Seis falacias del sionismo

Federico Mare
mdzol
10/02/09

A la hora de defender su política segregacionista y genocida, el Estado de Israel recurre a un procedimiento igualmente infame: confundir el antisionismo con el antisemitismo. Toda persona u organización que critique o se oponga al régimen de Apartheid y a la «limpieza étnica» de que es víctima el pueblo palestino, queda catalogada sin más como «nazi» o «enemiga del judaísmo». Esta estrategia discursiva esconde al menos seis falacias convergentes. Ellas son:

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1) La falacia del espantapájaros, consistente en tergiversar las ideas del contrincante para así poder descalificarlas con mayor facilidad. En lugar de representarse al antisionismo como tal, como lo que realmente es, se lo representa distorsionadamente como antisemitismo. Las críticas al gobierno israelí son resignificadas como «ataques a la religión judía» en aras de conjurar el poderoso recuerdo de la Shoá.

2) La denominada fallacia consequentis (o afirmación de lo consecuente). Si p implica q, y q es verdadera, no necesariamente p también lo es. Si todo antisemita es antisionista, y determinada persona u organización de izquierda es antisionista, no ha de inferirse forzosamente que sea además antisemita.

3) La falacia del blanco y negro, donde la gama de alternativas se reduce apriorísticamente a dos: a) ser partidario de la política sionista y tolerante con la fe judía, o, de lo contrario, b) ser hostil a la política sionista e intolerante con la fe judía.

4) La falacia genética, consistente en juzgar algo —o a alguien— en función de su origen más o menos remoto, sin considerar los cambios que pudieren haberse operado con el paso del tiempo. Los palestinos e israelíes de hoy son asimilados anacrónicamente a los conquistadores árabes del siglo VII y a los judíos anteriores a la Diáspora, o incluso a los cananeos y hebreos del relato bíblico (respectivamente), haciendo caso omiso de un largo devenir histórico, ignorando completamente el influjo de los siglos tanscurridos. De esta forma, la máxima jurídica según la cual la responsabilidad penal no es heradable queda hecha añicos: los árabes de hoy son «culpables» de los crímenes perpetrados hace más de trece centurias por el califa `Umar ibn al-Jattāb, el suegro de Mahoma que invadió la Palestina bizantina y sometió a sus moradores (judíos y cristianos).

5) La generalización precepitada, donde se infiere una (seudo) regla general a partir de algunos casos favorables, y a despecho de muchos que no lo son. Dado que los antisionistas A y B son también antisemitas, ergo todos los antisionistas son antisemitas.

6) La falacia del no true Scotsman ("ningún verdadero escocés"). Antony Flew llamó de esta manera al sofisma consistente en descalificar a una excepción válida en nombre de un difuso y falso esencialismo. Éste es el ejemplo que da Flew, y que explica el curioso nombre de dicha falacia: la persona A afirma que ningún escocés le pone azúcar a la avena; B le advierte que su tío, siendo escocés, acostumbra hacerlo. Entonces A le replica que ningún verdadero escocés lo haría. Cuando a un sionista se le señala que el antisionismo no es homologable al antisemitismo porque —entre otras razones— existen muchos judíos que no son sionistas, aquél niega o duda que lo sea cabalmente.

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