JFK: Los desechos de la historia

Laura Knight-Jadczyk
SOTT.net

31/10/2006



Comentario: este es el primero de una serie de artículos escritos en el año 2006 en conmemoración del 43 aniversario del asesinato de JFK

John Fitzgerald Kennedy era un hombre que aparentemente utilizó al sistema para ser electo y después, una vez en el cargo, se dejó conocer como realmente era, con respecto a cambiar las cosas y ayudar a las masas, y debido a ello murió. Nos resulta muy oportuno recordar a JFK y a la conspiración en su contra en una época en la que un nuevo presidente americano, que acaba de ser electo, también habla de cambios… Si Obama es realmente sincero, tendrá que ser mucho más inteligente de lo que fue Kennedy – una tarea realmente difícil.

Nos parece interesante que las predicciones de Joe Biden para la presidencia de Obama se refieran explícitamente a JFK.

“Recuerden mis palabras. […] No pasarán más de seis meses antes de que el mundo ponga a prueba a Barack Obama como lo hicieron con John Kennedy… Vean, tendremos una crisis internacional, una crisis fabricada, para poner a prueba el temple de este muchacho”.

Parece que Biden, y quizás incluso Obama, conocen los detalles del plan.

Tenemos curiosidad por ver realmente de que está hecho Obama. Desafortunadamente, los primeros pocos signos no son esperanzadores. Su elección para Jefe de Personal de la Casa Blanca, Rahm Israel Emanuel, indica que ha pagado por su victoria con una aparente sumisión incondicional a la agenda sionista.

Otra mala señal es que a pesar de la elección de Obama, el presidente ruso Medvedev cuestionó nuevamente los sistemas de defensa con misiles de EEUU en Europa. Mientras el mundo celebra, los rusos todavía están jugando el juego de la guerra fría. Uno pensaría que luego de una elección, al menos mantendrían la retórica hasta que vean de que está hecho el nuevo muchacho – pero no lo hicieron. Eso sugiere que no compran la historia del “cambio” de Obama; o piensan que todavía pueden pasar muchas cosas en los 77 días que le quedan a Bush como presidente. Nosotros insinuamos que los rusos están mucho mejor informados que la gente común…


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Durante los últimos días he estado pensando mucho en John Kennedy y sobre cómo hubiera sido nuestro mundo si todavía estuviese vivo. Estos pensamientos no han salido de la nada; es el resultado del hecho de que he terminado de leer uno de los libros más tristes jamás escritos: Adiós América, escrito por el autor pseudónimo, James Hepburn.

Es bien conocido que Adiós América fue escrito por el equivalente francés de nuestra CIA, y basado en inteligencia real recopilada por fuentes francesas, rusas e incluso norteamericanas. Fue originalmente publicado en Francia en 1968, pero en EEUU no estuvo disponible por muchos años. Gracias a la llegada de Internet, se puede conseguir y espero que todo ciudadano americano pueda leerlo.

Con gran destreza y perspicacia, el libro delinea la situación general de América en aquel momento, y describe a los participantes y a los probables conspiradores involucrados en la horrenda y brutal ejecución pública del probablemente mejor presidente que tuvo EEUU. Existen muchas razones para pensar que George H. W. Bush estuvo involucrado en el complot, y hoy en día, habiendo puesto a su idiota hijo en el trono, el mundo está muy lejos de aquel en el que podríamos estar viviendo si Kennedy estuviese con nosotros, es como haber muerto en aquel entonces, y ahora habernos despertado en el Infierno.

No estuvieron satisfechos con solo haber asesinado a Jack Kennedy; también fueron por su hermano. Y cuando John-John creció y comenzó a demostrar las mismas características de su padre: decencia, intelecto, y un sentido de obligación para ayudar a otros, también tuvo que morir. Actualmente, la situación tiene todos los rasgos de un mito inmortal: el
Príncipe bueno y noble siendo arrebatado de su lugar y reemplazado por el hijo psicópata de un ogro.

No se si solo soy yo quien se da cuenta de estas cosas, pero parece que todos los BUENOS héroes están muertos: y advertimos que todos ellos tenían tres cosas en común: habilidad para movilizar a las masas con su presencia, un sentimiento de unidad con toda la gente sin importar la nacionalidad, grupo étnico, o estatus social; y lo más importante de todo, aquello que representa tener que morir: una oposición total a la Guerra. ¿Es tan “conspirativo” hacer notar esto? ¿Preguntarnos porqué la raza humana tiene esa semejante e inexplicable mala suerte de haber perdido a todos sus decentes héroes anti-Guerra?

Bueno, de todas maneras, ahora estamos por las nuestras; o más aún, a merced de los lobos carroñeros y sedientos de sangre que se han llevado todas las esperanzas que teníamos: John Fitzgerald Kennedy, desgarrado en pedazos frente a nuestros ojos.

¿Y qué hizo América?

Nada. Y el día que el pueblo Americano permitió que su presidente muriera en la calle, víctima de los
ejemplos más sucios de la desviada humanidad, y que NO se levantaron en masa para exigir que los asesinos sean llevados a la justicia, ese es el día que América murió.

El próximo 22 de noviembre es el 43 aniversario de la muerte de John F. Kennedy. Estaré pensando en él todos los días y estaré compartiendo con todos ustedes mi viaje en el tiempo hasta ese terrible día, cuando yo estaba en clase y el programa regular fue interrumpido para decirme que mi querido presidente había muerto. Así que comencemos.

Las suaves, complacientes y auto-satisfechas sociedades serán barridas junto con los desechos de la historia - John Fitzgerald Kennedy
Extracto de: Adiós América

Los americanos son los hijos de Calvin. John Calvin predicó que la búsqueda de riqueza y la preservación de la propiedad es un deber Cristiano. Enseñó que las tentaciones de la carne requieren de una disciplina tan estricta como la profesión militar. “Creó un tipo de hombre ideal desconocido para la religión y la sociedad, que no era ni humanista ni ascética, sino un hombre de negocios viviendo con miedo a Dios”. (1)

Dos siglos después, este nuevo tipo de hombre llegó bajo la influencia de John Wesley. (2) “Exhortamos a todos los Cristianos a acumular tanta riqueza como puedan, y a preservarla tanto como puedan; en otras palabras, que se enriquezcan”. Para el Presidente Madison, “El sistema político americano fue fundado en la inequidad natural de los hombres”. Correlativamente, la filosofía moral de EEUU se basa en el éxito.

Hacia fines del siglo 18, el francés Chevalier de Beaujour, escribió a su regreso de Norteamérica,
“Los americanos no dejan pasar oportunidad para obtener ganancias. Ganancia es el tema de todas sus conversaciones, y el motivo de todas sus acciones. Por lo tanto, quizás no exista nación civilizada en el mundo donde haya menos generosidad en los sentimentalismos, menos elevación del alma y mente, menos de esas placenteras y resplandecientes ilusiones que constituyen el encanto o el consuelo de la vida. Aquí, todo se pesa, se calcula y se sacrifica por el interés propio”.
Otro francés, el Barón de Montlezun, agregó,
“En este país, más que en ningún otro, la estima se basa en la riqueza. El talento se pisotea. ¿Cuánto vale este hombre? Preguntan. ¿No mucho? Lo desprecian. ¿Cien mil coronas? Las rodillas se flexionan, el incienso se quema, y el mercader que alguna vez estuvo quebrado es reverenciado como un dios”.
Los ingleses fueron más lejos que los franceses.
“Son convictos que han escapado. Su Majestad es afortunada de haberse deshecho de semejante basura. Su único Dios es el poder”. (3)
En la introducción de una serie de artículos del historiador Andrew Sinclair, el Sunday Times publicó en 1967,
“En los cinco siglos que pasaron desde que Colón descubrió el Nuevo Mundo, la crueldad ha sido parte de la vida americana. Hubo violencia de conquista y de resistencia, violencia por diferencia racial, violencia por la guerra civil, violencia por parte de bandidos y pandilleros, la violencia de la ley de linchamiento, todas en contra de la violencia de la jungla y la ciudad”.
La opinión de estos europeos está sujeta a revisión, pero George Washington, hablando del futuro de la civilización americana, comentó que no lo sorprendería ningún desastre que ocurriera.

Los desastres comenzaron bajo la forma de triunfos. La conquista del Oeste, la aparición de los mercaderes, y las revoluciones industriales fueron las grandes cruzadas de América, y a partir de ellas nacieron sus Titanes y sus dioses. Cada civilización tiene su hombre ideal, un arquetipo que se mantiene como modelo del ciudadano promedio. Para los atenienses era el filósofo y el artista; para los judíos, era el profeta que entregaba las leyes; para los romanos, el administrador-soldado; para China, el aprendizaje del Mandarín; para Inglaterra, el constructor de imperios; para Japón y Alemania, el soldado profesional, para India, el ascético. Para EEUU, ¡era el hombre de negocios!

Mientras que otras naciones hubieran elegido la sabiduría, belleza, santidad, gloria militar, valentía o ascetismo como divinidades populares, los EEUU eligieron la civilización de las ganancias. Sus verdaderos dioses y los únicos Titanes de América fueron Jay Gould, Daniel Drew, Jay Cooke, Andrew Carnegie, Charles T. Yerkes, Solomon Guggenheim e Irenee Du Pont.

Algunos de estos hombres, como J. Pierpont Morgan, se transformaron en gays de opulenta existencia. Pero la mayoría, como Henry Ford, eran sobrios y fastidiosos puritanos. Todos ellos, inclusive los más devotos, los más afectuosos, los más sinceros, tenían una cosa en común: cuando se trataba de negocios, eran duros. Las iglesias aprobaban esta actitud. En su libro, Héroes del Progreso, el Reverendo McClinkck escribió:
“Que disfrute de los frutos de su trabajo y promueva el reino de Cristo en esta Tierra, no solo a través del uso cristiano de la vasta fortuna con la que Dios le ha favorecido, sino a través del ejemplo viviente de su activa y pacífica piedad”.
Se refería a Daniel Drew, que engañó a sus socios, sobornó a los gobiernos municipales, y sacó ventaja de la credulidad de la gente.

Los primeros gigantes americanos, Rockefeller, Vanderbilt, McKay, McCoy, fueran petroleros, dueños de barcos, cateadores o ganaderos, hicieron o consolidaron sus fortunas contrabandeando armas y suministros durante la Guerra Civil. Los Titanes de hoy en día son por lo general licenciados. Algunos son afables y bien educados.

Constituyen una oligarquía de burócratas que, mientras que han perdido las fortunas personales de los viejos Titanes, han preservado su poder y conservado sus prácticas. Para ellos, y es verdad, el beneficio es “la remuneración de una decisión tomada en condiciones de incerteza”. (4). Pero esta ecuación se ha convertido en la base de una filosofía moral que no tiene en cuenta ni a la nación ni al individuo.

“Los hombres que se pasan cada día de la semana haciendo dinero, y cada domingo en el Templo, no están hechos para inspirar la musa de la Comedia”, escribió Alexandre de Tocqueville, y estaba en lo cierto. Los estándares de la sociedad americana se han elevado hasta ser intocables. El dólar sigue siendo el criterio de la riqueza y del éxito. El dinero es la única y verdadera medida de los seres humanos y de las cosas, y la sociedad americana no es otra cosa que una gráfica de niveles económicos. (5). “Lo que la gente más honra se convierte en objeto de su culto”, escribió Platón. Esta es una noción democrática que parece ofrecer una oportunidad para todos, pero su rigidez deja lugar para toda clase de excesos.

En otros tiempos y en otros continentes, estos Titanes hubieran sido, sino despreciados, por lo menos considerados por su valor relativo. Pero los Titanes se han convertido en el orgullo de cada ciudadano americano. En ninguna otra sociedad es tan fuerte el culto del hombre exitoso, y es poco inteligente no tenerlo en cuenta. “América ha sido construida gracias al esfuerzo individual y al reconocimiento de la responsabilidad individual…El gobierno puede ayudar a sus ciudadanos, pero no puede proveer talento a aquellos que no lo poseen, u otorgar ambición o habilidad creativa a aquellos que no nacen con estas cualidades”. (6)

Esta moralidad demanda la tolerancia o la complicidad de aquellos que poseen poder político: El Congreso y el Presidente.

Theodore y Franklin Roosevelt fueron accidentes, desviados de la mitología americana. Un americano que ingresa a la política con generosidad es tomado como sospechoso. Su actitud solo puede ocultar una lujuria por poder o una absurda y peligrosa devoción por el “bienestar público”. La política y el bienestar público tienen poco en común, y las actividades de un político no se consideran normales o comprensibles a menos que persigan un beneficio egoísta y material. El Presidente Jackson fue condenado en 1831 por la Gazeta de Vincenne en estos términos: “La ambición es su crimen, y será su ruina”.

Harold Laski ha escrito que “un Presidente fuerte es una amenaza moral” para todos aquellos que han luchado por construir una sociedad Americana cuya prosperidad se basa en la iniciativa, energía y eficiencia, pero también en lo que los europeos llaman corrupción, un brazo adicional hecho disponible para aquellos cuya única motivación son las ganancias. América, escribió George Washington, es un país donde los cargos políticos no guardan proporción con aquellos que los buscan.

América aceptó a Franklin D. Roosevelt solo porque no tenía otra alternativa. Se encontró a si misma nuevamente en Harry Truman, un sólido ciudadano sin ambiciones perversas que declaró que “la combinación de pensamiento y acción de la gente siempre se dirige en la dirección correcta”. (7). Eisenhower fue el Presidente ideal. Un comandante victorioso, hipnotizó a la multitud. Inconsecuentemente, no tenía una filosofía política peligrosa. Burgués sin importancia, no se atrevió a oponerse a los Titanes.

Y de repente apareció Kennedy, el primer Presidente nacido en este siglo, millonario, liberal e intelectual. El candidato democrático no intentó ocultar sus objetivos.
“En la década que seguiría, en los desafiantes y revolucionarios sesentas, la Presidencia Americana exigiría algo más que solo manifestantes que hicieran sonar la campana desde la retaguardia de la batalla. Exigiría que el Presidente se sitúe al frente de la batalla, que se preocupara fervorosamente por el destino del pueblo que encabeza, que esté dispuesto a servir a riesgo de producir disgustos”.

“Hoy estamos frente a una Nueva Frontera, la frontera de los 60’s, una frontera de oportunidades y peligros desconocidos, una frontera de esperanzas y amenazas frustradas”. (8)

“La Nueva Libertad de Woodrow Wilson prometió a nuestra nación un nuevo marco político y económico. El Nuevo Trato de Franklin Roosevelt prometió seguridad y auxilio a aquellos necesitados. Pero la Nueva Frontera de la que estoy hablando no es un paquete de promesas, es un paquete de desafíos. No es una suma de lo que intento ofrecer al pueblo americano, es lo que intento pedir a ellos. Se trata de su valor, no de su billetera, contiene la promesa de un mayor sacrificio en lugar de más seguridad…” (9)

“Las Escrituras cuentan de un tiempo en el que había gigantes sobre la tierra, y eso es lo que nuestro país necesita hoy. Este no es el momento de incompetencias. No es el momento de mezquinas quejas y medias tintas. Este es el momento para los hombres de acción, no de los hombres de palabras, es el momento de los hombres con grandes corazones, no de pequeños corazones…” (10)

“No tenemos tiempo para la complacencia, la timidez, o la duda. Este es un tiempo para el coraje y la acción”. (11)

“La era dorada ha terminado. Las viejas costumbres han pasado”. (12)
Todo era tan hermoso, tan irreal, que nadie lo creyó. Incluso admiraron su inescrutabilidad, su ingenio para utilizar una metáfora prestada del folklore americano, del mito del oeste, para enmascarar una demagogia que era de lo más inofensiva porque parecía creíble. Otros, más astutos, aumentaron su preocupación cuando, en Virginia del Oeste, bajo los techos de una América olvidada, el Senador de Massachusetts, habló a los abandonados mineros, a los desempleados, a las familias que proliferaban en las colinas. América comenzó a preguntarse a si misma si Kennedy hablaba en serio cuando se volvió hacia los más pequeños y olvidados.

El socialismo de Kennedy apuntaba a enriquecer a los pobres más que empobrecer a los ricos, pero de todas maneras era peligroso. Para cien millones de americanos, el peligro más grave, después de la bancarrota, era que aquellos justo por debajo se acerquen a su nivel. Los nuevos ricos solo serán ricos mientras nadie más se haga más rico. Los que no tienen nada viven con constante temor a los vagabundos, y el odio y temor de los pequeños puertorriqueños hacia Nueva York no es más que el odio y temor de la mitad de Nueva York por los pequeños puertorriqueños.

Millones de americanos han avanzado desde el proletariado hacia la clase media con insuficientes medios intelectuales. Ellos, o sus hijos, quieren seguir subiendo la escalera social. Esta nueva burguesía americana, que ha crecido con su esfuerzo, hoy trabaja menos y vive mejor, y paga menos impuestos. Declara descender de los Padres Peregrinos, pero sus orígenes se remontan a la máquina de lavar. La Gran Sociedad es esencialmente sectaria y violenta. Sus lemas son “cada hombre para si mismo”, “no es mi problema” y “pobres los derrotados”.

Los americanos de hoy en día están a merced de sus ansiedades. EEUU han crecido con tanta riqueza que ha perdido contacto con el resto del mundo. América no está aquí ni allí, sea en cuestión de poder o debilidad. Ya no sabe lo que sucede en esta tierra. Su universo existe en tercera persona.

Continúa ampliándose la diferencia entre el radicalismo americano de los treintas y el radicalismo actual, cuya base ética es la posesión. Es verdad, esta base puede rastrearse bien lejos en el pasado americano, y encuentra su canción en las baladas del Lejano Oeste, donde los hombres mataban por un caballo o una botella de cerveza. Pero la tradición Jeffersoniana estableció, o restauró, los valores humanos por sobre los verdaderos valores de estado.

Los americanos de Hemingway percibieron la Guerra Civil Española como una lucha por la conservación de lo espiritual en oposición a los valores materiales: el poder de la Iglesia, el dominio de la armada, y la riqueza de los grandes terratenientes. Sentían simpatía con la otra España, aunque todas las apariencias indicaban que era Roja. Pero hoy en día, siendo que la mayoría de los americanos son terratenientes, ¿qué otros insurgentes dispersos por la tierra todavía sienten simpatía, o al menos comprensión, de un número suficiente de americanos, de los hombres que rastrean sus orígenes hacia los revolucionarios de los Trece Estados de la Unión? Y no permitamos que nadie se confunda sobre la lucha por los derechos civiles. Los Negros también quieren convertirse en terratenientes.

América ya no es una nación joven. Está Nueva York, por supuesto, superlativamente demandante, oferente, absurda y sórdida, la cruda atmósfera de la juventud y la locura de una ciudad en busca de su identidad. Su cultura está concentrada en el judío y en el negro. Es una ciudad joven, pero no es una ciudad americana. Rechaza el provincialismo, el racismo, el folklore, la religión y el superpatriotismo de una pequeña ciudad común, cuyas preocupaciones son diametralmente opuestas a las políticas de cualquier gobierno progresista e imaginativo.

La imaginación misma se ha vuelto “no-americana”. Es aceptada, pero con temor y desconfianza, cuando embellece una experiencia concreta, la historia sobre como se hizo una fortuna o como se ganó una victoria. Pero donde existe únicamente para si misma, cuando se convierte en una cultura o dialéctica, ya no se tolera. “Los americanos son insensibles a las ideas filosóficas. Necesitan algo tangible, algo concreto, algo que haya sido actuado sobre el escenario. Actuado, es decir, visto y sentido. Lo que se diga no es importante. No nos impresionan las explicaciones, y el discurso verbal nos es indiferente. Lo que queremos es acción”. (13)

Fue para los hombres sin imaginación que Kennedy dijo estas palabras:
“Ahora las trompetas nos citan nuevamente, no como una llamada para tomar las armas, aunque las necesitaremos, no como una llamada para batallar, aunque lo haremos, sino como una llamada a soportar la carga de una extensa lucha…”
El mensaje pasó, pero había algo sospechoso con respecto al estilo. La cultura es una gran amenaza para la moderna sociedad americana. Una sociedad que teme a sus desertores más que a sus enemigos, y en su inteligencia mental por lo general se iguala con el izquierdismo. Kennedy dijo, “Nuestra nación no puede permitirse ser económicamente rica e intelectualmente pobre”. Y Steinbeck agregó, “Que alegría que la alfabetización ya no es evidencia de traición de primera vista”.

Pero una porción de la sociedad Americana comprendió instintivamente que Kennedy estaba declarando la guerra por su cuenta. “La alta sociedad”, al igual que las clases medias, solo sintió sospecha o desagrado por sus profesores universitarios. La elevada corteza americana hace todo lo posible para preservarse en un estado superior de ignorancia. Para estas personas, los hombres brillantes como Theodore C. Sorensen o Adlai E. Stevenson, la clase de hombres que son demasiado pobres para dejar grandes propinas y demasiado orgullosos para aceptarlas, son intrusos en una sociedad que no reconoce el puro intelecto, o solo lo acepta cuando ocurre en uno de sus hijos.

Estos adinerados, estos beneficiados, estos cobardes, y esta gente simple tenía una cosa en común: temían todo lo que Kennedy representaba. Su falla principal era no ser como ellos. No compartía sus deseos ni su complacencia, ni sus debilidades ni su intolerancia. Estos ciudadanos del Siglo Veinte no tenían concepción de las responsabilidades de un Presidente cuyo rol, en realidad, es la de virrey del universo.

EEUU nunca han enfrentado lo irreparable. Nunca ha experimentado una catástrofe. No conoció la dominación romana, ni las invasiones bárbaras, ni las guerras feudales, ni masivos derramamientos de sangre. En consecuencia, le resulta difícil aceptar a un líder dominante. Por el contrario, quiere un Presidente que esté sujeto a la voluntad de sus componentes, e incluso de sus adversarios.

Las oportunidades de convertirse en Presidente de los EEUU son extremadamente escasas, incluso para un hombre de vida pública, y se requiere gran oportunismo para que se abra el camino a un político mediocre pero astuto que sepa como complacer. Con Eisenhower, EEUU estaba contento con que se pasara ocho años sentado en un sillón. La emancipación intelectual y la agitación de la nueva generación tuvieron éxito en derrotar, a comienzos de los sesentas y por un estrecho margen, a los que abogaban por un sosegado administrador de una complaciente nación devota al bienestar de la mayoría, en otras palabras, corrupta. Fue la fortaleza de la organización electoral que llevo a Kennedy a la victoria, con la ayuda, quizás, de un favor temporal de una minoría que de repente estaba cansada de la mediocridad o, como con una mujer, fue momentáneamente seducida.

Pero, una vez Presidente, Kennedy se dispuso inmediatamente a dar a la nación un sentido de responsabilidad y de pathos. Esto fue lo más perturbador, por lo abstracto que resultaba, y por lo poco familiar. ¿Cuántos de los 185 millones de americanos en 1960 percibieron que este hombre traicionaría su patrimonio, el Estilo de Vida Americano, el orden establecido?

Comúnmente primitivo, terco, y capaz de repentina violencia, el carácter americano contiene peligrosos elementos contra los cuales hombres como Jefferson, Lincoln, y Theodore y Franklin D. Roosevelt tuvieron que luchar. Si, como señaló Machiavello, los hombres olvidan más fácil la pérdida de su padre que la de su patrimonio, entonces, “no hay nada más difícil y más peligroso, que intentar modificar el orden de las cosas”.

NOTAS

1. Herbert J. Muller.
2. Fundador de los Metodistas.
3. Oliver Sharpin, Los Rebeldes Americanos, 1804.
4. Profesor B. S. Keirstead.
5. "Un ciudadano Americano ahora vale $200,000" (Dallas Morning News).
6. David Lawrence, Noticias de EEUU e Informe Mundial, 18 de enero, 1965.
7. Harry Truman, Señor Presidente.
8. en Washington, 14 de enero, 1960.
9. At Los Ángeles, 15 de julio, 1960.
10. At Anchorage, 3 de septiembre, 1960.
11. At Detroit, 5 de septiembre, 1960.
12. At Seattle, 6 de septiembre, 1960.
13. Arthur Miller.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece algo casi increible que nadie haya dejado un comentario acerca de este brillante articulo que no hace mas que confirmar lo que siempre pense de JHON F. KENNEDY el hombre que pudo cambiar la historia de la humanidad,te felicito no solo por lo bien redactado sino que su contenido es riquisimo,quizas ayude a despertar a mucho idiota suelto para que entiendan de una vez por todas de que va la cosa y quienes son los verdaderos enemigos de la gente ,no crean por favor los cuentos de AL QAEDA o que cualquier musulman es un potencial terrorista eso es demasiado basico y llena solo cabezas huecas si hasta Hollywood esta metido en eso y si no vean:decada del 40 al 50 enemigos los Aemanes. decada del 60 guerra fria los malos son los Rusos,decada del 70 maten a todo Vietnamita qu vean ,en los 80 volvieron con todo contra el comunimo Ruso y su invasion de Afganistan y desde los 90 en adelante cualquier pais musulman es el eje del mal,por favor señores despierten y reivindiquen al Rey justo asesinado por los poderes ocultos que dominan ya no solo la sociedad Americana sino a todo el planeta instaurando el nuevo orden mundial.22 de NOVIEMBRE DE 1963 LA FECHA MAS TRISTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD.