No debemos celebrar la expoliación

Eve Spangler
Conterpunch
Traducido por Chelo Ramos
18/05/08

Este mes Israel celebra su 60 aniversario. Los judíos de USA serán invitados a unirse a esta celebración. Pero Israel, al negarse a reconocer que el fundamento de su existencia es la expulsión de más de 700 mil palestinos de su patria, no puede hablar de conciencia a los judíos. He aquí las razones por las cuales no puedo unirme a esta celebración.

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Mi abuela, la madre de mi madre, fue costurera y era reconocida por sus hermosos bordados. Antes de la Primera Guerra Mundial hizo carrera cosiendo flores en finos vestidos de seda que se usaban en el Hofburg, el palacio imperial de Viena. Con el paso del tiempo sus manos perdieron la suavidad requerida para coser la seda y por eso la echaron del trabajo. Desde ese momento, crió a sus tres hijas en un apartamento de un solo ambiente en el segundo distrito de Viena, un vecindario judío conocido como die Maztosinsel (la isla del pan ácimo). Para mantenerse, ayudaba a los vendedores de un mercado de alimentos al aire libre cercano a su casa a limpiar sus puestos al final del día. En retribución por su trabajo, le daban los alimentos medio podridos que ya no podían vender a los clientes; de esta forma, mi abuela alimentaba a sus hijas y se alimentaba ella. Pero aún en estas condiciones de extrema pobreza, seguía cosiendo y era famosa por las hermosas colchas bordadas que hacía para sus hijas. Siempre he pensado en ella como mi omi (abuelita) de las colchas.

Con el paso del tiempo, a la privación económica se unió el peligro político. Ya en 1932 los austriacos vivían bajo la férula de un régimen fascista local. Mi madre fue despedida del trabajo, pero se unió a un grupo de jóvenes dedicados a sacar niños del país. Luego, en 1938, el ejército de Hitler se anexó Austria. Muy pronto, Hitler fue a visitar las nuevas posesiones del Tercer Reich. Un día lluvioso y helado, los vieneses se formaron a lo largo de la ruta del desfile, de diez en fondo, durante las ocho horas de retraso que tuvo su tren, gritando hasta quedarse sin voz Heil Hitler. Así se enteraron mi madre y su madre de que estaban viviendo en una nación de colaboradores.

Un día, cuando mi madre llegó a casa, encontró a su madre tomando café con la vecina cristiana que vivía al otro lado del pasillo. Durante muchos años, las dos ancianas habían compartido el baño y el grifo que estaban al final del pasillo, y también la comida que tenían. Ese día compartían un pastel y hablaban sobre la ocupación. Cuando llegó el momento de despedirse, la vecina de mi abuela se levantó, pero en lugar de dirigirse a la puerta, se metió detrás del biombo que separaba las camas del resto del pequeño salón. Un minuto después salía con todas las colchas de mi abuela amontonadas en sus brazos. Sin prisa, sin vergüenza y sin excusas, se dirigió a la puerta. Allí se detuvo un momento y le dijo a mi omi, “Bueno, igual los nazis se las van a llevar y yo siempre las he querido.” Y salió sin más.

Algún tiempo después, a mi madre la nombraron cuidadora de uno de los últimos Kindertransport (trenes de transporte de niños) que salieron de Austria. Si bien mi madre pudo irse a un lugar seguro, mi omi no tuvo igual suerte pues uno de sus vecinos la denunció a los nazis. Fue arrestada y enviada al Gueto de Varsovia, que funcionaba como un encerradero de paso para Auschwitz. Y allí se acaba su rastro. Nunca hemos podido saber con exactitud cómo o cuándo murió. Su muerte anónima sigue siendo la gran herida abierta de la vida de mi madre a sus 98 años.

Entonces, cuando los israelíes dicen que han creado el estado judío en mi nombre, en nombre de mi omi, no están diciendo la verdad. Nunca dicen “para establecer este estado robamos, y seguimos robando, las hermosas colchas bordadas de los palestinos y, peor aún, el agua de sus tierras, y los olivos de sus jardines y, en verdad, los techos de sus cabezas. Israel también es eso. Por ello, debo decir NO. No pueden usar mi nombre. No pueden usar el nombre de mi omi. No celebramos una independencia nacida de la permanente expoliación de otros.

Eve Spangler es profesora asociada de sociología en el Boston College y miembro de la asociación Jewish Voice for Peace.

Chelo Ramos es miembro de Cubadebate , Rebelión y Tlaxcala , la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.

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