La despiadada Palin

Alternet / Rollingstone
por Matt Taibbi
27/09/08
Traducido por SDLT


Lo que más asusta de la compañera de fórmula de McCain no es su incompetencia, sino lo que su candidatura dice sobre el estado de Estados Unidos de América.



Estoy parado afuera del Centro de Energía Xcel en St. Paul, Minnesota. Sarah Palin recién ha finalizado su discurso ante la Convención Nacional Republicana, aceptando su nominación partidaria para la vicepresidencia. Si a comienzos de año no hubiese abandonado el hábito de mis dos paquetes diarios, ahora estaría fumando uno detrás de otro. Así que lo único que queda es permanecer mudo frente a las vallas de perrera barata que se utilizan para controlar a la clase de multitud que se ven en todas estas estúpidas convenciones, y roer un juguete de cuero entre extraños sentimientos de shock y furia anárquica.


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A mi alrededor, un millón de policías en sus absurdos uniformes de combate espacial post 11-S montan guardia mientras que idiotas con cabezas de títeres de papel maché se aglomeran para un último momento ante las cámaras de televisión antes de que la cobertura termine. Delegados de papadas colgadas provenientes de lugares como Arkansas y Georgia se agolpan alegremente frente a las puertas en busca de barras donde puedan beberse unos Zombies y Scorpion Bowls y otros tragos “alocados”, y extra-matrimonialmente manosear a sus compañeras con cuellos de pavos en algún compartimiento de baño como parte del “increíble momento” que inevitablemente relatarán a sus amigos cuando vuelvan a casa. Sólo los americanos del siglo 21 pueden pasar seis veces por un detector de metales en menos de una hora y todavía creer que están en una fiesta.

Para mí, el momento definitivo llegó poco después de que Palin y familia bajaran del escenario ante un ruidoso aplauso, visiblemente felices, como si estuvieran arrojando una biblioteca completa a las cloacas. En el tumulto para salir del estadio, una mujer de mediana edad con sombrero vaquero y camisa roja, blanca y azul, y una evidente cirugía de ojos, le decía entusiasmadamente a un colega, que también llevaba una insignia que lo identificaba como miembro de la delegación de Colorado:

“¡Me recuerda totalmente a mi prima!”, chilló la delegada. “¡Es una verdadera mujer! ¡Genuina!”

Me quedé mirándola boquiabierto. En ese momento, el cinismo de todo el penoso asunto quedó al descubierto. Esto es lo que pasa con los norteamericanos. Puedes enviar a sus hijos, de a miles, a que les vuelen los testículos en tierras extranjeras sin ninguna razón en lo absoluto, puedes encajarles millones en deudas año tras año mientras pasan sus inviernos alegremente mirando programas de juegos y fútbol, puedes sacarles la alfombra debajo de sus hipotecas, y dejarlos viviendo sólo de sus tarjetas de crédito y sus sueldos de Wal-Mart mientras mueves sus trabajos a China o a Bangalore.

Y nada de eso importa, siempre y cuando recuerdes ofrecerles, unos meses antes del día de las elecciones, una caricatura de dos bits salida de un capítulo de Roseanne, como parte de tu candidatura presidencial. Y si resulta lo suficientemente parecida al arquetipo del americano gritón de la región central, como lo es Sarah Palin, el público común dejará caer su bolsa gigante de Doritos en gratitud, se limpiarán el polvo picante que les quedó en sus bocas, y correrán a votar por ella. No porque tenga sentido, ni porque sea una oportunidad de mejorar sus vidas o lo que sea, sino simplemente porque resulta atractivo al galopante narcisismo que sustituye sus personalidades, porque la imagen en la televisión les recuerda al miserable y descerebrado vago que cada mañana mira en el espejo.

Sarah Palin es un símbolo de todo lo que está mal en el EEUU moderno. Como representante de nuestro sistema político, es un nuevo paso atrás en la villanía reptiliana, el último trabajo maestro de cínicos titiriteros como Karl Rove. Pero más aún, es un horroroso símbolo de lo poco que pedimos a cambio de la total sumisión ante el poder político.

No sólo es Sarah Palin un fraude, es el fraude de peor gusto imaginable, 20 pisos por debajo del más bajo denominador común, un personaje demasiado estúpido incluso para la televisión de media tarde –y este país va a caer ante ella, aplaudiéndola a cada paso del camino. Todo debido a que la mayoría de los norteamericanos ya no tienen energía para hacer nada excepto recostarse y permitir ser masturbados por los ladrones calculadores que manejan este paraíso de consumidores al que llamamos nación.

El discurso de Palin fue una obra maestra de política, una de las más ingeniosas piezas de teatro electoral que este país ha visto. Nunca antes una sola imagen televisada ha devuelto tan velozmente la fortuna a un partido político.

Antes de que la gobernadora de Alaska subiera al podio esa noche, yo estaba convencido que John McCain había cometido uno de los peores errores de campaña de todos los tiempos, que había actuado impulsivamente y con total desesperación al elegir a una bizca neófita política que dos años antes había sido expulsada de la dirección de una ciudad más pequeña que la sección no techada del estadio Fenway. Incluso se me cruzó por la mente que existía un extraño indicio autodestructivo en la decisión de McCain por derrumbar la base derechista de su partido, y que quizás estaba respondiendo a las órdenes de elementos mayores del partido, piratas ideológicamente promiscuos como Joe Lieberman –a quien supuestamente admira– al elegir a la más obvia e incompetente bufona bíblica. Algo así como: ¿Quieres que estimule a la base de apoyo del partido? Muy bien, estimularé a la base. Elegiré a esta fanática de los rifles, a esta asesina serial de alces preñados que cree que Dios cabildea a favor de tuberías de petróleo. ¿Ya estás contento?

Pero al observar el discurso de Palin, no tuve dudas que estaba atestiguando una actuación icónica e histórica. La candidata se acercó tranquilamente al atril con la seguridad de un sonámbulo e inmediatamente se lanzó hacia una sinfonía de bufadas y declaraciones despectivas, tomándose tiempos entre las invectivas superiores para presentarse como una muchacha humilde, con un esposo guapo, y una camada de niños saludables que resultaron ser los objetivos inocentes de una conspiración mediática comunista y probablemente homosexual. Fue una ejecución maestra. Pareció carecer completamente de vergüenza y estar totalmente llena de mierda, impresionando a un recinto lleno de periodistas experimentados con su dulce y empalagosa frase sobre su esposo de colegio secundario que, “después de cinco hijos sigue siendo mi hombre”. Era como mirar a Gidget (N de T: serie televisiva norteamericana de fines de los años 1950’s) dirigiéndose al Reichstag.

En unos pocos minutos, Palin había entregado a la audiencia de televisión un personaje infinitamente reconocible para prácticamente todo norteamericano: la muchacha de pueblo pequeño con la suficiente buena apariencia, con una mentalidad desafiantemente carente de curiosidad, que cree que las minutas de la Asociación de Padres de Familia y Profesores son Palabra de Dios, y que la injusticia es una mujer vecina que posee un conjunto de cortinas o cubertería un poco más bonito que el tuyo. O la gubernatura, para el caso.

Derechistas de la talla de Bush-Rove han tenido problemas buscando una cara humana para ponerle a sus políticas fallidas, inhumanas y malévolas como el diablo. Pero resultó fácil reconocer el genio de casar esa codicia institucionalizada tambaleante con la imagen de súper-mamá suburbana norteamericana. Es la envoltura perfecta, ya que no hay casi nada más malévolo en el mundo que esta raza de tirano provincial. Palin misma grabó a fuego esta simbiosis política en las páginas de la historia con su broma seminal sobre la “diferencia entre una mamá que va al hockey y un pitbull: lápiz labial”, borrando de una vez y para siempre todas las líneas entre la crueldad en la gran escala política, según la entienden los Roves y los Bushes del mundo, y la crueldad de la variedad de pueblo-pequeño, según la entienden prácticamente todos los que alguna vez se han sentado en su casa-rancho soñando con una pantalla de televisión de plasma o un conjunto extra de faros antiniebla para su camioneta, mientras que una familia de gueto a pocas millas comparte una cáscara de queso de gobierno.

En su discurso, Palin se presentó a sí misma como una rabiosa y ambiciosa fábrica de bebés de clase media, junto a quien los yuppies del grupo de Obama –que jamás querrían algo con tanta pasión a excepción, quizás, de unas pocas tardes con la esposa de alguien más, o unas pocas palabras agradables en la Reseña Literaria del New York Times- parecen célibes débiles y dudosos, el tipo de persona a quien no se puede confiar con creer en el Dios correcto o con defender una nación. Estamos acostumbrados a ver semejante caricaturización cultural en nuestros políticos. Pero Sarah Palin es algo nuevo. Ella es toda una caricatura. Como candidata de un partido cuyas posturas en cuestiones individuales pierden en todas las encuestas, su atractivo ni siquiera está diseñado para vender una idea política. Solo está diseñado para venderla a ella misma. Incluso la cuestión fue admitida en vivo por parte de la antigua escritora de discursos de Reagan, Peggy Norman, quien fue sorprendida inadvertidamente diciendo en la MSNBC que Palin no era la candidata más calificada, y que el partido “se buscó, discúlpenme, esta mierda política acerca de las narrativas”.

La gran idea de elegir a Palin como vicepresidenta es que un gran número de votantes norteamericanos ya ni siquiera exigen que sus candidatos tengan de hecho posiciones políticas; simplemente los consumen como entretenimiento mediático; a favor o en contra de ellos según sus prejuicios reflexivos demográficos, como si fueran participantes de un “show de realidad” o personajes de comedias televisivas. Los pueblerinos apoyan a los pueblerinos, las mamás a las mamás, los cristianos conversos a los cristianos conversos. Sí hubo política en el discurso de Palin, pero fueron todas mentiras tontas o mero palabrerío incidental para apoyar la actuación teatral. Un ejemplo clásico de lo que estaba ocurriendo allí llegó cuando Palin presentó orgullosamente a su bebé con síndrome de Down, Trig. Luego miró a cámara, y sombríamente prometió a los padres con niños especiales que tendrán “una amiga y luchadora en la Casa Blanca”. Esto fue cerca de media hora antes de que levantara sus manos triunfalmente junto a McCain, un hombre que votó en contra de la financiación de la educación especial.

La acusación de Palin de que el “gobierno es demasiado grande” y que Obama “quiere agrandarlo” fue similarmente ridícula. No sólo su partido preside sobre la mayor expansión de gobierno desde épocas de Lyndon Baines Johnson, sino que Palin misma ha sido una típica Republicana de la era de Bush, pidiendo prestado y gastando más allá de sus medios. Su gran legado como alcaldesa de Wasilla fue la construcción de una cancha de hockey que costó $14.7 millones en una ciudad cuyo presupuesto anual es de $20 millones; Palin dio la luz verde para emitir bonos para el proyecto antes que el terreno estuviera asegurado, llevando a un prolongado desastre legal que obligó a los contribuyentes a pagar más de seis veces más del precio de mercado original por la propiedad que la ciudad terminó incautando a un ciudadano privado utilizando la apropiación. Mejor aún, Palin terminó pagando el problema con un aumento del 25 por ciento en los impuestos a las ventas de la ciudad. Pero en su discurso, por supuesto, se presentó como enemiga de los aumentos de impuestos, lamentando con actitud de rectitud que “los impuestos son demasiado altos”, y que Obama “quiere aumentarlos”.

Palin no se ha preocupado demasiado por los impuestos federales como gobernadora de un estado que está en el primer puesto de gastos federales por habitante ($13,950) por más que se ubique en el puesto 18 en impuestos federales pagados por habitante ($5,434). Eso significa que todos los que pagamos impuestos, y que no pertenecemos a Alaska, pagamos $8,500 al año por cada residente del paraíso autosuficiente de Palin. No es que esta enemiga confesa de los impuestos no recaude: Alaska actualmente recauda la mayor cantidad de impuestos por habitante que cualquier otro estado de la nación.

El resto del discurso de Palin fue la misma basura de enviar mensajes en clave que los Republicanos han estado utilizando durante décadas. El chiste de Palin sobre el rol de alcaldesa como “organizadora de la comunidad, excepto que tienes responsabilidades reales” es producto de la aparente creencia de los republicanos de que pueden ganar elecciones hasta el fin de los tiempos compitiendo contra los liberales de izquierda. (Probablemente estén en lo cierto). La queja incesante sobre los medios fue igualmente estándar; carnada para aquellos millones de americanos patrióticos abanderados cuyo primer instinto cuando las cosas se ponen difíciles es gimotear y culpar a otras personas, quienes sean, por sus fallas (periodistas, franceses, o esos ingratos negros tragándose el dinero de los impuestos en sus abundantes comidas de prisión).

Agregue a esto las habituales mentiras sobre los Demócratas que quieren “capitular” ante nuestros enemigos en el exterior y abrazar terroristas, y de esta manera obtenemos un común y corriente, y casi aburrido, discurso Republicano desde el punto de vista de su sustancia. Lo que lo hizo excepcional fue su completa hipocresía, su total desdén por la realidad, su absoluta falta de relación con los hechos de nuestra actual situación política. Luego de ocho años de corrupción sin precedentes, incompetencia, derroches y codicia, el partido de Karl Rove comprendió que 50 millones de americanos no exigirán soluciones a ninguno de estos problemas mientras les den algo nuevo con que entretenerse.

Sarah Palin es ese nuevo, nuevo juguete, y al final no importa que tenga una hija adolescente no casada y embarazada. Por supuesto, si la hija de un candidato negro como Barack Obama se mostrase en su convención con un embarazo de cinco meses y tomada de la mano de algún Curtis Jackson juvenil portando una visera de lado, los defensores de la Moral Tradicional se levantarían en armas. Pero la cuestión de estar en el negocio de crear la realidad es que no tienes que preocuparte demasiado por vetar; no existen hechos en la biografía de tu candidato que no puedan ser ignorados o pasados por alto.

Una de las cosas más divertidas sobre la nominación de Palin ha sido la reacción de los horrorizados progresistas. Internet ha estado zumbando ruidosamente acerca de la historia de la gobernadora, debido a que supuestos defensores de la cordura y la razón peinan los registros en busca de los Hechos Condenatorios.

Mi propio teléfono comenzó a sonar furiosamente con llamados de ex-residentes de Alaska y amigos de habitantes de Alaska determinados a ayudar a hacer conocer la “verdad” sobre Sarah Palin en los grandes medios. Prácticamente cualquiera con conexión a Internet sabe a esta altura que Palin estuvo originalmente a favor del “Puente a ningún lado” (N. del T.: el escándalo "Bridge to Nowhere" de Alaska) antes que se opusiera al mismo (de hecho, ella adoptó el plan en su campaña gubernamental del 2006), que incluso luego de que el proyecto fuera rechazado ella se quedó con el dinero, que no vendió el jet de lujo de la gubernatura de Alaska en eBay, sino que en lugar de ello, lo vendió a $600,000 por debajo de su valor a un contribuyente de su campaña (que ahora está pidiendo $50,000 de dinero de contribuyentes para pagar los costos de mantenimiento).

Luego tenemos las impactantes historias sobre el cruel estilo de administrar de Palin, muchas de los cuales parecen tener un punto en común: sumado a su participación en una complicada investigación ética sobre la expulsión del jefe de las tropas estatales de Alaska (destituido luego de rechazar despedir al ex-esposo de su hermana), se supo que Palin también despidió a un importante ayudante de campaña por tener un amorío con la esposa de un amigo. Más siniestro aún, como alcaldesa de Wasilla, Palin intentó despedir a la bibliotecaria de la ciudad, Mary Ellen Emmons, luego de que Emmons resistiera la presión de censurar libros que Palin consideraba objetables.

Luego tenemos la cuestión sobre Dios: Palin pertenece a una iglesia cuyo pastor, Ed Kalnins, cree que todas las críticas contra George Bush “vienen del infierno”, y dudó en voz alta que la gente que votó por John Kerry pudiera salvarse. Kalnins, quien parece ser ka respuesta al Jeremiha Wright de Obama, asegura que Alaska será un “estado de refugio” para los Cristianos en los últimos días, de los cuales en ocasiones habla en presente. Palin misma ha sido filmada vociferando las inevitables imbecilidades de los cristianos conversos, tales como la idea de que un reciente trato de un oleoducto fue “voluntad de Dios”. También describió la guerra de Irak como una “tarea que desciende de Dios”, y que es parte de un “plan” divino. Apoya la enseñanza del creacionismo y de “la abstinencia solamente” en escuelas públicas, se opone al aborto, incluso para las víctimas de violaciones, niega la ciencia detrás del calentamiento global y asiste a una iglesia que busca convertir judíos y curar homosexuales.

Todo lo mencionado ofrece una idea sobre qué esperar de una elección que motive a las bases como Palin: es una imbécil engreída con creencias religiosas primitivas que tuvo que ser informada sobre el hecho que la Constitución no permite precisamente que los ejecutivos del gobierno puedan despedir bibliotecarias. A juzgar por la importancia de las progresivas críticas que acompañan a estas revelaciones, tú pensarías que tendrían un impacto negativo en la política moderna norteamericana. Pero a los norteamericanos les gustan los políticos que odian los libros y que ven la cara de Jesús en cada tronco de árbol. Les gustan estúpidos y mezquinos e ignorantes de las normas.

Ese es el porqué Palin sólo parece ganar más popularidad mientras más y más de estas revelaciones salen a la luz. Los mismo vale para el más criticable aspecto de su biografía, su total falta de experiencia en el gran escenario. Como gobernadora de Alaska, Palin preside un estado cuya población entera no llega al tamaño de la de Memphis. Esta clase de cosas podrían tener importancia en un país que verdaderamente se preocupa por si su líder está preparado para hacer su trabajo, pero no es el caso de EEUU.

En EEUU, toma cerca de dos semanas de apariciones en primer plano para que el país entero piense que han estado durante años. En cierto modo, esa es la razón por la cual Obama está pasando a otro plano. Ha estado en la televisión todos los días durante dos años, y según los estándares de nuestra efímera cultura, es una vida entera de experiencia. Vale la pena señalar que las mismas críticas a Palin también se aplican a los otros dos candidatos en esta carrera, John McCain y Barack Obama.

Como políticos, ambos son más narrativa que sustancia, con McCain alcanzando la prominencia subido a los hombros de su biografía como sufrido héroe de guerra, y Obama mayormente jugando el papel de liberal amante del futuro que no se observaba en la escena nacional desde la muerte de Bobby Kennedy. Si su estómago resiste ver cómo las gafas “Kawasaki 704” que usa Palin vuelan de las estanterías de la Norteamérica de clase media, debes aceptar que la Norteamérica de clase media probablemente se sienta de la misma manera cuando escucha que Donatella Versace dedicó a Obama su colección durante la Semana de la Moda de Milán. O cuando observa de qué manera son arrojadas bombachas con la inscripción “Te amo, Obama”, a los escenarios de las convenciones Demócratas.

Así que, sin duda, Barack Obama podría ser precisamente la misma astuta pieza de imagen lograda que Sarah Palin. La diferencia está en lo que la imagen representa. La imagen de Obama representa tolerancia, inteligencia, educación, paciencia con la noción de compromiso y negociación, y una buena voluntad a mirar fijamente a la cara de los hechos desagradables, todas cualidades que realmente necesitaremos en el gobierno si queremos salir de este desastre.

He aquí lo que Sarah Palin representa: ser una cerda gorda que pincha botones con la inscripción “El país primero” en las tetillas de su esposo y grita “¡U-S-A! ¡U-S-A!” hasta donde le permiten sus pulmones mientras sus hijos viven a costa de las tarjetas de crédito y los sauditas compran todas las hipotecas en Kansas.

Lo verdaderamente desagradable acerca de Sarah Palin no es que sea totalmente incompetente, o una fanática religiosa, o que esté casada con un secesionista, o que no sea capaz de educar a su propia hija sobre sexo, o que sea una falsa conservadora que aumentó impuestos y asfixió a millones cada vez que pudo. No, lo más desagradable de ella es lo que dice sobre nosotros: que pueden patearnos el trasero durante ocho años, y que no sólo les agradeceremos por la molestia, sino que los renovaremos por ocho años más, sólo si promete acariciarnos en el sitio correcto durante unas horas cerca del momento de las elecciones.

La democracia no requiere tanto trabajo de sus ciudadanos, pero sí requiere un poco: requiere echar un buen vistazo allí fuera de vez en cuando, considerar las malas noticias y su posible significado, y tomar decisiones conscientes en los momentos adecuados, y tener en cuenta sobriamente cuales son los verdaderos intereses.

Esto es algo muy distinto a salir de compras, lo cual permite pasivamente que las comedias televisivas derritan su cerebro todo el día, y que luego salte directamente dentro de la pantalla de la televisión durante los cortes comerciales para comprar un Sándwich de Pollo de Estilo Sureño sólo porque el idiota que canta “¡me encanta!” se parece a usted. La alegría de ser consumidor es que no requiere de pensamiento, responsabilidad, auto-consciencia o vergüenza: Todo lo que debe hacer es obedecer el primer impulso que surja de su estómago. Y luego obedecer al próximo. Y al próximo. Y al próximo.

Y cuando llegue el momento de votar, todo lo que tiene que hacer es ponerse el prendedor de “El País Primero” de la misma manera que lo tiene esa señora en la televisión que le recuerda a su prima. U-S-A, nene. ¡U-S-A! ¡U-S-A!

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