no dio origen a la nación americana que hoy conocemos. Los Artículos de la Confederación de hecho concebían a trece nuevas naciones, cada una de ellas soberana, en teoría, por derecho propio, en una débil confederación. El Congreso Continental podía legislar pero no obligar a cumplir. Sin embargo, los efectos de la Revolución habían sido financieramente desastrosos para todos. Las deudas nacionales y estatales no se pagaron (le debían dinero a la poderosa elite que había financiado la guerra, y para aquellos que se preguntan, si, algunos eran judíos y algunos no, ¡así que en esta no tienen nada que ver!), el intercambio comercial declinó y el crédito colapsó.

Librados a sus propios mecanismos, los Nuevos Americanos habrían sorteado eventualmente estos problemas apoyándose en prioridades emergentes y sistemas que involucraran trueques y acuerdos mutuamente satisfactorios. Una verdadera democracia habría florecido, y no necesariamente Capitalista.

La tradición nos enseña que un grupo de “nobles patriotas” llamaron a una Convención Constitucional para “llevar adelante los principios de la democracia”, según se indica en la Declaración de la Independencia. Nuevamente, nada podía estar más lejos de la verdad.

De hecho, la Constitución jaqueó el desarrollo de la democracia.

En algunos estados, se puso en marcha una moratoria sobre la deuda para aliviar a los agricultores que habían luchado en la guerra. Pero, en los estados más grandes y ricos, los trabajadores de plantaciones de Virginia, los herederos de tierras de Nueva York, y los mercaderes de Massachusetts y Connecticut la rechazaron. Massachusetts llegó a prohibir el trueque y los esquemas de apoyo mutuo ocasionado que los soldados empobrecidos que regresaban de la guerra recurrieran a la violencia. Daniel Shay, un capitán revolucionario, famoso por su valentía en Bunker Hill, volvió de la guerra, como muchos otros, sin nada. (El General Lafayette había regresado con una espada que pronto tuvo que vender). Viendo a tantos otros en su situación, se cansó de la injusticia y de las acciones de la poderosa elite. Organizó una fuerza de 800 agricultores e intentó prevenir el establecimiento de las cortes que estaban incautando las propiedades de los soldados que regresaban. La armada de Shay fue dispersada por los militares estatales, pero su accionar atemorizó por completo a las clases altas. Samuel Adams rogó al Congreso por ayuda federal para proteger los “derechos de propiedad” y el Congreso autorizó una fuerza designada para prevenir cualquier rebelión futura. El General Henry Knox escribió:

“Las personas que son insurgentes jamás han pagado ningún, o apenas algún impuesto – Pero ven la debilidad del gobierno…Juntos sienten su propia pobreza, comparada con la opulencia, y sienten su propia fuerza, y están determinados a hacer uso de esta última, con el objetivo de remediar la primera. Su credo es ‘Que la propiedad de los Estados Unidos fue protegida por las apropiaciones de Inglaterra gracias a los esfuerzos conjuntos de todos, y por lo tanto deberían ser propiedad común de todos. Y aquel que intente oponerse a este credo es enemigo de la equidad y la justicia, y debería ser borrado de la faz de la tierra’. En una palabra, están determinados a aniquilar todas las deudas públicas y privadas y a tener leyes agrarias, que son fáciles de implementar mediante papel moneda no financiada y que deberá ser una oferta en todos los casos”.
Ahora vean lo que el buen general decía: que la GENTE de la nueva tierra quería (demandaba) que la propiedad de los Estados Unidos sea “propiedad común de todos”.

Eso suena bastante “Socialista”, ¿no es cierto? ¿Puedes creerlo? ¡Nuestros ancestros demandaban un gobierno socialista! No se tú, pero yo tengo a media docena de soldados revolucionarios (o más) en mi árbol genealógico, y me sorprendió haberme enterado que mis ancestros exigieran socialismo, especialmente cuando todos sabemos – o nos han dicho – que el socialismo es el primer paso malvado hacia el Comunismo; y todos sabemos lo malvado que es el Comunismo, ¿no? Bueno, volviendo al tema. Por ahora, déjenme comentar que los ‘insurgentes’ podrían haber pagado pocos impuestos, pero pagaron con mucha sangre. (También es interesante notar que Knox se refería a los Nuevos Americanos como ‘insurgentes’. ¿Esta palabra no es utilizada peyorativamente contra aquellos iraquíes que se oponen a la invasión de EEUU de su país en tiempos presentes? ¡Dios, dios!)

No obstante, aprovechándose del temor de que una democracia pudiera ser puesta en marcha, las clases poderosas pidieron por lo bajo un gobierno para “los ricos, los acomodados, y capaces”. John Adams, Ezra Stiles y Noah Webster eran oponentes de la democracia. Webster señaló que:
“El mismo principio de admitir a todos el derecho a voto cede la riqueza de los individuos a la rapacidad de una despiadada pandilla”.
Estaban bien adoctrinados por Calvin, ¿no es cierto? Y siendo tan buenos “Cristianos”, es sorprendente que nunca hayan notado (o al menos no quisieron) aquella divertida y pequeña observación en el Nuevo Testamento acerca del “Pueblo de Jesús” compartiendo todo entre todos y siendo dueños de “todo en común”.

En cualquier caso, tomando ventaja de la situación, Alexander Hamilton instó al Congreso a llamar a una convención en 1787 para revisar manifiestamente los Artículos de la Confederación. Hamilton no ocultó sus puntos de vista de que solo los ricos y educados eran los adecuados para gobernar.
“Generalmente se dice que el gran logro de Hamilton fue llevar a los hombres de riqueza a apoyar la nueva nación, pero igualmente puede decirse que llevó a la nueva nación a apoyar a los hombres ricos. Ciertamente podría decirse que la nueva nación fue creada en gran parte con ese mismo objetivo”. [M. L. Wilson]
Aquellos que se reunieron para la Convención Constitucional eran, y sabían que lo eran, la elite – ricos, educados e intelectuales. Creyeron que otros semejantes a ellos debían continuar dominando por su propia protección. El bien público era un problema secundario (si es que era un problema). Se decidieron a crear un sistema en el cual esto pudiera ser perpetuado de manera constitucional, legal y pacífica.

Adoptando las más estrictas reglas de secretismo, procedieron a crear la Constitución Americana. M.L. Wilson escribió en La Democracia tiene raíces, que la Constitución fue “un notable logro por evitar el gobierno de la mayoría”. No es de sorprender que la ratificación de esta Constitución haya encontrado oposición popular. Los miembros de la convención prometieron enmendarla en la primera sesión regular del Congreso. Estas enmiendas prometidas serían conocidas como la “Declaración de derechos” y es en estas primeras diez enmiendas que los americanos tienen sus supuestos “derechos constitucionales”. Una sobria consideración si consideramos que las enmiendas fueron objetadas en el pasado.

Pero para la “Declaración de derechos”, cientos de años de derramamientos de sangre por la libertad personal fueron arrojados a la basura por el nuevo Gobierno Federal Americano. Este nuevo gobierno “Constitucional” rápidamente propagó los ideales del materialismo y del capitalismo. Y, en un proceso de propaganda inalterable, estos ideales han sido inextricablemente enlazados con la “democracia” como si ambos fueran idénticos. El resultado de esto ha sido un vasto abismo entre los “ricos” y los “pobres” que crecen amplia y profundamente día a día, mientras los primeros continúan engañando a los últimos en creer y sacrificar sus vidas por aquello que no existe y nunca existió.

John Kennedy sabía todo esto. Era inteligente, educado, viajero, observador y por sobre todas las cosas, tenía un corazón; tenía conciencia. Echemos otro vistazo a un pasaje de Farewell America que relata lo que sucede a los imperios que comienzan a transitar el camino elegido el día que John Fitzgerald Kennedy fue asesinado. Aquellos que olvidan la historia están condenados a repetirla. En un soleado día en Dallas Texas, hace 43 años, América estaba camino a la cima de la montaña y en menos de un minuto, todo cambió; ahora, está condenada al abismo de la desesperación.
“No pienso en esta administración o en nuestra generación o en el tiempo en que este país esté en la cima de la montaña, pero algún día lo estará, y espero que cuando lo esté piensen que hemos hecho nuestro trabajo…” John F. Kennedy
El Gladiador

Los imperios siempre han sucumbido a la misma enfermedad. Con cada nueva conquista, Roma empujaba sus fronteras y se retraía de sus principios. Los primeros romanos eran personas simples, totalmente devotos a su tierra y a sus dioses, pero los peregrinos, los colonos y los sabios fueron sucedidos por una promiscua mafia que capitalizó las victorias. El creciente número de esclavos y el flujo de pobres inundaron la población. Los patricios se encontraron con sus oportunidades de supervivencia reducidas considerablemente mientras las hordas de antiguos esclavos, ahora liberados y ricos, luchaban sobre sus estados.

Para los romanos, todas las cosas reflejaban su grandeza – las victorias de Mario, Pompeyo, y César, también el Imperio, su historia y el futuro del pueblo romano. Pero no había justicia en las cortes ni honestidad en las elecciones. Un solo estándar decidía el mérito de un candidato o la inocencia de un defendido: el oro.

Los espectáculos en el Circo servían para distraer a la población. El maíz y olivos distribuidos entre los necesitados en el Foro servían como engaño para realizar reformas sociales. La aristocracia compró asientos en el Senado. El magisterio del imperio y las ganancias de las victorias iban para los senadores, cónsules, pretores, cuestores, censores y sus esposas. Roma se había convertido en una corporación.

El gobierno estaba en manos de unas pocas familias opulentas del mundo de las finanzas apoyadas por la junta militar. Estas familias sabían como proteger sus intereses: los disfrazaban de necesidades nacionales. La preservación de Roma se identificaba con el accionar de las familias gobernantes. “El pueblo romano consistía en una pequeña oligarquía de terratenientes, banqueros, especuladores, comerciantes, artesanos, aventureros, y personas de bajos recursos, ávidos de placer, excitación, y ganancias repentinas, orgullo, turbulencia, corrompidos por la vida de la ciudad, y ubicando sus propios intereses por delante de cualquier reforma saludable…” (1)

El honor nacional del imperio romano no era nada más que los caprichos o la indignación de los gobernantes del momento, sus instituciones políticas no eran más que la avaricia de sus dignatarios y la pereza de las masas, su historia no es más que una serie de grandes robos y grandes crímenes.

Y luego los hermanos Graco*, sobrinos de Escipión el Africano, aparecieron en escena. El hermano mayor, Tiberio (160-133 AC), hijo de un cónsul y patricio de nacimiento, fue criado por filósofos griegos. Fue veterano de la campaña de España. Fue elegido como tribuno. Su fortaleza, temperamento, humanidad, su pasión por la justicia y su natural elocuencia se ganaron la admiración de Cícero. Era evidente que dejaría su marca en la política.

Tiberio era calmo, sobrio y moderado tanto como su hermano Cayo era vehemente, emocional e impulsivo. Trabajó en Italia, para el pueblo, y por la libertad. No lo detendrían ni las amenazas ni las quejas.

El Día de Rogación (2), instó a que el pueblo se juntara alrededor del tribunal. Un fragmento de su discurso, en el cual evocó la miseria y las penurias del pueblo, la despoblación de Italia y la rapacidad de los ricos, fue preservado:
“Los terratenientes aparecieron vestidos de luto en el Foro en la más miserable y humilde condición para dar lástima al pueblo al que habían deshonrado tan cruelmente. Pero no tenían mucha confianza en esta demostración, y por ello contrataron asesinos para matar a Tiberio…” (3)
Tiberio, a pesar de todo, procedió con sus reformas. Una de sus leyes autorizó al pueblo a circular libremente por calles y rutas. Otra ley estipuló que el tesoro de Attala, sea distribuido entre los ciudadanos. Otras leyes distribuyeron tierras, subsidiaron el costo de sus primeras plantaciones, disminuyeron la duración del servicio militar, y reorganizaron el sistema judicial. Desde ese momento, ningún ciudadano romano podía ser propietario de más 750 acres de tierra pública para si mismo y de 375 para cada uno de sus hijos. Esta ley amenazó a los dueños de los más grandes rebaños.

En sus discursos, Tiberio declaraba que la voluntad del pueblo era la suprema autoridad del estado. Esto era demasiado. El día de su re-elección en el tribunal, que hubiera permitido a Tiberio completar sus reformas, Escipión Nasicaa, uno de los terratenientes más ricos, reunió a todos los romanos poderosos. Acompañado de una fuerza armada de esclavos e interesados, treparon el Capitolio. Uno de los colegas de Tiberio, un tribuno, asestó el primer golpe. Otros asesinos terminaron el trabajo. Su cuerpo fue profanado y arrojado al río Tíber.

Roma, que había hallado senadores para asesinarlo, no encontró ningún historiador para estigmatizar a sus asesinos. Luego de siglos de ley y orden, el Imperio observó estupefacto cómo la violencia de una facción que había tomado la ley en sus propias manos no solo no fue castigada, sino admirada.

Cayo (152-121 AC), ocho años menor que su hermano, apareció para reconocer su muerte y para desconocer las identidades de sus asesinos. Fue asignado cuestor de Sardinia y, contra los deseos del Senado, no desapareció de vista. Vivió la vida de sus soldados y cuidaba de sus intereses. Le gustaban las largas marchas y extensos y solitarios nados en el mar, y permaneció casto.

“El destino de su hermano y sus reformas han probado que era inútil intentar remediar las enfermedades de Roma sin al menos haber destruido, o al menos humillado, a los grandes terratenientes y usurpadores del dominio público; la idea de transformar a los pobres de Roma en una clase terrateniente era demasiado simple y, en realidad, no muy efectiva.

“Pero una vez que el terror desapareció, el pequeño pueblo de Roma comenzó a buscar un protector, y el hermano de la víctima, que era conocido por sus virtudes y por pertenecer ya a la riqueza, pareció ser justo la persona que necesitaban.

“El persistente odio por parte de la nobleza lo precipitó a la batalla, aunque no tenía la intención de llevar adelante las reformas de su hermano. Con coraje, Cayo presentó su candidatura a la oficina del tribunal y fue elegido. Demostró inmediatamente que no era un hombre ordinario. Denunció a los asesinos de su hermano y los castigó. Promulgó las leyes que Tiberio quería. Citaba incesantemente a Tiberio en sus discursos. Fue re-electo como tribuno. Redujo la autoridad del senado. Controló todo, organizó todo, impartiendo su prodigiosa actividad y su infatigable energía hacia todos.

“Era más cuidadoso que su hermano. Había aprendido de él, y tuvo el tiempo para meditar su venganza sin nublar su mente. Durante un largo tiempo, mantuvo el apoyo de los ricos al proponer leyes que complacían a los poderosos y otras que beneficiaban a los pobres. Pero eventualmente declaró la idea que durante tanto tiempo había meditado en silencio: que todos los italianos debían tener derechos como ciudadanos”.

Roma sería la capital de una vasta nación itálica. El imperio ya no estaría fundado sobre una oligarquía municipal aliada a corruptos comerciantes, sino sobre clases rivales trabajando en conjunto. Los antiguos centros de civilización y comercio, ahora destruidos o en decadencia, serían reestablecidos, y la riqueza y las multitudes que manaban de Roma, amenazando con asfixiar el centro neurálgico del imperio, sería distribuida a lo largo de los diferentes territorios.

Era la tarea histórica que Cayo tenía en mente para Roma, pero creyó que él solo podía completar lo que tomaría seis generaciones en conseguir. Sus grandiosas ideas eran demasiado prematuras. Su plan de ajustar los derechos de los ciudadanos romanos a todos los italianos no convenció ni a la nobleza ni a los simples habitantes.

El Senado decidió que las cosas habían ido demasiado lejos. El Cónsul Lucio Opimio condujo la conspiración. Perseguido y a punto de ser apresado, Cayo se suicidó en un bosque dedicado a las Furias. Septimuleius cortó su cabeza. Cayo fue arrojado al Tíber junto a 3,000 de sus seguidores. En el año de la muerte de Cayo la cosecha de uvas fue excepcionalmente buena. La nobleza, los ricos, los grandes y pequeños terratenientes compraron todos los esclavos que había en el mercado.

Los hermanos Graco fueron los últimos verdaderos aristócratas de Roma. El libertinaje despojó a la aristocracia de su tradicional energía y virtudes. La mayoría de sus leyes fueron abolidas. Los ladrones barones despojaron al Imperio Romano de todos sus líderes que habían soñado ser generosos, o simplemente justos. Balbino, Emiliano, Valeriano, Aurelio, y Máximo fueron asesinados. Probo duró seis años, Tácito diez meses y Pertinax 97 días.

Dieciséis siglos después, Maquiavelo escribió que “los hombres olvidan la muerte de su padre más fácilmente que la pérdida de su patrimonio, y no dudan en lastimar a un hombre amado antes que a uno temido”.

Tiempo después, luego de Honorio, las fronteras del imperio eran operadas por los bárbaros. El imperio fue invadido y dividido, y Roma se diluyó en el olvido. Los hermanos Graco no fueron olvidados por el pueblo romano. Se erigieron estatuas en sus memorias, y se fundó un culto en su honor.

NOTAS

1. Guglielmo Ferrero.
2. Día en el que se proponían las leyes ante el pueblo.
3. León Jouberti.
*Los Graco eran una noble familia plebeya de la antigua Roma.

Los miembros más notables eran:

• El mayor Tiberio Sempronio Graco, fue cónsul en 177 AC y se casó con Cornelia Africana, (hija de Scipio Africanus Major), que era el arquetipo de la ideal matrona romana.
• Su hijo, el joven Tiberio Sempronius Graco, tribuno en 133 AC
• El hijo menor del cónsul, Gaius Sempronius Gracchus, también tribuno en 123 y 122 AC

Los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, pasaron a la historia como mártires por la causa de la reforma social. Tiberio fue asesinado por miembros del Senado al intentar ajustar el sistema a las clases más bajas de Roma. Intentaron limitar el tamaño de las grandes granjas que los patricios (clases altas) tenían para mantener a los plebeyos (clases bajas) compitiendo con sus granjas más pequeñas. Cayo y varios de sus seguidores fueron asesinados en al 121 AC a manos de un Senado compuesto de patricios que eran dueños de grandes granjas.

Los Graco estaban conectados a través del matrimonio con los Scipiones, Cornelii, Claudii, y Aemilii.

Los Graco ficticios también aparecen en varias películas épicas, tales como Espartaco (1960) y Gladiador (2000).

Ahora, ¿qué tal si nos tomamos un tiempo para volver a ver estas películas?: Espartaco y Gladiador. Debería darles alimento para pensar y una más profunda comprensión de John Fitzgerald Kennedy y lo que América ha perdido.

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