En Bolivia, Evo va a por (mucho) MAS

Pablo Stefanoni
Brecha
01/12/09

"Logramos el gobierno, pero aún no tenemos el poder.” La frase, repetida durante los primeros cuatro años de gobierno de Evo Morales, es hoy la base de la estrategia del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS): conseguir los dos tercios del Congreso en las presidenciales del 6 de diciembre en las que, según todas las encuestas, Morales tiene asegurada su reelección en la primera vuelta.

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A tal punto llega la sensación de derrota anticipada en la derecha boliviana en los comicios de este mes, que por estos días la discusión entre los dos binomios opositores (el encabezado por el ex militar Manfred Reyes Villa –segundo lejos en las encuestas– y el liderado por el empresario Samuel Doria Medina) gira alrededor de cuál de ellos debería bajarse de la contienda para evitar una catástrofe electoral. (Manfred Reyes Villa, que fue militar –y edecán del dictador Luis García Meza–, fue revocado como prefecto de Cochabamba en 2008, tiene comprobados vínculos con la secta Moon y considera que la homosexualidad es una enfermedad. Su candidato a vicepresidente, Leopoldo Fernández, ex prefecto de Pando, está en la cárcel acusado por la masacre de campesinos en El Porvenir, el año pasado). Con los dos tercios en la mira, Evo Morales sigue recorriendo febrilmente el país en busca de votos, y cada semana decenas de sectores sociales están en lista de espera para proclamar el binomio Evo Morales-Álvaro García Linera. Y en cada acto el mandatario cocalero no escatima promesas: en una reciente cena con empresarios de Santa Cruz se comprometió a bregar para que esta región, otrora en guerra contra su liderazgo, sea la sede del concurso de Miss Universo. Entre los cruceños, la industria de las misses es parte del orgullo regional de tener a las “mujeres más bellas de Bolivia”, y Morales puso a su ministro de Culturas, Pablo Groux, a cargo de esta meta que escandaliza a los grupos feministas.

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Hoy Santa Cruz está lejos de tener la cohesión opositora de los últimos años, cuando las élites locales –políticas y empresariales– encabezaban la lucha por la autonomía regional. Los grupos dirigentes –incluidas las logias que manejan las empresas de servicios públicos– se muestran divididos y más pendientes de las elecciones para alcaldes y gobernadores de abril de 2010 que de las de diciembre. El propio prefecto, Rubén Costas –que llamó alguna vez a Morales “excelentísimo asesino”–, causó escándalo la semana anterior al referirse al mandatario como “mi presidente” y negar su apoyo a ambas fórmulas opositoras: “Si no estoy con Manfred ni con Samuel es por cuestión de principios, es por una cuestión de que no creo en esos liderazgos, eso queda claro”.

La frase completa sobre Evo Morales fue: “No comulgo ideológicamente con él pero es mi presidente, democráticamente Morales es el presidente y si el presidente me invita a mí a tener una reunión públicamente… yo tengo que aceptarlo, es mi obligación y es el respeto que le debo a la democracia”. Y lo que sería una sensata expresión de tolerancia política en cualquier contexto de normalidad democrática, enfureció a los sectores más radicales, que acusaron a Costas de traición a Santa Cruz y de tejer bajo la mesa acuerdos con el MAS en el marco de su campaña por la reelección como gobernador.

Morales sabe que es en el oriente boliviano donde se jugará la posibilidad de obtener los dos tercios. Por eso, como tituló en su tapa el diario estatal Cambio, allí la campaña es “casa por casa”. Por eso el MAS –a través del candidato a segundo senador y líder campesino Isaac Ávalos– concretó una jugada tan audaz como peligrosa: la incorporación, con bombos y platillos, de barrabravas del Blooming y el Oriente Petrolero, y de dirigentes de la Unión Juvenil Cruceñista que en 2008 tomaron violentamente las instituciones del Estado central y agredieron en las calles, a golpes, a simpatizantes oficialistas. Aunque hay malestar en las filas del MAS cruceño, después del visto bueno de Evo Morales a la jugada nadie se anima a hacer públicas sus críticas. De la misma forma, el ex director departamental de Seguridad Ciudadana del gobierno departamental, Jorge Aldunate Salvatierra, y Edmundo Arias, ex integrante del cuerpo de seguridad personal del prefecto Costas, firmaron un acuerdo para apoyar al partido de Evo Morales en las elecciones del 6 de diciembre. Como dijo García Linera, “todos, hasta los (opositores) más radicales, tienen lugar en el proceso de cambio”.

En La Paz, donde según las encuestas el apoyo a Evo supera el 60 por ciento contra un 4 por ciento de Reyes Vila, la campaña parece ser pan comido. Pero buscando los dos tercios que le permitirán al gobierno nombrar autoridades judiciales y aplicar la nueva Constitución sin oposición, Morales lanzó una campaña contra el voto cruzado (corte de boleta). Las organizaciones sociales se quedaron con las candidaturas a diputaciones uninominales, pero los equilibrios corporativos y territoriales no siempre dejan contentos a todos, por lo que muchos de los perdedores amenazan con votar a Evo pero no a los candidatos locales. Y lo mismo ocurre con la pelea con partidos aliados del MAS, como el Movimiento sin Miedo, del alcalde paceño Juan del Granado, quienes encabezan varias circunscripciones. Pero ahora, como dijo el jefe del Estado plurinacional, para alinear a los díscolos, “el voto cruzado es traición”.

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Como constata el ex ministro de Hidrocarburos Andrés Soliz Rada, “la actual plataforma (electoral) del MAS es la antítesis de la Constitución (aprobada) en Oruro. Ofrece un gran salto industrial, carreteras, trenes, ferrocarril bioceánico, aeropuertos, hidroeléctricas, fundiciones, plantas de etano, etileno, metanol; producción agropecuaria en gran escala, seguro universal agrícola, empleo a raudales, educación digital… satélite de comunicaciones… valorizar la identidad nacional”.

Así, la propuesta electoral del MAS refuerza las ilusiones desarrollistas que cíclicamente reemergen en el imaginario político boliviano. Evo Morales ya consiguió espacio para el lanzamiento del satélite Tupak Katari –que se comprará a China– y según los spots llevará a Bolivia a “la era espacial de las comunicaciones” (agencia espacial boliviana incluida). El MAS promete un tren bala El Alto-Oruro y una serie de fábricas estatales (de papel, plástico, leche) además de la industrialización del litio, el nuevo recurso estrella.

Pero la discusión sobre el modelo de desarrollo no trasciende la reactualización de los sueños industrialistas de los años cincuenta, materializados en la famosa película Un poquito de diversificación económica, de Jorge Ruiz –icono del cine nacionalista revolucionario–, en el marco de una fuerte ambivalencia del actual presidente boliviano: un discurso eco-comunitarista en los foros internacionales y una prédica desarrollista sin muchos matices en el ámbito interno. El extractivismo sigue siendo el núcleo del crecimiento económico de Bolivia: los altos precios internacionales (incluido el actual auge minero: alrededor del 10 por ciento del PBI) le permitieron a Evo Morales acumular reservas internacionales récord de 10.000 millones de dólares, lo que –junto a una política macroeconómica muy prudente, bordeando la ortodoxia– mereció recientemente el elogio de la misión del FMI. Esa cantidad ingente de recursos permite a Morales llevar adelante una serie de programas sociales (Bono Juancito Pinto a los niños, Renta Dignidad a los ancianos, Bono Juana Azurduy a las mujeres embarazadas), y obras de infraestructura en los municipios –apoyadas por Venezuela– en el marco del plan "Evo Cumple", que genera un efecto similar al operado en el Brasil de Lula con la Bolsa Familia.

No parece demasiado alejada de la realidad la observación del sociólogo y ex ministro de Educación de Evo Morales Félix Patzi, quien distingue entre “liberales reformados” que manejan la gestión económica (“más que desde un protagonismo intelectual o político, desde la experiencia profesional, con fuerte influencia en las decisiones del gabinete de ministros”); ex izquierdistas que pasaron por ONG (“ex militantes de tendencias como el Partido Comunista, que realmente estaban muertos, y que con este gobierno comenzaron a revivir sin ninguna base social, pero están ahí”), y una tercera tendencia: “el indianismo o indigenismo”, con cargos relativamente marginales en el Estado (a excepción del canciller David Choquehuanca, quien mantiene una fuerte influencia en el altiplano aymara aunque está lejos de decidir los principales lineamientos de la política exterior) pero con una importante incidencia en la elaboración de la nueva Constitución. Con todo, lo que no está en duda es la continuidad de Morales por cinco años más, y quizás la clave del éxito sea el equilibrio entre el pragmatismo de la gestión y la utopía reflexiva emancipadora. O dicho de manera más brutal: salir del “estatismo sin Estado” que hizo fracasar los innumerables intentos previos de nacionalismo económico en este país andino amazónico.

Pablo Stefanoni es director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique.

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