Cada vez más suicidios, adicciones y depresión en las tropas de EEUU
Ana Baron
Clarín/Rebelión
18/11/09
El ejército norteamericano está luchando en dos guerras y al límite de su capacidad. Por eso, los soldados van cada vez más seguido y se quedan más tiempo en el teatro de operaciones. La consecuencia, crecientes problemas de salud mental.
El Sargento Justin "Jon" Garza, 27 años, llegó a Fort Hood –la base militar norteamericana donde tuvo lugar la trágica masacre que puso fin a la vida de 13 soldados–, en junio del año pasado.
Especializado en comunicaciones, ya había servido en el exterior seis veces, incluyendo una en Oriente Medio y dos en Irak, adonde tenía que volver en septiembre. Sin dudas, había visto demasiado.
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Garza tenía problemas graves de alcoholismo. Con esta adicción y tras romper con su novia, decidió que no podía seguir en las fuerzas armadas. Primero pensó en desertar. Y luego intentó suicidarse con un fusil. Se salvó de milagro.
Lo internaron en el Hospital de Fort Hood. ¿El diagnóstico? "Depresión y dificultades para adaptarse", dijeron los psiquiatras. Decidieron que se fuera a vivir a la casa de su mejor amigo, un soldado como él. Lo pusieron bajo vigilancia antisuicida de lunes a viernes. Pero Garza logró finalmente lo que quería. Sólo once días después de salir del hospital se suicidó. Era un sábado.
"He estado destruido y con un gran dolor desde hace ya mucho tiempo. No podía seguir así. Nunca he sido bueno para abrirme y para decir lo que siento, por lo tanto las cosas se fueron acumulando y cada vez fue peor", dice la nota que Garza le dejó a su madre, Teri Smith, de 52 años, para despedirse y explicarle su drástica decisión. Clarín intento comunicarse con Smith, sin éxito.
Después de que la historia de su hijo fue publicada por primera vez en Los Angeles Times, la familia desconectó el teléfono.
La masacre perpetrada por el mayor psiquiatra Nidal Hasan, el 5 de noviembre pasado, ha colocado bajo la lupa la salud mental de los soldados estadounidenses.
Y el caso de Justin "Jon" Garza es uno de los mejores ejemplos de lo que llaman PTSD (post traumatic stress disorder) y de las fallas que existen en el sistema norteamericano para prevenirlo y curarlo.
De acuerdo al Instituto Nacional de Salud Mental, el PTSD es un "problema de ansiedad que puede desarrollarse después de haber estado expuesto a acontecimientos terribles en los que ha habido daños físicos importantes".
Los síntomas son pesadillas, dificultad para dormir, depresión, entumecimiento emocional y sensación de estar al borde del abismo.
Las estadísticas oficiales indican que el número de suicidios en las fuerzas armadas estadounidenses viene aumentando rápidamente desde hace cuatro años. En el 2008, se suicidaron 128 soldados, con lo que se superó el número récord en la guerra de Vietnam. En lo que va de 2009, ya hubo 177 suicidios, diez de ellos en Fort Hood, Texas, incluyendo el de Garza.
Eso no es todo: 3 de cada 10 soldados que han servido en Irak o en Afganistán durante por lo menos dos períodos de 15 meses tienen problemas mentales graves.
Por estar luchando en dos guerras a la vez, el ejército estadounidense está al límite de su capacidad. Los soldados sirven en la guerra por períodos cada vez más largos. El tiempo en el teatro de operaciones es mucho más prolongado de lo aconsejable: se quedan hasta 15 meses y además son enviados a la guerra hasta cuatro o cinco veces.
Esto tiene un efecto acumulativo, la separación de las familias es más larga y están más expuestos al horror de la guerra. El tema es particularmente urticante en este momento ya que el presidente Barack Obama debe decidir si envía mas soldados a Afganistán y, si lo hace, cuántos deberían partir.
Uno de los obstáculos que enfrentan los psiquiatras militares es la propia cultura militar, que hace que los soldados "deban esconder sus debilidades" y "demostrar que son fuertes".
"Los soldados que perdieron en Irak sus piernas o les amputaron un brazo reciben condecoraciones. Pero yo que perdí la cabeza no recibo ni siquiera un gracias por mi servicio. A mí nunca me escuchan. No me escuchan", se quejó Sophia Taylor, una de los tantos soldados que hacen terapia de grupo en el Walter Reed, el hospital militar donde hizo su residencia el autor de la masacre de Fort Hood, Nidal Hasan.
De hecho, nadie lo escuchó cuando al terminar su residencia hizo una presentación en la que, frente a sus profesores, explicó que los militares estadounidenses podían verse amenazados por soldados que profesaban la religión del islam y estaban conflictuados por tener que luchar en países musulmanes como Irak y Afganistán.
"Cada vez es más difícil para los musulmanes justificar moralmente el pertenecer a un ejército que está en guerra continuamente contra los musulmanes", dijo Hasan. "Si grupos de musulmanes logran convencer a gente que profesa la religión islámica que ellos están luchando para Dios contra las injusticias de los infieles, es decir, los enemigos del islam, entonces esa gente puede convertirse en un adversario potencial, es decir en terroristas suicidas".
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