"Guerra y Mentira" el control político y militar de nuestras sociedades

Giulietto Chiesa
Traducido del italiano por Francisco José Justicia Cano
Red Voltaire
15/01/08

Nuestra sociedad planetaria vive un cambio histórico sin precedentes. El control del sistema informativo masivo mundial por una elite muy poderosa. La mentira y la guerra son sus principales artimañas para llevarnos adonde no queremos ir. El control del pensamiento y de la opinión mediante la información mediática es su estrategia. El experimentado periodista italiano Giulietto Chiesa y actual eurodiputado nos explica como funciona esta maquinaria.

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Comunicación y democracia

Son pocas las personas capaces de esbozar un cuadro de la situación actual del planeta. Pero eso no quiere decir que no haya nadie que vea dicha situación. Aquellos que disponen de información tienen más oportunidades de ver el presente, y también una parte nada desdeñable del futuro.

De todos modos, es cierto que la gran mayoría de la población, incluyendo a quienes toman decisiones y tienen cierto poder, no disponen de dichas informaciones. ¿Por qué? Porque vivimos en un sistema de comunicación, y no sólo de información, que no da noticia del mundo en que vivimos, que incluso nos proporciona una imagen completamente falseada y nos impide ver qué ocurre.

Pongamos un ejemplo. En Italia hemos conocido todos los detalles del crimen de Cogne [1], el de aquella madre que posiblemente mató a su hijo.
Fue el tema principal de la prensa escrita, de los telediarios, de los programas de cotilleo y de debates televisados. En fin, ha sido el acontecimiento más comentado, analizado y discutido por los medios de información durante los primeros meses del año 2002, y como resultado, también por el público.

¿Qué hay en juego en este tema? ¿Tiene alguna influencia sobre la «conciencia» colectiva? Sin duda alguna ejerce una fuerte influencia en numerosos aspectos. Pero lo que está en juego salta a la vista inmediatamente: al ocupar las primeras páginas de la prensa durante todo un mes, la madre de Cogne (en esto, inocente) ha eclipsado el resto del planeta. El mundo entero ha desaparecido bajo ese sudario, incluidos los bombardeos estratégicos estadounidenses que ametrallaban por entonces los valles de Afganistán.

Casos de ese tipo, incluso más sorprendentes todavía, son innumerables. Pongamos otro ejemplo para ilustrar el hecho de que todo el sistema de comunicación e información por completo está construido y funciona para burlarse de todos nosotros y llevarnos adonde «ellos» quieren.
A mediados de noviembre, cuando los tadjik llegaron a Kabul y la «conquistaron», la prensa escrita y los telediarios italianos más importantes (y también los menos importantes), la Repubblica, la Stampa, el Corriere della Sera, [los telediarios] Telegiornale1, Tg2, Tg3, Tg4, Tg5, Tg6 y Tg7 nos informaron de que las mujeres afganas se habían quitado «por fin» el burka y que los hombres se habían afeitado «por fin» las barbas.

Ahora, ya lo sabemos, esas noticias eran falsas; pero con eso no queda todo dicho. Tampoco basta con decir que los que las escribían, las enunciaban y las publicaban tendrían que haber sabido que se trataba de noticias falsas. Yo también soy periodista y me ha ocurrido haber dado una información errónea, llegar demasiado tarde a un hecho, proporcionar una interpretación falsa, pero eso ocurre una vez y le ocurre a una sola persona.

¿Es posible que el conjunto de los periódicos y los medios de comunicación de masas nos hayan dado por casualidad, por negligencia, por incomprensión, durante semanas enteras, dos noticias completamente falsas? No puede haber sido un error.
Los directores de todos los periódicos y los telediarios han movilizado a sus mejores editorialistas para que nos cuenten esas dos patrañas durante semanas enteras.

No es una casualidad. Es tan sólo la demostración más notoria de que el sistema de comunicación en su conjunto no funciona sobre la base de la verdad y de la información correcta, sino con el objetivo de difundir noticias que proporcionan una cierta interpretación de la realidad o de disimular ciertas partes de la realidad en beneficio de otras que hacen mejor servicio a los mecanismos de la dominación y que son más cómodas de contar.

Se podría argüir que siempre ha sido así. Pues bien, yo digo que no ha sido siempre así. Lo que ocurre hoy día en este terreno es muy, muy diferente de lo que ocurría en el pasado. Actualmente vivimos una nueva época histórica, nos encontramos en un viraje decisivo de la historia. Eso no ocurre a menudo. A menudo sucede que durante largos periodos de tiempo no hay grandes cambios estructurales. En primer lugar, es esencial entender esto. Y entender, en segundo lugar, que la comunicación y la información constituyen los instrumentos decisivos de esta mutación estructural histórica, constituyen los cimientos, la base.

Sin esta base, este cambio no hubiera tenido, y no tendría, tanta importancia histórica. Es importante entender todo esto, porque o bien somos capaces de hacerlo (y entonces podríamos defendernos), o bien no somos capaces, y entonces estaríamos vencidos.

Por otra parte, como dichos procesos se desarrollan tan rápidamente, hay que comprender rápido, por así decirlo. El tema de la comunicación, y el de la democracia en la comunicación, se ha vuelto esencial para cualquier lucha que intente defender la democracia de nuestro país. O somos capaz de tratarlo, o perderemos la democracia.

Una comunicación indecente (es decir, desprovista de valor intelectual, de decencia, de cultura) y manipulada (es decir, engañosa, bajo las múltiples formas que pueden inducir al error a aquellos que la reciben) priva a la población de medios intelectuales para defenderse. Un país no se puede considerar una democracia si una gran mayaría de su población está sometida a una comunicación manipulada y a una información fundamentalmente falsa.

El cuadro que tenemos ante nuestros ojos nos muestra que están a punto de robarnos la democracia, aunque no nos impidan ir a votar. Mejor; así seguiremos yendo a votar sin darnos cuenta (u olvidando) que el ejercicio de la democracia es algo muy distinto del ejercicio del voto. Este último no es más que una parte necesaria, pero no suficiente, para que se pueda calificar a una sociedad de «democrática».
Pero es evidente que el ejercicio del voto pierde todo su sentido y se convierte en un procedimiento puramente formal si los votantes ya no están cualificados para elegir, para ver la diferencia entre las variantes, entre los programas, entre las opciones. Y la información es lo que nos permite saber qué nos conviene elegir.

El 11 de septiembre y el fin de la soberanía nacional

Respecto al 11 de septiembre, resumiré la situación del la siguiente forma: nunca conoceremos la verdad sobre el 11 de septiembre. No la conoceremos a lo largo de los próximos cien años, como dice Noam Chomsky.

Pero de lo que podemos estar seguros por ahora, sin el menor riesgo de error, es de que la versión que nos han proporcionado es falsa. Incluso lo podemos demostrar. He reunido toda la información posible, y no ha sido fácil. No por que hubiera poca, al contrario, había mucha. Pero se encontraba enmarañada con un montón de estupideces e incoherencias tan numerosas como manifiestas. Tenía que desenmarañar el enredo de contradicciones antes de establecer unas circunstancias más bien simples.

Así fue cómo llegué a la conclusión de que el 11 de septiembre tiene causas y orígenes muy, muy diferentes a las que conocemos, las que conocéis, y que el Enemigo, el Satanás del que todos debemos protegernos no es Osama Bin Laden.
Para ser más exactos, no es sólo Osama Bin Laden.

Este último probablemente haya participado en la operación, o bien estaba informado de algún modo, directa o indirectamente. En todo caso, no lo hizo solo, no desde la gruta afgana donde se encontraba confinado, no como protagonista, sino, eventualmente, como personaje secundario. Todo lo que se ha podido reunir para encontrar una explicación indica que el enemigo no es el Islam, sino algo más complejo, tan complejo que es difícilmente explicable a los millones de individuos que están obligados a sufrir las consecuencias y que no lo podrán comprender jamás [2].

Comentarios SDLT: En esta parte cabe recordar que:

El FBI ni el gobierno de EEUU han formulado cargos contra Osama Bin Laden por
el episodio del 11 de septiembre de 2001 y, curiosamente, el mítico personaje
tampoco aparece entre los 10 criminales más buscados por esa agencia de EEUU. Y
el propio FBI admite no tener evidencia suficiente como para incluir a Bin Laden
en su póster y mucho menos como para que el Departamento de Justicia lo acuse
ante un gran jurado en conexión con la destrucción de las torres de Nueva York.

O sea, Bin Laden es el “rostro” de la tragedia neoyorquina del 11 de
septiembre pero el FBI no lo busca y alega no tener evidencia para incriminarlo.

Un fenómeno típico en las operaciones de terrorismo de estado es su carácter complejo y la multiplicidad de los personajes que actúan unos a espaldas de otros pero como concertados, unidos por mil hilos y al mismo tiempo condicionados por unas estrategias que sólo unas cuantas personas en la cumbre conocen integralmente. Mientras que, por debajo de ellos, los subalternos empleados en distintos niveles tienen una idea parcial, y en el nivel más bajo, los ejecutantes lo ignoran todo respecto a los propósitos de quienes los dominan y dirigen, pero han sido convencidos de antemano de actuar por el interés exclusivo de la causa a la que sirven.

Explicar, desvelar todos los pasajes, toda la pirámide, es imposible en pocas palabras. Pero es la emoción lo que vuelve más difícil todavía hacer un análisis imparcial. Emoción alimentada por explotar y magnificar el dolor y el miedo reales. Emoción nutrida por la agresividad que se desencadena contra todos aquellos que intentan discernir lo verdadero de lo falso y a quienes acusan de blasfemos por no doblegarse a la versión oficial: la más “evidente”, la más “lógica”, la más “simple”, pero no por eso la más verdadera.

Nos han anunciado el comienzo de una guerra que se prolongaría durante toda una generación. Lo ha dicho Dick Cheney, lo ha dicho Donald Rumsfeld, lo ha declarado George Bush. Y cuando los escuché pronunciar esas frases, sentí un estremecimiento de inquietud:

¡Pero qué diablos! ¿Han perdido la cabeza? Nos están diciendo que moriremos todos en tiempo de guerra o moriremos todos en estado de guerra. Pero, ¿dónde están mirando estos señores? ¿En una bola de cristal? ¿Puede creerse alguien que para vencer a Osama Bin Laden haga falta una guerra que dure toda una generación? ¿Habéis oído alguna vez a un mando militar llamar a su pueblo a las armas anunciando previamente que no podrá poner fin a la guerra durante los treinta años siguientes?

Al inicio, esta guerra fue llamada “Justicia Infinita”. Daos cuenta de que los atributos infinitos sólo pertenecen a Dios. Así que nos enfrentamos a discursos religiosos, no políticos. Por lo que parece, estos señores piensan (o nos quieren hacer creer que piensan) que están investidos de una misión moral, de un magisterio religioso.

Aquello no fue un error, fue un lapsus. No sé cuál de las dos cosas es peor: ese lapsus o el anuncio en paralelo, repetido obsesivamente, de que la guerra iba a durar “toda una generación”. ¿Y para qué? ¿Contra quién? ¿Para qué se están preparando? ¿Por qué quieren aterrorizarnos? Como pienso que no están locos, ni borrachos, no puedo pensar otra cosa sino que están hablando en serio.

Los hechos lo confirman. Veo al presidente de los Estados Unidos (a quien a partir de ahora llamaré “Emperador sustituto”), quien a mediados de noviembre de 2001 emite un decreto anunciando: que el presidente de los Estados Unidos de América, basándose en informaciones transmitidas por sus servicios secretos, instituye tribunales militares secretos; que éstos podrán juzgar (sin obligación de presentar pruebas al acusado, y menos aún al público) a ciudadanos extranjeros capturados en cualquier lugar, incluso fuera de los Estados Unidos, que serán juzgados en cualquier lugar, incluso fuera de los Estados Unidos, sin tener derecho a elegir un abogado defensor; en fin, que podrán ser condenados sin apelación a la pena de muerte por el voto de dos jueces militares estadounidenses de los tres que constituyen dicho tribunal especial.

Yo leo los periódicos estadounidenses y reflexiono [3]. ¿Qué se le pasa al Emperador por la cabeza cuando promulga un decreto de ese tipo que significa, pura y simplemente, el fin de toda legalidad internacional salvo la del Emperador? Significa que se acabó nuestra soberanía, la soberanía de Italia, de Francia, de Alemania, de Pakistán, de Irak, de quien sea. En otras palabras: hemos perdido nuestra soberanía.

El enemigo chino

Si a alguien la cabe la duda de que allí, en Washington, estén de broma, que no se haga ilusiones. Intentaré ahora mostraros el cuadro que se me presenta en toda su evidencia mientras trabajaba en la redacción del libro La Guerra Infinita [4]. Hasta el momento no he encontrado a nadie que haya podido dar una reconstrucción, una interpretación a la medida de desmentir mi tesis o de refutar sus aspectos de fondo. Empecemos con una pregunta esencial. ¿Quién provoca un escándalo por atreverse a poner en cuestión lo que los bienpensantes consideran como adquirido? ¿Quién es el enemigo?

A finales del año 2002, el Pentágono difundió un documento que llevaba una firma muy importante, la de Donald Rumsfeld [5]. En 2002, Donald Rumsfeld no era todavía ministro de defensa, pero es importante no perder de vista el hecho de que desde finales de 2002 el Pentágono calculaba que en 2017 el enemigo principal de Estados Unidos sería China. Se puede preguntar, ¿por qué en 2017 precisamente?

Respuesta: porque es el resultado de los cálculos y las extrapolaciones efectuados por los centros de investigación militar. Basta con introducir en el ordenador, como seguramente lo habrán hecho los analistas del Pentágono, los datos de tendencias demográficas, económicas, tecnológicas y militares de China para constatar que si el crecimiento de China prosigue al ritmo actual de 7-8% de su producto interior bruto como media anual (como lleva haciendo durante unas dos décadas), hacia 2017 mil trescientos millones de individuos comenzarán a consumir “demasiado”. Es decir, que comenzarán a comer tanto pan como nosotros, a beber tanta agua como nosotros, a poseer tantos coches como nosotros y a consumir tanta gasolina como nosotros.

Y nosotros, los ricos (incluso si nosotros no somos todos ricos y simplemente nos hemos aprovechado de las migajas que han caído de la mesa de los ricos), que no somos más que mil millones de individuos, ya hemos dañado gravemente la naturaleza que nos rodea por el tipo de consumición que vamos arrastrando. Imaginémonos un poco lo que ocurrirá cuando mil trescientos millones de personas adicionales hagan su aparición en el mercado de la consumición con las mismas pretensiones de derroche que nosotros. Es evidente que no habrá sitio para ellos y para nosotros, a no ser que destruyamos el fundamento mismo de la vida sobre el planeta.

Además, ya en el día de hoy, un solo país puede tomar decisiones sin pedirle permiso a los Estados Unidos y a su presidente; ese país se llama República Popular de China. Para evitar malentendidos, hago la precisión de que no estoy emitiendo ningún juicio de valor sobre el régimen político y social que dirige China en este momento. Me limito a constatar los efectos actuales y potenciales de su desarrollo. Y si las cosas se encuentran así, no se puede eludir una pregunta: ¿quién decidirá lo que tiene derecho a consumir China? ¿Y les autorizarán a consumir tanto como nosotros?

La guerra de los ricos

Hay una enorme tensión social en el mundo, que ha crecido más allá de todo límite precedente, entre ricos y pobres. El número de ricos se restringe, mientras se vuelven más y más ricos, y el número de pobres aumenta, mientras se vuelven más y más pobres. Esto representa el primer elástico, un elástico terrible que durante los últimos veinte años se ha tendido más allá de lo soportable.

La diferencia entre la quinta parte de la población más rica y la de la población más pobre se ha multiplicado por cuatro puntos y medio durante los últimos veinte años. Una quinta parte sería el 20% de la población más rica y la otra quinta parte, el 20 % más pobre. Cuatro puntos y medio por año. Es decir, que la globalización estadounidense (la llamo así porque han sido los Estados Unidos quienes han determinado esta fase de una manera absolutamente predominante) ha producido una acumulación monstruosa de riqueza a manos de una cantidad ínfima de personas.

De todos modos, esto sólo representa una parte del problema. Hay una segunda parte mucho más importante. Es el hecho de que hemos llegado hoy día a los límites del desarrollo. Eso tampoco había ocurrido nunca antes. Hemos conocido un siglo y medio de desarrollo (capitalista y no capitalista) que ha tenido un fuerte crecimiento en el norte del planeta y un crecimiento débil o inexistente en el sur.

Sabemos el modo en que se ha desarrollado la humanidad y lo observamos de forma distraída. Pero es nuestra vida cotidiana la que nos tendría que hacer reaccionar. En efecto, en la historia de la humanidad nunca había ocurrido que los hombres modificaran su entorno. Nosotros hemos llegado justo a ese estado. Aquí no podemos analizar todas las causas. Una vez más, me limito a constatar hechos. El límite, el techo de este desarrollo nuestro, a penas está por encima de nuestras cabezas; si nos ponemos de puntillas, rozamos el techo.

En todo el Occidente ya estamos obligados a cerrar nuestras ciudades porque no podemos respirar. Y ahora mismo, mientras hablamos, hay mil millones de hombres que no tienen agua para beber. Los cálculos indican que dentro de diez años habrá dos mil quinientos millones de hombres que no tendrán agua para beber. La alimentación de tres de los seis mil millones de habitantes del planeta ya es un problema.

Hoy día. ¿Qué ocurrirá entonces cuando los mil trescientos millones de consumidores a los que aludíamos antes entren en escena? A esas personas que querrán consumir tanto como nosotros, ¿cómo se lo podremos negar? ¿Y a los otros tres mil millones de personas que viven con un dólar al día? ¿Y a los millones de niños que mueren de hambre? ¿Cómo les explicaremos que no tienen derecho?

¿Y qué presidente de los Estados Unidos se levantará un buen día y explicará a los doscientos cincuenta millones de estadounidenses: “Queridos ciudadanos, no podemos seguir así. Tenemos que cambiar este sistema de vida, debemos concertar con el resto del monde algún medio para sobrevivir, tenemos que determinar con ellos nuestros niveles de consumición, nuestra calidad de vida”?

Eso supone sentarse todos juntos a la mesa (los representantes de Occidente, de Europa, de América, de China, de la India, del mundo árabe, todos juntos), sacarse las pistolas de los bolsillos y dejarlas a un lado. Supone que comencemos a conversar de igual a igual, honestamente, sobre el modo en que tenemos que vivir, salvar nuestro planeta, evitar poner en peligro nuestros glaciares, nuestros recursos; que nos pongamos a pensar en el futuro de nuestros hijos y de las generaciones por venir.

Es una de las posibilidades. Desgraciadamente, no es la más probable. ¿Cuál es la alternativa? La guerra. Por eso vamos a la guerra. Vamos a la guerra porque el grupo que dirige los Estados Unidos y todos los grupos dirigentes occidentales son incapaces de decir la verdad sobre la situación actual del mundo. Estos hombres no tienen ni las herramientas culturales, ni la intención de hacerlo. Quizá sea una tarea demasiado grande, demasiado difícil, incluso peligrosa, ya que si un presidente de los Estados Unidos se alzara para decir cosas de este tipo, es probable que lo mataran al día siguiente. Existen poderes igualmente fuertes que obtusos, cuyo único interés es seguir así, como siempre lo han hecho, con la cabeza gacha, en busca de su propio provecho.

Pero hay que reconocer que en este asunto tampoco existe una alternativa cultural de peso.

El aspecto esencial es que no se trata sólo de una lucha entre los ricos y los pobres del mundo. Nos enfrentamos a una lucha completamente inédita que no puede contrastarse más con las viejas teorías del imperialismo, sino en términos más bien de supervivencia pura y simple del ser humano.

Habréis entendido que nos encontramos justo en la meollo de un viraje decisivo en la historia. Y sólo la complejidad de este terrible viraje puede explicar que el presidente de los Estados Unidos nos haya anunciado que entramos en una guerra muy larga, tan larga que durará una generación entera, incluso más. Es la guerra de los ricos contra los demás. Quieren llevarnos a esta guerra porque creen que saldrán victoriosos; no han sabido entender que ni siquiera los ricos resultarán vencedores. Una guerra sin vencedores.

Y yo os pregunto y me pregunto: ¿qué podemos hacer nosotros para no entrar en esta guerra? Personalmente no le veo sentido a ir a hacerse quemar, y menos aún, ir a hacerse quemar sin razón alguna. Porque precisamente no estoy convencido en absoluto de que esta guerra (una guerra que implica la matanza de cientos de millones de hombres) sea de ninguna utilidad para el destino de la raza humana. Y no nos ayudará tampoco a salvaguardar los valores occidentales de los que, puestos por escrito, estamos tan orgullosos.

[1] Pueblo del Valle de Aosta, en Italia (Nota del traductor).

[2] Tras el periodo de tiempo pasado desde que se pronunciaron estas palabras, se han reconstruido muchos otros elementos de la situación, por parte del autor y de otros observadores. Se han publicado numerosos libros, en Italia como en el extranjero. Todos apoyan la interpretación que aquí se avanza.

[3] Conviene señalar que esta noticia a duras penas ha sido difundida por los periódicos italianos, y que ha pasado completamente en silencio por parte de las televisiones italianas públicas y privadas.

[4] La Guerra Infinita (Feltrinelli, Milán) se publicó a comienzos del mes de marzo de 2002.

[5] En realidad, como se ha sabido más tarde, este documento formaba parte de un estudio mucho más amplio que llevaba la firma, junto con la de Rumsfeld, de casi todos los miembros más destacados de la actual administración estadounidense. Se trataba del PNAC (Project for a New American Century), una especie de manifiesto estratégico de los new cons, es decir, los que se definen como los “Nuevos conservadores”.

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