El estupor de José Miguel Vivanco o Los derechos humanos en la revolución bolivariana
John Brown
iohannesmaurus.blogspot.com/Rebelión
07/10/08
"Dejemos, pues, que los hombres de la sociedad sin capitalismo y sin Estado se desarrollen como quieran y como sepan, que den vida a las instituciones de relación social de cultura, de deporte, de afinidad que estimen pertinentes. Obrará, sobre la nueva realidad mejor de lo que nosotros podemos prever desde el infierno capitalista en que nos encontramos todavía."
Diego Abad de Santillán (El organismo económico de la Revolución, 1936)
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Las declaraciones del representante de Human Rights Watch en América Latina, José Miguel Vivanco, sobre Venezuela muestran a las claras que existen dos concepciones antagónicas de la democracia. La primera, la que exportan por medios más o menos violentos las grandes potencias capitalistas, tiene como marco la despolitización generalizada de la población.
Norteamericanos y europeos y buena parte de los habitantes del planeta que viven en supuestas democracias están representados por sus gobernantes, lo cual quiere decir que pueden elegirlos periódicamente y que estos gobernantes, como cualquier soberano, actúan en su lugar y en su nombre. Democracia es el gobierno del pueblo representado por los poderes del Estado, lo cual, naturalmente, no implica ni participación del ciudadano en el gobierno, ni auténtico debate político en un espacio público. La representación, hoy tan alabada muestra así sus orígenes absolutistas. Ciertamente, la libertad de actuar en la esfera privada está garantizada, pero sólo en la medida en que ello no tenga consecuencias en una esfera pública anémica y neutralizada, donde todo discurso se ajusta a las leyes e imperativos de la economía y se muestra respetuoso de los derechos humanos, esto es, de la estricta separación entre esfera pública y privada.
Hay que agradecer a José Miguel Vivanco que nos haya recordado la posibilidad de otra democracia. Una democracia como la que experimenta Venezuela, en la que la participación política es generalizada y en la que -como causa y efecto de lo anterior- se cuestionan cosas tan sacrosantas como las leyes económicas capitalistas y la impermeabilidad de la divisoria entre esfera pública y vida privada. La irrupción masiva de la ciudadanía venezolana en la esfera pública, cuya mejor ilustración fue la entrada en el censo electoral y la incorporación a la población dotada de derechos de cuatro millones de venezolanos "olvidados" por el régimen anterior rompe sin duda la barrera entre lo privado y lo público de manera espectacular. Los millones de personas que debían mantenerse en la miserable oscuridad de la inexistencia civil vinieron a unirse a los demás que, si bien censados y oficialmente existentes antes de Chávez, sólo podían votar a dos reflejos especulares de un orden neoliberal con resabios coloniales y racistas, siguiendo el reparto oligárquico del poder entre AD y Copei denominado pacto de "punto fijo".
Las declaraciones efectuadas por José Miguel Vivanco sobre el proceso Venezolano tras su expulsión del país por las autoridades bolivarianas son así sumamente aleccionadoras. Muestran el desconcierto que produce la revolución bolivariana entra los sacerdotes de la ideología hoy dominante de los derechos humanos. Lo que está ocurriendo en Venezuela es un proceso de cambio social radical en ruptura abierta con el neoliberalismo. Este proceso presenta la particularidad de estarse realizando dentro de un marco escrupulosamente legalista y respetuoso de todas las libertades, tal como han resaltado correctamente Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero en su libro Comprender Venezuela, así como todos los observadores honrados. Lo que sorprende en las declaraciones de Vivanco al periódico chileno El Mercurio -de siniestra memoria- es que no niegue este hecho, pues no duda en afirmar que: "En Venezuela hay aún democracia. Es una democracia muy debilitada debido al ejercicio del poder del presidente Chávez, pero no hay que confundirse: Acá es perfectamente posible discrepar y los medios de comunicación pueden transmitir opiniones diferentes, pese a las limitaciones existentes." Lo interesante de estas afirmaciones no es tanto que reconozca lo obvio: "En Venezuela hay aún democracia", como que introduzca en este reconocimiento un importante matiz: "Es una democracia muy debilitada debido al ejercicio del poder del presidente Chávez." Es este concepto de "democracia debilitada" por la acción del Presidente Chávez lo que aquí nos interesa, pues nos invita a inferir qué puede ser para Vivanco una "democracia sana y fuerte".
La respuesta a este interrogante la encontramos en el propio texto, pues en el diagnóstico de la enfermedad se indican en negativo las características de lo que sería un estado normal y saludable de la democracia venezolana. En ese estado normal y saludable, el Presidente debería sin duda respetar su función "institucional" y callarse, obedeciendo así la orden del sucesor nombrado por Franco a la jefatura del Estado Español, Don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Un Chávez calladito sería, sin duda más presentable, e incluso llegarían a tolerarle los rasgos aindiados. Otros que deberían callarse serían los habitantes de los barrios y los movimientos sociales, pues para eso han votado a un parlamento y a un presidente que actúe en su lugar. Como estas instituciones, dentro de su papel institucional deberían permanecer también calladas y dejar que decidan los "expertos económicos" olvidándose de ensueños socialistas, la oposición sería tratada con "respeto" pues nadie hostigaría ni trataría con hostilidad a los eximios y distinguidos representantes de la racionalidad, neoliberal por supuesto.
El problema es que Chávez, el presidente más veces votado de toda Latinoamérica, no se calla y pretende incluso afirmar la capacidad de su país y de toda América Latina de salir del orden neoliberal y de la condición de "patio trasero" de Norteamérica. Y todo ello lo dice con una retórica y unos modales que no son los que la gente fina espera de un Presidente. Habla reconociendo que en su sociedad y en el mundo existen antagonismos, incluso lucha de clases y resistencia contra el orden capitalista mundial y los Estados que lo afianzan. Esto es lo que llama Vivanco "segregar a la oposición", cuando afirma en su entrevista a El Mercurio que:"Es normal que exista un debate público vigoroso y es normal que muchos de nuestros países estén, lamentablemente, polarizados, pero lo que no es habitual es que se discrimine y excluya a quienes se oponen al Gobierno, salvo en Colombia, donde el presidente (Álvaro) Uribe mantiene un grado de descalificación y agresión similar al de Chávez." Incluso leyendo el disparatado informe de Human Rights Watch, la comparación con Uribe, el antiguo agente electoral de Don Pablo Escobar y representante oficial de los paramilitares, es perfectamente inadmisible. En Colombia la oposición no sólo es discriminada sino asesinada masiva y sistemáticamente, mientras que en Venezuela siguen en libertad incluso los promotores de un golpe de Estado que inició esta tan poco leal oposición "poniendo muertos sobre la mesa" en el famoso tiroteo de Puente Laguno y que pudo haber culminado en un auténtico baño de sangre.
Por no hablar de las emisoras privadas de televisión y de radio que después de haber apoyado nada menos que un golpe de Estado, siguen insultando y amenazando al Presidente y a altos cargos del gobierno con una impunidad inconcebible en Europa o Estados Unidos. No es que se discrimine a la oposición tachándola de golpista, esta misma oposición, extraparlamentaria por voluntad propia, llama constantemente al golpe de Estado e incluso lo prepara. Sólo cabe pensar que el señor Vivanco no ha oído la radio ni visto la televisión privada durante su estancia en Venezuela o que tiene algún interés en pasar por alto estos aspectos.
Lo implícito en cuanto afirma Vivanco sobre Venezuela es que detrás de lo que él concibe como derechos humanos, garantías y Estado de derecho sólo puede existir un marco social capitalista. Lo que se está transformando radicalmente en Venezuela son las relaciones sociales de producción en favor de una fórmula de economía mixta, que el gobierno denomina "socialista", en la que coexisten con un sector mercantil integrado en el mercado mundial, formas de producción social y cooperativa, industrias nacionalizadas y circuitos de distribución alternativos. Algo muy distinto del viejo socialismo soviético y bastante más parecido a lo que la CNT llevara a la práctica -con éxito- en la época de la Revolución española. La formulación teórica de la línea anarco-sindicalista en lo que se refiere a la economía figura en un libro lamentablemente casi olvidado de Diego Abad de Santillán que lleva por título El organismo económico de la revolución. En ese texto se afirma entre otras cosas: "No necesitamos la hipótesis de Dios para nuestra construcción ideal de nuestra sociedad de trabajadores; no tenemos que recurrir tampoco a la hipótesis del Estado. No queremos que todos bailen la misma música, que todos marquen el paso unísono. Incluso admitimos la posibilidad de diversos organismos, unos más y otros menos revolucionarios, unos más y otros menos amigos de nuestra situación." Esto es precisamente lo que espeluzna a Vivanco, lo que considera "falta de garantías" del Estado bolivariano. El hecho de que este Estado, neutralizado en su función "natural" que es la imposición del orden (capitalista) no garantice ya la monopolización de la esfera económica por el capital. Lo que pasa en Venezuela -como ocurriera en Cataluña en 1936- es que el Estado ha quedado neutralizado, vaciado de su anterior contenido de clase.
A través de un dirigente "populista" como Hugo Chávez que, en vez de disparar contra los movimientos sociales como hicieron los anteriores "demócratas" venezolanos para imponer las consignas del FMI, propicia el desarrollo de todo tipo de iniciativas sociales descentralizadas, se está produciendo en ese país una transformación social radical a la vez que plural. Lo que lamenta Vivanco es que los derechos humanos se hayan transformado en libertades efectivas de los individuos y de los grupos sociales y no en la mera forma jurídica de un capitalismo obligatorio, impuesto por el Estado como única forma posible de producción y distribución de la riqueza. De ahí su estupor, su incapacidad de comprender el doble aspecto del proceso bolivariano en sus dimensiones de conquista de las libertades y de transformación social, así como su inmensa perplejidad hacia un Presidente cuya función fundamental es la de neutralizar el Estado como instrumento de la dictadura capitalista. El sueño de Chaplin en El Gran Dictador, de que un sosias de Hitler, judío, pobre, tímido, demócrata y pacifista ocupase el lugar del terrible tirano se ha hecho realidad en Venezuela. Allí ese lugar temible y respetable lo ocupa un militar poco elegante, indio, autodidacta, admirador de Bolivar y del Che y amigo de Fidel Castro. Gracias a ello está siendo posible esta transformación radical y pacífica del país que se efectúa, como todo proceso revolucionario y como todo acto verdaderamente político, sin ninguna garantía definitiva.
En cuanto a la suerte personal del señor Vivanco, imaginemos por un sólo instante que en lugar de hablar de Venezuela hablara de España y apoyara en este país planteamientos explícitamente anticapitalistas declarando la política neoliberal de los distintos gobiernos lesiva para la democracia. Imaginemos además que el informe de Human Rights Watch sobre España hubiera adoptado como suyas las reivindicaciones del independentismo vasco e incluso de la propia ETA reclamando el derecho a la autodeterminación para Euskal Herria y un trato digno y legal para los presos políticos. ¿Habría salido tan bien parado en el democrático reino como en la democracia bolivariana?
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