El impacto de la masacre de civiles - Obama preguntó a sus generales: ¿Cuál es el final de juego en Afganistán?

IAR Noticias
12/05/09

La matanza la semana pasada de más de 147 civiles afganos, incluidos mujeres y niños, por un bombardeo estadounidense resintió seriamente la imagen "democrática" cultivada por Obama en la prensa internacional, y causó un revuelo mundial que emparentó a EEUU con las masacres de Israel en Gaza. El incidente, ocurrido en un momento de feroz escalada de los talibanes que ya ocupan porciones importantes de territorio, impactó en Washington y en el Pentágono donde por estas horas se plantean y debaten contradictorias propuestas para salir victoriosos del pantano afgano que ya empezó a salpicar el marketing mediático de Obama. La "triple alianza" tejida en el marco político con Afganistán y Pakistán para combatir al "terrorismo talibán" de nada sirvió hasta ahora en el terreno práctico donde las fuerzas de la OTAN y de EEUU sufren una feroz embestida de las fuerzas talibanes que -según el Pentágono- obliga a la nueva administración imperial a "repensar" una nueva estrategia, empezando por el despido del actual comandante militar.

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Según informó la cadena de televisión NBC News, el 28 de enero pasado, reunido con Gates y el Estado Mayor Conjunto en el Pentágono, Obama preguntó "cuál es el final del juego" (el objetivo final) en Afganistán. Los generales le contestaron: "Francamente, no lo tenemos".

Los últimos acontecimientos de violentos combates y de caos social en Afganistán -y en el vecino Pakistán- confirman que los estrategas militares norteamericanos están como cuando empezó Obama en la Casa Blanca: Sin ideas y cada vez más confusos ante el encarnizado avance talibán.

La semana pasada, en una operación área devastadora, las fuerzas del Pentágono arrasaron con una población al oeste de Afganistán matando a más de 147 civiles, incluidos niños y mujeres, cuyos cadáveres fueron exhibidos ante la prensa internacional con patéticas demostraciones de dolor de sus familiares y amigos.

El Pentágono, que negó al principio la masacre, debió admitir que existió la operación militar aunque minimizó el número de muertos informados por la Cruz Roja y otras organizaciones internacionales.

El presidente títere de Afganistán, Hamid Karzai, que estaba en Washington donde iba a entrevistarse posteriormente con el presidente estadounidense Barack Obama por primera vez desde la elección del mandatario norteamericano, suplicó más "moderación" en la represión militar.

La masacre ratificaba dramáticamente la línea de continuidad de la política de ocupación genocida de los halcones sostenida por la actual administración de Obama.

Todavía con poca "experiencia" en masacres, Obama y su equipo de sionistas liberales dijeron "lamentar profundamente" la muerte de civiles tras el bombardeo y anunciaron investigaciones para determinar lo sucedido.

"EEUU lamenta profundamente cualquier daño o pérdida de vidas inocentes entre los afganos como consecuencia de operaciones en las que sus fuerzas están involucradas", dijo increíblemente el portavoz adjunto del Departamento de Estado, Robert Wood, en un comunicado.

Pero, ante el fracaso de la estrategia del "arrepentimiento" para detener el escándalo, Obama y el Pentágono echaron mano de la cirugía mayor despidiendo al comandante de las fuerzas norteamericanas.

El secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, solicitó la renuncia del comandante de las tropas en Afganistán, el general David McKiernan, afirmando que la estrategia de la lucha contra el talibán necesitaba ser "repensada".

Gates dijo que McKiernan será reemplazado por el general Stanley McChrystal, quien -según los analistas- tiene una mayor experiencia y entendimiento del conflicto afgano. El teniente general David Rodríguez será designado como segundo comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán.

Aunque Gates no hizo mención a ninguna falencia de McKiernan que justificara su alejamiento, oficiales estadounidenses decían en privado a la BBC que la cada vez más compleja campaña de "contrainsurgencia" en Afganistán requería un enfoque menos convencional, por eso no sorprende que el reemplazante provenga de las fuerzas especiales estadounidenses.

McChrystal es actualmente director del Estado Mayor Conjunto y previamente se desempeñó como jefe de las fuerzas especiales. Según los analistas, es un experto en el tipo de "contrainsurgencia" que la administración de Barack Obama quiere aplicar en Afganistán.

Pero antes de asumir el mando de los 45.000 soldados estadounidenses y los 32.000 efectivos de la OTAN, deberá ser nominado por el presidente -quien se descuenta que lo promoverá- y confirmado por el Senado.

Al anunciar el relevo de McKiernan, Gates dijo que Washington necesitaba un "renovado liderazgo en Afganistán", junto con una nueva estrategia y un nuevo embajador.

El cambio de mando se produce en momentos en que Washington planea reforzar su presencia militar en territorio afgano y en medio de una creciente presión internacional para que se reduzca el número de civiles muertos en ataques aéreos de la coalición.

El secretario de Defensa hizo el anuncio tras reunirse con el presidente del Estado Mayor Conjunto, el almirante Mike Mullen, y con el comandante del Comando Central, el general David Petraeus.

El domingo, miles de estudiantes universitarios protestaron en las calles de Kabul contra las matanzas de civiles de la OTAN y de EEUU.

Los manifestantes pidieron que los responsables de los bombardeos se sienten frente a un tribunal.

En cuanto al "cambio de estrategia", salvo el anuncio, no hay nada claro ni definido.

Refiriéndose a la matanza de civiles, el general David Petraeus, a cargo del comando militar central para toda la región, lamentó la reciente "muerte de estos ciudadanos", pero rechazó que el ejercito norteamericano vaya a descartar los ataques aéreos en futuras operaciones.

Petraeus dijo que las "acciones tácticas no deben menoscabar las metas estratégicas y los objetivos".

O sea que, y a buen entendedor, la masacre de civiles no tiene porque interferir en la sagrada misión de exterminar al "terrorismo talibán" por todos los medios en Afganistán.

En una entrevista con la cadena de noticias estadounidense Fox News, Petraeus declaró que nombrará a un militar "con amplia experiencia en operaciones convencionales y especiales" para que valore posibles cambios en la misión.

Por su parte, el consejero de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama, James Jones, advirtió que EEUU necesita "redoblar" esfuerzos para frenar la muerte de civiles, pero aseguró que prohibir los ataques aéreos no serviría de nada.

Para un conjunto de expertos, la expulsión del alto jefe militar revela que EEUU -salvo el discurso de Obama- carece de una estrategia clara para salir airoso de la ocupación militar de Afganistán.

El Pentágono planea desplegar en Afganistán 21.000 nuevos efectivos -17.000 de combate y 4.000 instructores- antes del 20 de agosto, cuando está prevista la celebración de las farsescas "elecciones presidenciales" en el país. De esta manera, las fuerzas norteamericanas dispondrán de un total de 55.000 efectivos sobre el terreno.

Por el momento, ya llegaron a Afganistán un 25% de esos nuevos efectivos, se está ampliando la base de Kandahar a marchas forzadas -se pretende hacerla tan grande como la de Bagram, al norte de Kabul, donde se concentran 25.000 militares y civiles-.

"Debemos decidir con mayor precisión nuestro objetivo" en Afganistán, dijo el miércoles el ex consejero de seguridad nacional y asesor de Obama, Zbigniew Brzezinski al diario electrónico The Huffington Post. "Estamos corriendo cada vez más riesgos de empantanarnos en Afganistán y en Paquistán en busca de objetivos inalcanzables".

El propio secretario Gates se había mostrado "muy preocupado" el 14 de diciembre pasado ante la posibilidad de desplegar más de los 30 000 nuevos soldados solicitados en esa fecha por el hoy despedido McKiernan.

El secretario de Defensa indicó entonces que la hoy disuelta Unión Soviética fracasó al ocupar Afganistán con 120.000 soldados.

La estrategia de conquista capitalista y militar que Bush y los halcones imperiales lanzaron detrás de la pantalla de la "guerra contraterrorista", emergente del 11-S, ya comienza claramente a resquebrajarse en Afganistán donde la resistencia talibán y los muertos estadounidenses y europeos crecen en simétricas proporciones.

Obama es el sucesor y continuador de Bush, por eso a los expertos no sorprendió que, luego de vestirse de "progresista" para el marketing electoral de campaña, el nuevo CEO de la empresa imperial USA, centrara la columna vertebral de su estrategia exterior en la continuidad de la "guerra contra el terrorismo" iniciada por Bush tras el 11-S.

Reunido por primera vez en abril con los líderes de la OTAN, Obama resaltó que el aumento de tropas y medios apuntalará no sólo la operación afgana, sino el propio futuro de la Alianza Atlántica, principal foro de las relaciones bilaterales.

En su publicitada "revisión estratégica" hacia Afganistán, el presidente de EEUU, prometió "barrer a los terroristas" de sus refugios en Pakistán y advirtió que Al Qaeda está planeando nuevos ataques, al dar a conocer su nueva estrategia para la guerra de ocupación contra los talibanes en Afganistán.

El presidente USA afirmó que las conflictivas regiones fronterizas de Pakistán son "el lugar más peligroso del mundo" para los norteamericanos y describió a la red Al Qaeda como un "cáncer" que podría devorar a Pakistán, a más de siete años de los ataques del 11 de septiembre.

Los medios y analistas europeos coinciden en que Obama consiguió, aunque sea parcialmente, derrotar las serias resistencias que existían hasta hoy dentro de la OTAN para agrandar su operación en Afganistán.

No obstante, la realidad indica que no hay planes ni estrategias concretas para Afganistán, salvo los bombardeos contra poblaciones civiles orientados -sin éxito- a perforar los búnkeres talibanes.

Y posiblemente cuando Obama vuelva a preguntar a sus generales ¿cuál es el final de juego en Afganistán? se va encontrar con la misma respuesta: "No lo tenemos".

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