Argentina: "Las personas pedían por favor" y luego "iban cayendo como hormiguitas al mar”

Página 12
29/11/09

El capitán Emir Sisul Hess se convirtió esta semana en el primer piloto naval procesado por confesar su actuación en vuelos de la muerte. Si bien su legajo es idéntico al de cientos de marinos, la prueba que lo llevó a Marcos Paz fueron testimonios de allegados, quienes lo escucharon relatar que los secuestrados de la ESMA “iban cayendo como hormiguitas” hacia el vacío. El caso Hess, igual que el del teniente Julio Alberto Poch, preso en España por la denuncia de sus compañeros de la aerolínea holandesa Transavia, revela cuánto depende de los confesores el avance de las causas que investigan el último eslabón del terrorismo de Estado.

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El método de arrojar personas al mar fue utilizado durante la dictadura por las tres Fuerzas Armadas. Existen casos probados a partir del hallazgo de cadáveres de personas vistas en Campo de Mayo, ESMA y Olimpo. Por testimonios de sobrevivientes y del capitán Adolfo Scilingo se sabe que en los vuelos hubo militares, prefectos, gendarmes, policías y civiles. También que contaron con la asistencia espiritual de capellanes como Luis Manceñido y Alberto Zanchetta, aún libres e impunes.

El denunciante que inició a la causa, en 2002, supo del relato de Hess por boca de un tercero. Cuando el carromato judicial se puso en marcha, no sólo el confesor admitió la historia: una ex empleada del marino la ratificó y amplió. “Contaba en tono burlón que las personas pedían por favor” y que “no le temblaba el pulso”, dijo el primero. Hablaba con “bronca y resentimiento”, dijo la mujer. Hess le aseguró que las víctimas “eran tipos muy pesados” y que no se sentía un criminal porque “había que cumplir órdenes”.

En 2005 el expediente llegó al juzgado de Sergio Torres, responsable de la causa ESMA. Allí hibernó durante cuatro años, hasta que a principios de septiembre Página/12 contó la historia. La detención fue el 29 de septiembre, una semana después que la de Poch. Hess declaró ante el juez que arrojar personas al mar era “aberrante e innecesariamente cruento”, porque “en una fuerza armada lo que abundan son las armas, para ser utilizadas conforme a la Convención de Ginebra” (sic). Negó haber integrado “la fuerza de tareas creada para la lucha antisubversiva”, intentó demostrar que piloteaba helicópteros que no podían usarse para tirar personas y dijo desconocer las razones de los testigos para “tergiversar la realidad”.

El juez consideró probado que Hess “formó parte de las tripulaciones de aviones y helicópteros utilizados en el sistema de eliminación física denominado ‘vuelos de la muerte’”. Apuntó que tres aeronaves que piloteó servían para “arrojar carga sin perder capacidad de vuelo”: los helicópte- ros Sea King y los aviones Beechcraft C-45 y Pilatus Porter PL-6-A. Agregó que las confesiones fueron ante personas “de su confianza” y que un testigo de la defensa ratificó la amistad con el primer confesor.

El procesamiento de 583 páginas detalla el método que según Scilingo bendijo la jerarquía católica. Los condenados “eran designados por oficiales de Inteligencia los martes a la noche”. Los miércoles se aislaba el sótano. A las cinco de la tarde un suboficial leía una lista con números de prisioneros. “Se producía un clima de violencia, con una gran carga de adrenalina, ya que el futuro trasladado era tomado en forma impulsiva”, contó un sobreviviente. “Se los hacía tomar manos con hombro en un trencito”, apuntó Ricardo Coquet. Tabicados y encadenados, bajaban hasta la enfermería. Con la excusa de “las condiciones higiénicas” del “campo de recuperación”, les inyectaban un somnífero. Los sacaban por “una puerta que sólo se abría en esas oportunidades, directo hacia el playón”, recordó Elisa Tokar. Mareados o desmayados, los cargaban a un camión que los llevaba al aeropuerto. Gras apuntó que lo subían “a un Fokker de la Escuadrilla Multipropósito”, el destino de Hess en 1978 y 1979. Otro sobreviviente vio en la ESMA “un libro donde estaba desarrollado el proceso que seguía un cadáver cuando se descomponía abajo del mar”.

Los traslados eran “en forma semanal”, apuntó Torres, y citó un cálculo de Scilingo: “Hubo entre ciento ochenta y doscientos vuelos, arrojando en cada uno entre quince y treinta personas”, léase entre 2700 y 6000 víctimas. “Lo insólito era la vida, los nacimientos. La rutina era la muerte”, dijo Scilingo. “No matamos a nadie, no tiramos a nadie al mar”, confesaban algunos “Verdes”, aspirantes a suboficiales de dieciocho años, que a veces lloraban ante algún secuestrado. El cabo Juan Carlos Fotea confesó que era “rallante” ver el desfile de condenados. “Estamos tirando una generación al mar”, admitió el policía, que comenzará a ser juzgado en dos semanas. Varios oficiales contaron que habían “fondeado” a las monjas francesas. “Toda la Armada va a tener que poner los dedos”, sonreía el Tigre Acosta para referirse a la rotación orquestada por Emilio Massera.

El documento incluye la historia del desaparecido que volvió de un vuelo. Emilio Assales, alias Tincho, suboficial de la Armada, secuestrado el 11 de enero de 1977, fue conducido un mes después al sótano del Casino de Oficiales. El somnífero tardó en hacerle efecto porque era corpulento. Alcanzó a ver que sus compañeros vomitaban, se desmayaban y eran sacados a la rastra hacia el playón. Lo subieron a un camión y lo trasladaron al área militar del Aeroparque Jorge Newbery. Lo obligaron a subir a un avión y antes de despegar le preguntaron el número asignado. Se percataron de que aún no había sido interrogado por el Servicio de Inteligencia Naval y ordenaron devolverlo a Capucha.

–Quiero ir al sur –le insistió al suboficial a cargo del traslado, según le contó luego a un sobreviviente.

–Vos no sabés de lo que te salvaste –le respondió “Pedro Bolita”, jujeño de ojos achinados que aún no fue identificado.

Antes de relatar su experiencia, Tincho durmió un día entero. Tiempo después fue trasladado, entonces sí para siempre.

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