Nicolas Sarkozy, Israel y los árabes
René Naba Ese país…. es Israel, que celebró, el 14 de mayo de 2008, el sexagésimo aniversario de su declaración unilateral de independencia, para la que Francia reservó a su presidente la primera visita de Estado de su mandato. El primer presidente francés «mestizo», tal como se proclama, es, sin ninguna duda, el más pro israelí de los jefes de Estado de la historia de Francia; también es el dirigente francés más odioso para la opinión árabe desde Guy Mollet, el ex Primer Ministro socialista, de siniestra memoria, que ordenó, a través de su procónsul Robert Lacoste, las salvajadas de Argel, el encargado de la expedición de Suez en 1956, la agresión tripartita franco-anglo-israelí contra Nasser, el jefe carismático del nacionalismo árabe. Un triste récord poco envidiable del que sin embargo Sarkozy no ha podido librarse a pesar de que se aplicó a borrarlo cuando tomó conciencia, albergando la conferencia interlibanesa en la Celle Saint Cloud (julio de 2007) y la conferencia de los países donantes del futuro Estado palestino (diciembre de 2007); volviendo a entablar relaciones con Siria, condenada al ostracismo por la ceguera pro Hariri de su antecesor y emprendiendo, al galope y en un tiempo récord, una gira oficial por once países árabes, la mitad de los estados miembros de la Liga Árabe. Una marca nunca igualada por ninguno de sus antecesores. Nunca un presidente francés desplegó tanta energía en torno a los países árabes (3) y nunca, sin embargo, ningún presidente francés suscitó tanta acritud entre los árabes. Significativa de ese estado de ánimo es su intervención ante el Consejo consultivo saudí el pasado 12 de enero. Confundiendo seguramente el Consejo consultivo con la Asamblea de los Ulemas, su disertación sobre las religiones se acogió con una indiferencia cortés, mientras los saudíes esperaban aclaraciones sobre la política del nuevo presidente del primer país musulmán de Europa occidental por su importancia numérica, que hace del Islam la segunda religión de Francia. Varios parlamentarios saudíes, según algunos testimonios, ni siquiera se dignaron encender los auriculares de traducción para entender el alcance de la palabra presidencial. ¿El orador francés al menos se dio cuenta? No, obviamente, arrebatado por su ímpetu predicador, ¿su entorno tuvo la posibilidad de alertarle sobre su deriva? No, evidentemente paralizado por la nueva «egocracia» presidencial. ¿Se puede imaginar que un jefe de Estado de un país musulmán pudiera pronunciar semejante discurso teológico ante la representación nacional francesa? ¿Se puede imaginar por un momento el clamor de indignación que el imprudente predicador islámico habría suscitado en Francia ante semejante alteración del protocolo? Que nadie se confunda. La especial animosidad con la que gratifican los árabes a Nicolas Sarkozy no se debe a sus inclinaciones políticas y afectivas, sino a su propensión a la ofensa. Sus antecesores practicaban una política dual, una política de apertura con respecto a los mercados árabes en el plano internacional, y una política de cierre doméstico frente a la población derivada de la inmigración. Nicolas Sarkozy se desmarcó de esa dualidad con una estigmatización permanente, unilateral y continua de la alteridad: las «barredoras, chusma, degüello de corderos en las bañeras» quedarán grabadas para siempre en las memorias como la cara repelente de una xenofobia institucional transportada a la cima del Estado por el hombre encargado de simbolizar la concordia nacional. El malestar es patente, el mal irremediable y el activismo presidencial ineficaz, aunque se presente con el envoltorio de la diplomacia nuclear. Que nadie se confunda en esto tampoco. El antisarkozismo de los árabes no es simétrico a la incondicionalidad pro israelí del presidente. Otros dirigentes occidentales demostraron un apoyo más señalado a Israel que el presidente francés sin suscitar tanta repulsión contra su persona. George Bush, probablemente el más odiado de los presidentes estadounidenses en el mundo árabe, ha sido el primer dirigente occidental que ha viajado a Palestina y el primero que ha llamado «ocupación» a la presencia israelí y «colonias» a los asentamientos israelíes en los territorios palestinos, sin atascarse con preocupaciones oratorias. Fue George Bush y no Nicolas Sarkozy, en El Cairo a finales de 2007, quien balbuceó las primeras sílabas de la palabra colonia antes de rectificar y utilizar el inexpresivo término de «establecimiento». En el campeón del discurso verídico hay prudencias que resuenan como negaciones, o más bien como revelaciones. El propio Nicolas Sarkozy lo admite y no oculta ni su «incomprensión» ni su «indiferencia» con respecto al «universo» árabe que «conoce poco», que le es «extraño» (4), llegando incluso a rechazar la expresión «política árabe» como un «absurdo», (…) «no es un mundo único», por lo que «debemos concebir y aplicar una política adaptada a cada una de las regiones de ese mundo y no dejarnos cegar por una unidad que sólo es virtual», escribía en 2001 a pesar de que ya había ejercido responsabilidades gubernamentales, especialmente en relación con el presupuesto, en el gobierno de Edouard Balladur en 1993-1995, y por lo tanto, supuestamente, estaba informado de la importancia económica de los fondos soberanos árabes en el mantenimiento de la competitividad de las empresas francesas en el séptimo puesto de la economía mundial. Hermosa ilustración del «eurocentrismo» de este habitante del «gueto del gotha» del ostentoso barrio de Neuilly, concentración de todas las derechas francesas, que se empeña en que hay que construir una Unión Europea y al mismo tiempo niega la unidad de los árabes a pesar de que existen más semejanzas y convergencias culturales, espirituales y lingüísticas entre los 20 países miembros de la Liga Árabe que entre los 27 miembros del conjunto europeo; más diferencias entre flamencos y valones, la «vieja Europa » y la «nueva Europa», católicos y protestantes, particularmente en Irlanda del Norte, anglófonos y francófonos; y todavía más divergencias entre un aduanero corso, un pescador maltés y un fontanero polaco que entre cristianos y musulmanes árabes, suníes y chiíes, habitantes del Machreq o el Magreb, mucha más virtualidad que brotes de unidad entre el norte y el sur del Mediterráneo. Un discurso que demuestra, como mínimo, una ignorancia lamentable de las realidades geoestratégicas y revela una postura que no se basa en una visión prospectiva, sino en los prejuicios ideológicos de un ser compulsivo impulsado por una mentalidad convulsa. La ofensa vive en este hombre que no puede aparecer por la periferia urbana de Francia, una hazaña para un jefe de un Estado seguro. La ofensa forma parte de él, no como un defecto de juventud, sino como una marca de fábrica que no dejó de mostrar a lo largo de su campaña electoral, e incluso después, al estigmatizar repetida, gratuita y alegremente a los diversos componentes de la abigarrada sociedad francesa. I - Francia es el único gran país europeo que reunió las dos grandes plagas de Occidente de la época contemporánea: la trata de negros y el exterminio de los judíos. «La política árabe de Francia», que ha buscado la desarticulación con el apoyo activo de los tránsfugas atlantistas, en particular Dominique Strauss Khan, el nuevo socialista Director del Fondo Monetario Internacional, y Bernard Kouchner, el nuevo belicista ministro de Asuntos Exteriores, ex médico humanitario de las zonas petroleras (Biafra, Kurdistán, Darfur, Gabón y Birmania), para los árabes consistió, básicamente, en volar al auxilio de Francia, en dos ocasiones durante el siglo XX, para ayudarla a vencer a sus enemigos, especialmente entre 1939 y 1945, colaborando en su liberación del yugo nazi por el que una importante fracción de la comunidad nacional de confesión judía sufrió enormemente. En contrapartida y como pago de la contribución árabe a la liberación de la Alsacia-Lorena, Francia amputó a Siria el distrito de Alexandretta para cedérselo a Turquía, su enemigo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y achicharró con napalm a los habitantes de Sétif, en Argelia, (1945) después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), proporcionando a Israel, en la misma línea, la tecnología nuclear del centro de Dimona (Negev). Si actualmente Nicolas Sarkozy puede presidir un país situado en el campo de la democracia, no se lo debe totalmente a las «cruces blancas» de los cementerios estadounidenses de Normandía, sino también al sacrificio de los quinientos mil combatientes, aproximadamente, del mundo árabe y africano que ayudaron a Francia a liberarse del yugo nazi mientras una amplia fracción de la población francesa colaboraba con el enemigo. Quinientos mil combatientes en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y otros tantos o más en la Segunda (1939-1945); entonces no se hablaba de rastreo genético, «pruebas de ADN» o «emigración selectiva» para su alistamiento, ni de «límite de tolerancia» para su sangre profusamente derramada en una contienda que se presentaba ante ellos como «una guerra de blancos». Justificar el rechazo a someterse a un «deber de verdad» -los argelinos nunca han hablado de arrepentimiento-, con el pretexto de que hubo franceses que amaron Argelia e hicieron cosas buenas constituye, si no ignorancia, como mínimo mala fe o, más grave, una monstruosidad. Si es cierto que los franceses amaron Argelia, sin embargo, no necesariamente amaron a los argelinos. Para prueba el «Código indígena» que se aplicó durante cien años a la población autóctona, es decir, a la población original del país. Igual que el «Código negro» para África, el «Código indígena» la ubicaba en una situación de servilismo, con la prohibición de hablar su lengua nacional. Lo nunca visto en la historia colonialista mundial. Ciertamente los colonos también hicieron cosas buenas en Argelia. En primer lugar para ellos mismos, raramente para la población argelina, que sólo tenía acceso de una manera ínfima. En cuanto a las bellas realizaciones, todos los dictadores las cuentan en su haber. Hitler y Mussolini pusieron en marcha grandes proyectos de infraestructuras sin que eso los exonere de sus canalladas, tanto desde el punto de vista moral como político o jurídico. La argumentación de Sarkozy, por lo tanto, no es admisible. Con todo respeto a la nutrida corte de intelectuales que gira en la órbita presidencial, las tres grandes figuras tutelares del siglo XX por su contribución a la moral universal han sido, hay que recordarlo, tres personalidades del tercer mundo colonizado, el Mahatma Gandhi (India), Nelson Mandela (Sudáfrica) y en el espacio francófono el martiniqués Aimé Césaire, tres apóstoles del pacifismo, una vocación que resuena como una afrenta para los países occidentales con su comitiva de nazismo, fascismo, totalitarismo y esclavismo. Y, por doloroso que pueda ser para nuestro amor propio nacional, es forzoso señalar que Francia, en perspectiva, ha sido el único gran país europeo que reunió las dos grandes plagas de Occidente de la época contemporánea, «las tendencias criminales de la Europa democrática» (5): la trata de negros y la exterminación de los judíos, en contraposición con Gran Bretaña, que practicó la trata de negros exclusivamente, sin participar, en ningún caso, en el exterminio de los judíos, y contrariamente incluso a Alemania que concibió y ejecutó la solución final de la cuestión judía, pero sin participación en la trata de negros. Por lo tanto el deber de verdad no constituye, según un análisis chauvinista, una bufonada comparable «a los sollozos del hombre blanco», (6) sino un deber de valentía moral. En este contexto, conviene admitir que si la cuestión judía reviste una importancia especial en Europa, se debe principalmente al hecho de que los dos países considerados como los más civilizados de la época, Alemania y Francia, masacraron a sus propios ciudadanos a causa de su origen étnico religioso. Atrevámonos a decirlo: si los judíos hubieran sido cheroquis de Norteamérica; aztecas, incas o guaraníes de América Latina; zulúes, bassas, bamilekés, songhais o sonikés de África, o incluso árabes, especialmente palestinos, podemos estar seguros de que Occidente jamás habría santificado esa cuestión. La orquestación de una competición sobre la memoria de los grandes sufrimientos no depende de quiénes hayan sido las víctimas, sino que revela la patología de su autor. A lo largo del tiempo, Francia ha sido pro árabe de cara a la galería, pero pro israelí en la práctica (7). Las reverencias de los dirigentes franceses ante los príncipes árabes no deben llamar a engaño. Esas llamativas manifestaciones tienen poco peso frente a Dimona, símbolo de la superioridad tecnológica y garantía de la hegemonía militar absoluta de Israel en el espacio nacional árabe desde hace 60 años. II - La Unión Mediterránea: un divertimento. La diplomacia nuclear: una engañifa Nicolas Sarkozy quiso celebrar el primer aniversario de su entrada en funciones como VI presidente de la V República Francesa conectándolo con una visita oficial a Israel durante la celebración del sexagésimo aniversario de la declaración de independencia del Estado hebreo, con el fin de conferir un relieve particular a este acontecimiento y manifestar claramente su auténtica ruptura con la postura tradicional de la diplomacia francesa. Programado en el apogeo de su carrera para constituir una apoteosis de su poder, este viaje se produce, no obstante, en el ocaso de su popularidad, mientras el paisaje, además, está especialmente alborotado con el último revés diplomático del campo pro occidental en Líbano, los desaires infligidos a George Bush por los dirigentes de Arabia Saudí y Egipto en su última gira por Oriente Próximo el pasado 14 de mayo, y las repercusiones judiciales sobre el Primer Ministro israelí Ehud Olmert. Este viaje incluso se ha aplazado un mes para evitar un encontronazo con la opinión pública entre su homenaje a la independencia de Israel y la expropiación palestina, de la que una gran parte de la opinión mundial, tanto en el mundo árabe como en África, Asia, América Latina y Europa, responsabiliza a los países occidentales. Fuera de combate en la cuestión de la estabilización de Líbano y en el bosquejo de las negociaciones sirio israelíes, Nicolas Sarkozy aparece como en una vía de marginación, con las alas cortadas a la búsqueda de un nuevo balón de oxígeno; con su proyecto estrella, la Unión Euromediterránea, maltrecho y su equipo oxidado frente al nuevo curso de la historia de la política regional. En consecuencia, el esperado viaje del presidente ha perdido su brillo hasta el punto de aparecer, debido a la excesiva ostentación de esta amistad, irónicamente incómodo, tanto para el país anfitrión como para el visitante, e incluso como un hándicap para la diplomacia del mejor amigo francés de Israel. Con el fin de allanar el camino a este viaje y reconquistar el terreno perdido en el mundo árabe, o al menos aminorar las críticas sobre su insultante alineación incondicional con la política israelí, Nicolas Sarkozy se apresuró a efectuar una visita relámpago a Líbano, a principios de junio, y a organizar el envío de su Primer Ministro, François Fillon, a firmar un acuerdo de cooperación nuclear civil en Argel el 21 de junio, es decir, la víspera de su visita a Israel. El acuerdo francoargelino prevería la entrega de reactores nucleares del grupo Areva a Argelia y la formación de personal del centro nuclear de Argel, e implica una segunda vertiente de la defensa. Con la intención de aplacar la furia árabe Francia comunicó, por otra parte, que Nicolas Sarkozy pasará «unas horas» en Palestina, seguramente para una foto de apretón de manos con el presidente palestino Mahmud Abbas, una operación de relaciones públicas de cara a la galería destinada a crear un falso equilibrio de tratamiento. Y encima le darán las gracias. Francia no es EEUU. Primera potencia continental de Europa a principios del siglo XX, en un momento en el que Europa era el centro del mundo, Francia, a principios del siglo XXI, ya no es más que la séptima potencia mundial. Esta relegación es imputable, seguramente, a la potenciación de los grandes bloques (China, la India), a la pérdida de su imperio y también, en buena medida, a los reveses franceses de las expediciones de México (1861-1867) y de Suez (1956) y a los desastres de Sedan (1870), el de 1940 y el de Dien Bien Phu (1954). A la vista de este balance, el deber de modestia es una medida de salud pública y el deber de lucidez un imperativo de supervivencia tanto más necesario en cuanto que los repetitivos gestos displicentes y las declaraciones explosivas aparecen retrospectivamente patéticas sobre un asunto extremadamente sensible en el que toda la responsabilidad no es exclusivamente imputable a los árabes y nunca se ha infligido ninguna injusticia al pueblo palestino, a juzgar por las declaraciones premonitorias de los padres fundadores del Estado judío, que medían perfectamente las consecuencias de sus actos. «Si yo fuese un dirigente árabe, jamás firmaría un acuerdo con Israel. Es normal: Hemos invadido su país. Existen el antisemitismo, los nazis, Hitler y Auschwitz, pero, ¿qué culpa tienen ellos? Sólo ven una cosa: Vinimos y robamos sus tierras. ¿Por qué deberían aceptar eso?», ya manifestaba David Ben Gurion, el primer jefe del gobierno israelí, el 18 de julio de 1948, en las semanas siguientes a la declaración unilateral de independencia del Estado hebreo (8). «Mi percepción de la coyuntura israelí permanece supeditada a otra a la cual soy todavía más sensible; la que se produjo hace algunos siglos, al otro lado del mundo, cuando otros perseguidos y oprimidos fueron a establecerse en las tierras que ocupaba, desde hacía milenios, un pueblo todavía más débil y se apresuraron a aniquilarlo. Obviamente no puedo sentir como una herida sangrante la destrucción de los pieles rojas y reaccionar al contrario cuando hablamos de los árabes palestinos», respondería como un eco el antropólogo Claude Lévy Strauss, en una réplica a Raymond Aron (9) y, más allá, a todos los incondicionales del activismo pro israelí. Un factor agravante es que este enojoso cúmulo de circunstancias ocurre en el momento en que Francia se prepara para asumir la presidencia de la Unión Europea y Nicolas Sarkozy, tomando el relevo de Estados Unidos, se dedica a superar la fractura israeloárabe en favor de un frente común antiiraní dentro de una Unión Mediterránea. En este contexto, el proyecto de la Unión Mediterránea aparece como una desviación de la lucha destinada a asegurar el espacio nacional árabe, de la misma manera que Afganistán desvió a los árabes de su principal campo de batalla, el combate para la liberación de Palestina y los otros territorios árabes (el Golán o el sur de Líbano) de la ocupación israelí. Sellar una Unión intermediterránea sobre la base de una división racial del trabajo, «la inteligencia francesa y la mano de obra árabe», según el esquema resumido por Nicolas Sarkozy en su discurso de Túnez el 28 de abril de 2008, presenta malos augurios para la viabilidad de un proyecto que firma la permanencia de una postura racista en la élite política mediática francesa, una postura manifiesta a través de las variaciones seculares sobre el mismo tema que opone, una vez más, «la carne de cañón» al «cerebro director», inevitablemente francés, de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y «las ideas» de la inteligencia francesa ante el petróleo árabe, retomando el lema de la primera crisis petrolífera (1973): «Hay ideas, pero no petróleo». Por añadidura, la sustitución de Israel por Irán como el nuevo enemigo de los árabes propondría exonerar a los occidentales de su propia responsabilidad en la tragedia palestina, normalizando la presencia israelí en la zona en detrimento del vecino milenario de los árabes, Irán, cuyo potencial nuclear es sesenta años posterior a la amenaza nuclear israelí y a la expropiación palestina. En este sentido, la diplomacia nuclear de Nicolas Sarkozy aparece como un señuelo. Se presenta como una oferta para crédulos, cuya capacidad nuclear se mantendría de por vida bajo tutela, y cuyo objetivo oculto es absorber el excedente monetario generado por los petrodólares, de la misma manera que los grandes contratos de armamento de las décadas 1980-1990 picaron en las cajas de las petromonarquías. Argelia no se equivoca. De las diez centrales que proyecta construir en su territorio, ya ha comprometido una cooperación con Estados Unidos en este ámbito, y proyecta hacerlo también con China y Rusia, sin deudas coloniales en la zona, asignando a Francia sólo una parte mínima del mercado. Sucede lo mismo con Arabia, que no ha firmado ningún acuerdo militar de envergadura con Francia desde hace diez años, a pesar de las increíbles contorsiones de Nicolas Sarkozy y antes de Jacques Chirac, amigo personal del cachorro de los saudíes, el ex Primer Ministro libanés asesinado Rafic Hariri. Sin Qatar, los Emiratos Arabes Unidos y el reino saudí, que compran masivamente a Francia, respectivamente aviones y misiles, tanques y misiles, y barcos, la industria armamentista francesa perdería más de un tercio de sus pedidos y, por consiguiente, se reduciría al nivel de Italia o Alemania, mientras que ahora es la tercera en el ámbito mundial después de Estados Unidos. A imagen de su diplomacia, Francia pierde velocidad constantemente en cuanto a las exportaciones militares, debido principalmente al fallo sistémico de su dispositivo de inteligencia económico, a la corrosiva rivalidad entre el ex presidente Jacques Chirac y su sucesor Nicolas Sarkozy con respecto al contrato saudí Miksa (Ministry of Interior Kingdom of Saudi Arabia) y a los recelos que suscita en los estados árabes la sumisión de la diplomacia francesa al neoconservadurismo estadounidense. III - La apuesta de Nicolas Sarkozy por George Bush y Ehud Olmert, «la apuesta de un truhán sobre dos jamelgos» . El celo novato manifestado por Nicolas Sarkozy con respecto a Líbano no debe llamar a engaño. La escapada a Beirut no disipa, ni falta que hace, la tenaz sospecha generada por su actitud insolentemente pro israelí en la destructiva guerra de Israel contra Líbano de julio de 2006. Muchos en Beirut, París, Argel, Damasco, El Cairo, Jartum, Rabat, Sana, Túnez, Teherán, Islambad, Kabul y otras partes, recuerdan el apoyo incondicional que manifestó al Primer Ministro Ehud Olmert contra un país antes considerado «protegido» de Francia, calificando a Hezbolá de «movimiento terrorista», pero sin decir ni pío sobre la desproporción de la respuesta, los enormes daños infligidos a las infraestructuras civiles y a la ecología libanesas ni, finalmente, sobre las repetidas violaciones del Derecho Humanitario Internacional y de las leyes de la guerra por el uso de armas prohibidas, en particular bombas de racimo y antipersonas. La nueva orientación árabe de Nicolas Sarkozy tampoco debe engañar a nadie. No es producto de una elección libre, sino de una elección obligatoria, una elección por defecto ampliamente condicionada por el rechazo de Irlanda del Tratado de Lisboa –del que Sarkozy fue uno de los principales artífices-, el rechazo de su nuevo amigo libio en cuanto a la cooperación transmediterránea y el fracaso de sus mejores aliados, las carantoñas de los medios de comunicación occidentales, los ideales de la civilización atlántica, el presidente estadounidense George Bush y el Primer Ministro israelí Ehud Olmert. La apuesta de Nicolas Sarkozy por estas dos personalidades que finalizan sus lamentables mandatos, se reveló como «la apuesta de un truhán por dos jamelgos», parafraseando la jerga popular. Hasta el punto de que la hipótesis del aplazamiento del viaje de este mestizo a su país preferido se proyecta por segunda vez desde el principio de su mandato. Hasta el punto de que el presidente sirio Bachar el Assad, por otra parte vilipendiado, pero cuya presencia en la cumbre euromediterránea de París sin embargo se desea ardientemente, aparece, paradójicamente y contra cualquier expectativa, como el redentor de la diplomacia de Sarkozy en pleno naufragio. Nada ni nadie podría ocultar esta realidad amargamente cruel. Ni la exhibición de los símbolos de su diversidad, ni la ostentación de sus bellas guardaespaldas mediáticas, ni el frufrú de los modelos de Rachida Dati, su ministra de Justicia, el torbellino vitalista de Rama Yade, su Secretaria de Estado de derechos humanos, o el florido lenguaje de su tránsfuga beur favorita, Fadela Amara (10). Con el pretexto de la sinceridad, este hombre, de un solo golpe, denigró a los árabes, insultó a los musulmanes y menospreció a los africanos, esos expertos de la «repetición». A pesar de lo que haga o diga desde ahora, aunque haya conseguido arañar algunos contratos nucleares por aquí o una bicoca militar por allá, la fractura entre Nicolas Sarkozy y los árabes se consumó mucho antes de que el presidente asumiese sus funciones. El descarado desdén que ha demostrado no se le perdonará, ya que es imperdonable este tipo de comportamiento por parte de un jefe de Estado (11); de este jefe de Estado a quien los árabes le son «indiferentes» pero que, a pesar de todo, requirió a Qatar para engrasar las difíciles negociaciones para la liberación de las enfermeras búlgaras de Libia en julio de 2007, y al rey de Jordania para el viaje romántico con la nueva dueña de su corazón, antiguamente a la izquierda, en enero de 2008. El hombre del renacimiento es portador de un discurso anacrónico. El hombre de la ruptura habrá sido el hombre de la quiebra de las ilusiones con las que se mecían los árabes y africanos sobre el papel alternativo de Francia en el liderazgo occidental, como contrapunto de la hegemonía estadounidense. Bajo el efecto de una «democracia de los sentimientos» y una política de ostentación mediática de la demagogia, la ilusión de la «Patria de los derechos humanos» se ha evaporado y Francia se ha desenmascarado: la presidencia de Sarkozy es una presidencia codiciosa, el sarkozismo un combate que llega tarde, una falacia, un anacronismo catárquico, necesario pero saludable, un paréntesis de la historia de Francia. La continuación le corresponderá al próximo presidente, que tendrá que hacer frente a la nueva multipolarización inducida por la consolidación del BRIC (12) en el escenario internacional, y renovar las relaciones con África y el mundo árabe, que actualmente son los principales destinos de los «charter de la vergüenza», y mañana serán los principales yacimientos de la Francofonía del siglo XXI, con el fin, si no de prevenir, al menos de amortiguar el impacto de la relegación inexorable de Francia al décimo puesto de la economía mundial. Notas (1) Discurso fundador de Herzliya pronunciado en diciembre de 2005 (2) Le Candidat de Jean Cau, ed. Xénia 2007 (Vevey, Suiza) donde el autor, ex secretario particular del Filósofo Jean Paul Sartre, elabora un ácido retrato de los intelectuales franceses, de sus costumbres y sus rituales acartonados. (3) en ocho meses (de mayo 2007 a enero de 2008), Nicolas Sarkozy visitó diez países árabes: Argelia, Túnez, Marruecos, Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Arabes Unidos y Qatar, y recibió con gran pompa en París al coronel Muammar Gadafi (Libia) y al presidente Mahmud Abbas (Palestina). (4) Libre, de Nicolas Sarkozy, ed. Pocket 2001. (5) Les penchants criminels de l’Europe démocratique, de Jean Claude Milner, ed. Verdier 2003. (6) Les sanglots de l’homme blanc, de Pascal Bruckner, Seuil 1983. (7) Citaremos como ejemplo dos ilustraciones del apoyo subconsciente y multiforme de Francia a Israel, sin mencionar las intervenciones del CRIF (Consejo representativo de las asociaciones judías de Francia, N. de T.) en los poderes públicos para oponerse al nombramiento de figuras prestigiosas de la diplomacia francesa para puestos de responsabilidades gubernamentales bajo la presidencia de Sarkozy, en este caso Hubert Vedrine, considerado, no «pro árabe», que lo es de una manera razonable, sino sencillamente «árabe », lo que no es en absoluto. Hay dos prestigiosos lugares en París dedicados a la memoria del antiguo Primer Ministro Israelí Isaac Rabin, asesinado por un militante de la ultraderecha israelí: la plaza Fontenoy, frente a la UNESCO, y los jardines de Bercy; y la Comisión de gobierno de París adoptó una resolución inicial que dedicaba una calle de la capital francesa a Theodore Herzl, el padre del sionismo y teórico del Estado judío, mientras que, por el contrario, no hay el más mínimo sitio dedicado a un dirigente del tercer mundo, árabe, asiático o africano, ni siquiera al colega de Nobel de la Paz de Rabin, Yasser Arafat, el dirigente palestino. La placa conmemorativa de Mehdi Ben Barka, en el VI distrito de París, así como el lugar dedicado a Mohammad V frente la plaza del Instituto del Mundo Árabe constituyen, en primer lugar, actos de reparación de Francia por sus crímenes: la desaparición del jefe de la oposición marroquí, en 1965, con la complicidad de los servicios franceses y el exilio del soberano de Marruecos durante la guerra de la independencia marroquí. Sin la menor protesta contra la rastrera colonización de Jerusalén y Cisjordania ni contra el encarcelamiento arbitrario de más de diez mil palestinos, sin embargo Francia se movilizó para la liberación de Gilad Shalit, un soldado con doble nacionalidad francoisraelí detenido por los palestinos mientras servía en el ejército invasor en un territorio ocupado contra un país amigo de Francia; y además, paralelamente, se autoriza con regularidad al ejército de Israel a recaudar fondos en las grandes ciudades de Francia para «contribuir al bienestar del ejército israelí». (8) « Israël et ses tribus: l’Etat Hébreu fête ses 60 ans», Courrier international N° 913, del 30 de abril al 6 de mayo de 2008. (9) Un candide en Terre Sainte , página 128 de Régis Debray, Gallimard, enero de 2008. (10) «De l’identité nationale et de quelques beurs de droite» en La trempe de Magyd Chérif – Actes sud, julio de 2007, un análisis sin concesiones de la instrumentalización de la cuestión de la inmigración con fines electoralistas. (11) «Sarkozy, Le ‘choc des civilisations’ et les Musulmans», crónica del corresponsal del diario francés Libération en Bruselas, donde el presidente francés comunica a sus colegas europeos su temor de una presencia musulmana masiva en Europa: http://www.liberation.fr/rebonds/making_of/292179.FR.php (12) El BRIC representa, en cuanto a la economía, la alianza constituida por las potencias emergentes del siglo XXI (Brasil, Rusia, la India y China), que se extiende en el continente africano a Sudáfrica, y que debería constituir un polo de referencia con el fin de hacer contrapeso a la superpotencia estadounidense. De aquí a 2025, el producto interior del BRIC representaría, efectivamente, la mitad del PIB del conjunto del G6 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido); el conjunto de las economías del BRIC debería superar al del grupo de los países industrializados occidentales hacia 2050. En esa fecha, la clasificación de las potencias se establecería del siguiente modo: China, Estados Unidos, India, Japón, Brasil y Rusia; se relega a Estados Unidos al segundo puesto y a Japón al cuarto, mientras que Francia, Alemania y Reino Unido se situarían en la parte baja del cuadro de los diez primeros de la clase. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.
RenéNabaBlog
Traducido por Caty R.
22/06/08
A una semana de su toma de posesión como presidente de la Unión Europea, Nicolas Sarkozy viaja de nuevo, el 22 de junio, a su país favorito, el lugar donde se pronunció el discurso fundador de su doctrina (1), la plataforma de su campaña electoral, el trampolín de su carrera presidencial, el punto inmutable de su coincidencia política con Estados Unidos.
Un país al que Sarkozy no ha dejado de engrandecer y alabar en cada etapa de su conquista del poder y que ha sido un referente incluso en los períodos más desastrosos de su imagen, como durante su guerra destructora contra Líbano en el verano de 2006 en la que, en lo más álgido del conflicto envió, como una provocación, a un emisario reservista del ejército; o cuando solicitó el dictamen exclusivo del ministro de Seguridad israelí, Avi Decheter, para reprimir la rebelión de los barrios urbanos franceses en el otoño de 2005, transponiendo simbólicamente el conflicto israelopalestino al territorio francés; y rindiéndose, en fin, periódicamente, al encantamiento de los «salmos de Yad Vachem» y al « milagro del siglo XX», hasta el punto de que este resuelto atlantista ha llegado más lejos de lo que esperaban sus más entusiastas cortesanos y sus asiduos comensales de las camarillas del «parisinismo» blindado, revelándose como un filosionista exacerbado por el neoconservadurismo estadounidense (2).
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