Los meteoritos sembraron proteínas zurdas

Javier Yanes
Público.es
06-04-2008

Las proteínas de la Tierra son zurdas. No es el título de una película, sino un caso del fenómeno de la quiralidad, o asimetría espacial. Del mismo modo que la mano derecha y la izquierda son imágenes en un espejo que no coinciden al superponerse, los aminoácidos –eslabones individuales que forman las cadenas de proteínas– tienen dos posibles configuraciones simétricas, derecha (dextrógira o D) e izquierda (levógira o L). Utilizarlas indistintamente dificultaría el orden de los procesos biológicos; por este motivo, la vida en la Tierra se basa en una de ellas, la L. Pero si la otra opción era igualmente válida, ¿por qué esta elección?
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Algunos científicos defienden que el origen de la vida terrestre está en la panspermia: las semillas de la vida atraviesan el cosmos subidas a la grupa de meteoritos y asteroides, fecundando planetas habitables. Éstos, a su vez, contribuirán a dispersar la vida cuando el impacto de un cuerpo lance fragmentos al espacio. Aunque el concepto no ha sido demostrado, sí hay pruebas irrefutables de que los meteoritos transportan aminoácidos y otros precursores de moléculas biológicas. No cabe duda de que la quiralidad de estas sustancias viajeras podría aportar algún indicio a favor o en contra de la teoría de la siembra cósmica.

Aminoácidos extraterrestres

En 1997, John Cronin y Sandra Pizzarello, de la Universidad Estatal de Arizona (EEUU), publicaron en Science un análisis de aminoácidos extraterrestres del meteorito Murchison, una roca que cayó en Australia en 1969. Los científicos descubrieron que predominaban las formas L, lo que encaja con que ésta sea la configuración imperante en la Tierra. El pasado febrero, Pizzarello demostraba en PNAS que lo mismo ocurre con otro meteorito de origen antártico.

El siguiente paso consistiría en explicar por qué, si una reacción en laboratorio produce tantos aminoácidos D como L, los meteoritos transportan sobre todo los segundos.

El último grano de arena lo ha aportado Ronald Breslow, profesor de la Universidad de Columbia, en la 235ª reunión de la Sociedad Química Americana, que se inauguró ayer en Nueva Orleans. Breslow recordó que experimentos previos han mostrado cómo la luz polarizada –aquella que oscila en un plano– destruye selectivamente una de las dos formas quirales de los aminoácidos. Al viajar por el espacio, aventura Breslow, los asteroides están sometidos a la luz polarizada de las estrellas de neutrones, que desequilibra las proporciones de ambas configuraciones moleculares. En el caso concreto del entorno terrestre, se favorece la L. Así, cuando la roca impacta con la Tierra, siembra aminoácidos L en un exceso de un 5% a un 10%.

El resto es una cuestión de cocina y aritmética. Breslow simuló en su laboratorio las condiciones de la Tierra prebiótica –calor desértico y un poco de agua– y probó que los aminoácidos cósmicos son capaces de transferir su quiralidad a precursores terrestres. Con la evaporación, moléculas D y L se unen entre sí para cristalizar, lo que deja una mayor fracción de L en solución. El resultado de todo ello es que la L se convierte en la especie ubicua y, por tanto, en la elegida para la vida; al menos, aquí. “Pero, obviamente, estos meteoritos también están aterrizando en otros planetas”, concluye Breslow.


Ultracuerpos microscópicos


Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN, propuso la teoría de la panspermia dirigida: una inteligencia extraterrestre esparció deliberadamente sus semillas por el Universo empleando naves espaciales.

En 1996, un examen del meteorito marciano ALH84001 reveló estructuras que se suponía eran fósiles de microorganismos. Las conclusiones fueron cuestionadas por un sector de la comunidad científica. No hay consenso.

Aún no hay pruebas de que un microbio pueda sobrevivir a una travesía espacial.

Varios equipos han tratado de recrear artificialmente las condiciones de la panspermia para evaluar su viabilidad. En el último número de ‘Astrobiology’, científicos alemanes apoyan experimentalmente la posible supervivencia de esporas, bacterias y líquenes entre placas de roca sometidas a un impacto de hipervelocidad.

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