El colapso de la ortodoxia neoliberal

Madeleine Bunting
The Guardian/Clarín
07/10/08

No hay más que una alternativa, decía el mantra neoliberal. Ahora que esta mitología corrupta se hizo trizas, la crisis de convicción es profunda. Todos coinciden en que las cosas podrían ponerse negras, pero ¿eso qué significa? Negras, o sea un poco de desempleo desagradable, ¿o negras es un colapso económico total con colas en comedores populares y millones de personas viviendo de sus pequeñas huertas? Si esto último suena gracioso, hay países como Argentina y Rusia que pueden contar por experiencia propia, amarga y reciente, lo que pasa cuando las economías colapsan.


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Nadie tiene idea de lo que va a pasar. Apenas los economistas o los ministros enuncian algo usando palabras como "imposibilidad", "improbabilidad" o "nunca", tienen que tragárselas. Si éstas son aguas inexploradas tal vez nos encontremos en el momento en que el tsunami es visible en el horizonte, y la marea de golpe se retiró, y los peces quedaron en la playa, jadeando en busca de oxígeno, desparramados por toda la playa. ¿Cómo nos metimos en este lío y cómo nos aseguramos de que no vuelva a suceder?

Responder a estas dos preguntas no requiere un curso intensivo en altas finanzas, porque la crisis se refiere a la política y a la ideología por igual. Varios autores fueron los que rechazaron la idea de que el mercado es un mecanismo "auto-rregulador" que puede corregirse a sí mismo. No hay una "mano invisible" como sostienen los neoliberales, o sea que no hay nada inevitable o "natural" en cómo funcionan los mercados: siempre son definidos por decisiones políticas. Y muchos decían, también, que el capitalismo de libre mercado era crónica y destructivamente inestable, con terribles consecuencias políticas. Pero en los 70 y los 80 el neoliberalismo comenzó a adueñarse de la elite gobernante estadounidense y luego de la británica y europea: "Reducir el Estado, dejar que la economía funcione sola".

Ahora estamos descubriendo lo que los países en desarrollo del mundo entero experimentaron durante tres décadas: la economía neoliberal inestable y poco equitativa genera niveles inaceptables de trastorno social y penuria que sólo pueden contenerse mediante una represión brutal. A esto hay que sumar otras dos acusaciones esenciales contra el capitalismo desregulado: primero, puede crear riqueza pero no la distribuye eficazmente; y segundo, que no tiene en cuenta lo que no puede cosificar: ni las relaciones sociales de familia y comunidad ni el medio ambiente, que son vitales para el bienestar humano y de hecho para el funcionamiento del mercado en sí. En definitiva, el capitalismo neoliberal es autodestructivo.

Estamos asistiendo en este momento al colapso de esta absurda ortodoxia económica que ha dominado la política durante casi 30 años. Su arrogancia triunfalista, su insistencia en la ortodoxia, ha sido comparable en escala al comunismo soviético. Durante dos décadas nos han dicho que no hay alternativa.

Los economistas hablan de confianza, de fe, de convicción; ahora entendemos que todo el tiempo el capitalismo neoliberal fue una forma de mitología. Por eso era necesario el triunfalismo: no se podía permitir que nadie cuestionara el sistema o podíamos llegar a ver la desnudez del emperador.

Thomas Frank en su brillante libro, One Market Under God (2001), explica cómo el neoliberalismo afianzó su triunfalismo en el sistema político de Estados Unidos; cómo marginó y deslegitimó todo cuestionamiento y estableció su hegemonía en el llamado mundo libre. Ahora, mientras todo se tambalea, podemos reflexionar. Podemos preguntar cómo y por qué la crítica que empezó a surgir a fines de los 90 fue acallada. No hay alternativa, era el mantra que entonaban los políticos frente a los movimientos antiglobalización.

Después llegó el 11/9 y durante los siguientes siete años se ofreció como distracción un espectáculo paralelo con malos de caricatura y drama de thriller. Mientras las miradas estaban fijas en la absurda charada de la "amenaza del terrorismo islámico a la civilización occidental", el verdadero escenario de fin del mundo que plantea una amenaza mucho mayor a la civilización occidental (sea lo que sea) adquiría ímpetu precisamente al lado del Ground Zero, en Wall Street. Igual que en las mitologías, la única opción, tal como dijo Timothy Garton Ash, es rezar. Lo que me asusta es que ésta es una mitología corrupta que, como la de los aztecas, tal vez requiera mucho sacrificio humano.

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