Unión Mediterránea: la retórica del presidente francés Sarkozy ante la dura realidad
Thierry Meyssan
Voltairenet.org
06/05/08
Nicolas Sarkozy se empeña en la creación de una nueva organización intergubernamental: la Unión para el Mediterráneo (UPM). Una idea falsamente buena que nadie quiere poner en práctica, con excepción del movimiento sionista y de empresarios en busca de protección política. El asunto es que, más allá de los floridos discursos, el presidente francés está tratando de reorganizar la Unión Europea alrededor de un tándem franco-inglés y de abrirle la puerta a Israel, país que no respeta el derecho internacional.
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La noche misma de su elección, el 6 de mayo de 2007, al dirigirse a sus conciudadanos y al mundo, Nicolas Sarkozy declaraba enfáticamente: «Quiero lanzar un llamado a todos los pueblos del Mediterráneo para decirles que todo se decidirá en el Mediterráneo, que tenemos que sobreponernos a todos los odios para dejar espacio a un gran sueño de paz y a un gran sueño de civilización. Quiero decirles que ha llegado el momento de construir (…) una Unión Mediterránea que será un vínculo entre Europa y África. Lo que se hizo por la Unión de Europa hace 60 años, vamos a hacerlo ahora por la unión del Mediterráneo».
La Unión Mediterránea comenzó en realidad como una apuesta. No era más que una pirueta para salir de un mal paso. Y se convirtió en teoría geopolítica grandiosa antes de hundirse en los meandros burocráticos de Bruselas que siempre ofrecen una dulce muerte a los errores que alguien quiera enterrar. No queda ya gran cosa de aquella agitación, sólo algunos cargos e inútiles reuniones internacionales que servirán de pretexto a algunos altos funcionarios para pasar horas de solaz esparcimiento con sus esposas o amantes.
A pesar de ello, no todo está perdido. Por lo menos no para todo el mundo. Para proporcionar algún contenido al tremendo vacío del pensamiento sarkoziano se constituyó un poderoso «lobby de negocios» que espera sacar provecho, claro está, de sus relaciones políticas, mientras que el movimiento sionista espera aprovechar la magnifica ocasión que se le ofrece para estrechar los vínculos entre Israel y los Estados europeos sin tener que rendir cuentas por sus continuas violaciones del derecho internacional.
Cómo convertir una fórmula retórica en proyecto político
Al principio de esta historia se encontraba el dilema turco. Desde los primeros momentos de la Unión Europea, Estados Unidos quiso que los Estados miembros de esta fuesen los mismos que forman parte de la OTAN. Pero los miembros de la UE, por su parte, siempre exigieron el fin de los regímenes militares como condición previa a la entrada en el club europeo. Con el tiempo, la CIA mandó a los generales griegos, españoles y portugueses de regreso a los cuarteles, pero en Turquía mantuvo un sistema híbrido: con un gobierno civil en primera línea del escenario y una junta militar en segundo plano.
A principios del siglo XXI, la normalización turca parecía tan segura que la entrada a la Unión Europea no parecía ser más que una cuestión económica. Pero en 2003 las autoridades civiles turcas dieron prueba –por vez primera– de su independencia en relación con Estados Unidos y de su sentido democrático al negarse a permitir el uso de las bases de la OTAN en Turquía como trampolín del ilegal ataque contra Irak. La consecuencia fue un viraje de la política atlantista, que desde entonces se volvió favorable a un regreso a gran escala de los militares proestadounidenses al escenario turco.
En Francia, Jacques Chirac se convirtió en el defensor de los civiles turcos y de su entrada en la Unión Europea mientras que Nicolas Sarkozy les cerraba el paso. Para salir del atolladero en el que se había metido, Sarkozy mencionó un nuevo proyecto: en vez de entrar en la Unión Europea, Turquía entraría en «la Unión del Mediterráneo».
Se trata de una fórmula elegante. El problema es saber qué pudiera ser esa «Unión del Mediterráneo».
Siempre rebosante de ideas, Henri Guaino, el hombre que escribe los discursos del presidente Sarkozy, fue el encargado de darle cuerpo al concepto vinculándolo a ciertas consideraciones de orden histórico y geopolítico. La evolución de la Unión Europea con su ampliación hacia el este de Europa debería compensarse mediante una apertura hacia el sur para devolver a Francia su protagonismo. Brillante idea que dio lugar a vibrantes discursos, pero que implica más problemas de los que resuelve.
En primer lugar, «equilibrar en el sur la ampliación hacia el este» equivale a decir que la evolución de la Unión Europea pone a Alemania en una situación ventajosa y que hay que resarcir a Francia. Pero la realidad es que París y Berlín dirigieron juntos aquella evolución sin que se mencionara nunca ese tipo de problema. Así que Alemania no tiene por qué aceptar la factura atrasada que ahora le están presentando.
En segundo lugar, decir que «Francia recobrará así su papel central» equivale a afirmar que Francia se ve a sí misma como una potencia marítima, o sea que se presenta como rival de un Reino Unido que ejerce su soberanía sobre Gibraltar y reina sobre el Mediterráneo, donde ha multiplicado las bases navales. La Corona británica espera para ver qué tipo de contrapartida puede compensar dicha pretensión.
En tercera, comparar el este con el sur es como decirle a polacos y checos que los fondos estructurales que les prometieron serán utilizados en beneficio de los mediterráneos. Ninguno de los países del este que acaban de incorporarse a la Unión Europea verá con buenos ojos cómo esfuman las ventajas pecuniarias que le habían ofrecido.
En pocas palabras, la magnífica idea de Guaino no sólo adornó lindos discursos sino que suscitó mucha inquietud y enemistades. Y tampoco calmó a los turcos, quienes piensan que «más vale pájaro en mano que cien volando».
Vino entonces la mediocre reacción de los eurócratas. Para estos últimos cualquier tema que le haga la competencia a la Unión Europea está destinado de antemano al cesto de papeles, mientras que es bienvenido todo proyecto que haga más complejo aún el sistema europeo y que sirva de pretexto para crear nuevos puestos que repartir. Funcionarios de la Comisión Europea, que surgían de oficinas desconocidas de los interminables pasillos de dicha estructura, comenzaron a defender los programas ya en marcha –no siempre eficaces pero seguramente costosos y llenos de buenas intenciones– mientras que funcionarios del Consejo reanimaban el moribundo «Proceso de Barcelona» y la comatosa «Política de buena vecindad».
Un hormiguero de expertos, correteando a través de una jungla de comités, redactaron toneladas de notas de síntesis que hubo que traducir a ni se sabe cuántos idiomas exóticos antes de archivarlas en sótanos superprotegidos para que las lean las futuras generaciones.
Cuando por fin se acalló el rumor de las impresoras en Bruselas, Henri Guaino se dio cuenta en París de que, lejos de ser un espacio abandonado desde hace siglos, el Mediterráneo está supercontrolado por todos lados.
Y todavía faltaba lo peor.
Dejándose llevar por no se sabe cuál de los demonios que lo habitan, Nicolas Sarkozy agregó a la sopa que estaba cocinando el innecesario condimento que la hace intragable. La Unión del Mediterráneo debía permitir acabar con antiguas querellas y reconciliar a los pueblos. O sea, con una suculenta zanahoria económica, lograría que los árabes se tragaran la amarga pastilla israelí que no podido digerir en 60 años.
Al llegar a este punto, la incredulidad se convierte en estupor e indignación. El presidente de Túnez, Ben Ali, que emitía un comunicado de aprobación ante cada declaración de Sarkozy, se quedó mudo. El presidente de Argelia, Bouteflika, recomenzó a sentir acidez estomacal. Los turcos, igualmente ofendidos, se indignaron de que los utilizaran como caballo de Troya. A partir de entonces, las más diversas potencias, más allá de sus divergencias, se unieron implícitamente para hacer fracasar el proyecto.
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Desde los primeros días, los primeros ministros de Italia y España, Romano Prodi y José Luis Zapatero, se apresuraron a expresar su «apoyo» al presidente Sarkozy con la presteza de vigilantes que ven un elefante entrar en una cristalería. Para tratar de establecer límites al presidente francés, el primer ministro italiano no dejó de repetirle a la prensa «Les ruego que no piensen que esta proposición que estamos formulando por una gran política del Mediterráneo represente de alguna forma una escapatoria para resolver el problema de nuestras relaciones con Turquía». Mientras tanto el español aplaudía lo mas posible, fingiendo creer que París quería reactivar el «Proceso de Barcelona», a cargo del cual está el gobierno de Madrid.
En definitiva, el 20 de diciembre de 2007, los tres firmaron juntos un Llamado de Roma para la Unión por el Mediterráneo y posaron para una foto histórica. Nicolas Sarkozy estaba feliz porque la imagen parecía captar el entusiasmo de sus asociados por su buena idea. Pero lo más importante es otra cosa: el presidente francés ya no está en el centro, su iniciativa ha quedado enterrada bajo las sonrisas.
El párrafo final del Llamado está muy claro: «El Proceso de Barcelona y la política europea de vecindad se mantendrán, por lo tanto, como temas centrales en la asociación entre la Unión Europea y sus asociados del Mediterráneo. La Unión para el Mediterráneo no interferirá ni en el proceso de estabilización y de asociación para los países interesados, ni en el proceso de negociación ya en marcha entre la Unión Europea y Croacia, por un lado, y la Unión Europea y Turquía por el otro.»
Con un poco de distanciamiento, los alemanes analizaron la situación de manera diferente, en función de su propia interpretación de la personalidad y del previsible papel de Nicolas Sarkozy. Y concluyeron que el presidente francés tenía la intención de anteponer los intereses de los anglosajones a los de la propia Francia. Como resultado Sarkozy iba a tratar de destruir el dúo franco-alemán –motor histórico de la construcción europea– para reemplazarlo por un dúo franco-inglés, con vista a la disolución de la Unión Europea en un magma transatlántico. Con esa perspectiva, el equipo del presidente francés utilizaría a la Unión Mediterránea como caballo de Troya antialemán.
Haciendo de este asunto una cuestión vital para su país, la canciller alemana Angela Merkel levantó el tono. La correlación de fuerzas se volvió tan intensa que anuló varios encuentros políticos con Nicolas Sarkozy, incluyendo una cumbre bimestral, y no aceptó reunirse con su homólogo más que en ocasiones protocolares mientras este no cediera. En definitiva, Berlín obligó a París a eliminar de su proyecto todo lo que tenía de concreto. Una nota de apenas más de una página, que Henri Guaino dirigió el 12 de marzo de 2008 a los jefes de Estado y de gobierno de Europa cerró la polémica: «la Unión Europea» se ha convertido en «Unión para el Mediterráneo» para expresar la ausencia de competencia. Sus prerrogativas se han reducido a las del «Proceso de Barcelona», lo cual equivale a decir que se conformaron con inventar una nueva denominación para dicho proceso. Lo único que se mantiene es la creación de una secretaría permanente que no existía en el «Proceso de Barcelona». Es verdad que la presidencia francesa ya había prometido puestos y automóviles oficiales por aquí y por allá. Sin embargo, aunque Angela Merkel ganó esta batalla, la canciller alemana no ignora que en el futuro tendrá que lidiar de nuevo con la debilidad que Nicolas Sarkozy siente por los anglosajones.
Cómo transformar un fracaso político en oportunidad económica
El Llamado de Roma indica: «El valor agregado de la Unión para el Mediterráneo debiera residir primeramente en el impulso político que esta debe dar a la cooperación alrededor del Mediterráneo y a la movilización de las sociedades civiles, de las empresas, las colectividades locales, asociaciones y ONGs». Para entender el significado de esa misteriosa frase, que mezcla instituciones públicas y privadas, veamos un aspecto menos conocido de esta historia.
El 19 de septiembre de 2007, Nicolas Sarkozy pone el asunto en manos del embajador Alain Le Roy. En aquel momento todavía se habla del «mercado común mediterráneo». Le Roy es un íntimo de Bernard Kouchner, quien lo nombró su prefecto en el sudoeste de Kosovo en la época en que el propio Kouchner era el Alto Representante de la ONU en Kosovo.
En busca de proyectos concretos que poner en manos de la Unión, Le Roy se acerca a un grupo de industriales que dirige su amigo el socialista Jean-Louis Guigou (ex director de la institución francesa encargada de la creación de infraestructuras territoriales y esposo de la ex ministra francesa de Asuntos Europeos, Elisabeth Guigou).
En febrero de 2006, Guigou había creado un Instituto de Prospectiva Económica del Mundo Mediterráneo (IPMed). Su objetivo inicial era proporcionar información económica a algunas grandes firmas (Air France, Environnement, Caisse Nationale des Caisses d’Epargne, CEVITAL, France Telecom, KPMG, Laboratoires Servier, Crédit Agricole de Marruecos, Danone y la Union Tunisienne des Industries du Commerce et de l’Artisanat) y la región francesa Provence-Alpes-Côte d’Azur (que tuvo como diputada a Elisabeth Guigou desde 1992 hasta 2001). Jean-Louis Guigou tenía también intenciones de poner sus relaciones personales a disposición de las firmas para ayudarlas a conquistar nuevos mercados. Había previsto la creación, al cabo de cierto tiempo, de una Fundación de Empresas que dispondría de ciertas ventajas fiscales para financiar parte de su actividad.
A pesar de su nombre rimbombante, el IPMed solamente tenía previsto actuar entre Francia y los países del Magreb. Pero la ocasión es demasiado tentadora. Le Roy y Guigou seleccionan 14 proyectos que pueden justificar la existencia de un organismo tan voluminoso y satisfacer a la vez los apetitos de las empresas amigas. La grandiosa visión geopolítica de Henri Guaino se convierte en una vulgar operación de cabildeo comercial.
Todo se acelera entonces. Insertándola en la huida hacia adelante de Sarkozy, el 11 de octubre, al término de un encuentro con el millonario líbano-saudita Saad Hariri, el presidente de Francia lanza en el palacio del Elíseo la Fundación para el Mundo Mediterráneo. Una vez más, el presidente ha puesto la carreta delante de los bueyes: todavía no se establecido la estructura jurídica, los invitados del presidente se conforman con la firma de un protocolo de acuerdo [1]. Se organiza entonces una segunda ceremonia, el 11 de diciembre, en el ministerio de Relaciones Exteriores. Para los que olfatean un buen negocio, es la oportunidad de unirse al IPMed: Areva, SNCF, La Poste, EADS, EDF, las regiones francesas Rhônes-Alpes, Aquitania y Languedoc-Roussillon, el grupo sirio Joud Co, Royal Air Maroc, el grupo español Acciona, la empresa española Enagas, el operador Portugal Telecom SGPS, la Turkish Industrialists and Businessmen Association, la compañía argelina Net-Skills, el grupo argelino Fruital, el grupo libanés INDEVCO, la empresa tunecina Setcar, la Union Méditerranéenne des Confédérations d’Entreprises, etc.
Todo resulta en mucho ruido y pocas nueces. Se esbozan colosales proyectos sin la menor reflexión previa sobre los problemas políticos de la región y sus necesidades económicas.
Ante todo, el tándem Le Roy-Guigou impulsa tres proyectos:
- Para contentar a Charles Milhaud [2] y a los bancos: creación de un instituto financiero que «canaliza» los entre 5 y 10 mil millones de euros que los inmigrantes del Magreb que viven en Europa envían anualmente a sus países de origen para alimentar a sus familias;
- Para contentar a Gerard Mestrallet [3] y a diferentes empresas: descontaminar el Mediterráneo (aunque no se trata de un proyecto productivo, es algo que está de moda y que puede producir grandes ganancias);
- Para contentar a las regiones: regular el mercado mediterráneo de frutas y legumbres.
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Otro lobby que se lanza a través de esta brecha es el Forum de París, una asociación creada por el ex presidente de Radio Shalom, Albert Mallet, y ligada a TF1 y a la revista Marianne. El Forum de París organiza, del 28 al 30 de marzo de 2008, un coloquio de alto vuelo sobre el proyecto de Unión para el Mediterráneo. Entre los oradores aparecen, claro está, Henri Guaino, el embajador Alain Le Roy, Jean-Louis y Elisabeth Guigou (el ayudante de Gerard Mestrallet, esté último andaba haciendo algo en otro lado), y sobre todo el embajador André Azoulay (representante oficioso del rey de Marruecos) [4] y el embajador Elie Barnavie (representante de Israel). Se celebra la identidad transmediterránea y se habla hasta la saciedad del «Proceso de paz israelí-palestino», precisamente para no mencionar la naturaleza del régimen sionista, ni el largo deambular de los refugiados palestinos en el Medio Oriente, ni el apartheid en Israel y en los territorios ocupados, o la tortura, las guerras expansionistas, la anexión de los territorios libaneses de Chebaa y de la planicie siria del Golán.
En el ministerio francés de Relaciones Exteriores –en pleno proceso de «desarabización»– algunos dan la alarma: fue precisamente la realidad del conflicto árabe-israelí lo que bloqueó todo posibilidad de progreso del «Proceso de Barcelona», no la arrogancia de los países del norte, como trata de hacer creer Nicolas Sarkozy. En la sede de la presidencia de la República Francesa –en pleno proceso de «sionización»– se invita al presidente a ser más humilde: aunque algunos jefes de Estado árabes se hayan puesto del lado de Israel, la opinión pública de sus países no les permitirá que hagan cualquier cosa. Algunos proyectos corren el riesgo de chocar entre sí [5].
El presidente de Francia tuvo ya que posponer su viaje a Israel para no irritar a sus propios electores posando junto a Shimon Peres y George W. Bush por los 60 años del Estado hebreo. Irá posteriormente y pronunciará un discurso ante el parlamento israelí. Pero una posición demasiado parcializada pudiera provocar rechazo entre los países árabes y hacer que renuncien a participar en la Unión.
¿Cómo se manejará el caso de Bashar el-Assad? Siria es un país mediterráneo, y además es el Estado que actualmente preside la Liga Árabe, así que estará invitada a la cumbre de la fundación de la Unión, el 13 y el 14 de julio. Pero el presidente sirio Bashar el-Assad es además la punta de lanza política de la resistencia árabe contra el imperialismo estadounidense y el colonialismo sionista. Después haber afirmado que no era una persona recomendable, no quedará más remedio que estrecharle la mano, si viene a la cumbre. ¿Cómo se las arreglará el personal de protocolo para distribuir los asientos de los jefes de Estado y los lugares de estos en la foto final del encuentro?
Y sobre todo, el presidente francés viene planeando desde hace un año invitar a unidad del ejército israelí y otra de la guardia presidencial de la Autoridad Palestina a que desfilen juntas el 14 de julio por los Campos Elíseos, como símbolo de paz. Parece difícil obligar a los jefes de Estado árabes invitados a la cumbre de fundación de la Unión, y que estarán presentes en la tribuna oficial, a mirar sin chistar como el ejército de ocupación desfila junto a sus colaboradores palestinos.
De tanto confundir el mundo de la política con el del espectáculo, el presidente francés podría acabar metiéndose por sí solo en un callejón sin salida.
Thierry Meyssan. Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
Notas
[1] Esta ceremonia fracasada ni siquiera se inscribe en la agenda oficial de la presidencia de la República Francesa, con la esperanza de que los historiadores se olviden de ella.
[2] Charles MIlhaud es director de la Caisse nationale des Caisses d’épargne (Institución bancaria francesa. Nota del Traductor.
[3] Gerard Mestrallet es el patrón de Suez.
[4] André Azoulay es embajador del Principado de Mónaco, donde reside, y consejero del rey Mohamed VI de Marruecos.
[5] «Nicolas Sarkozy, la France et Israël», por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 17 de febrero de 2008.
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