Atrapados entre los sollozos y los cánticos de guerra
Gilad Atzmon
Palestine Think Tank
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
18/07/08
Al examinar los actuales pornográficos lamentos colectivos de la prensa hebrea, me encontré, para sorpresa mía, con un editorial crítico escrito por el Dr. Mordechai Keidar, un académico israelí de derechas.
“Nuestros enemigos”, dice Keidar, “ven frente a ellos una nación desesperada, emocional, llorona, corrompida, hedonista, posesiva y liberal. Un pueblo que devora cuando come, un pueblo sin raíces históricas, un pueblo que apenas tiene ideología, sin valores, carente de cualquier sentido de solidaridad. Un pueblo que sólo se preocupa del “aquí y ahora”, un pueblo que se dispone feliz a pagar cualquier precio sin siquiera considerar las graves consecuencias de su temeraria conducta” (enlace).
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Es levemente esperanzador descubrir que hay alguien en Israel que puede darse cuenta de con cuánta severidad se contempla la realidad israelí. Keidar comprende lo lamentable que resulta para las personas de fuera de Israel, especialmente para sus vecinos, el festival de duelo puesto en marcha. Por mucha empatía que uno pueda sentir con el dolor de las familias de los soldados, Regev y Goldwasser eran soldados de uniforme de las fuerzas de defensa israelíes que servían en un ejército extremadamente hostil. Cuando les secuestraron estaban realizando una patrulla militar por la disputada frontera libanesa. Para aquellos que todavía no ven claras las cosas, les diré que eran soldados y no simples `civiles inocentes´. Eran capaces, en teoría, de defenderse a sí mismos. El caso de Gilad Shalit no es muy diferente. Shalit, a quien se presenta en el mundo de los medios como `víctima inocente´, desempeñaba nada menos que el puesto de guardia de un campo de concentración israelí, a saber: Gaza. Shalit, como Goldwasser y Regef, llevaba un uniforme de las fuerzas armadas israelíes cuando fue capturado. Ni Regev, ni Goldwasser ni Shalit eran víctimas. Todos ellos servían a un estado que emplea tácticas genocidas devastadoras que incluyen matar de hambre, limpieza étnica y asesinato de quienes considera sus enemigos. Sin embargo, resulta pasmoso descubrir lo limitada que es la memoria colectiva israelí. El fallido rescate de Regev y Goldwasser por parte de las fuerzas de defensa israelíes, tras la exitosa emboscada de Hizbollah, evolucionó hasta que Israel desencadenó la Segunda Guerra del Líbano. En un acto de represalia, castigo y venganza, Israel destruyó toda la infraestructura del Líbano, arrasando todos los pueblos y ciudades del sur del país, así como algunas barriadas de Beirut. Mató a miles de civiles libaneses. De alguna manera, los israelíes se las han arreglado para olvidar todo esto. Y ahora, lo único que los israelíes son capaces de ver son dos ataúdes negros. Incluso han conseguido obviar el hecho de que, a cambio, entregaron 190 sencillos ataúdes que contenían los cuerpos de los milicianos de Hizbollah.
Los israelíes tienen un especial talento para verse tan solo a ellos mismos. A sus ojos, su dolor es superior al dolor que los demás sienten. Pero hay algo que me desconcierta. A la luz del necrofílico suceso del llanto colectivo israelí, me siento muy confuso. Si Israel y los israelíes apenas pueden recuperarse por dos trágicas bajas militares israelíes, cómo van a arreglárselas con la guerra global que tanto insisten en lanzar contra Irán. Si los israelíes no soportan la visión de dos ataúdes, ¿cómo es que van a soportar que Tel Aviv se convierta en el lugar de una fosa común? Sus llantos de guerra sugieren que esto es algo en lo que ellos parecen insistir en implicarse.
Casualmente, el Dr. Keidar sugiere una respuesta: “Sólo una nación llena de convicción ideológica, una nación con una creencia fuerte en un camino justo, una nación que se siente parte de un proceso histórico, una nación que puede coger su dolor y comprar su supervivencia con sangre, sudor y lágrimas, sólo una nación así puede perdurar en Oriente Medio. En esta región”, dice Keidar, “no hay sitio para los judíos de nueva hornada a los que parece no importarles hacer de felpudos y que, antes o después, revelarán su verdadero rostro de post-sionistas”.
Debo admitir que Keidar, el fanático derechista israelí, tiene razón. El pueblo que se viene abajo frente a dos ataúdes es mejor que no inicie ningún otro conflicto internacional. Los israelíes no están precisamente hechos del material adecuado. No son precisamente una nación de guerreros espartanos. Por mucho que disfruten infligiendo dolor a los otros, en realidad no pueden soportar la idea de sufrir ellos mismos, está muy claro que actualmente no están preparados para sacrificarse, que no son más que una panda de derrotados cobardes. Mejor harían en escapar y ¡sálvese quien pueda! Como Keider señaló, sus posibilidades de sobrevivir en la región son nulas.
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