Wall Street, tenemos un problema
John Kay
Financial Times / IAR Noticias
23/07/09
Los grandes conglomerados financieros se ha demostrado que son peligrosos. Las estructuras construidas a base de módulos, como la nave que alunizó hace ahora 40 años, son más robustas a la larga.
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La astronave que viajó a la luna se basó en un diseño modular. La ventaja de este sistema, que el fallo de una pieza no afectara al conjunto de la nave, quedó demostrada en la misión del Apolo 13. Los astronautas volvieron sanos y salvos a la tierra, a pesar de producirse una explosión de los tanques de oxigeno.
Cualquier ingeniero defendería la importancia de la solidez de sistemas tan complejos. Para evitar que se produzcan fallos, las inspecciones se hacen imprescindibles. No obstante, dado que los fallos son a veces inevitables, es importante intentar asegurarse de que las consecuencias de éstos sean contenidas. Esta reflexión es tan importante para los sistemas financiero y económico como para la tecnología.
Como hemos podido comprobar, incluir componentes que sean demasiado importantes para caer es el preludio al desastre. En el sector financiero, el problema de los enlaces perjudiciales entre componentes se conoce como riesgo sistémico, un término que se utiliza en distintos contextos.
A menudo describe el riesgo macroprudencial, que surge principalmente de la capacidad de los integrantes del mercado financiero de convencerse unos a otros de cosas absurdas. Los altibajos cíclicos resultantes deterioran la economía no financiera, si bien determinadas políticas económicas pueden contrarrestar este efecto.
La regulación debería retirar la coctelera en cuanto empieza la fiesta, como hizo William McChesney Martin, presidente de la Reserva Federal durante casi dos décadas, hasta 1970. No obstante, ésta no es una iniciativa muy popular desde el punto de vista político. Resulta mucho más sencillo, como hizo Alan Greenspan, convencerse de que es sólo un brote de exuberancia racional.
El riesgo sistémico tradicional es la gran demanda de fondos en los bancos. Cuando las entidades de depósito fracasaron, los primeros en ponerse a la cola recuperaron sus ahorros, pero los que estaban al final, se quedaron sin nada.
Este hecho hizo que cualquier elemento que despertara dudas sobre la solvencia de un banco pusiera en peligro no sólo a esa entidad, sino a todo el sector bancario. Así ocurrió en 1933, cuando la economía de EEUU se paralizó. No obstante, una protección adecuada de los depósitos resuelve el problema.
Uno de los aspectos de los que más se habla en esta crisis es del riesgo de incumplimiento, que se produce cuando el emisor de un valor no atiende sus obligaciones de pago en la fecha de vencimiento. Fue este temor lo que provocó los rescates de Bear Stearns y AIG. No obstante, abordar este problema como un riesgo sistémico del que se deben ocupar las autoridades públicas perjudica a los gobiernos.
Hay dos objeciones importantes a esta cuestión. Una es que, sencillamente, no es algo de lo que deban responsabilizarse los contribuyentes. Su aportación debe estar destinada a la construcción de escuelas y hospitales, no a financiar a los “dueños del mundo” en transacciones que no tienen ningún beneficio social.
La segunda objeción es que la intervención del gobierno entorpece el desarrollo de los mecanismos del mercado para resolver el problema del riesgo de incumplimiento. Ante estas dificultades se corre el riesgo de desviarse de un tema fundamental: la principal fuente de riesgo sistémico se encuentra dentro de los grandes conglomerados financieros.
El grupo financiero AIG acabó con la principal aseguradora de EEUU y con 120.000 puestos de trabajo. Su sede estaba en Londres y apenas contaba con cien empleados. La crisis de Royal Bank of Scotland, que cuenta con 170.000 trabajadores en todo el mundo, la desencadenaron las actividades a las que son ajenas 169.000 de esos trabajadores.
Si abrimos la caja de la mayor parte de los aparatos de hoy en día, descubriremos que contiene un pequeño número de módulos. La forma más común de repararlos es extraer la pieza defectuosa y sustituirla. Si ésta parece una solución costosa, hay que recordar que muchos de estos aparatos han funcionado durante años y no son difíciles de reparar, algo que no se puede decir de nuestro sistema financiero.
Deberíamos aprender las lecciones del programa Apolo y de los fabricantes de nuestros aparatos de televisión. Las construcciones modulares son más robustas. En el contexto de los negocios, las piezas por módulos implican que las distintas actividades se dirigen a través de distintos vehículos corporativos.
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