El veto de Bush a la resolución del Congreso contra la tortura

Sinpermiso
David Cole
17/03/08

George W. Bush hizo historia el pasado 8 de marzo, al convertirse en el primer presidente norteamericano usar el poder de veto para proteger el derecho a la tortura. Huelga decir que él no lo habría dicho así; prefiere hablar de “técnicas autorizadas de interrogatorio”. Suena mucho más civilizado. Pero, a fin de cuentas, ¿dónde está la diferencia?

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El presidente no nos lo puede decir, aparentemente porque si Al Qaeda supiera cómo interrogamos, entrenaría a sus combatientes para resistir nuestras tácticas. Salvo, claro está, cuando ya nos lo ha contado: como en el caso de la bañera, una técnica que su administración reconoció hace poco haber empleado la CIA contra sospechosos de pertenecer a Al Qaeda, incluido Khalid Shaikh Mohammed.

El método de la bañera, insiste la administración, sólo fue usado con tres sospechosos, y ya no se practica más. No obstante, puesto que es la única “técnica autorizada de interrogación” cuyo empleo ha sido admitido por la administración, vale la pena explorar por qué piensan que no es tortura. Después de todo, nosotros hemos considerado tortura la simulación de la asfixia cuando otros la han empleado. Condenamos a soldados japoneses por usarla contra norteamericanos durante la II Guerra Mundial. El Departamento de Estado se ha referido repetidamente a ese método como tortura en sus informes sobre el respeto a los derechos humanos por parte de otras naciones. Pero cuando lo practicamos nosotros, se trata sólo de una “técnica autorizada de interrogatorio”.

Steven Bradbury, el jefe de la Asesoría Jurídica del Departamento de Justicia, concedió el pasado febrero, en su testimonio ante el Congreso, que la bañera puede ser “perturbadora, incómoda, hasta aterradora”, pero insistiendo en que no es tortura, porque no inflige daño grave ni tienen sus efectos consecuencias duraderas. La gravedad y la duración del daño desde el punto de vista de la CIA o de la Asesoría jurídica; no, desde luego, desde el punto de vista del sospechoso, que no puede respirar, cuyos pulmones se encharcan y que teme morir asfixiado, si no dice lo que sus interrogadores quieren oír.

Es esa clase de distinciones falaces lo que llevó al mundo a prohibir en el Convenio contra la Tortura no sólo la tortura, sino “todo tratamiento cruel, inhumano o degradante”. Y son precisamente esos tipos de distingos elusivos los que llevaron a las dos Cámaras del Congreso a tratar de imponer a la CIA las mismas restricciones bajo las que actúan los interrogadores del Ejército, restricciones que sientan con meridiana claridad lo que puede y lo que no puede hacerse.

Bush dice que los “terroristas encallecidos” merecen un tratamiento distinto del de los soldados apresados en combate. Pero en este conflicto la distinción se desvanece. ¿Cuál es exactamente la base para tratar a los sospechosos de terrorismo de modo diferente al resto de los seres humanos? El Convenio contra la Tortura y Otros Tratos y Castigos Crueles, Inhumanos y Degradantes no hace excepción con los sospechosos de terrorismo. Insiste en que cualquier ser humano sea tratados igualmente en lo que hace al respeto a su dignidad inviolable, aun cuando no respete la nuestra. El verdadero objeto del veto de Bush es nada menos que esa noción de dignidad humana.

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