Determinan el área del cerebro que se activa cuando juzgamos a los demás
Yaiza Martínez
Tendencias 21
24/05/08
Neurocientíficos del MIT han conseguido definir, utilizando la tecnología de captación de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI), el área del cerebro que se activa cuando emitimos un juicio de valor moral sobre el comportamiento de otras personas. El descubrimiento implicaría que no sólo los procesos cognitivos más sencillos se reflejan en la actividad cerebral, sino que también los procesos cognitivos complejos de mayor nivel están vinculados a áreas concretas de la corteza del cerebro. En este caso, los juicios morales ponen en marcha la unión temporoparietal que es el lugar en el que se encuentran el lóbulo temporal y el lóbulo parietal del cerebro. Se sabe que esta región juega un papel fundamental en los procesos de distinción entre el yo y los demás.
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Científicos del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), en Estados Unidos, han conseguido definir el área del cerebro que se activa cuando juzgamos si otros se están comportando o no correctamente, desde una perspectiva moral. ¿Qué sucede en el cerebro cuando se emite un juicio de valor de este tipo?
La neurocientífica Rebecca Saxe, del MIT, es una investigadora especializada en el análisis de las bases neuronales y psicológicas de la cognición social (la manera en que la gente interpreta lo que otros piensan), así como en el desarrollo del cerebro social.
Saxe lleva años tratando de entender cómo se producen en el cerebro los juicios morales, cómo se construyen los sistemas de creencias y de qué manera se genera el lenguaje. Es decir, tratando de describir y de dar explicación desde la observación del cerebro a todos aquellos procesos cognitivos que nos hacen específicamente humanos, publica el MIT en un comunicado. Una versión ampliada puede leerse en la revista MIT Tech Talk.
Pero es una ardua tarea, porque estos procesos cognitivos son altamente complejos y, sobre todo, porque los pensamientos y creencias no pueden observarse directamente. Sin embargo, las técnicas para la medición de la actividad cerebral desarrolladas en las últimas décadas abren cada vez más puertas a los neurólogos para el estudio del cerebro.
Área específica
En concreto, la técnica utilizada por Saxe y su equipo de investigadores ha sido la del registro de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI). Esta técnica permite medir la respuesta hemodinámica -o de los flujos sanguíneos del cerebro-, relacionada con la actividad neuronal, es decir, que hace posible saber qué regiones del cerebro se activan cuando la gente está pensando en ciertas cosas.
Gracias a la fMRI, Saxe identificó que existe un área concreta del cerebro que se enciende cuando tratamos de entender porqué los otros actúan como actúan. Este área sería la denominada unión temporoparietal, que es el lugar en el que se encuentran el lóbulo temporal y el lóbulo parietal del cerebro.
Se sabe que esta región cerebral juega un papel fundamental en los procesos de distinción entre el yo y los demás. Por otro lado, daños en ella se han relacionado con la aparición de episodios de experiencias extracorporales. Estas experiencias también han podido inducirse, de manera artificial, mediante la aplicación de estímulos eléctricos a la unión temporoparietal.
Otros procesos
Para los científicos, la importancia del descubrimiento radica en que, aunque ya se sabía que algunas partes del cerebro están implicadas en aspectos específicos de la percepción y del control motor del cuerpo, ahora se sabe también que existe una región específica de la corteza cerebral que se encarga de procesos cognitivos abstractos de alto nivel, como el hecho de que comprendamos los pensamientos de otras personas o podamos juzgar sus actos.
Para el estudio, un grupo de voluntarios tuvo que tomar decisiones que implicaban un dilema moral, como darle a un botón que desviaría la ruta de un tren descontrolado ocasionando la muerte de una persona, pero salvando la vida a otras cinco.
Juzgar el comportamiento de otros en estas situaciones requiere de un complejo proceso que depende de más cuestiones, aparte del resultado de dicho comportamiento.
Por ejemplo, nuestros juicios están sometidos a nuestra situación con respecto a la persona que actúa: si un soldado ha puesto una bomba que ha matado a varios civiles, nuestra percepción sobre si el soldado tenía o no la intención de asesinar a civiles dependerá de en qué bando del conflicto nos encontremos.
En futuras investigaciones, Saxe planea estudiar otra cuestión compleja: la manera en que los niños desarrollan creencias relativas a grupos humanos que hayan estado en conflictos de larga duración con su propio grupo social (como musulmanes y serbios en la antigua Yugoslavia), y su efecto en la actividad del cerebro.
Reconocer la intención del otro
El logro de los neurocientíficos del MIT resulta de gran interés, pero no es la primera vez que se identifica actividad cerebral vinculada a procesos de cognición complejos. Hace unos años, neurólogos de la universidad de California consiguieron demostrar que las “neuronas espejo” de nuestro cerebro son capaces no sólo de activarse cuando ven realizar una acción, sino también de reconocer la intención de aquél que la realiza.
Las neuronas espejo son un grupo de neuronas que tienen la facultad de descargar impulsos tanto cuando el sujeto observa a otro realizar un movimiento, como cuando es el mismo sujeto quien lo hace.
Estas neuronas forman parte de un sistema de percepción y de ejecución cerebral que activa las regiones específicas de nuestra corteza motora cuando vemos que se mueve una mano u otra parte del cuerpo de otra persona, como si nosotros mismos también nos moviéramos aunque no lo hagamos.
Pero no sólo sirven para eso, sino que, además, nos ayudan a entender las intenciones de otros, tal y como demostraron entonces los neurocientíficos californianos. Y, aunque estas intenciones se refieren sobre todo a las intenciones motoras, este descubrimiento apunta a que se podría estimular la función de las neuronas espejo para que éstas desarrollem su capacidad y consigan hacer que pacientes con desórdenes como el autismo puedan empatizar con los pensamientos y sentimientos de otros, señalaron los investigadores.
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